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jueves, 28 de febrero de 2013

Un recorrido por la obra del Papa Benedicto XVI: Las encíclicas

Roma, 19 de febrero de 2013 (Zenit.org) En pocos días termina el pontificado del santo padre Benedicto XVI. El dato exacto es que desde las veinte horas del jueves 28 de febrero será declarada la Sede Vacante, a fin de disponer todo para la elección del sucesor número 266 de san Pedro.


Los tiempos no escapan a todo tipo de especulaciones acerca de cifras, de “bloques” entre cardenales, así como del perfil más conveniente del nuevo papa ante los tiempos actuales. Cavilaciones les llaman otros…


El legado de Benedicto XVI

Sin embargo, no debe olvidarse que hay un papa que se va después de dar lo mejor de sí y que supo pedir disculpas por sus defectos. Ahora es justo centrarse en lo principal de su obra, porque como dicen “es de bien nacidos ser agradecidos”.

En un breve recorrido por la obra y actividades del santo padre, ZENIT ofrecerá a sus lectores un Dossier por entregas sobre este pontificado que ha alcanzado casi los ocho años. Una atenta lectura nos permitirá refrescar lo que fue parte del magisterio del “papa teólogo”.

En esta primera entrega, publicamos un resumen de las tres encíclicas del santo padre Benedicto XVI, esto es, la Deus Caritas Est, Spe Salvi y Caritas in Veritate.


Deus Caritas Est: Dios es amor

Rompiendo tradiciones, Benedicto XVI presentó él mismo su encíclica Deus Caritas Est a los lectores de una revista italiana de gran difusión. Si bien el papa firmó la encíclica el 25 de diciembre de 2005, escribió las líneas siguientes en la edición del 5 de febrero de 2006.

* * *

Al inicio, de hecho, el texto puede parecer un poco difícil y teórico. Sin embargo, cuando uno se pone a leerlo, resulta evidente que solamente he querido responder a un par de preguntas muy concretas para la vida cristiana.

La primera pregunta es la siguiente: ¿es posible amar a Dios?; más aún: ¿puede el amor ser algo obligado? ¿No es un sentimiento que se tiene o no se tiene? La respuesta a la primera pregunta es: sí, podemos amar a Dios, dado que Él no se ha quedado a una distancia inalcanzable sino que ha entrado y entra en nuestra vida. Nos sale al paso de cada uno de nosotros: en los sacramentos a través de los cuales actúa en nuestra existencia; con la fe de la Iglesia, a través de la cual se dirige a nosotros; haciéndonos encontrar hombres, tocados por Él, que nos trasmiten su luz; con las disposiciones a través de las cuales interviene en nuestra vida; también con los signos de la creación que nos ha regalado.

No sólo nos ha ofrecido el amor, ante todo lo ha vivido primero y toca a la puerta de nuestro corazón en muchos modos para suscitar nuestra respuesta de amor. El amor no es solamente un sentimiento, pertenecen a él también la voluntad y la inteligencia. Con su palabra, Dios se dirige a nuestra inteligencia, a nuestra voluntad y a nuestros sentimientos, de modo que podamos aprender a amarlo «con todo el corazón y con toda el alma». El amor, de hecho, no nos lo encontramos ya listo de repente, sino que madura; por así decirlo, nosotros podemos aprender lentamente a amar de modo que el amor comprometa todas nuestras fuerzas y nos abra el camino de una vida recta.

La segunda pregunta es la siguiente: ¿podemos de verdad amar al «prójimo», cuando nos resulta extraño o incluso antipático? Sí, podemos, si somos amigos de Dios. Si somos amigos de Cristo. Si somos amigos de Cristo queda cada vez más claro que Él nos ha amado y nos ama, aunque con frecuencia alejemos de Él nuestra mirada y vivamos según otros criterios. Si, en cambio, la amistad con Dios se convierte para nosotros en algo cada vez más importante y decisivo, entonces comenzaremos a amar a aquellos a quienes Dios ama y que tienen necesidad de nosotros. Dios quiere que seamos amigos de sus amigos y nosotros podemos serlo, si estamos interiormente cerca de ellos.

Por último, se plantea también está pregunta: con sus mandamientos y sus prohibiciones, ¿no nos amarga la Iglesia la alegría del eros, de sentirnos amados, que nos empuja hacia el otro y que busca transformarse en unión? En la encíclica he intentado demostrar que la promesa más profunda del «eros» puede madurar solamente cuando no sólo buscamos la felicidad transitoria y repentina. Al contrario, encontramos juntos la paciencia de descubrir cada vez más al otro en la profundidad de su persona, en la totalidad del cuerpo y del alma, de modo que, finalmente, la felicidad del otro llegue a ser más importante que la mía. Entonces, ya no sólo se quiere recibir algo, sino entregarse, y en esta liberación del propio "yo" el hombre se encuentra a sí mismo y se llena de alegría.

En la encíclica hablo de un camino de purificación y de maduración necesaria para que la verdadera promesa del «eros» pueda cumplirse. El lenguaje de la tradición de la iglesia ha llamado a este proceso «educación en la castidad», que, en definitiva, no significa otra cosa que aprender la totalidad del amor en la paciencia del crecimiento y de la maduración.

En la segunda parte se habla de la caridad, el servicio del amor comunitario de la Iglesia hacia todos los que sufren en el cuerpo o en el alma y tienen necesidad del don del amor. Aquí surgen ante todo dos preguntas: ¿puede la Iglesia dejar este servicio a las demás organizaciones filantrópicas? La respuesta es no. La Iglesia no lo puede hacer. La Iglesia debe practicar el amor hacia el prójimo incluso como comunidad, pues de lo contrario anunciaría de modo incompleto e insuficiente al Dios del amor.

La segunda pregunta: ¿no sería mejor promover un orden de justicia en le que no hubiera necesitados y la caridad se convirtiera en algo superfluo? La respuesta es la siguiente: indudablemente la finalidad de la política es crear un orden justo en la sociedad, donde a cada uno le sea reconocido lo propio y donde nadie sufra a causa de la miseria. En este caso, la justicia es la verdadera finalidad de la política, así como la paz no puede existir sin la justicia. Por su propia naturaleza, la Iglesia no hace política en primera persona, más bien respeta la autonomía del Estado y de sus instituciones.

La búsqueda de este orden de justicia corresponde a la razón común, así como la política es algo que afecta a todos los ciudadanos. Con frecuencia, sin embargo, la razón queda cegada por intereses y por la voluntad de poder. La fe sirve para purificar la razón, para que pueda ver y decidir correctamente. Por tanto, es tarea de la Iglesia curar la razón y reforzar la voluntad por hacer el bien. En ese sentido, sin hacer política, la iglesia participa apasionadamente en la batalla por la justicia. A los cristianos comprometidos en el servicio público, corresponde, en la acción política, abrir siempre nuevos caminos para la justicia.

Sin embargo, sólo he respondido a la primera mitad de nuestra pregunta. La segunda mitad, que en la encíclica me interesa subrayar, dice así: La justicia no hace nunca superfluo el amor. Más allá de la justicia, el hombre tendrá siempre necesidad de amor, que es el único capaz de dar un alma a la justicia. En un mundo tan profundamente herido, como el que conocemos en nuestros días, esta afirmación no tiene necesidad de demostraciones. El mundo espera el testimonio del amor cristiano que se inspira en la fe. En nuestro mundo, con frecuencia tan oscuro, con este amor brilla la luz del Dios.


Spe Salvi: Salvados en la esperanza

El texto, firmado el 30 de noviembre de 2007, consta de una introducción y ocho capítulos y se abre con el pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos: Spe salvi facti sumus (en esperanza fuimos salvados).

"Según la fe cristiana --explica el papa en la Introducción-, la redención, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino". Por lo tanto, "elemento distintivo de los cristianos" es "el hecho de que ellos tienen un futuro, (...) saben (...) que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. (..) El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva".

"Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza", explica el Santo Padre. Es algo que entendieron muy bien los Efesios, que antes del encuentro con Dios tenían muchos dioses pero "estaban sin esperanza, (...) sin Dios". El problema para los que vivimos siempre con el concepto cristiano de Dios, subraya el Santo Padre, es el estar acostumbrados al Evangelio: "el tener esperanza, que proviene del encuentro real con (...) Dios, resulta ya casi imperceptible".

El Papa recuerda que Jesús no traía "un mensaje socio-revolucionario" como el de Espartaco y "no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá". Lo que Jesús había traído "era algo totalmente diverso: (...) el encuentro con el Dios vivo, (...) el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transforma desde dentro la vida y el mundo", "aunque las estructuras externas permanecieran igual". Cristo nos hace libres verdaderamente: "No somos esclavos del universo" y "de las leyes y de la casualidad de la materia". (...) Somos libres porque "el cielo no está vacío", porque el Señor del universo es Dios, que "en Jesús se ha revelado como Amor".

Cristo es el "verdadero filósofo" que nos dice "quien es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre". "Èl indica también el camino más allá de la muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero maestro de vida". Y nos ofrece una esperanza que es al mismo tiempo espera y presencia: porque "el hecho de que este futuro exista cambia el presente". El Papa observa que "tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. (...) "La crisis actual de la fe -prosigue- es sobre todo una crisis de la esperanza cristiana".

"El restablecimiento del "paraíso" perdido, ya no se espera de la fe" sino de los progresos técnicos y científicos, de los que surgirá "el reino del hombre". La esperanza se transforma de ese modo en "fe en el progreso" asentada sobre dos columnas: la razón y la libertad, que parecen garantizar de por sí, en virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta".

"Hay dos etapas esenciales de la concreción política de esta esperanza" - prosigue Benedicto XVI-: la Revolución francesa y la marxista. Ante la evolución de la Revolución francesa "la Europa de la Ilustración (...) ha tenido que reflexionar (...) de manera nueva sobre la razón y la libertad". Por otra parte, la revolución proletaria "ha dejado tras de sí una destrucción desoladora".

El error fundamental de Marx ha sido éste: "Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. (...) Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo". "Digámoslo ahora de manera muy sencilla -escribe el Papa- el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza". "El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior. (...) El hombre es redimido por el amor". Un amor incondicional, absoluto: "La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo". El Papa indica cuatro lugares para aprender y ejercitar la esperanza. El primero es la oración: "Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. (...) Si ya no hay nadie que pueda ayudarme (...) Èl puede ayudarme". Después de la oración esta el actuar. "La esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos (...) para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano .

Y solamente si sé que "mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiados por el poder indestructible del amor", "puedo esperar ". También el sufrimiento es un lugar de aprendizaje de la esperanza. "Conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento", sin embargo "lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento (...) sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. (...) Es también fundamental, saber sufrir con los demás y por los demás. "Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren (...) es una sociedad cruel e inhumana". Finalmente, otro lugar para aprender la esperanza es el Juicio de Dios. (...) Existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la "revocación" del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho".

El Papa se muestra "convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial, o en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna". Es imposible que "la injusticia de la historia sea la última palabra. (...) Pero en su justicia está también la gracia". "La gracia no excluye la justicia... Al final, los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada".


Caritas in Veritate: La caridad en la verdad

La Encíclica, fechada el 29 de junio de 2009, solemnidad de San Pedro y San Pablo, consta de una introducción, seis capítulos y una conclusión.

“En la Introducción, el papa recuerda que la caridad es “la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia”. Por otra parte, dado el “riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida” advierte de que “un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales”.

“El desarrollo (…) necesita esta verdad”, escribe Benedicto XVI y analiza “dos criterios orien­tadores de la acción moral: la justicia y el bien común. (…) Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Ésta es la vía institucional del vivir social”.

El primer capítulo está dedicado al “Mensaje de la “Populorum progressio” de Pablo VI que “reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad y justicia”. “La fe cristiana -escribe Benedicto XVI- se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder (…) sino solo en Cristo”. El pontífice evidencia que “las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material”. Están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más “en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos”.

“El desarrollo humano en nuestro tiempo” es el tema del segundo capítulo. “El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último -reitera el Papa- corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza” Y enumera algunas distorsiones del desarrollo: una actividad financiera “en buena parte especulativa”, los flujos migratorios “frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra”. Frente a esos problemas ligados entre sí, el Papa invoca “una nueva síntesis humanista”, constatando después que “el cuadro del desarrollo se despliega en múltiples ámbitos: (…) crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades (…) y nacen nuevas pobrezas”.

“En el plano cultural -prosigue- (…) las posibilidades de interacción” han dado lugar a “nuevas perspectivas de diálogo”, (…) pero hay un doble riesgo”. En primer lugar “un eclecticismo cultural” donde las culturas se consideran “sustancialmente equivalentes”. El peligro opuesto es el de “rebajar la cultura y homologar los (…) estilos de vida”. Benedicto XVI recuerda “el escándalo del hambre” y auspicia “una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo”.

Asimismo, el pontífice evidencia que el respeto por la vida “en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos” y afirma que “cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre”.

Otro aspecto ligado al desarrollo es el “derecho a la libertad religiosa. La violencia –escribe el Papa--, frena el desarrollo auténtico” y esto “ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista”.

“Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil” es el tema del tercer capítulo, que se abre con un elogio de la experiencia del don, no reconocida a menudo, “debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. (…) El desarrollo, (…) si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad”, y por cuanto se refiere al mercado la lógica mercantil, ésta debe estar “ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política”.

Retomando la encíclica Centesimus Annus, indica “la necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil” y espera en “una civilización de la economía”. Hacen falta “formas de economía solidaria” y “tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”.

El capítulo se cierra con una nueva valoración del fenómeno de la globalización, que no se debe entender solo como “un proceso socio-económico”. (…) La globalización necesita “una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia (…) y capaz de corregir sus disfunciones”.

En el cuarto capítulo, la Encíclica trata el tema del “Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente”. “Gobierno y organismos internacionales -se lee- no pueden olvidar “la objetividad y la indisponibilidad” de los derechos. A este respecto, se detiene en las “problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico”.

Reafirma que la sexualidad no se puede “reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico”. Los Estados, escribe, “están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia”. “La economía -afirma una vez más- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona”. La misma centralidad de la persona, escribe, debe ser el principio guía “en las intervenciones para el desarrollo” de la cooperación internacional. (…) Los organismos internacionales -exhorta el Papa- deberían interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos”, “con frecuencia muy costosos”.

El Santo Padre se refiere más adelante a las problemáticas energéticas. “El acaparamiento de los recursos” por parte de Estados y grupos de poder, denuncia, constituyen “un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres”. (…) “Las sociedades tecnológicamente avanzadas -añade- pueden y deben disminuir la propia necesidad energética”, mientras debe “avanzar la investigación sobre energías alternativas”.

“La colaboración de la familia humana” es el corazón del quinto capítulo, en el que Benedicto XVI pone de relieve que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia”. De ahí que, se lee, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo “solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública”.

El Papa hace referencia al principio de subsidiaridad, que ofrece una ayuda a la persona “a través de la autonomía de los cuerpos intermedios”. La subsidiariedad, explica, “es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista” y es más adecuada para humanizar la globalización”.

Asimismo, Benedicto XVI exhorta a los Estados ricos a “destinar mayores cuotas” del Producto Interno Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos. Y augura un mayor acceso a la educación y, aún más, a la “formación completa de la persona” afirmando que, cediendo al relativismo, se convierte en más pobre. Un ejemplo, escribe, es el del fenómeno perverso del turismo sexual. “Es doloroso constatar -observa- que se desarrolla con frecuencia con el aval de los gobiernos locales”.

El Papa afronta a continuación al fenómeno “histórico” de las migraciones. “Todo emigrante, afirma, “es una persona humana” que “posee derechos que deben ser respetados por todos y en toda situación”.

El último párrafo del capítulo lo dedica el Pontífice “a la urgencia de la reforma” de la ONU y “de la arquitectura económica y financiera internacional”. Urge “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” (…) que goce de “poder efectivo”.

El sexto y último capítulo está centrado en el tema del “Desarrollo de los pueblos y la técnica”. El Papa pone en guardia ante la “pretensión prometeica” según la cual “la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los ‘prodigios’ de la tecnología”. La técnica, subraya, no puede tener una “libertad absoluta”.

El campo primario “de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética”, explica el Papa, y añade: “La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia”. La cuestión social se convierte en “cuestión antropológica”. La investigación con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, “son promovidas por la cultura actual”, que “cree haber desvelado todo misterio”. El Papa teme “una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.

En la Conclusión de la Encíclica, el Papa subraya que el desarrollo “tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración”, de “amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz”.

Con los servicios de Famiglia Cristiana y Vatican Information Service 
(19 de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.

Última Audiencia de Benedicto XVI: "Dios guía a su Iglesia, la levanta siempre también y sobre todo en los momentos difíciles"

VATICANO, 27 Feb. 13 / 08:42 am (ACI).- ¡Venerados hermanos en el Episcopado! ¡Distinguidas autoridades! ¡Queridos hermanos y hermanas!

Os agradezco por haber venido tan numerosos a esta última audiencia general de mi pontificado.

Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, también yo siento en mi corazón el deber sobre todo de agradecer a Dios, que guía y hace crecer a la Iglesia, que siembra su Palabra y así alimenta la fe en su Pueblo.

En este momento mi ánimo se extiende para abrazar a toda la Iglesia difundida en el mundo y doy gracias a Dios por las "noticias" que en estos años del ministerio petrino he podido recibir acerca de la fe en el Señor Jesucristo y de la caridad que está en el Cuerpo de la Iglesia y lo hace vivir en el amor y de la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la vida en plenitud, hacia la patria del Cielo.

Siento que he de llevar a todos en la oración, en un presente que es el de Dios, donde recojo todo encuentro, todo viaje, toda visita pastoral. Todo y a todos los recojo en la oración para confiarlos al Señor porque tenemos pleno conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual, y porque podemos comportarnos de manera digna de Él, de su amor, dando fruto en toda obra buena (cfr Col 1,9-10).

En este momento, hay en mí una gran confianza, porque sé, sabemos todos nosotros, que la Palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto, donde esté la comunidad de los creyentes lo escucha y acoge la gracia de Dios en la verdad y vive en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.

Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años, acepté asumir el ministerio petrino, tuve firme esta certeza que siempre me ha acompañado. En aquel momento, como ya he dicho varias veces, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: "¿Señor, qué cosa me pides?" Es un peso grande el que me pones sobre la espalda, pero si Tú me lo pides, en tu palabra lanzaré las redes, seguro que Tú me guiarás.

Y el Señor verdaderamente me ha guiado, ha estado cercano a mí, he podido percibir cotidianamente su presencia. Ha sido un trato de camino de la Iglesia que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca sobre el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; y ha habido también momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir.

Pero siempre he sabido que en aquella barca está el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya y no la deja hundirse; es Él quien la conduce ciertamente también a través de hombres que ha elegido, porque así lo ha querido. Esta ha sido y es una certeza que nada puede ofuscar. Y es por esto que hoy mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios porque no ha dejado nunca que le falte a la Iglesia y también a mí su consuelo, su luz y su amor.

Estamos en el Año de la Fe, que he querido para reforzar nuestra fe en Dios en un contexto que parece ponerlo siempre más en segundo plano. Quisiera invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, certeros de que esos brazos nos sostienen siempre y son lo que permite caminar cada día también en la fatiga. Quisiera que cada uno se sintiese amado por aquel Dios que nos ha dado a su Hijo a nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites.

Quisiera que cada uno sintiese la alegría de ser cristiano. En una bella oración que se recita cotidianamente en la mañana se dice: "Te adoro Dios mío y te amo con todo el corazón. Te agradezco por haberme creado, hecho cristiano…" Sí, estamos contentos por el don de la fe, ¡es el bien más precioso, que nadie nos puede quitar! Agradecemos al Señor por esto cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama, pero espera que también que nosotros lo amemos!

Pero no es solamente Dios a quien quiero agradecer en este momento. Un Papa no está solo en la guía de la Barca de Pedro, si bien es su primera responsabilidad, y yo no me he sentido solo nunca en llegar la alegría y el peso del ministerio petrino; el Señor me ha dado tantas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han estado cercanas a mí.

Primero que nada a vosotros, queridos hermanos cardenales: vuestra sabiduría, vuestros consejos, vuestra amistad han sido para mí preciosos; mis colaboradores; comenzando por mi Secretario de Estado que me ha acompañado con fidelidad en estos años; la Secretaría de Estado y toda la Curia Romana, como también todos aquellos que, en diversos sectores, prestan su servicio a la Santa Sede: son muchos rostros que no aparecen, que se quedan en la sombra, pero en el silencio, en la dedicación cotidiana, con espíritu de fe y humildad han sido para mí un sostén seguro y confiable. ¡Un recuerdo especial para la Iglesia de Roma, mi diócesis!

No puedo olvidar a los hermanos en el Episcopado y en el presbiterado, las personas consagradas y todo el Pueblo de Dios: en las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes, siempre he percibido una gran atención y un profundo afecto; pero también he querido a todos y a cada uno, sin distinción, con aquella caridad pastoral que da el corazón de Pastor, sobre todo de Obispo de Roma, de Sucesor del Apóstol Pedro. Cada día he tenido a cada uno de vosotros en mi oración, con corazón de padre.

Quisiera que mi saludo y mi agradecimiento alcanzase a todos: el corazón de un Papa se extiende al mundo entero. Y quisiera expresar mi gratitud al Cuerpo diplomático ante la Santa Sede, que hace presente a la gran familia de las naciones. Aquí también pienso en todos aquellos que trabajan para una buena comunicación y que agradezco por su importante servicio.

En este punto quisiera agradecer de corazón también a todas las numerosas personas en todo el mundo que en las últimas semanas me han enviado signos conmovedores de atención, de amistad en la oración. Sí, el Papa nunca está solo, y ahora lo experimento nuevamente de un modo tan grande que toca el corazón. El Papa pertenece a todos y a tantísimas personas que se sienten cercanos a él.

Es cierto que recibo cartas de los grandes del mundo: de los Jefes de Estado, de los jefes religiosos, de los representantes del mundo de la cultura, etcétera. Pero recibo también muchísimas cartas de personas sencillas que me escriben simplemente desde su corazón y me hacen sentir su afecto, que nace del estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe por ejemplo a un príncipe o a un grande que no se conoce. Me escriben como hermanos y hermanas o como hijos e hijas, con el sentido de una relación familiar muy afectuosa.

Aquí se puede tocar con la mano qué cosa es la Iglesia: no es una organización ni una asociación de fines religiosos o humanitarios; sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de este modo y poder casi tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es motivo de alegría, en un tiempo en el que tantos hablan de su declive.

En estos últimos meses, he sentido que mis fuerzas han disminuido y he pedido a Dios con insistencia en la oración que me ilumine con su luz para hacerme tomar la decisión más justa no por mi bien, sino por el bien de la Iglesia. He dado este paso en la plena conciencia de su gravedad e incluso de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el coraje de tomar decisiones difíciles, sufrientes, teniendo siempre primero el bien de la Iglesia y no el de uno mismo.

Aquí permítanme volver una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión estuvo en el hecho que desde aquel momento estaba siempre y para siempre ocupado en el Señor. Siempre quien asume el ministerio petrino no tiene más privacidad alguna. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia.

A su vida se le retira, por así decirlo, la dimensión privada. He podido experimentar y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida justamente cuando la dona. Ya he dicho que muchas personas que aman al Señor aman también al Sucesor de San Pedro y le tienen afecto; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que se siente seguro en el abrazo de su comunión; porque no se pertenece más a sí mismo, pertenece a todos y todos pertenecen a él.

El "siempre" es también un "para siempre": no se puede volver más a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recibimientos, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que quedo de modo nuevo ante el Señor crucificado.

Ya no llevo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que en el servicio de la oración quedo, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como Papa, será un gran ejemplo de esto. Él ha mostrado el camino para una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.

Agradezco a todos y a cada uno también por el respeto y la comprensión con la que han acogido esta decisión tan importante. Seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con aquella dedicación al Señor y a su Esposa que he buscado vivir hasta ahora cada día y que quiero vivir siempre.

Les pido recordarme ante Dios, y sobre todo rezar por los cardenales llamados a una tarea tan relevante, y por el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: que el Señor lo acompañe con la luz y la fuerza de su Espíritu.

Invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos acompañe a cada uno de nosotros y a toda la comunidad eclesial; a ella nos acogemos con profunda confianza.

¡Queridos amigos! Dios guía a su Iglesia, la levanta siempre también y sobre todo en los momentos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única y verdadera visión del camino de la Iglesia y del mundo. Que en nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, esté siempre la alegre certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, es cercano y nos rodea con su amor. ¡Gracias!

Un recorrido por la obra del Papa Benedicto XVI: Los Sínodos

Roma, 26 de febrero de 2013 (Zenit.org) El papa Benedicto XVI dejó un importante legado a la Iglesia, al haber convocado a cinco Asambleas del Sínodo de los Obispos, algunas de las cuales fueron de tipo General y otras denominadas Especiales.

De cada una de ellas brotó un documento pontificio denominado Exhortación Apostólica Post-Sinodal. En ellos el sumo pontífice tomó en cuenta las principales ideas aprobadas en las asambleas por los participantes, que le fueran remitidas oportunamente por el Secretario General del Sínodo de los Obispos.


¿Qué es un Sínodo?

Si bien la palabra apropiada para las reuniones no es “Sínodo”, sino Asamblea –sea General, Extraordinaria o Especial—del Sínodo de los Obispos, se ha hecho más fácil llamarlo así, y la mayoría escribe o dice “los obispos están en Sínodo”, “¿Cuándo acaba el Sínodo?”, “Tal como se ha recomendado en el último Sínodo…”.

Es la fuerza de la costumbre, pero veamos mejor lo que el propio ente pontificio define al respecto, a fin de entender la magnitud de estos eventos convocados con acierto por Benedicto XVI.

El Sínodo de los Obispos es una institución permanente, creada por el papa Pablo VI (el 15 de septiembre de 1965), en respuesta a los deseos de los Padres del Concilio Vaticano II para mantener vivo el verdadero espíritu nacido de la experiencia conciliar.

La principal característica del Sínodo de los Obispos es servir a la comunión y colegialidad de los obispos del mundo con el santo padre. Aunque el Sínodo de los Obispos sea una institución de carácter permanente, sus funciones y su concreta colaboración no tienen tal carácter. En otras palabras, el Sínodo de los Obispos se reúne y actúa solo cuando el santo padre considera necesario y oportuno consultar al episcopado, el cual durante un encuentro sinodal expresa “su opinión sobre argumentos de gran importancia y gravedad” (Pablo VI, Discurso a los Cardenales, 24 de junio de 1967).

Y cuando se reúne lo hace por medio de una Asamblea, la cual comúnmente se desarrolla al interior del Vaticano. Según las normas Ordo Synodi Episcoporum, en la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos participan ex officio los líderes de las Iglesias Orientales católicas sui iuris y de los Dicasterios de la Curia Romana. Además de los Padres Sinodales de nombramiento pontificio, los demás Padres Sinodales son elegidos por las respectivas Conferencias Episcopales, por las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, si superan el número de 25 Obispos, así como por la Unión de los Superiores Generales que tienen derecho a elegir 10 miembros. Un grupo calificado –incluso de no católicos--, asisten como observadores, quienes pueden recibir la invitación a intervenir pero no votan.


Convocatorias de Benedicto XVI

La XI Asamblea General Ordinaria, realizada del 2 al 23 de octubre de 2005 contó con la asistencia de 258 Padres sinodales, quienes reflexionaron sobre el tema: “La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”.

Esta fue una Asamblea en cierta forma “heredada” por Benedicto XVI; dado que el 29 de noviembre, tomando en consideración la opinión de los miembros del X Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos (que se queda instalado entre una Asamblea y otra), basada a su vez en la consulta a las conferencias episcopales de todo el mundo y a otros organismos interesados, el papa Juan Pablo II decidió convocar la Undécima Asamblea General Ordinaria para tratar el tema de la Eucaristía.

Después de su elección del 19 de abril de 2005, el papa Benedicto XVI confirmó las fechas de la asamblea sinodal y, al mismo tiempo, aprobó las siguientes innovaciones de las actividades sinodales: la reducción de la duración de la asamblea sinodal a tres semanas; una hora para la discusión libre; la duración de las intervenciones después de la conclusión de las sesiones plenarias de la tarde; el voto electrónico de los miembros --además de la acostumbrada votación por escrito- en las Propuestas o recomendaciones sinodales y la publicación pro hoc vice de la traducción italiana de las Propuestas.

La documentación oficial producida por la asamblea sinodal incluyó el Mensaje al Pueblo de Dios (Nuntius), elaborado durante la asamblea y aprobado por los Padres sinodales, así como la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Sacramentum Caritatis del santo padre del 22 de febrero 2007.

Por su parte,la XII Asamblea General Ordinaria, realizada del5 al 26 de octubre de 2008 contó con la asistencia de 253 Padres sinodales, quienes profundizaron el tema: “La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”

El 6 de octubre 2006, el Papa Benedicto XVI anunció su decisión de convocar la Duodécima Asamblea General Ordinaria para abordar el tema La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. El Sínodo de la Palabra de Dios quiso dar continuidad al precedente Sínodo sobre la Eucaristía del año 2005 y, de esta manera, resaltar la relación intrínseca entre la Eucaristía y la Palabra de Dios para la vida y la misión de la Iglesia.

Un rasgo distintivo de esta Asamblea sinodal fue su desarrollo coincidente con la celebración del Año Paulino, cuyo inicio fue el 29 de junio de 2008. Para conmemorar tal ocasión, la liturgia de apertura del Sínodo se celebró en la Basílica Papal de San Pablo Extramuros. Al mismo tiempo, dado el argumento que se discutía, un Rabino fue invitado por primera vez para dialogar con los Padres sinodales y con los participantes. Igualmente, a la Asamblea sinodal asistió por primera vez Su Eminencia Bartolomé I, Patriarca ecuménico de Constantinopla, quien se dirigió a los participantes sinodales durante la celebración de la Vísperas en la Capilla Sixtina.

Del mismo modo, las 55 Proposiciones elaboradas colegialmente por los Padres sinodales, fueron anunciadas por primera vez al público pro hoc vice en una traducción italiana. Durante la sesión conclusiva del Sínodo, los miembros anunciaron también el Mensaje al Pueblo de Dios (Nuntius).

El santo padre redactaría posteriormente la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Verbum Domini, promulgada el 30 de septiembre de 2010.

Un año después, se llevó a cabo la II Asamblea Especial para África, fechada del 4 al 25 de octubre de 2009, en la cual 244 padres sinodales analizaron el tema: “La Iglesia en África alservicio de la reconciliación, la justicia y la paz”.

El 13 de noviembre 2004, durante el Simposio de los Obispos de África y Europa, realizado en Roma, el papa Juan Pablo II, “acogió la voluntad del Consejo especial para África” y, respondiendo a “la esperanza de los pastores africanos”, anunció la convocación de la Segunda Asamblea especial para África. En la Audiencia semanal del 22 de junio de 2005, el santo padre Benedicto XVI volvió a confirmar esta decisión.

En el curso de la Segunda Asamblea Especial, los padres sinodales dirigieron su atención a las distintas realidades en la Iglesia en el continente africano, en especial a la reconciliación, la justicia y la paz para que la Iglesia pueda responder a su misión de ser “la sal de la tierra y la luz del mundo” en los ámbitos social, cultural y religioso.

La Asamblea sinodal aprobó el Mensaje final, que fue a la vez un llamamiento y una fuente de aliento para la misión de la Iglesia en África, y 57 Propositiones o Propuestas para ser presentadas al santo padre, en las cuales los padres sinodales se habían propuesto tratar pastoralmente las distintas cuestiones discutidas durante la asamblea.

Como resultado de esto, el santo padre firmó la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Africae munus, la cual fue entregada al pueblo africano y al mundo durante su viaje apostólico a Benín del 18 al 20 de noviembre de 2011.

La siguiente convocatoria tuvo la característica de ser una Asamblea Especial para Oriente Medio, para la cual el papa convocó a 185 padres sinodales del 10 al 24 de octubre de 2010, quienes abordaron una temática pendiente: "La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio”

El santo padre Benedicto XVI anunció personalmente la convocación de la Asamblea sinodal el 19 de septiembre de 2009, en Castelgandolfo, en un encuentro con los jefes de las Iglesias Católicas Orientales sui iuris.

Al mismo tiempo, el papa estableció también el Consejo Pre-Sinodal para Oriente Medio, cuyos miembros incluían los siete Patriarcas, concretamente, seis de las Iglesias Católicas Orientales sui iuris y el Patriarca Latino de Jerusalén, y los dos presidentes de las Conferencias Episcopales de Turquía e Irán.

Los documentos preparatorios de la Asamblea sinodal designaron, además de Jerusalén y los Territorios Palestinos, los siguientes 16 países como “Oriente Medio”: Arabia Saudita, Bahréin, Chipre, Egipto, Irak, Irán, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Omán, Qatar, Siria, Turquía, la Unión de Emiratos Árabes y Yemen.

Además de los Padres sinodales, un número significativo de expertos, auditores, delegados fraternos e invitados --todos vinculados de alguna forma con la Iglesia en Oriente Medio--, tomaron parte en la asamblea sinodal, incluyendo un rabino y dos representantes musulmanes, los cuales se dirigieron a la Asamblea.

La Asamblea Especial para Oriente Medio tuvo como resultado 44 Propositiones, que se dieron a conocer al público pro hoc vice en una traducción italiana. En la conclusión del Sínodo, los miembros también publicaron un Mensaje para el Pueblo de Dios (Nuntius).

Casi un año después, y tras haber reflexionado y analizado las propuestas recibidas, el santo padre ofreció la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Ecclesia in Medio Oriente, que fue firmada y presentada a la Iglesia en Oriente Medio durante su reciente visita apostólica a Líbano, del 14 al 16 de septiembre de 2012.


Hacia la Nueva Evangelización

En la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, realizada del 7 al 28 de octubre de 2012, participaron 262 padres sinodales, el número más elevado en la historia de los Sínodos.

Participaron en los trabajos los Delegados fraternos, representantes de 15 Iglesias y comunidades eclesiales que todavía no están en plena comunión con la Iglesia Católica. Al respecto, es importante señalar que Su Gracia Dr. Rowan Douglas Williams, Arzobispo de Canterbury y Primado de toda Inglaterra y de la Comunión Anglicana, intervino durante la Asamblea Sinodal. Además, Su Santidad Bartolomé I, Arzobispo de Constantinopla y Patriarca ecuménico, estuvo en la solemne Eucaristía del 11 de octubre, donde dirigió un mensaje.

Participaron en el Sínodo 3 Invitados especiales: el hermano Alois, Prior de Taizé (Francia), el reverendo Lamar Vest, presidente de la American Bible Society (EE.UU.) y el señor Werner Arber, profesor de Microbiología en el Biozentrum de la Universidad de Basilea (Suiza) y presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias.

Durante la Asamblea General, el santo padre presidió cuatro celebraciones litúrgicas. Una de ellas fue la solemne concelebración eucarística del 7 de octubre que marcó el inicio de los trabajos. Durante esta Eucaristía, el papa declararó doctores de la Iglesia a dos santos: san Juan de Ávila y santa Hildegarda de Bingen. Los trabajos sinodales terminaron el domingo 28 de octubre, con la celebración eucarística de todos los padres sinodales.

El domingo 21 de octubre, el sumo pontífice presidió la misa de canonización de siete beatos: Santiago Berthieu, Pedro Calungsod, Giovanni Battista Piamarta, María del Monte Carmelo Sallés i Barangueras, Marianna Cope, Caterina Tekakwitha y Anna Schäffer.

Especialmente significativa fue la Eucaristía del 11 de octubre, con ocasión del 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II y del 20 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. En esta ocasión, el santo padre Benedicto XVI proclamó el Año de la Fe, que terminará el día de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. Cabe precisar que, tanto el contenido de la posterior Exhortación Apostólica, así como la fecha y el lugar de su publicación, quedan a la libre decisión del siguiente sumo pontífice.

(26 de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.

miércoles, 27 de febrero de 2013

¿Cómo rezar en la enfermedad?

Me conmovió mucho una mujer que encontré en profunda oración junto a la tumba del Santo Hermano Pedro, en Antigua, Guatemala. Me impresionó su semblante, con sólo verla supe que algo muy serio estaba tratando con Dios Nuestro Señor. Lloraba en paz. Sus lágrimas reflejaban dolor, fe y abandono. Iba acompañada de su padre. Su rostro era transparencia del rostro de Cristo en Getsemaní. Podría resumir su actitud en dos palabras: aceptación y confianza.

Me quedé orando junto a ella pidiéndole a Dios que la escuchara. Después de un largo rato se puso de pie y fue a escribir en un libro que estaba junto a la tumba del santo. Una vez que terminó fui a leer su oración para unirme a su súplica: "Santo hermano Pedro, bendíceme por esta enfermedad que tengo. Te lo pido por favor." No pide la salud, pide la bendición de Dios, es decir: que su enfermedad sea para su bien y para alabanza de Dios.

Yo creo que Jesucristo, al verla desde el cielo, dijo lo mismo que de aquella viuda pobre que echó dos monedas en el arca del Tesoro: "Os digo en verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro." (Mc 12, 38-44) Ella ofreció todo lo que tenía.

Salí de allí con la certeza de que Dios le diría lo mismo que a la hemorroísa: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad." (Mc 5, 34) No sé si sane de su enfermedad física, pero ciertamente Dios sanó ya su corazón. Entró al templo llorando y salió en profunda paz. La Providencia está ordenada a la salvación eterna. Si esta mujer no sana de su enfermedad física, no me cabe duda de que con su actitud se está santificando y se está ganando la salvación eterna. "¡Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!" (Mt 5, 8). Encontré cientos de oraciones escritas por los fieles que visitan con gran devoción la tumba del Santo Hermano Pedro. Transcribo algunas de ellas:

- "Te pido que intercedas ante Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, y de todo lo que existe. Acudimos con el corazón acongojado por la tiniebla de una pérdida inminente de un hermano por sus grandes padecimientos de salud. Señor, por eso con tu poder y bondad te pedimos que despierte del coma. Pero si tu voluntad es llevarlo a tu presencia, te lo entregamos en tu casa, en tu templo."

- "Santo Hermano Pedro te pido que me llenes de fuerza a mi espíritu para superar cualquier intento de caer en pecado." - "Te pedimos con mi esposo que nos hagas el milagro de poder tener esos hijos que tanto estamos esperando. Danos fe y danos esperanza." - "Te pido que me ayudes a ser una persona humilde y un buen padre de familia." Finalmente encontré una familia que vino también a orar. Me llamó la atención la actitud del varón. Primero se puso frente a un crucifijo y fijó en él su mirada por cinco minutos. Luego depositó una limosna a sus pies. Pasó a la tumba del santo y puso allí unas veladoras que traían como ofrenda en un canasto de palma.

Me acerqué a dialogar con ellos. Las mujeres no hablaban español, sólo su dialecto. El hombre me explicó que todos los lunes peregrinaban a la tumba del santo. En su pueblo este señor visita a los enfermos y a los ancianos y reza el Rosario con ellos, pidiéndole a la Santísima Virgen les obtenga salud y les conceda vivir sus dolencias con sentido cristiano. Y cada lunes va a presentar a Dios las intenciones y súplicas de los enfermos del pueblo, por intercesión del Santo. Me dijo: "Yo tengo confianza de que Dios me escucha y nos concede lo que él considera que es mejor para nuestra salvación eterna. Cuando el Santo Hermano Pedro misionó en Antigua iba por las calles con su campana repitiendo: Un alma tienes no más. Si la pierdes ¿qué harás? Eso es lo que importa: nuestra salvación eterna, aunque en esta vida pasemos tribulaciones."

Este hombre me enseñó el valor de la oración de intercesión y de las peregrinaciones. Siguiendo su ejemplo quisiera pedirles que nos unamos a la oración de la mujer de quien les hablé al inicio de esta nota, para que reciba la bendición de Dios y si Él considera que es lo mejor para ella, la sane de su enfermedad. Su nombre es Juana Xeché Ajcabal. Esta mañana la tuve muy presente en la misa a la hora de la consagración.

En las personas humildes que he encontrado en Antigua vi reflejada la profunda espiritualidad del Santo hermano Pedro:

"Si el amor fuese un sentimiento efímero, si el sufrimiento y el dolor no cambiase nuestras almas como cuando sangra la herida y no se contiene, si no se apreciara en los rostros necesitados el amor y el verdadero valor de la vida, entonces queridos hermanos sólo seríamos el despojo de un cuerpo sin espíritu que deambula en la más oscura noche sin rumbo hacia la nada. Si sabéis apreciar que la vida es eterna, si encontráis que el amor es lo que salva al alma atormentada, si valoráis el dolor tanto como la alegría, si hacéis sonreír a un rostro necesitado, entonces dejadme deciros que vuestra vida tiene el mayor sentido que podáis buscarla, porque en vosotros mora el amor de vuestro Creador. Acordaos hermanos que un alma tenemos y si la perdemos no la recobramos."

escrito por el P. Evaristo Sada LC
(fuente: www.la-oracion.com)

martes, 26 de febrero de 2013

Las preguntas que todos nos hacemos sobre la renuncia de Benedicto XVI

23 respuestas breves a 23 interrogantes

Roma, 19 de febrero de 2013 (Zenit.org). La renuncia de Benedicto XVI ha suscitado preguntas legítimas no sólo en el mundo católico. Algunos de esos interrogantes son de carácter práctico mientras que otros tienen implicaciones más profundas en sus respuestas.

El portavoz oficial de la Sala de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, ofreció varias ruedas de prensa entre el 12 y 15 de febrero. Durante el breafing, diferentes periodistas le plantearon cuestiones que el padre Lombardi respondió con la información disponible en esos momentos. De esas contestaciones, ofrecemos una selección ágil y breve de 23 respuestas en torno a las cuestiones más presentes en la opinión pública de estos días.

La formulación de las preguntas y de las respuestas no son textuales, han sido elaboradas, trabajadas y publicadas en el bloghttp://actualidadyanalisis.blogspot.com, en base a lo que el padre Lombardi ha ido respondiendo. Siguen la sustancia de la respuesta aunque no necesariamente las palabras explícitamente usadas. La cuenta de Twitter: https://twitter.com/mujicaje ha estado emitiendo actualizaciones relacionadas con datos confirmados por la Sala de Prensa de la Santa Sede en tiempo real.

1. ¿Cuál será la última aparición pública de Benedicto XVI como papa en funciones?

R/ La última aparición pública (y masiva) de Benedicto XVI como papa será la audiencia general del miércoles 27 de febrero de 2013 en la plaza de san Pedro del Vaticano. De forma extraordinaria, la audiencia general contará con una liturgia de la Palabra y momentos de oración. Al día siguiente, jueves 28, está prevista una audiencia privada en la sala Clementina de la Santa Sede con algunos cardenales. Será la última audiencia de su pontificado.

2. ¿Benedicto XVI tiene alguna enfermedad grave en particular?

R/ No, Benedicto XVI no tiene una enfermedad grave en particular.

3. ¿Es verdad que Benedicto XVI tiene un marcapasos?

R/ Sí, es verdad que Benedicto XVI tiene un marcapasos. Lo tiene desde que era cardenal-prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Hace algunas semanas le cambiaron las baterías del marcapasos.

4. ¿La encíclica sobre la fe que Benedicto XVI estaba escribiendo será publicada?

R/ No, no está previsto que la encíclica sea publicada dado que Benedicto XVI no la pudo concluir. Eventualmente, si decidiera hacerla pública, no entraría dentro del rango de «encíclica».

5. ¿Por qué Benedicto XVI eligió las 20:00 del 28 de febrero para concluir su ministerio como papa?

R/ Porque es la hora en que él habitualmente concluye su jornada de trabajo.

6. ¿Dónde vivirá Benedicto XVI después de su retiro como Papa?

R/ Inicialmente, por un periodo de dos meses, en la residencia pontificia de Catelgandolfo. Posteriormente regresará al Vaticano para vivir en el monasterio de clausura Mater Ecclesiae.

7. ¿Es verdad que Benedicto XVI decidió dimitir durante su viaje apostólico a México?

R/ Durante su viaje apostólico a México y Cuba, Benedicto XVI maduró el tema de su abdicación como una etapa más en el largo proceso de su reflexión y discernimiento sobre este tema. Por lo demás, el viaje no ha tenido ninguna otra relevancia particular al respecto.

8. ¿Cuál será nombre y título de Benedicto XVI después del 28 de febrero?

R/ Es un tema que aún se está reflexionando. Hay cierta unanimidad en que conservará el nombre de Benedicto XVI y que el título será el de «Obispo emérito de Roma». En el Anuario Pontificio «Benedicto XVI» seguirá siendo el nombre oficial utilizado.

9. ¿Participará Benedicto XVI en el Cónclave para elegir a su sucesor?

R/ No, Benedicto XVI no participará en el Cónclave para elegir a su sucesor ni será parte del Colegio Cardenalicio.

10. ¿Cómo se vestirá Benedicto XVI después del 28 de febrero?

R/ Todavía no se sabe cómo se vestirá Benedicto XVI después del 28 de febrero.

11. ¿La renuncia de un papa está prevista en la Iglesia?

R/ Sí, la abdicación de un papa está prevista y regulada por el Código de Derecho Canónico.

12. ¿Qué pasará con monseñor Georg Gänswein, secretario particular de Benedicto XVI y prefecto de la Casa Pontificia desde hace pocos meses?

R/ Monseñor Georg Gänswein continuará siendo secretario particular de Benedicto XVI, le acompañará a Castel Gandolfo (y luego al monasterio Mater Ecclesia), y también seguirá siendo prefecto de la Casa Pontificia. Análogamente, es posible que el segundo secretario particular se traslade a Castelgandolfo y acompañe a Benedicto XVI por un tiempo.

13. ¿Quiénes vivirán con Benedicto XVI en el monasterio Mater Ecclesia dentro del Vaticano, luego de su retiro?

R/ Las Memores (grupo de mujeres consagradas, miembros de la familia pontificia, que auxilian al papa en las necesidad ordinarias de todo hogar) y su secretario particular, monseñor Georg Gänswein, vivirán y asistirán a Benedicto XVI después de su retiro.

14. ¿El tema del así llamado «Vatileaks» (filtración de documentos reservados) influyó en la decisión del Papa?

R/ No ha tenido ninguna relevancia. Si se quiere recibir una información correcta se debe limitar a cuanto ha dicho el papa sobre su renuncia.

15. Aproximadamente, ¿cuándo podría comenzar el Cónclave?

R/ Las fechas más convincentes apuntan a que iniciará entre el 15 y 20 de marzo.

16. ¿Benedicto XVI cambió las normas para la elección de un papa en las últimas semanas?

R/ No. Benedicto XVI no cambió recientemente las normas para la elección de un Papa. En 2007 hizo un pequeño cambio para modificar el sistema de votación. Esa modificación de 2007 establece que siempre será necesaria una mayoría de dos tercios en las votaciones que se realizan en el cónclave. Por lo demás, el resto de las normas vigentes siguen siendo las de la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis.

17. ¿Cuál es el término correcto para denominar lo que ha hecho el papa?

R/ «Renuncia» sería el término más específico y técnico. «Dimisión» no porque supone que alguien acepta la dimisión para que surta efecto y, en el caso del papa, esto no es necesario. «Abdicación» es un término más adecuado para un rey.

18. ¿Hay luchas por el poder en el Vaticano?

R/ En toda institución existe una dinámica que lleva a opiniones diversas, lo que es siempre una riqueza. La diferencia y diversidad de opiniones son positivas si llevan al bien de la institución misma. Tales diferencias, sin embargo, no se deben sobrecargar pues no corresponderían a la realidad ni a las intenciones de las personas. Afirmar que hay luchas de poder no corresponde a la realidad de lo que está pasando en la Iglesia en estos momentos.

19. ¿El periodista Peter Seewald entrevistó a Benedicto XVI antes de su renuncia?

R/ El periodista alemán Peter Seewald, quien en el pasado ha entrevistado varias veces a Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, entrevistó hace dos meses y medio a Benedicto XVI. La entrevista se enmarca en la biografía oficial de Benedicto XVI en la que está trabajando Seewald.

20. ¿Benedicto XVI se encontrará con el nuevo papa?

R/ No está previsto que Benedicto XVI se encuentre con el nuevo papa.

21. ¿Por qué Benedicto XVI decidió quedarse –luego de los dos meses en Castel Gandolfo– en un monasterio en el Vaticano y no regresar a su Baviera natal?

R/ Aunque Benedicto XVI no lo ha explicitado claramente, la presencia y oración de Benedicto XVI en el Vaticano da una continuidad espiritual al papado. Por lo demás, Benedicto XVI vive en el Vaticano desde hace más de tres décadas.

22. ¿Cuáles son las razones exactas aducidas por Benedicto XVI para su renuncia?

R/ El lunes 11 de febrero el papa Benedicto XVI dijo explícitamente que ha «llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino» y también ha mencionado que para gobernar la Iglesia y anunciar el Evangelio «es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado».

23. ¿Cuál es la agenda oficial de Benedicto XVI del 11 al 28 de febrero de 2013?

R/ El calendario oficial de Benedicto XVI, a partir de hoy, es el siguiente: 23 de febrero: Conclusión de los ejercicios espirituales. 24 de febrero: Último Ángelus de Benedicto XVI en la plaza de san Pedro. 25 de febrero: Audiencia privada a algunos cardenales. 27 de febrero: Última audiencia general de Benedicto XVI. 28 de febrero: A las 11 de la mañana saludo a los cardenales en la Sala Clementina del Vaticano. A las 17:00 se transfiere a Castel Gandolfo. A las 20:00 inicia la Sede Vacante.

(19 de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.

lunes, 25 de febrero de 2013

Oración por la misericordia de Sta. Faustina Kowalska

“Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos, para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa, para que jamás hable negativamente de mi prójimo, sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras, para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos, para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso, para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio.

Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí”.

Amén.

Último Ángelus de Benedicto XV: "Orar no es aislarse del mundo sino que reconduce al camino, a la acción''

Ciudad del Vaticano, 24 de febrero de 2013 (Zenit.org) Una multitud de doscientas mil personas esperaba pacientemente en la plaza de San Pedro, el corazón del catolicismo. Llegadas de distintos países y personas provenientes de diócesis, parroquias, movimientos, comunidades eclesiales, congregaciones, órdenes religiosas, asociaciones, familias, componían una abigarrada multitud provista de abundantes pancartas con los lemas que ya ondean en la plaza de San Pedro desde que Benedicto XVI anunciara su renuncia al pontificado el pasado 11 de febrero.

Además de los consabidos: te queremos; quédate con nosotros; rezamos por tí, había un escueto Danke, en su lengua natal, una enorme pancarta con "México siempre fiel", y un grupo de polacos con sus banderas, impertérritos, en una mañana soleada pero fría. Todo ello adobado por el último tuit del papa: “En este momento particular, os ruego que recéis por mí y por la Iglesia, confiando como siempre en la Providencia de Dios”.

A las 12, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus, el último Ángelus del papa Ratzinger, antes de la audiencia general en esta misma plaza, con la que se despedirá de los fieles de la Iglesia católica antes de su retiro, para la que se espera una invasión de Roma por parte de peregrinos, romeros, fieles y curiosos. Luego, tras despedirse al día siguiente de los cardenales, en helicóptero a Castel Gandolfo y luego al monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano.

El papa, en la primera parte de las palabras introductorias de la oración mariana, ha comentado e interpretado para hoy el bello relato evangélico de la liturgia: la Transfiguración, en presencia de los tres testigos de sus momentos más decisivos e íntimos: Pedro, Santiago y Juan. La presencia luego de Moisés y de Elías, representan, dijo el papa "la Ley y los Profetas de la antigua Alianza", algo muy significativo: "toda la historia de la Alianza está orientada a El, el Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9,31), no hacia la tierra prometida, como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo".

Meditando este pasaje del Evangelio, afirmó Benedicto XVI, "podemos extraer una enseñanza muy importante. Sobre todo, el primado de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo".

Subrayó que el tiempo dedicado a la plegaria "no es un aislarse del mundo y de sus contradicciones, como hubiera querido hacer Pedro sobre el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción".

Y sus palabras finales aludieron de nuevo al momento histórico que estamos viviendo y que, posiblemente muy a su pesar, le tiene a el como protagonista: "Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo especial dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a 'subir al monte', a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, al contrario, si Dios me pide esto es justamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero en un modo más adecuado a mi edad y mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: Ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa".

Se pueden leer las palabras del papa en: http://www.zenit.org/article-44628?l=spanish.

Tras rezar el Ángelus, Benedicto XVI se dirigió a los presentes que se expresan en español: "Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, y a cuantos se unen a esta oración mariana a través de los medios de comunicación, agradeciendo también tantos testimonios de cercanía y oraciones que me han llegado en estos días. Jesús, nos dice el Evangelio de hoy, subió al monte a orar, y entonces se trasfiguró, se llenó de luz y de gloria".

"Manifestaba así --añadió- quién era él verdaderamente, su íntima relación con Dios Padre. En el camino cuaresmal, la Transfiguración es una muestra esperanzadora del destino final al que lleva el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y también un signo de la luz que nos inunda y transforma cuando rezamos con corazón sincero. Que la Santísima Virgen María nos siga llevando de su mano hacia su divino Hijo. Muchas gracias, y feliz domingo a todos".

El papa había sido interrumpido con aplausos varias veces, desde que abrió la ventana y también en medio de sus palabras de entrada al saludo mariano. Y lo volvió a ser durante todo este breve encuentro. Al final, un escueto gesto de saludo, acompañado por el repique de las campanas de El Vaticano.

(24 de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.

¿Tiene sentido ayunar?: un mensaje de Benedicto XVI a propósito de la Cuaresma

¡Queridos hermanos y hermanas!

Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón pascual). En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.

Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno ya existía en el paraíso”, y “la primera orden en este sentido fue dada a Adán”. Por lo tanto, concluye: “El ‘no debes comer’ es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia” (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar “para humillarnos —dijo— delante de nuestro Dios” (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: “A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos” (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.

En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.

La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo Adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica” (Sermo 43: PL 52, 320, 332).

En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no “vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos” (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).

La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía “retorcidísima y enredadísima complicación de nudos” (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: “Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura” (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc. Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.

Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: “Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia – Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención”.

Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. Enc. Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en “tabernáculo viviente de Dios”. Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 11 de diciembre de 2008
(fuente: es.catholic.net)

domingo, 24 de febrero de 2013

"Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo"

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 
(Lc. 9, 28b-36)
Gloria a ti, Señor.

Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo". Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.


Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

Estos tiempos difíciles que nos tocan vivir ponen, sin duda, a prueba nuestra fe. Es difícil fiarse de alguien cuando no se ve ningún signo de su presencia. Todo parece desarrollarse de manera mecánica sin que haya nadie que se preocupe de nuestro dolor. La alegría de ser creyente ha ido desapareciendo del rostro de los cristianos que se ven interpelados cada día, como dice el salmo: ¿dónde está tu Dios?

Los discípulos de Jesús empezaron a darse cuenta de que aquello no progresaba. Después de unos éxitos iniciales, es el mismo Jesús el que empieza a desorientarlos pues les habla de su pasión, de su Pascua en Jerusalén. Para que los apóstoles no se desanimasen en el camino que lleva a la Pascua, un camino de muerte y resurrección, Jesús quiso darles un atisbo de lo que sería la resurrección y por eso se transfiguró ante de ellos (Lc 9,28-36).

Durante unos instantes apareció ante sus discípulos el ser glorioso de Jesús que no dejaba transparentar cada día. Jesús vivía en la misma cotidianidad que los discípulos y nada en él traducía que Dios estuviera presente en Él. Pero aquel día sí, dejó que la gloria de Dios, que habitaba en Él, pudiera brillar a plena luz delante de sus discípulos. Pedro comprendió perfectamente la realidad que estaban viviendo, cuando exclamó: ¡qué hermoso es estar aquí! Sin duda alguna percibió que allí se estaba realizando plenamente su vocación de hombre, ver a Dios, entrar en comunión con Dios. El misterio de Jesús los incluía a ellos, sus discípulos.

La auténtica transformación del mundo y del hombre no puede ser simplemente una manipulación tecnológica que muestre que el hombre tiene poder para cambiarlo todo. Eso puede convertir al hombre en puro objeto manipulable. La verdadera transformación de la persona tiene que ser espiritual (Filp 3,17-4,1). Consiste en que aparezca en el primer plano la dimensión espiritual de la persona, y no tanto su poder, su tener o su pasarlo bien. El hombre supera al hombre. Somos ciudadanos del cielo y no simplemente de la tierra, donde estamos de paso. Eso no quiere decir que nos desentendamos de las cosas de este mundo. Al contrario, a través de la transformación de nosotros mismos, transformamos este mundo y hacemos que el Reino vaya viniendo a los hombres y se vaya instaurando la verdadera ciudadanía.

Se pertenece al Reino por la fe. Toda la aventura comenzó con Abrahán, que se fió totalmente de la promesa de Dios (Gn 15,5-12.17-18). Por su fe no le importó dejar su pueblo y su familia y vivir aparentemente como un desarraigado, a la búsqueda de la patria definitiva. Dios se había comprometido solemnemente con él mediante su alianza y eso era suficiente para él. Desde ese momento, el destino de Abrahán está ligado al destino de Dios en el mundo, y el destino de Dios en el mundo está ligado a la persona de Abrahán y de sus descendientes.

El descendiente, heredero de la promesa es el mismo Cristo, pero junto a Él aparecen otras dos personas claves en la historia de ese pueblo, Moisés y Elías. Muestran que se trata de un pueblo de personas vivas y no simplemente de una colección de muertos. Ambos están vivos y hablan con toda familiaridad con Jesús respecto al destino de éste. Un destino de muerte en Jerusalén para entrar con ellos en la gloria. Que la celebración de la eucaristía nos haga experimentar la cercanía del Señor y nos dé fuerza para continuar caminando hacia la Pascua del Señor.

(fuente: homiliadominical.marianistas.org)

sábado, 23 de febrero de 2013

Escondido en Dios, suprema lección de un pontífice

Una decisión coherente cuya única y verdadera clave es la evangélicaMálaga, 19 de febrero de 2013 (Zenit.org). escrito por Isabel Orellana Vilches

El aserto de que todo aquello que se posee termina por no valorarse, o al menos por recibir la estima que conviene, es una realidad que, en lo que concierne al pontífice Benedicto XVI, se constata día tras día. El pulso de los medios de comunicación que se apresuran a dar cualquier noticia relacionada con este hecho histórico, así lo confirman. El sentir de una gran mayoría respecto a su pérdida, recibida con abierto pesar, es unánime. Y ahora, cuando falta poco más de una semana para que se aleje físicamente, que no espiritualmente, de la silla de Pedro, los ojos del mundo están clavados en él y parece que repentinamente su figura se ha agigantado, como ya presupuse hace unos días en este mismo espacio. Se escudriña hasta la saciedad lo que hace y lo que dice buscando la explicación de esta renuncia –que ha sacudido a todos como una tempestad–, en cualquier documento, declaración y gestos de su pasado reciente y remoto.

Los sencillos de corazón, aquellos que simplemente vieron en él al hombre que el Espíritu Santo ponía al frente de la Iglesia, rebosantes de ternura dejan traslucir su emoción. Otros que seguramente no repararon antes en su grandeza, ahora calibran de un modo distinto lo que supone su pérdida precisamente porque dentro de poco ya no estará a la cabeza de la Iglesia. Y esto no ha hecho más que empezar.

Puede que nunca llegue a conocerse el trasfondo en el que ha estado envuelta su decisión. O tal vez es más simple de lo que muchos pretenden. Eran previsibles tantos análisis e interpretaciones que pretenden extraer razones que expliquen una determinación de esta envergadura, porque lo habitual es que ante la ignorancia se desaten las cábalas. Lo que ha acontecido en la Iglesia históricamente ha dado mucho juego a todos los niveles. La literatura y la cinematografía, entre otras, siguen bebiendo de su anales para configurar hipótesis de distinto calado.

Ahora bien, cualquier hipótesis sin hechos que la corroboren no tiene valor, aunque los oportunistas siempre están al acecho y no tendrían inconveniente en modificar las reglas que convienen a sus intereses. Si algo es noticia, y la decisión del pontífice continúa siéndolo y de primera magnitud, aquellos serían capaces de vender su alma para obtener una primicia que justifique el hecho, búsqueda infructuosa, por cierto, que no encontrarán jamás. La aflicción de un pontífice únicamente queda al descubierto con toda su desnudez a los pies de Cristo. Además, no se trata de indagar para entender solamente, sino para vivir. El papa es el vicario de Cristo en la tierra. Por tanto, punto de referencia indiscutible para los católicos, y eso significa que, por fuerza, conviene meditar en este gesto premeditado porque algo –o mucho, diría yo–, nos quiere decir Dios con él. Si los pliegues de esta determinación pontifical se buscan por caminos erróneos, se pierde lo esencial: el extraordinario trasfondo místico que encierra. Los hombres de Dios, como es Benedicto XVI, no juegan al despiste. Nítidos en su pensar y actuar, hablan con meridiana claridad. El papa no se ha caracterizado nunca por ocultar ni maquillar nada, aún los hechos más hirientes que ha debido afrontar. Y ahora ha expuesto claramente su deseo de permanecer escondido, dedicado a la oración. Con ello da una suprema lección ya que este anhelo es el rasgo que ha caracterizado la vida de los místicos. Aquí está la llave maestra para interpretar los sucesos. Lo dijo él mismo el 18 de abril de 2012: «La oración nos ayuda a leer la historia personal y colectiva en la perspectiva más adecuada y fiel, la de Dios».

De este modo ratifica la autenticidad de una vocación que se remonta en el tiempo y mira hacia una eternidad que, aunque solo fuera por mor de la edad, él cada vez tiene más cerca. Además, la raíz espiritual de este sentimiento contiene matices de gran calado dignos de someter a consideración aunque sea de forma sucinta. Poder dedicarse a la contemplación es una gracia, un privilegio añorado por incontables hombres y mujeres de todos los tiempos. Una necesidad imperiosa, condición sine qua non para todo aquel que aspire a la perfección. Cristo se alejaba y se retiraba a orar. En ese espacio íntimo dialogaba con su Padre, añorante de su voz, sin otro afán que cumplir su voluntad. El pontífice que abandona la notoriedad, los focos y los dictados a los que el mundo quiso someterle con sus peculiares razones, pone de manifiesto el vigor del patrimonio de la fe que cabalga muy por encima de ellos, y da una indiscutible lección sobre la vida mística aún sin pretenderlo, ya que, quien se oculta en Dios se convierte en potente luminaria.

No olvidemos que estamos ante un papa orante que ha dedicado a la oración numerosas catequesis poniendo de manifiesto desde un principio que ésta ha de ser el eje vertebral de la vida de una persona. El sesgo antropológico de su reflexión, sin duda alguna fruto de su experiencia, revela profundos sentimientos que merece la pena recordar, máxime cuando es a lo que quiere dedicar exclusivamente el resto de su vida. Ha apuntado la línea que ha de seguir la oración: «Creer, abandonarse al Señor, entrar en su voluntad: esta es la dirección esencial». Ha puesto énfasis en algunos aspectos cruciales que subrayan, junto al abandono y la confianza, el cumplimiento de la voluntad divina, garante de la plena felicidad. Cuando llega la adversidad, el creyente sencillamente ora, «se pone en contacto con Dios»; no instrumentaliza la oración para bien personal. Así lo ha dicho explícitamente poniendo como ejemplo la conducta de los primeros cristianos que no hicieron de sus reuniones colegiales un ámbito de análisis que les permitiera hallar fórmulas mágicas para resistir en la persecución. En esta oración genuina existe la concordia, la unidad que Benedicto XVI denomina «prodigio» puesto que fortalece los lazos fraternos y brilla de manera esplendorosa justamente cuando mayor alcance tienen las pruebas.

Una comunidad que ora con este prisma es indestructible. Además, la persona orante jamás pretendería manipular la voluntad divina, no persigue el éxito, no suplica quedar libre de las pruebas ni de los sufrimientos. Su máxima aspiración es «poder proclamar con ‘parresia’, es decir, con franqueza, con libertad, con valentía, la Palabra de Dios (cf. Hch 4, 29)». Estos son los testigos suyos. Con su forma de proceder visibilizan la bondad de Dios. Convencidos de que de ella emana la fuerza transformadora de la realidad, la que modifica sustancialmente «el corazón, la mente, la vida de los hombres» van por el mundo predicando «la novedad radical del Evangelio». Ese, y no otro, «es el fruto de la oración coral». Con meridiana claridad el papa ha reconocido que ahí estaba su corazón: «También nosotros queremos renovar la petición del don del Espíritu Santo, para que caliente el corazón e ilumine la mente, a fin de reconocer que el Señor realiza nuestras invocaciones según su voluntad de amor y no según nuestras ideas». Este es el abandono genuino y cualquier lectura que se haga sobre su decisión debería girar en torno a él porque ese gesto está clavado en la cruz que rubrica su entrega. Los signos de autenticidad, las hebras de apertura y cambio que ésta determinación lleva consigo no los intuimos; los estamos viendo. Los grandes hombres y mujeres que se han dejado conducir por la voluntad divina siempre han sacudido con su ejemplar conducta los cimientos de la Iglesia. Sus reflexiones sobre la oración nos incumben a todos. Es uno de los imponentes legados que deja. Él nos pide nuestras oraciones con la inocencia evangélica que le caracteriza. Por fortuna, nosotros sabemos que seguiremos viviendo en el hálito de las suyas que nos sostendrán como lo han hecho hasta ahora.

De una decisión como la que ha tomado se desprenden no solo la humildad, sencillez y valentía, que se han glosado suficientemente estas últimas jornadas. También se aprecia la finura de un espíritu selecto que sabe elegir el néctar de la consagración. Por la senda espiritual, que culmina con el último aliento, únicamente se transita con la oración y la entrega pespunteada por constantes sacrificios. El Santo Padre que reconoce sus fuerzas físicas mermadas se abre paso ante la muchedumbre y se sitúa en el alto pedestal de la historia, simplemente porque no tiene otro ánimo que concluir su periplo vital dedicado únicamente a sostener ese diálogo con Dios, fuente inigualable de salud. En todos los tiempos han existido personas anónimas que han hecho de su vida un holocausto permanente. Ante la escasa, cuando no nula notoriedad que tuvieron, Dios actuó ocupándose de que ciertas existencias ocultas salieran a la luz. Benedicto XVI tiene tras de sí un enjambre de escrutadores de su vida en todos los rincones del planeta y no podrá impedir que ese anhelado retiro al que tiende sus brazos le mantenga recluido en la sombra. Ésta murió para siempre el día que reconoció ante el mundo la gran elección que en realidad ha marcado toda su biografía: su exclusiva pertenencia a Cristo, despertando así el corazón dormido de una multitud que no le entendió.

(19 de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.
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