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sábado, 28 de febrero de 2015

A dos años de su renuncia a su pontificado, Benedicto XVI: ¡que Dios te recompense!

Recordando el pontificado y el testimonio de una Papa etiquetado como conservador pero que despidió con el gesto más progresista.

Ciudad del Vaticano, 12 de febrero de 2015 (Zenit.org) El importante momento en el que el papa Benedicto XVI anunció su renuncia hace dos años, el 11 de febrero de 2013, se sitúa como un momento fundamental en la vida de la Iglesia católica y del mundo. El Papa asustó a los hermanos cardenales reunidos en Consistorio de una mañana de febrero, saludando con las palabras conmovedoras que quedaron para la historia.

Benedicto XVI presentó su renuncia libremente, de acuerdo con el Código de Derecho Canónico de la Iglesia. Fue una decisión sin precedentes en la historia moderna que ofreció a la Iglesia y al mundo una profunda enseñanza. Con su decisión audaz y valiente, Benedicto nos ha dicho que debemos ser dolorosamente honestos con la condición humana, que no podemos estar encadenados a la historia. Un hombre que había sido la muestra de la tradición, que tenía desde siempre la etiqueta de “conservador”, nos dejó con uno de los gesto más progresistas hechos por un Papa.

Este hombre conocido por su escritura brillante, por la gentileza exquisita, por la caridad, la dulzura, la humildad y la claridad de la doctrina, nos ha ofrecido la concretización de una decisión valiente que marcará para siempre el papado y la vida de la Iglesia.

La renuncia de Benedicto ofrece un raro ejemplo pero profundo de humildad en acción. Los verdaderos líderes ponen su causa antes de su poder o interés personal. Lejos de errores y debilidades, su renuncia ha sido en el momento más brillante de su pontificado, y lo que se revelará como un movimiento históricamente brillante. El Papa estableció un nueva dirección para la Iglesia.


Un gran Maestro

Benedicto XVI fue juzgado desde el principio como un Papa “conservador”. Durante ocho años en la cátedra de Pedro, ha subrayado más la Escritura que la doctrina, uniendo los primeros cristianos con las personas de nuestro tiempo que luchan para vivir la fe. Ha afrontado cuestiones sociales y políticas contemporáneas, subrayando algunos principios fundamentales: que los derechos humanos se basan en la dignidad humana, que la gente viene antes que los beneficios, que el derecho a la vida es una medida antigua de la humanidad y no solo una enseñanza católica, y que los esfuerzos para excluir a Dios de los asuntos civiles están corroyendo a la sociedad moderna.

Para Benedicto, el cristianismo es un encuentro con la belleza, la posibilidad de una vida más auténtica y atractiva. Su pensamiento fijo ha sido la amistad con Jesús y con Dios. Él puso las bases para la era de la nueva Evangelización, concentrándose en tres principios fundamentales. Sus primeras tres encíclicas han examinado las tres virtudes cardinales: Fe, Esperanza y Amor. Sus tres primeros libros se han concentrado en el punto de apoyo de la fe católica: Jesucristo.

En octubre de 2013 puso en marcha un Sínodo sobre Nueva Evangelización y en su discurso de apertura declaró: “¡La Iglesia existe para evangelizar!” El Papa Benedicto ha subrayado de forma brillante la necesidad de una vida teologal intensa, de la oración constante y de la contemplación silenciosa, cuya consecuencia es el bien moral, el compromiso por los otros y una vida de caridad y de justicia.

Al inicio de su pontificado, encontrando un grupo de sacerdotes del norte de Italia, mientras estaba de vacaciones dijo: “El Papa no es un oráculo, es infalible en rarísimas ocasiones, como sabemos”. Reconociendo que la Iglesia se estaba moviendo hacia situaciones dolorosas, admitió: “No creo que haya un sistema para hacer un cambio rápido. Debemos ir adelante, debemos ir a través de este túnel, este subterráneo, con paciencia, en la certeza de que Cristo es la respuesta… pero debemos también profundizar esta certeza y la alegría de conocer y de ser así realmente ministros del futuro del mundo, del futuro de cada persona”.

Así muchos momentos de su pontificado parecen haber sido vividos en un túnel oscuro donde la luz estaba muy lejos.

Cuando miro atrás a los casi ocho años de su ministerio petrino, me siento agradecido por los momentos especiales que he pasado en su presencia. Conocía desde hace muchos años al cardenal Joseph Ratzinger y después papa Benedicto XVI. Estuve con él en Roma, en Alemania, en Australia, en Estados Unidos y en España durante sus viajes pastorales inolvidables. Serví como traductor en inglés para los medios de comunicación durante los dos Sínodos, donde tuve el privilegio de estar cerca de Benedicto durante días y días durante el encuentro.

Cuando estuve con él en Colonia en su primera Jornada Mundial de la Juventud en agosto de 2005, exclamó a la multitud de jóvenes cristianos: “La Iglesia puede ser criticada, porque contiene tanto el grano como la mala hierba, pero consuela saber que hay malas hierbas en la Iglesia, porque de esta forma, a pesar de nuestros defectos, podemos aún esperar estar entre los discípulos de Jesús, que vino a llamar a los pecadores”.

Si hay un Papa que ha afrontado la cizaña en medio del grano durante su pontificado, ese ha sido precisamente Benedicto XVI. Ha llamado al pecado y al mal por su nombre, y ha invitado a la gente a hacerse amigos de Cristo. Ha afrontado de frente los escándalos y no ha tenido miedo de hablar de ellos; ha admitido los errores que han sucedido bajo su ojos; ha extendido la mano a los cismáticos y experimentado el rechazo de sus esfuerzos por la unidad; ha ampliado las ramas de paz por las grandes religiones del mundo sin miedo de nombrar las cosas que nos dividen y también las grandes esperanzas que nos unen.

Benedicto caminaba entre los reyes y los príncipes, pero no ha perdido nunca el contacto con la gente. Aunque si no estaba previsto que viajara por su edad avanzada, nos ha sorprendido a todos un un arduo programa de viajes por todo el mundo. Consciente de la “suciedad” en la Iglesia en muchas áreas, ya de cardenal empujó para afirmar nuevas reglas que eliminaran a los sacerdotes acusados de abusos durante los años de pontificado de Juan Pablo II. Y de Papa ha puesto esta normas por escrito.

Benedicto ha sido el primer Pontífice en reunirse con víctimas de abusos sexuales, como también el primer Papa en pedir “perdón” por esta herida, y el primero en dedicar un documento entero a la llaga de los abusos en su carta del 2010 a los católicos de Irlanda.

Fue Benedicto XVI quien estableció la nueva agencia para el control financiero, que por primera vez ha abierto el Vaticano a la cooperación y a las inspecciones por parte del Moneyval, es decir, la agencia anti blanqueo del Consejo de Europa y que ha iniciado a afrontar los problemas de mala gestión y de falta de transparencia financiera en el Vaticano.

En estos días en los que se reflexiona sobre el aniversario de la dimisión de Benedicto, muchos creen que para evidenciar los aspectos positivos del pontificado de Francisco, se debería describir en términos negativos el pontificado del Papa Benedicto.

Esto no solo es absurdo, sino que también indica la ceguera, la sordera y la ignorancia de lo que el gran papa Benedicto ha realizado. La comparación entre Francisco y su predecesor es inevitable, y no es un secreto que el papa Francisco es más atractivo para las multitudes: basta pensar en la enorme masa que continúa llenando el Vaticano para escuchar al primer Papa procedente del Nuevo Mundo.

Con el papa Francisco parece haber un cambio de tonalidad que podría ser descrita como más moderada o al menos una expresión pastoral de una real preocupación por los que viven en las periferias de la sociedad y de la Iglesia.

Pero no olvidemos que muchas de las reformas actualmente en curso bajo la guía del papa Francisco han iniciado con Benedicto XVI, en particular el cuidado por las causas principales de escándalo, es decir, el uso del dinero y los abusos sexuales. Estoy convencido de que se hoy nos sentimos iluminados por la luz del papa Francisco, debemos estar siempre agradecidos a Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, que ha hecho posible la elección del papa Francisco para la Iglesia y para el mundo. Ya solo por esto debemos a Benedicto XVI una gratitud inmensa.


La despedida

Al haber tenido el privilegio de servir como uno de los “portavoces” para el Vaticano durante los momentos de la transición papal, una fase trascendental hace dos años, he vivido todo de cerca con intensa emoción.

Uno de los momentos más conmovedores de esta experiencia romana tuvo lugar el 28 de febrero, el último día de pontificado de Benedicto XVI. Su partida en helicóptero desde el Palacio Apostólico ha capturado el corazón y la mente del mundo. El adiós conmovedor de sus colaboradores, el vuelo breve en helicóptero hasta Castel Gandolfo, las últimas palabras como Papa, en las que recordó que sería “un peregrino” en la fase final de su vida. No había persona que no llorara esa noche. Estaba triste al asistir a este increíble adiós. Estaba dolido porque sabía en lo profundo que Benedicto XVI, un magnífico y gran dirigente de la Iglesia, un verdadero “maestro” y “doctor” de la fe, había sido muy mal servido por algunos de sus más estrechos colaboradores durante su pontificado.

Durante los meses de estudio de alemán en la patria bávara de Benedicto XVI, aprendí la maravillosa expresión "Gott di Vergelt!" Es mucho más que un simple “Danke” o “gracias”, en realidad significa: “¡Que Dios te lo pague y te recompense!”

Cuando miro atrás a esos días históricos de hace dos años, repito "di Vergelt Gott, Heiliger Vater!" ¡La Iglesia y el mundo no será la misma por lo que has hecho por nosotros! Si hoy podemos calentarnos en la luz franciscana, del hombre que ha venido a la Sede de Pedro desde la extremidad de la tierra, el 13 de marzo de 2013, estamos en deuda de gratitud con Benedicto XVI que ha hecho posible la elección de Francisco.

***

escrito por el padre Thomas Rosica CSB pertenece a la congregación clerical de San Basilio y es director de la televisión católica de Toronto "Salt and light"

(12 de febrero de 2015) © Innovative Media Inc.

Ejercicios Espirituales de Francisco: "Dejate sorprender por Dios"

26/02/2015 – ¿Qué haces aquí? ¿Qué buscas? ¿Te dejas sorprender por Dios? ¿Quieres entender a dónde quieres ir? Entonces: “regresa sobre tus pasos”. Con estas preguntas se dio inicio a la cuarta jornada de los ejercicios espirituales de cuaresma para el Papa y la Curia Romana. El carmelita Bruno Secondin continuó dirigiendo las meditaciones con el fin de acoger la propuesta de Dios, luego de haber meditado sobre la propia verdad interior y la libertad personal.


Examina tu conciencia: la verdad interior

El predicador carmelita se inspiró en la figura del profeta Elías que combate con celo y tenacidad, pero con un egocentrismo exagerado por defender la alianza entre el Señor y su pueblo. Después de haber analizado la trágica situación de Elías, que viene descrita en el capítulo 19 del 1 Libro de los Reyes, donde vemos al profeta en un estado de “depresión mortal”, temeroso, huyendo, solo, agotado, desilusionado de su fracaso, el padre Secondin, invitó a “examinar la propia conciencia”.

Este estado de depresión del profeta, dijo el carmelita, “no es raro también en la vida sacerdotal”. Muchos caen en esta situación, por ello es necesario estar atentos a ciertas señales que podrían generar enormes dificultades interiores. Sobre todo cuando surge el “miedo”. Esto emerge cuando tenemos temor del futuro, temor de asumir responsabilidades. Algunas veces es acompañado por la “soledad”, el sentirnos excluidos, diversos, con sentimientos de vacío, de desilusión. Todo esto nos puede llevar a una fuga – física o imaginaria – o a la repetición obsesiva de ciertos gestos (como el consumo de alcohol y alimentos, la evasión en el mundo virtual) y a veces el deseo de la muerte.

Para evitar todo esto dijo el Padre Secondin, es importante conducir una vida en la cual “la relación entre el trabajo, el descanso, la oración y las relaciones sociales” sean bien equilibradas. Es importante reconocer ciertas dinámicas interiores, señaló el predicador carmelita. Siguiendo con la historia del profeta Elías, invitó a transformar la “fuga en peregrinación”, alimentándonos de la Eucaristía y sabiendo regresar a las raíces de nuestra fe.


Escucha la voz del Señor

Después de haber encontrado la verdad interior, estamos dispuestos a la escucha de la Palabra de Dios. Podemos realizar la experiencia de la “manifestación misteriosa” que vivió el profeta Elías en el Monte Horeb, la experiencia del “susurro del viento, de un brisa ligera” donde el Señor se manifiesta.

El diálogo entre el profeta y Dios, caracterizado por el fracaso de Elías y por sus acusas al Señor, han sido fuente de inspiración para las sucesivas meditaciones del carmelita. La pregunta que Dios hace al profeta: ¿Qué haces aquí? Nos muestra como Dios se presenta en este coloquio con una pregunta y obliga al hombre a mirar dentro de sí, a dar espacio a las inquietudes interiores.

A veces, dijo el padre Secondin, también para nosotros Dios se convierte en una especie de títere, y corremos el riesgo de “manipularlo” con la misma furia que envuelve al profeta. Pero Dios es libre, el fracaso de Elías no afecta a Dios, que ya tiene un designio para su pueblo que ha permanecido fiel.

El profeta es interpelado interiormente. El viento impetuoso, el terremoto, el fuego en el cual Elías no encuentra a Dios podría ser, dijo el predicador carmelita, “las proyecciones de estados interiores” de la persona.

De esta lectio, explicó el padre Secondin, deben surgir preguntas personales: ¿Estamos obsesionados por los problemas, por la carrera? ¿Cómo es nuestra relación con Dios? ¿Sabemos estar en adoración temerosa de Dios? O tenemos voces ensordecedoras como: el suceso, la vanidad, el dinero, la culpa de los demás.

Finalmente, recordando los 7 mil israelitas que permanecieron fieles al Señor, el predicador carmelita dijo, que ellos pueden representar la “fidelidad silenciosa del pueblo”. Por ello, es importante comprender esta fidelidad, ser capaces de escuchar las voces de los pobres, de los sencillos, de los pequeños que son dones preciosos y no fragmentos perdidos de la sociedad.

(fuente: www.radiomaria.org.ar)

El primer "matrimonio" gay de América se divorcia... pero denuncian que fue una farsa; no eran pareja

José María Di Bello y Alex Freyre, al momento de contraer "matrimonio"
Con tres hijos adoptados y luego de cinco años terminó en divorcio el primer matrimonio gay de América Latina, una unión celebrada con amplia cobertura mediática en 2009 en Argentina. Sin embargo hoy se reveló el secreto que el lobby LGBT guardaba bajo llave: Alex Freyre y José María Di Bello no eran pareja y el matrimonio fue una farsa orquestada al detalle para forzar la aprobación de la ley de uniones homosexuales.


Un activista gay lo denuncia

El periodista y activista gay Bruno Bimbi reveló hoy que al momento del “matrimonio”, Freyre y Di Bello no eran pareja y fingieron serlo con la complicidad de numerosos representantes LGBT con el fin de sentar el precedente legal que necesitaban para impulsar la legalizacion de las uniones del mismo sexo prometida y alentada por la presidenta Cristina Fernández.


Con la complicidad del lobby gay

Bimbi cuenta que el secreto lo conocían los activistas del lobby gay y que eso se acordó porque “necesitábamos dos hombres o dos mujeres que presentaran el próximo amparo en capital, en el fuero contencioso administrativo, y se prepararan para, si todo salía bien, ser los primeros en casarse".

“Al principio había sido por una causa justa pero acabó transformándose en el show mediático de una persona ambiciosa (Freyre), que se creyó el personaje y lo usó para sacar rédito. Ya no es más por una causa. Y ya superó todos los límites", escribió Bimbi en su blog.

El periodista reprodujo uno de los diálogos de esos días al interior del lobby homosexual:

“- José y yo estamos dispuestos a hacerlo -dijo Alex Freyre en una reunión, en la sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, que nos había prestado una oficina para que la Federación contara con una sede provisoria.

- ¿José y vos están en pareja? -preguntó María Rachid, presidenta de la Federación LGBT, sorprendida.

- Eso no importa -dijo Alex, muy seguro-. Esto es un compromiso militante y la Federación necesita que alguien lo haga. Nosotros no les tenemos miedo a las cámaras, tenemos experiencia en el manejo con los medios, somos activistas desde hace muchos años y nos sabemos el discurso de memoria. Después, si nos tenemos que casar, nos casaremos, que todo sea por la causa”.

El periodista contó que en su momento él le dijo a Freyre: “Si alguien se entera y, ponele, el diario La Nación publica que ustedes no son pareja, perdemos toda la credibilidad y todo el mundo se nos va a poner en contra”.

Freyre le respondió: “Eso no va a pasar. Y si pasa, nosotros lo vamos a negar a muerte. Además, aunque no seamos novios, nos queremos de verdad” y dijo haber sostenido numerosos encuentros sexuales con Di Bello. “Eso lo saben todos los que nos conocen’”.


La estrategia del lobby gay

Bimbi describió detalles de la estrategia que diseñaron para las parejas que decidieran ser los primeros en acceder al “matrimonio” gay: “debían ser personas muy preparadas para responder a cualquier pregunta con la velocidad de la televisión, con argumentos sólidos y sin miedo, y que, si tenían que debatir al aire en un programa con un cura o un diputado homofóbico, pudieran ganarle. No alcanzaba con tener ganas –y pocos las tenían–, además había que estar preparado para asumir esa responsabilidad y bancarse (soportar) lo que viniera”.

Para el periodista, Freyre y Di Bello tenían estas capacidades: “a nadie en la Federación (LGBT) le cabían dudas sobre la capacidad de ambos para asumir la responsabilidad que significaba presentar el amparo. Eran dos de nuestros mejores cuadros en el manejo con los medios (…) Podían ser la pareja ideal para hacerlo, si fuesen pareja. Era eso lo que nos hacía dudar”.

Di Bimbi cuenta que se decidió a contar todo esto porque Alex Freyre “se había creído el personaje. Cuando el telón cayó y el público se retiró de la sala, él siguió actuando, como si nada. No sólo no había querido contar la verdad –y nos había pedido no hacerlo– sino que, en vez de dar vuelta la página y seguir con su vida, agrandaba una mentira que ya no era más necesaria, porque la ley ya estaba aprobada”.

Freyre, prosigue Di Bimbi, “contaba en Twitter que estaba cenando con su marido, cuando todos sabíamos que tenía otra pareja. Daba entrevistas en televisión hablando de la intimidad de los recién casados y hacía chistes sobre la distribución de las tareas domésticas, aunque no vivían juntos. Iba a los actos políticos con José y saludaban como si fueran Perón y Evita”.

El presidente de la federación Argentina LGBT, Esteban Paulón, dijo al diario argentino La Nación que en el momento en que Alex y José María les pidieron presentar el amparo por matrimonio, desde la Federación acompañaron esa solicitud.


La expulsión de Freyre

"En ese sentido ellos expresaron voluntad de casarse y, sin impedimentos de por medio, avanzamos con el apoyo a su pedido. Una vez celebrado el matrimonio y aprobada la ley de identidad de género las actitudes personalistas de Alex, que intentó sacar provecho personal todo el tiempo sin pensar en lo colectivo, nos llevaron a expulsarlo por unanimidad de las organizaciones de la FALGBT en febrero 2011", relató.

Esto ocurrió tan sólo 6 meses después de aprobada la ley del “matrimonio” gay que había generado una serie de manifestaciones multitudinarias en Argentina, como la realizada ante el Congreso Nacional en julio de 2010 en la capital, cuando se reunieron más de 200 mil personas en defensa del matrimonio y la familia.

(fuentes: aciprensa.com; religionenlibertad.com)

Cuando Dios calla: La certeza de una Presencia

Una queja paradójica

En los pasados dos artículos comenzamos una reflexión alrededor del silencio de Dios. Lo contemplamos desde diversos puntos de vista, para ayudarnos a comprender siquiera un poco, a aceptar, a conocer, a abrazar en la fe, a vivir este misterio bello, por ser Suyo, pero que tantas veces nos sorprende y algunas veces puede causar inquietud, constituir un obstáculo para el encuentro sereno y amoroso con Él en nuestra ermita interior.

A veces Dios parece mudo, indiferente, a nuestras súplicas. Cuando su silencio se prolonga incluso por años puede llegar a ser una experiencia tremendamente dolorosa para el alma que lo busca con sinceridad.

Como no lo escuchamos, lo primero que pensamos es que Él no nos escucha. Y sin embargo oramos. No nos damos por vencidos, un día y otro acudimos a Él, volvemos sedientos a hablarle, a preguntarle, a suplicarle con insistencia redoblada: ¡escúchame!

"Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica". (Salmo 129)

"Señor, Dios mío, de día te pido auxilio,
De noche grito en tu presencia;
Llegue hasta ti mi súplica,
inclina tu oído a mi clamor (...)
Todo el día te estoy invocando,
tendiendo las manos hacia ti". (Salmo 87)

Qué misterio. Qué paradoja. Hemos de concluir que de un modo desconocido Dios sostiene nuestra fe en su presencia. Es un hecho que creemos que está ahí cuando le dirigimos la palabra, cuando elevamos a Él el corazón. Pues ¿quién en su sano juicio hablaría con la pared? Si oramos, incluso si nos quejamos, es porque tenemos la íntima certeza de que Dios nos escucha. Actuamos al menos como si creyéramos que nos escucha siempre, incluso aunque no responda, dado que oramos en cualquier momento, siempre que se nos ocurre. Estamos dando por supuesto que Él se encuentra disponible, permanentemente atento a nosotros. De hecho, es así.

Es esta certeza de su presencia amorosa la que permite al salmista clamar:

"¿Por qué, Señor, me rechazas
y me escondes tu rostro?" (Salmo 87)

El salmista siente que Dios se ha escondido, y sin embargo no lo considera ausente. Si Dios no estuviera cerca suyo, atento a su oración, ¿qué sentido tendría dirigirle la palabra? Y si no existiera una comunión de mutuo amor con Dios, ¿por qué habría de quejarse? No puede negarlo: sabe que Dios está ahí con él, aunque sus ojos no lo vean, sus oídos no lo escuchen, su corazón no lo sienta.


La certeza de una Presencia

Hace muchos años una compañera de oficina colocó sobre la computadora un post it que decía: "del deseo de que me contesten los mensajes, líbrame Jesús".

En nuestra experiencia cotidiana, algo que suele exasperarnos es no obtener respuesta a nuestras preguntas, especialmente cuando nos parecen necesarias, urgentes, prioritarias. Envías un mail, y nada; pruebas con un whatsapp, y tampoco. Te haces un tiempo, llamas por teléfono, y no llega la llamada de vuelta. Vuelves a probar más tarde, dejas recado, nada. La impaciencia llega al clímax cuando quien no responde es tu esposo, tu madre, tu novia, tu jefe... No tiene necesariamente lógica, pero frecuentemente a causa de esta ausencia de respuestas nos sentimos rechazados, ofendidos, no queridos. Hasta que por fin constatamos, algo avergonzados de la "tormenta en el vaso de agua", que, en la mayor parte de los casos, no había nada de eso.

Tal vez no caemos en la cuenta de que Dios responde de otra manera, de muchas maneras. Una de las más bellas es su amor incondicional: Dios responde "estando ahí", presente. Responde permaneciendo a nuestro lado. Su amor de Padre, su atención incansable a cada uno de sus hijos, anclan su mirada a nuestro corazón.

Cada uno de nosotros, cuando se queda en silencio, no sólo necesita sentir los latidos de su corazón, sino también, más en profundidad, el pulso de una presencia fiable, perceptible con los sentidos de la fe, y sin embargo mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo." (Benedicto XVI 1 de junio de 2008)

Si la oración es encuentro, éste puede ser silencioso. Para el amor no hacen falta palabras. Muchas veces, en realidad, sobran. Los novios, los esposos, los verdaderos amigos, conocen el lenguaje de la mirada, de la compañía, de la confianza inquebrantable, de la paciencia oblativa en los momentos de contraste o dificultad. Del "estar ahí".

Rezo porque confío que Alguien me escucha pase lo que pase, noche y día. Siempre.

Rezo porque confío que acoge mi oración en Su corazón. Yo sé que le importo. Sé que por mí le importan mis cosas, mis preocupaciones incluso más pequeñas, y sobre todo las personas a las que amo.

Rezo porque confío en el amor de Dios a quien amo.

Y cuando rezo...
A veces, Dios habla.
Yo le escucho.
Su voz resuena en mi interior y el eco permanece.
A veces, Dios calla.
Yo le comprendo.
Su silencio encuentra eco en mi corazón.
Reluce en la penumbra su Presencia.
Retumba como una llamada: la del amor crecido, incondicional, sereno, cierto.
La del "sólo Dios basta" de Teresa de Ávila.


Con los sentidos del alma

El espacio invisible de la presencia de Dios es al mismo tiempo el inaudible de su Palabra. Habla calladamente, pero no deja de pronunciarse. Escucha mi interior desde Su interior. "Dios escucha mejor los corazones que las voces" decía S. Juan Crisóstomo. Tal vez podamos también nosotros escuchar mejor el Corazón que la Voz de Dios.

Se trata, pues, de actuar los sentidos del alma, unos nuevos oídos interiores, una nueva mirada, con los que tocar a Dios. La fe, la confianza, la esperanza, el amor.

"El hombre no puede orar más que apoyándose en una fe viva. A la inversa- y así se cierra el círculo-, su fe no es viva más que si ora". (Romano Guardini, Initiation a la Prière, cap.I)

No estamos solos en esta tarea. El Espíritu Santo infunde en nosotros la gracia y las virtudes que tanto necesitamos, y fortalece nuestro ánimo para que no desfallezcamos en nuestra búsqueda. Podemos pedírselo así a este Maestro interior de oración (cf. Catecismo 2672) con palabras que tal vez hemos recitado muchas veces: "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor" (cf. Secuencia de Pentecostés).

Ven Espíritu Santo, llena mi corazón, y enciende en mí el fuego de tu amor, la llama viva de tu presencia.
Que te descubra escondido dentro de mí, santo y cálido huésped y amigo de mi alma.
Que mi vida sea un espacio de acogida en el que establezcas tu casa.
Vivir contigo me basta.


A ver quién puede

"El hombre que ora se planta de cara al Todopoderoso y le dice valientemente: A ver quién puede. Se entabla entonces una lucha entre dos seres desproporcionados, de los cuales el uno no es sino tierra y suciedad, doblemente impotente contra su adversario, por su creación y por sus faltas; y sin embargo, lejos de que el miedo paralice al hombre, parece que hace estremecer a Aquel cuya majestad hace temblar a todo. Dios se defiende; Dios parece temer en sí un punto débil, un paso mal defendido. "Déjame", dice Él un día a Moisés. Déjame, es decir, no me ruegues, porque si tú me insistes, yo cedo. En este combate en que el hombre interpela a Dios, le asedia con la misma petición, le recuerda sus promesas, le conjura en su nombre, le representa los inconvenientes de una negativa, le suplica, le intima, le cansa, parece que Dios teme el resultado del debate y que el hombre está seguro de antemano..." (Padre PONTET, "L´homme moderne et la Prière", pp.65-66 en FRANCOIS STROOBANTS, La oración, pp.78-79)

Jesús mismo nos invitó a no cejar en la oración. Nos aseguró que seríamos escuchados. Y lo demostró cuanto pudo. Él mismo escuchó siempre a quienes lo invocaron: sea con palabras, como ruego del leproso (Mc 1,40-41), el de un padre angustiado que imploraba la salud para su hija (Mc 5,36), del ladrón crucificado a su lado (Lc 23, 39-43), o sea en silencio como los portadores del paralítico (Mc 2,5), el roce de la hemorroísa (Mc 5,28) o las lágrimas y el perfume de la mujer pecadora (Lc 7, 37-38). (Cf Catecismo 2616) Confiemos pues. Algún día, Jesús mismo, conmovido por la oración ferviente y perseverante, nos dirá:

"Yo he escuchado tu oración, he visto tus lágrimas y voy a curarte". (2 Re 20,5)

Y podremos exclamar como Job:

"Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos". (Job 42,5)

Los ojos de la fe viva. Los ojos del corazón profundo, donde nuestro Señor habita. Un buen día nuestra mirada descubrirá a Aquel que siempre estuvo a nuestro lado y dentro de nosotros, con su presencia resucitada: "¡Es el Señor!" (Jn 21,7)

escrito por Ángeles Conde
(fuente: www.la-oracion.com)

viernes, 27 de febrero de 2015

¿Cómo puedo escuchar que Dios me habla en la oración?

La frase «conversación con Dios» describe muy bien la oración cristiana. Cristo ha revelado que Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía. Para los cristianos, entonces, la oración, como lo explicó el Papa Benedicto XVI cuando visitó Yonkers, Nueva York en el 2007, es una expresión de nuestra «relación personal con Dios». Y esa relación, continuó diciendo el Santo Padre, «es lo que más importa». Parámetros de la fe.

Cuando oramos, Dios nos habla. Antes que nada, necesitamos recordar que nuestra relación con Dios se basa en la fe. Esta virtud nos da acceso a un conocimiento que va mas allá de lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Por la fe, por ejemplo, sabemos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, a pesar de que nuestros sentidos sólo perciban las especies del pan y del vino. Cada vez que un cristiano ora, la oración tiene lugar dentro de este ámbito de la fe.

Cuando me dirijo a Dios en la oración vocal, sé que me está escuchando, aunque no sienta su presencia con mis sentidos o mis emociones. Cuando lo alabo, le pregunto cosas, lo adoro, le doy gracias, le pido perdón...en todas estas expresiones de oración, por la fe (no necesariamente por mis sentidos o mis sentimientos) sé que Dios está escuchando, se interesa y se preocupa. Si tratamos de entender la oración cristiana fuera de esta atmósfera de fe, no vamos a llegar a ninguna parte.

Teniendo esto en mente, echemos un vistazo a las tres formas en que Dios nos habla en la oración. El don del consuelo.

En primer lugar, Dios puede hablarnos cuando nos otorga lo que los escritores espirituales llaman consuelo. A través de él, toca el alma y le permite ser consolada y fortalecida con la sensación de percibir su amor, su presencia, su bondad, su poder y su belleza.

Este consuelo puede fluir directamente del significado de las palabras de una oración vocal. Por ejemplo, cuando rezo la famosa oración del beato Cardenal Newman «Guíame, luz amable», Dios puede aumentar mi esperanza y mi confianza, simplemente porque el significado de las palabras, nutren y revitalizan mi conciencia del poder y la bondad de Dios.

El consuelo también puede fluir desde la reflexión y la meditación en la que nos involucramos cuando hacemos oración mental. Al leer y reflexionar lentamente, la parábola del hijo pródigo, por ejemplo, puedo sentir que mi alma se conforta con la imagen del padre abrazando al hermano menor arrepentido. Esa imagen del amor de Dios viene a mi mente y me da una renovada conciencia de la misericordia y la bondad de Dios. ¡Dios es tan misericordioso!, me digo a mí mismo y siento la calidez de su misericordia en mi corazón. Esa imagen y esas ideas son mías en tanto surgen en mi mente, pero son de Dios en la medida que surgieron en respuesta a mi reflexión de la revelación de Dios, dentro de una atmósfera de fe.

O, en otra ocasión, puedo meditar el mismo pasaje bíblico y ser trasladado a una profunda experiencia de dolor por mis propios pecados: en la rebelión ingrata del hijo pródigo, veo una imagen de mis propios pecados y rebeliones y siento repulsión por esto. Una vez más, la idea de la fealdad del pecado, y el dolor por mis pecados personales son mis propias ideas y sentimientos, pero son una respuesta a la acción de Dios en mi mente en la medida en que Él va guiando mi ojo mental para que perciba ciertos aspectos de su verdad mientras lo escucho hablar a través de su Palabra revelada en la Biblia.

En cualquiera de estos casos, mi alma vuelve a ser tocada y por tanto nutrida y consolada por la verdad de quién es Dios para mí y quién soy yo para Él –es verdad que Dios le habla a mi alma. Pero la distinción entre el hablar de Dios y mis propias ideas no es tan clara como a veces nos gustaría que fuera. Él realmente habla a través de las ideas que me llegan a medida que, en la oración, yo vuelco mi atención hacia Él; habla dentro de mí a través de las palabras que surgen en mi corazón cuando contemplo su Palabra.


Nutriendo los dones del Espíritu Santo

En segundo lugar, Dios puede respondernos en la oración incrementando los dones del Espíritu Santo en nuestra alma: sabiduría, ciencia, entendimiento, piedad, temor de Dios, fortaleza y consejo. Cada uno de estos dones nutre nuestros músculos espirituales, por así decirlo, y juntos, desarrollan nuestras facultades espirituales haciendo más fácil descubrir, apreciar y querer la voluntad de Dios en nuestra vida, y llevarla a cabo. En pocas palabras, los dones mejoran nuestra capacidad para creer, esperar y amar a Dios y a nuestro prójimo. Entonces, cuando estoy dirigiéndome a Dios en la oración vocal o tratando de conocerlo más profundamente a través de la oración mental, o adorándolo a través de la oración litúrgica, la gracia de Dios toca mi alma, nutriéndola mediante el aumento de la potencia de estos dones del Espíritu Santo.

Dado que estos dones son espirituales y no materiales, y que la gracia de Dios es espiritual, no siempre sentiré que Dios me nutre. Puedo pasar 15 minutos leyendo y reflexionando sobre la parábola del Buen Pastor sin tener ideas o sentimientos consoladores; mi oración se siente seca. Pero eso no quiere decir que la gracia de Dios no esté nutriendo mi alma y que no se estén fortaleciendo dentro de mí los dones del Espíritu Santo.

Cuando tomo vitaminas (o me alimento con brócoli) no siento que mis músculos estén creciendo, pero sé que esas vitaminas están permitiendo el crecimiento. De igual manera, cuando rezamos, sabemos que estamos entrando en contacto con la gracia de Dios, con un Dios que nos ama y nos está haciendo santos. Cuando no experimento el consuelo, puedo estar seguro que, como quiera, Dios está trabajando en mi alma, fortaleciéndola con sus dones por medio de las vitaminas espirituales que mi alma toma cada vez que, lleno de fe, entro en contacto con Él. Pero esto lo sé sólo por la fe porque Dios, al nutrirnos espiritualmente, no siempre envía consuelos sensibles. Es por esto que el crecimiento espiritual depende de manera tan significativa de nuestra perseverancia en la oración, independientemente de si sentimos o no los consuelos.


Inspiraciones directas

En tercer lugar, Dios puede hablar a nuestra alma a través de palabras, ideas o inspiraciones que reconocemos claramente como venidas de Él. Personalmente, tengo un vívido recuerdo de la primera vez que el pensamiento del sacerdocio me vino a la mente. Ni siquiera era católico y nadie me había dicho que debería ser sacerdote. Y, sin embargo, a raíz de una poderosa experiencia espiritual, el pensamiento simplemente apareció en mi mente, completamente formado con claridad convincente. Yo sabía, sin lugar a duda, que la idea había venido directamente de Dios y que Él me hablaba dándome una inspiración.

La mayoría de nosotros, aunque sean pocas veces, hemos tenido algunas experiencias como ésta, cuando sabíamos que Dios nos estaba diciendo algo específico, aun cuando sólo escucháramos las palabras en nuestro corazón y no con nuestros oídos físicos. Dios puede hablarnos de esta manera incluso cuando no estemos en oración, pero una vida de oración madura hará nuestras almas más sensibles a estas inspiraciones directas y creará más espacio para que, si así lo desea, Dios nos hable directamente más seguido.

Jesús nos aseguró que cualquier esfuerzo que hagamos por orar traerá la gracia a nuestras almas, ya sea que lo sintamos o no: « Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá .» (Mateo 7, 7-8). Pero al mismo tiempo, tenemos siempre que recordar que debemos vivir toda nuestra vida, incluyendo nuestra vida de oración, a la luz de nuestra fe, y no sólo de acuerdo con lo que percibimos o sentimos. Tal como san Pablo dijo de manera tan poderosa: «Caminamos en la fe, no en la visión...» (2 Corintios 5,7).

escrito por P. John Bartunek, L.C 
(fuente: la-oracion.com)

¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Qué significa en la práctica convertirse?

¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Qué significa en la práctica convertirse? En su penúltima audiencia (13-II-2013) Benedicto XVI quiso reflexionar sobre las tentaciones de Cristo (cf. Lc 4, 1-13). Y comenzó invitando a plantearse una pregunta fundamental: “Qué es lo que realmente cuenta en mi vida?”.


La tentación de suplantar a Dios 

 La primera tentación quiere reducir los deseos y necesidades del hombre al pan, cuando en realidad no es menor el hambre de verdad, el hambre de Dios.

La segunda es sobre el poder, y Jesús deja claro que el poder que salva el mundo es el poder de la cruz, de la humildad y del amor. Y en la tercera, el demonio le propone hacer algo extraordinario, espectacular.

Observa el Papa que hay un núcleo en las tres tentaciones: “Es la propuesta de instrumentalizar a Dios, usarlo para los propios intereses, para la propia gloria y para el propio éxito”. Con otras palabras, “ponerse a sí mismos en lugar de Dios, removiéndolo de la propia existencia y haciéndolo parecer superfluo”.

Esas tres tentaciones también nos acechan a nosotros. Por eso cada uno, observa Benedicto XVI, debería preguntarse: “¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Es Él el Señor o soy yo?”


Dejar que Dios ocupe el primer lugar

Se hace necesario, por lo tanto, superar esa tentación de someter a Dios a nuestros propios intereses, o dejarlo a un lado. Y convertirse, como escuchamos muchas veces en Cuaresma. Esa palabra significa seguir a Jesús de modo que Él guíe nuestra vida; dejar que Dios nos trasforme, dejando de pensar que nosotros somos los únicos constructores de nuestra existencia; reconocer que somos criaturas de Dios, y que sólo “perdiendo” nuestra vida en Él podemos ganarla.

“Hoy –señala– ya no se puede ser cristiano como mera consecuencia del hecho de vivir en una sociedad de raíces cristianas; incluso el que nace en una familia cristiana y es educado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser cristiano; es decir, de poner a Dios en primer lugar, frente a las tentaciones que una sociedad secularizada le propone de continuo, frente al juicio crítico de muchos contemporáneos”.

Este poner a Dios por delante se concreta en muchas cosas. Ejemplifica el Papa: la fidelidad al matrimonio, la misericordia en la vida cotidiana, el tiempo para la oración, la oposición a elecciones tales como el aborto en caso de embarazo indeseado, la eutanasia en caso de enfermedad grave, la selección de embriones (con la consecuente muerte de muchos otros) para prevenir enfermedades hereditarias, etc.

Benedicto XVI evoca las conversiones de san Pablo y de san Agustín, en la época antigua. Pero también otras de nuestra época, concretamente las de Pavel Florenskij, Etty Hillesum y Dorothy Day.

O Dios, o yo

Cada uno de nosotros, añade, ha de estar preparado para ser visitado por Dios, sin dejarse llevar por espejismos, apariencia o cosas materiales.

Y concluye proponiendo: “En este Tiempo de Cuaresma, en el Año de la Fe, renovemos nuestro empeño en el camino de la conversión, para superar la tendencia a cerrarnos en notros mismos y para dejar, en cambio, espacio a Dios, mirando con sus ojos la realidad cotidiana”.

De esta manera, la alternativa entre la cerrazón de nuestro egoísmo y la apertura al amor de Dios y a los otros, corresponde a la alternativa de las tentaciones de Jesús, entre poder humano y amor a la Cruz, entre el mero bienestar y la obra de Dios. “Convertirse –en suma– significa no cerrarse en la búsqueda del propio éxito, del propio prestigio, de la propia posición; sino actuar de tal manera que cada día, en las cosas pequeñas, la verdad, la fe en Dios y el amor sean lo más importante”.

Eso es, en efecto, lo decisivo para un cristiano. En último término, o Dios (y tras de Dios están siempre los demás) o yo.

(fuentes: www.primeroscristianos.com)

jueves, 26 de febrero de 2015

En Cuaresma, Mons. Lozano invita a abrirse a la gracia de Dios


Jueves 26 Feb 2015 Gualeguaychú (Entre Ríos) (AICA): El obispo de Gualeguaychú, monseñor Jorge Lozano, ofreció una reflexión para el tiempo de Cuaresma en la que invitó a asumir las distintas dimensiones que este tiempo litúrgico ofrece al cristiano para renovar la alegría de la fe y el fervor misionero. El obispo de Gualeguaychú, monseñor Jorge Lozano, ofreció una reflexión para el tiempo de Cuaresma en la que invitó a asumir las distintas dimensiones que este tiempo litúrgico ofrece al cristiano para renovar la alegría de la fe y el fervor misionero.

Monseñor Lozano recordó que la misma palabra Cuaresma hace referencia al número 40, que aparece en la Palabra de Dios reiteradamente. Destacó que fueron 40 los días del Diluvio, también 40 los años del pueblo de Israel que peregrinó hacia la tierra prometida, 40 los días del ayuno de Jesús antes de comenzar su vida pública y también 40 los días que pasaron desde la muerte y resurrección del Señor hasta su ascensión al Cielo.

“Cada uno de estos pasajes nos trae una dimensión de la Cuaresma”, observó el prelado.

“El diluvio nos muestra una dimensión de purificación: Dios, que veía cómo crecía el pecado en el mundo, después de Adán y Eva y de la muerte de Abel a manos de Caín, ve que es necesario un nuevo comienzo, un empezar de nuevo, y por eso le ofrece a Noé atravesar esos 40 días del diluvio subido en el arca, signo del bautismo y de purificación que estamos llamados a asumir en este tiempo”, manifestó el obispo.

“También fueron 40 los años que peregrinó el pueblo de Israel en el desierto hacia la tierra prometida”, analizó. “La Cuaresma nos muestra esta dimensión de peregrinos en la fe que tenemos todos”, añadió.

“Estamos llamados a movilizarnos, a desperezarnos y dejar esa manera aburguesada o costumbrista de vivir la fe para ir a lo profundo, para saber que nosotros también vamos con el corazón peregrino orientado al Cielo. La Pascua nos llenará de la alegría de la novedad del Espíritu Santo que nos provoca ser realmente hombres y mujeres nuevos”, aseguró.

Monseñor Lozano también recordó que Jesús ayunó 40 días antes de comenzar su predicación, e inció que la Cuaresma también orienta al bautizado a prepararse para la misión, por lo que sugirió buscar los modos de renovar de modo personal y comunitario el fervor misionero.

El obispo de Gualeguaychú dijo también que Jesús se apareció a los apóstoles y a otros discípulos luego de su resurrección. En este sentido, propuso fomentar en la Cuaresma el encuentro con Jesús vivo, a través de la Palabra de Dios y de los sacramentos para percibir de este modo su presencia y vivir una experiencia de encuentro con Él.

“Te deseo de corazón que podamos abrirnos a la gracia de Dios, para renovarnos en la alegría de la fe y en el fervor misionero”, concluyó el obispo en su mensaje.+

Tim Wotton: el hombre que vive cada día como si fuera el último

Tim Wotton
A Tim Wotton los médicos le dijeron que no viviría más allá de los 17 años a causa de su fibrosis quística, pero después de haber cumplido los 43 años vive cada día como si fuera su último, como relata a continuación a la BBC:

Cada hora de cada día es importante para mí porque nunca sé cuándo se me va a acabar el tiempo. Padecer fibrosis quística, una condición que limita la vida, impulsa mi sed de vida.

Me visto cada día como si fuera mi último día en este mundo. Nunca dejo mis prendas favoritas en el armario esperando ese momento especial. No veo la necesidad de quejarme de las pequeñas cosas que oigo en la oficina, en cambio tomo un tiempo cada día para apreciar algo natural, como una puesta de sol o el paisaje. Cada día debe estar salpicado de momentos especiales.

Durante la mayor parte de mi vida adulta nunca he estado más feliz que cuando mis fines de semana están repletos. Yo los llamo fines de semana Windows 7.

Les di ese nombre porque hay siete "ventanas" de oportunidades sociales después de terminar la semana de trabajo: viernes noche, sábado por la mañana, tarde y noche, y domingo por la mañana, tarde y noche.

Si soy capaz de llenar estos siete espacios de tiempo con una actividad de algún tipo -deporte, almuerzos, cenas, compras, cine, familia, fiesta- entonces, en mi mente, estoy saboreando cada momento.

Tim junto a su familia
Este estilo de vida abarca desde mi adolescencia, época universitara, todos mis años veinte y principios de los treinta, y fue impulsado por la posibilidad de que me iba a morir joven.

Hoy en día tengo diferentes prioridades, pero todavía aprovecho esas ventanas para incluir tiempo de calidad con la familia, socializar, mi trabajo como consultor de negocios, y ejercicio en forma de hockey los sábados y sesiones de gimnasio por las noches.

La fibrosis quística es una de las enfermedades hereditarias que amenazan la vida más comunes en el Reino Unido y afecta a más de 10.000 personas. Afecta a los órganos internos, especialmente a los pulmones y al sistema digestivo que se ven obstruídos con una mucosidad espesa y pegajosa, lo que hace que sea difícil respirar y digerir los alimentos. Cada semana, cinco bebés nacen con la condición, pero también cada semana se pierden tres vidas jóvenes. Actualmente no existe una cura.

Mi esposa, Katie, y mi hijo de siete años de edad, Félix, me proporcionan la motivación necesaria para mantenerme en la cima de mi batalla por sobrevivir y me ofrecen un suministro de recuerdos que afirman mi deseo de vivir.

Katie, una enfermera jefe, entiende mis necesidades médicas desde el primer día. Frecuentemente toso tan duro y durante tanto tiempo que vomito, a menudo cuando me estoy preparando para ir a trabajar. Un solo ataque de tos puede durar más de una hora, y es agotador. Mi esposa me ayuda. Ella aprecia mi entusiasmo por la vida, pero a veces me recuerda bajar el ritmo.

Felix ha crecido rodeado de parafernalia médica y se ha acostumbrado a verme usar mi nebulizador de aspecto extraño y tomar mis 40 comprimidos por día, lo que él llama "los dulces del papá".

Estoy cerca de ellos tanto como sea posible, y ofrezco a Felix tiempo de calidad, entrenándole para jugar hockey, levantándome temprano con él el fin de semana, haciendo excursiones familiares y llevando a Katie a cenar. Puedo lograr estas cosas a pesar de las dos a tres horas de tratamiento médico diarias, así como las visitas regulares al médico de cabecera, a la farmacia y al hospital.

Un cruel giro es que la enfermedad puede ser una condición solitaria ya que a los que la sufrimos se nos aconseja no relacionarnos cara a cara entre nosotros por miedo a enfermarnos más a causa de alguna infección cruzada (diferentes pacientes pueden portar diferentes bacterias). Esto significa que no podemos socializar fácilmente o darnos apoyo de forma regular.

Tim juega al hockey con regularidad, algo extraordinario para una persona que sufre de fibrosis quística.
Esta segregación de los pacientes se aplicó en las clínicas hace más de cuatro años, así que ya no soy capaz de relacionarme en sala con otros que tienen la misma condición que yo. En todo este tiempo, no he sido capaz de ver a mi mayor mentor, Chris. Ahora, sólo puedo conectar con él a través de correo electrónico.

Aunque podemos usar los medios sociales, es una pena que los pacientes de fibrosis quística no podamos reunirnos y pasar el rato. Al no ser capaz de ver el lenguaje corporal del otro, nos perdemos la forma más poderosa de comunicación.

Por mucho que desprecie mi batalla diaria, esta me ha dado una perspectiva de la vida que muchas personas nunca podrán alcanzar o sólo podrán lograrlo más tarde en la vida. Las personas con una enfermedad que amenaza su vida tienen una capacidad, no sólo para identificar sino para apreciar plenamente momentos mágicos. Me resulta liberador considerar cada día como potencialmente mi último día en la Tierra.

(fuente: bbc.co.uk)

miércoles, 25 de febrero de 2015

Jesús, el pecado y los pecadores

Jesús ante mal ¿Cómo actuaba Jesús ante el pecado y los pecadores? ¿Existe algún pecado imperdonable? ¿Cuál es? ¿Cómo debemos actuar nosotros frente al pecado según lo que Jesús nos enseña?

Hemos visto aspectos exteriores de la personalidad de Jesús. Ahora es el momento de meternos en lo más profundo de su corazón. Si para alguien ha venido Jesucristo ha sido para los pecadores, para todos nosotros que sentimos los arañazos de nuestra naturaleza humana, herida por el pecado original. Canta la liturgia de la Vigilia Pascual: "¡Feliz la culpa, que nos mereció tan noble y tan gran Redentor!". Jesucristo, sí, odió el pecado, pero buscó y amó con gran misericordia al pecador, porque vino a salvar lo que estaba perdido. Nadie debe sentirse excluido de su Corazón misericordioso.

Jesucristo vino a salvar a los pecadores. Esa fue la misión encomendada por el Padre desde el momento de la Encarnación. El eje central de su vida fue la lucha contra el mal radical, el pecado, que es lo único que nos aleja de Dios y nos impide la comunión con Él. Nadie mejor que Jesús ha comprendido la maldad del pecado en cuanto ofensa a la grandeza y al amor de Dios.


Jesús y los pecadores.

¿Cuál es la postura de Jesús ante el mal moral, ante el pecado y ante los pecadores?

Jesús-pecado: he aquí dos palabras opuestas, contradictorias. Más opuestas que lo blanco y lo negro, que la paz y la violencia, que la vida y la muerte. El pecado es el reverso de la idea de Dios. Dios es la fuerza; el pecado es, no otra fuerza, sino la debilidad. Dios es la unidad, el pecado es la dispersión. Dios es la alianza, el pecado es la ruptura. Dios es la profundidad, el pecado la frivolidad. Dios lo eterno, el pecado la venta a lo provisional y fugitivo.

Y, sin embargo, el pecado es algo fundamental en la vida de Jesús. Probablemente no se hubiera hecho hombre de no ser por el pecado, pues la lucha contra el mal, que obstaculiza la llegada del Reino, constituyó una tarera centra en su vida terrena. Jesús no tuvo pecado alguno. Y, sin embargo, nadie como él entendió la gravedad del pecado, porque al ser Hijo del Padre podía medir lo que es una ofensa a su amor.

Por eso, conozcamos cuál fue la postura de Jesús ante el pecado y los pecadores, saber qué entendió por pecado, cuáles valoraba como más graves y peligrosos, cómo trataba de hacer salir de él a cuantos pecadores encontraba en su camino.

Comencemos por decir que en el mundo bíblico el pecado no fue nunca la violación de un tabú, como era típico de las tribus primitivas. La predicación de los profetas conducirá a los judíos hacia una visión del pecado como algo que vicia radicalmente la personalidad humana, ya que implica una desobediencia, una insubordinación en la que intervienen inteligencia y voluntad del hombre, contra el mismo Dios personal y no contra un simple fatum abstracto.

Las mismas palabras hebreas y griegas con las que la Biblica designa el pecado acentúan este carácter voluntario y personal. En hebreo es la palabra hatá que significa "no alcanzar una meta, no conseguir lo que se busca, no llegar a cierta medida, pisar en falso", y, en sentido moral, "ofender, faltar a una norma ética, infringir detrminados derechos, desviarse del camino recto". La versión de los setenta suele traducir ese hatá hebreo por amartía, amartano que también significan "fallar el blanco o ser privado de algo".

Esta idea de ruptura es acentuada por los profetas que ven siempre el pecado como la negativa a obedecer una orden o seguir una llamada. En Amós es la ingratitud; en Isaías, el orgullo; en Jeremías, la falsedad oculta en el corazón; en Ezequiel, la rebelión declarada. En todos los casos la ruptura de un vínculo, la violación de una alianza, la traición de una amistad. Cada vez que uno peca repite la experiencia de Adán, ocultándose de Dios.

Por todo esto se explica que Dios tome tan dramáticamente el pecado, no como una simple ley violada, sino como una amistad traicionada, un amor falseado. Por eso en la redacción del decálogo se pone en boca de Yavé esta terrible denominación de los transgresores: aquellos que me odian, mientras que llama a los que cumplen los mandamientos los que me aman (cf Ex 20, 5-6).


¿Qué significaba el pecado en tiempos de Jesús?

Para la comunidad de monjes de Qumram, que escapaban al desierto, el mundo estaba podrido; por eso se pasaban todo el día con bautismos, abluciones y oraciones de purificación. Los fariseos se creían los separados, los puros...el resto es pecador.

Para Jesús no es que todo sea pecado y sólo pecado. Sus metas son positivas y luminosas, pero sabe muy bien que al hombre no le basta el querer para salvarse. Sabe que ha venido para salvar al hombre del pecado. Pero invita a la conversión: sin ella no se podrá entrar en el reino de Dios (cf Mt 3, 2; Mc 1, 15). Este es un Reino que sólo puede construirse después de haber destruido los edificios del mal y de haber retirado sus escombros. Casi se diría que Jesús exagera su interés por los pecadores, cuando afirma con atrevida paradoja que ha venido a llamar, no a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 12), cuando se presenta como médico que sólo se preocupa por las almas enfermas (cf Mc 2, 17). Su interés será tal que será acusado de andar con publicanos y pecadores (cf Mt 9, 12) y de mezclarse con mujeres que han llevado vida escandalosa (cf Lc 7, 36-42). Él mismo resumirá el sentido de su vida en la Última Cena declarando que su sangre será derramada en remisión de los pecados (cf Mt 26, 27) y, tras su muerte, pedirá a sus apóstoles que continúen su obra predicando la penitencia para la remisión de los pecados a todas las gentes (cf Lc 24, 44-48).


Para Jesús, ¿qué significaba, pues, el pecado?

No era sólo la trasgresión literal de una ley, como era para los escribas y fariseos, que se quedaban en lo secundario y olvidaban lo principal (cf Mt 23, 23-24). Para Jesús el pecado nace del interior del hombre (cf Mt 15, 10-20); por eso, es necesaria la circuncisión del corazón de la que habló Jeremías (4, 4). Para Jesús el pecado es una esclavitud con la que el hombre cae en poder de Satán (cf Lc 22, 3); sabe que el mismo Satanás busca a sus elegidos para cribarlos como el trigo (cf Lc 22, 31). Para Jesús, bajo el pecado hay siempre una falsa valoración de las cosas, pues el corazón humano se deja arrastrar de lo inmediato y de las satisfacciones sensibles. (72) Así, pues, el pecado para Jesús es un desamor a Dios, un desprecio a los demás; es decir, es una ofensa a Dios y al prójimo.


¿Cuáles son los más grandes pecados para Jesús?

El primero de éstos es la hipocresía religiosa, especialmente cuando formas o apariencias religiosas se usan para cubrir otros tipo de intereses humanos (cf Mt 23), pero pisotean la justicia, la misericordia y la lealtad.

Otro pecado muy grave es el desprecio a su mensaje o a su invitación (cf. Lc 14, 15-24). Quienes oyeron su mensaje y no lo cumplen serán juzgados más severamente (cf Mt 10, 15; 21, 31).

El escándalo a los pequeños es de especial importancia (cf Mt 18, 6-7; Lc 17, 1-3).

El pecado de soberbia (cf. Lc 18, 9-14).

El pecado de ingratitud (cf. Lc 17, 11-19).

El pecado de apego a las cosas materiales (cf. Mt 19, 16-26)

Todos los pecados que se oponen al amor al prójimo son graves para Jesús: "Id, malditos, al fuego eterno, porque tuve hambre y no me disteis de comer..." (Mt 25, 41-46).

No sólo los pecados de acción son graves; también los de omisión. Bastará recordar la parábola de los talentos en la que uno de los siervos es condenado a las tinieblas exteriores sólo por no haber hecho fructificar su denario (cf Mt 25, 30).

No es que Jesús no condenara los pecados de idolatría, blasfemia o adulterio; pero como los doctores de la ley lo repetían a todas horas, Jesús quiso poner énfasis en otros pecados que no se tomaban en serio. Incluso pedía la pureza del corazón, de pensamiento y de deseo (cf. Mt 5, 27-29).

¿Y el pecado imperdonable? Se trata de la blasfemia contra el Espíritu Santo (cf Mt 12, 30-32). Maximiliano García Cordero dice que ese pecado contra el E.S. "No es un pecado concreto, como trasgresión de un precepto divino determinado, sino una actitud permanente de desafío a la gracia divina"; ese cerrarse a Dios, ese rechazo de su obra y su mensaje hace imposible el arrepentimiento y, con ello, el perdón de Dios.


Jesús y los pecadores

¿Cómo trata Jesús a los pecadores? Jesús distingue perfectamente pecado y pecador. Con el pecado, Jesús es exigente e intransigente. Con el pecador, tierno y misericordioso. En todo pecador ve a un hijo de Dios que se ha descarriado. Sus palabras se ablandan; su tono de voz se suaviza; corre él a perdonar antes de que el pecador dé signos evidentes de arrepentimiento.

¿Qué hizo Jesús con los pecadores? Dedicación especial (cf Lc 4, 18-19; 7, 22-23; Mt 15, 24; 9, 35-36; Mc 2, 17), sean ricos (publicanos) o pobres. Se dedica a ellos con gestos muy significativos: come con ellos. Comer con alguien era signo de comunión mutua. Él come con ellos para acercarlos al banquete de Dios. Jesús ama primero al pecador y después le invita a la conversión.

Jesús aclara su postura con tres razones:

- Todos los hombres pecan: luego a todos se debe acoger (cf Jn 8, 7).

- Él es la encarnación de la misericordia de Dios. Y Dios es el Dios de todos (cf Mt 5, 45).

- Los pecadores necesitan ser acogidos para salvarlos (cf Lc 19, 10).

Pero la actitud de Jesús ante los pecadores esconde mucho más:

Todos han de reconocerse pecadores para que Él pueda acercarse y traerles la salvación (cf Mt 9, 13).

No tiene resentimiento contra los poderosos, discriminándoles, sino interés por los necesitados; así se ha de entender la tendencia a preocuparse más por los necesitados.

Jesús se acerca al pecador, pero no admite la falta cometida. Reconoce que los pecados no deben aceptarse (cf Jn 8, 11); por eso invita siempre al pecador a la conversión.

Jesús, pues, no prefiere a unos hombres sobre otros: Él ha venido a buscar lo que estaba perdido. Su objetivo es el hombre para salvarlo, sea quien sea (cf Lc 7, 50).

El culmen de la postura de Jesús ante los pecadores es su muerte (cf Mt 26, 28; Lc 23, 34). Este punto se profundizará más adelante.

Aunque Jesús buscó siempre con amor a los pecadores, y aunque muchos se abrieron a sus rayos salvadores...no siempre triunfará el amor de Jesús. Fracasó con muchos, porque se cerraron a su amor, a su perdón. Tenemos el caso de Judas, de los fariseos. Fracasaría con su ciudad querida de Jerusalén: "Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella y dijo: ¡Si al menos en este día comprendieras lo que lleva a la paz!..." (Lc 19, 41-44).

Cuando leemos algunas palabras duras de Jesús, como, por ejemplo, "Si tu mano o tu pie es para ti una piedra de tropiezo, córtatelo o arrójalo lejos de ti..." (Mt 18, 8), nos hacen reflexionar sobre algo muy serio: la posibilidad del fracaso total, definitivo e irreversible, llamado infierno. Si Jesús es duro, y predica la conversión, es porque quiere evitarnos este terrible fracaso. El infierno es la verdadera amenaza del hombre, que destruye alma y cuerpo (cf Mt 10, 28). Jesús, es verdad, no es un Dios de infierno en ristre, ni un neurótico del averno, pero no deja de mirar con terror esa horrorosa posibilidad con la que el hombre se enfrenta. Cree en el infierno y nos engañaría si no nos advirtiera ese espantoso riesgo. Por eso, claramente dice que quien no haga suya la vida que Él trae y no cumpla los mandamientos y muera sin arrepentirse les espera el más total y radical de los fracasos. Un fracaso, cuyo centro es la lejanía eterna de Dios por haberlo rechazado; un cataclismo ontológico para quien, habiendo sido amado por Dios hasta el punto de llamarlo hijo suyo en Cristo, rechaza obstinadamente a ese amor y con ellos su plena realización.

Dejemos claro una cosa. Jesús no es el condenador, sino el libertador. Él vino a traer la luz y no sólo a anatematizar la oscuridad. Por eso no le gusta que los hombres vivan obsesionados por si se salvarán o por cuántos se salvarán. Pero sí quiere que vivan dedicados a salvarse, que es el único negocio importante, urgente y personal; si perdemos este negocio, hemos perdido todo. Además nos invita siempre a la esperanza, nos pone todos los medios para esa total realización humana soñada y querida por Dios, que es la salvación eterna. Si se trata de ganar un pleito, o un juicio o conseguir un empleo o hacer un negocio temporal... se mueve cielo y tierra, se hacen mil diligencias y se trabaja hasta altas horas de la noche. Y para alcanzar la vida eterna y salvar el alma, ¿qué hacemos? Hay quienes viven como si la muerte, el juicio, el infierno y el cielo fueran fábulas o cuentos, y no verdades eternas reveladas por Dios y que debemos creer.

La palabra que resume la actitud de Jesús ante los pecadores es misericordia. Para el mundo grecolatino, antes de la venida de Cristo, la misericordia era un defecto y una enfermedad del alma. El filósofo Séneca, por ejemplo, dice que la misericordia es un vicio propio de viejas y mujerzuelas. Esta enfermedad, concluye Séneca, no recae sobre el hombre sabio(73) Tuvo que venir Cristo del cielo para gritarnos que la misericordia es el más sublime gesto de caridad...Es más, que la misericordia tiene un nombre: Jesucristo. Dios al encarnarse se hizo misericordia y perdón.


Nosotros ante el pecado y los pecadores

Sería bueno que repasemos un poco lo que es el pecado y cuáles son los pecados, para que cada día lo desterremos de nuestra vida, pues el pecado ha sido, es y será la mayor desgracia que nos puede acontecer en la vida.

El pecado existe. Es una realidad que brota del corazón del hombre, por instigación de Satanás que se sirve de sus engaños y de nuestras pasiones desordenadas. No es un error humano, una distracción o una fragilidad. Es, más bien, la negación de toda dependencia, la obstinación en quedarme en mí mismo, decidir por mí mismo. Es la decisión de procurarme por mí mismo la propia felicidad, de realizarme sin interferencias, y consecuentemente el rechazo de instaurar con Dios y con los demás una relación de amor. El pecado es egoísmo exagerado. Es preferirse a sí mismo, anteponerse a sí mismo a Dios y a los demás. Es trastocar el orden puesto por Dios y poner otros ídolos, otros intereses, a uno mismo en el puesto de Dios.

Todos hemos pecado, menos Jesús y su Madre Santísima.


¿Cuáles son los pecados?

Está el pecado original que cometieron nuestros primeros padres, Adán y Eva. Adán, como jefe de toda la humanidad, transmite a cada uno de los hombres este pecado, en cuanto padre de la humanidad, y como tal, lo contraemos todos sus descendientes.

Está el pecado actual o personal: es aquel cometido voluntariamente por quien ha llegado al uso de razón. Tal pecado se puede cometer de cuatro maneras: con el pensamiento, con las palabras, con las obras, con las omisiones. Y todo esto puede ser contra Dios, contra el prójimo o contra nosotros mismos. Este pecado personal puede ser, a su vez: mortal o venial.

El pecado mortal es una desobediencia a la ley de Dios en materia grave, cometida con plena advertencia de la mente y deliberado consentimiento de la voluntad. ¿Qué materia sería grave? Negar o dudar de la existencia de Dios; negar una verdad de fe definida por la Iglesia; blasfemar de Dios, la Virgen, los Santos; no participar de la misa sin algún motivo grave; tratar en modo gravemente ofensivo a los propios padres o superiores; matar a una persona o herirla gravemente; procurar directamente el aborto; cometer actos impuros consciente y deliberadamente; impedir la concepción con métodos artificiales; robar objetos de mucho valor; calumniar; cultivar y consentir pensamientos y deseos impuros; cumplir graves omisiones en el cumplimiento del propio deber; recibir un sacramento en pecado mortal; emborracharse o drograrse en forma grave; callar en confesión, por vergüenza, un pecado grave; causar escándalo al prójimo con acciones o actitudes graves.

¿Cuáles son los efectos que produce en el alma el pecado mortal? Mata la vida de gracia en el alma, es decir, rompe la relación vital con Dios; separa a Dios del alma; nos hace perder todos los méritos de cosas buenas que estemos haciendo; hace al alma digna del infierno; se nos cierran las puertas del cielo.

¿Cómo se perdona este pecado mortal? Con una buena confesión; o con un acto de contrición perfecta, unido al propósito de una confesión.

El pecado venial es una desobediencia a la ley divina en materia leve; o también en materia grave, pero sin pleno conocimiento y consentimiento. ¿Qué efectos produce el pecado venial? Entibia el amor de Dios, me enfría la relación con Él; priva al alma de muchas gracias que hubiera recibido de Dios si no hubiese pecado; nos dispone al pecado grave; hace al alma digna de penas temporales que hay que expiar o en esta vida o en el purgatorio. El pecado venial se borra con el arrepentimieno, con buenas obras (oraciones, misas, comunión, limosnas, obras de misericordia).

Los pecados capitales son siete, y se llaman capitales porque son cabecillas de otros pecados. Son éstos: Soberbia: es una exagerada estima de sí mismo y de las propias cosas y cualidades, acompañada de desprecio hacia los otros. Avaricia: es un deseo desmesurado de dinero y de haberes. Lujuria: es un desordenado apetito y uso del placer sexual. Ira: es un impulso desordenado a reaccionar contra alguno o contra algo que fue ocasión de sufrimiento o contrariedad. Pereza: Es una falta de voluntad en el cumplimiento del propio deber y un desordenado uso del descanso. Envidia: es un sentimiento de tristeza o dolor del bien del prójimo, considerado como mal propio. Gula: es la búsqueda excesiva del placer que se encuentra en el uso de los alimentos y bebidas.

Están, también, los pecados que claman al cielo: homicidio voluntario, pecado impuro contra naturaleza (homosexualidad), opresión de los pobres, no dar la paga justa a los obreros.

Finalmente, está el pecado contra el E.S.: desesperar de la salvación, presumir de salvarse sin mérito, luchar contra la verdad conocida, envidia de la gracia ajena, obstinación en los pecados, impenitencia final a la hora de la muerte.


CONCLUSIÓN

De todo lo que hemos visto concluimos lo siguiente:

- Debemos odiar el pecado, desterrarlo de nuestra vida, luchar contra todo tipo de mal que tengamos en nuestro corazón.

- Debemos renunciar al pecado, denunciarlo desde todos los púlpitos, con energía y respeto, y anunciar la Buena Nueva de la gracia.

- Pero debemos rezar por los pecadores, comprenderlos, no juzgarlos, tratar de ayudarlos para que vuelvan a Dios y a las fuentas de la misericordia de Dios. Nunca condenarlos.

- No nos alejemos de la casa de Dios Padre. En la casa de Dios Padre encontramos la luz, el calor, la seguridad, alegría y el amor...Fuera de la casa de Dios Padre encontramos oscuridad, frialdad, inseguridad, indiferencia de los demás, tristeza. Y si no, preguntémosle a ese hijo pródigo del evangelio (cf. Lc 15, 11ss). Y cuando tengamos la desgracia de alejarnos, aún hay posibilidad de volver, arrepentirse y abrazar a Dios, que desde siempre ha dejado la puerta de su corazón abierta a todos.

(72) Baste recordar aquí la parábola del hijo pródigo (Lc 15) o la de los invitados descorteses (Lc 14, 15-24).
(73) Cfr. Séneca, De Clementia, 2, 4-5

escrito por P. Antonio Rivero, L.C.
(fuentes: Libro Jesucristo; catholic.net)

martes, 24 de febrero de 2015

Quien a Dios tiene nada le falta

"¿Qué es lo que necesitamos para ser felices? ¿Qué es lo que anhela nuestro corazón? ¿Qué es lo que realmente nos hace falta?"

Es éste el penúltimo verso de la famosa oración-poesía de Santa Teresa que comienza por las palabras "Nada te turbe". Este verso nos da, en su sencillez, claves importantes para la vida de oración y la vida espiritual. Comencemos por el "nada le falta". No faltar nada en la vida es tener todo aquello lo necesario para ser feliz, para realizar la propia vocación y misión, para vivir en plenitud. Pero en relación a la sensación de plenitud, la experiencia humana está llena de paradojas. Muchas personas a las que no le faltaría nada en apariencia para poder ser felices porque tienen todo lo que humanamente parecería necesario para ser felices (dinero, poder, placeres, etc.), cuando se excava un poco dentro de ellas, aparecen como vacías, insulsas, llenas de angustias y de inquietudes. Todas sus "posesiones" del tipo que sean parecen vaciarlas.

En lugar de la plenitud que se esperaría, con frecuencia encontramos desazón, inquietud, vacío, aburrimiento, incluso desesperación. Por ello nos viene espontánea la pregunta como seres humanos: "¿Qué es lo que necesitamos para ser felices? ¿Qué es lo que anhela nuestro corazón? ¿Qué es lo que realmente nos hace falta?". No es fácil dar una respuesta, pero lo que sí sabemos es que sí, necesitamos cosas materiales, pero podemos tener todo y ser infelices. Necesitamos cierto aprecio de los demás, pero esto tampoco es suficiente. Necesitamos el amor de las creaturas. Pero las creaturas solas no llenan un corazón que es infinito en su capacidad.

Aquí tuvo una gran intuición San Agustín, cuando al comienzo de su famoso libro Las Confesiones esculpió de modo lapidario esta expresión: "Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti". Nuestro corazón adquiere medida de lo infinito. Lo que es finito no le satisface por completo. Sí, le llena, lo entretiene, pero no lo satisface totalmente porque su fondo profundo va mucho más allá de él mismo: "El hombre supera infinitamente al hombre" (Pascal).

Sólo en Dios podemos descansar. Por eso quien "tiene" a Dios, tiene todo. Quien no tiene a Dios, aun teniendo todo, carece de todo. En el fondo quien no tiene a Dios es un pobre hombre o mujer aunque tenga muchas riquezas materiales. Y de nuevo nos surge otra pregunta: "¿Cómo es posible "tener" a Dios?" A Dios no se le puede "poseer" porque Él nos supera. Esto es cierto. Pero Él en su bondad ha querido hacerse pequeño, hacerse a nuestra medida, hacerse uno de nosotros, abajarse hasta nuestra nada. En realidad poseer a Dios es más bien ser poseído por Él, ser elevado por Él hasta sus alturas. Para que lo "poseamos", Él viene hasta mí hecho uno como yo para que yo pueda en cierto sentido mirarle a los ojos y descubrir su belleza sin par.

En la oración, de modo simple pero admirable, saciamos nuestra sed de Amor, nuestra sed de infinito, nuestra sed de Dios. Sólo en la oración se aplaca ese deseo de plenitud radical que viene de Dios y que va hacia Dios. Sólo ahí encontramos "lo que nos falta", o mejor dicho, "Aquel a quien nuestro corazón anhela". Cuando una persona querida se aleja de nosotros, le escribimos diciendo: "te echo de menos". Alejados de Dios, nuestro corazón lo echa de menos, a Él que, sólo, puede satisfacer los deseos íntimos de ser amado y de amar. En la oración ese "echar de menos" la presencia del Amado desaparece –en la medida en que esto es posible en esta vida-, porque Él está ahí, cercano a nosotros, hablándonos en la intimidad de corazón a Corazón, llenando de Amor las alforjas vacías, pobres y deshilachadas de nuestra existencia terrena.

escrito por P. Pedro Barrajón, L.C 
(fuente: la-oracion.com)

lunes, 23 de febrero de 2015

Viviendo la Cuaresma

Durante este tiempo especial de purificación, contamos con una serie de medios concretos que la Iglesia nos propone y que nos ayudan a vivir la dinámica cuaresmal.

Ante todo, la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, si el creyente ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia divina penetre su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre la oración del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (ver Lc 1,38).

Asimismo, también debemos intensificar la escucha y la meditación atenta a la Palabra de Dios, la asistencia frecuente al Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, lo mismo la práctica del ayuno, según las posibilidades de cada uno.

La mortificación y la renuncia en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien, de saber ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas, de aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que se nos presentan a diario. De la misma manera, el saber renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y desprendimiento.

De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, Ia vivencia de Ia caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León Magno: "Estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de Ia caridad; si deseamos Ilegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialisimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en si a las demás y cubre multitud de pecados".

Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial con aquél a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. Así, vamos construyendo en el otro "el bien más precioso y efectivo, que es el de Ia coherencia con la propia vocación cristiana" (Juan Pablo II).


Cómo vivir la Cuaresma


1. Arrepintiéndome de mis pecados y confesándome.

Pensar en qué he ofendido a Dios, Nuestro Señor, si me duele haberlo ofendido, si realmente estoy arrepentido. Éste es un muy buen momento del año para llevar a cabo una confesión preparada y de corazón. Revisa los mandamientos de Dios y de la Iglesia para poder hacer una buena confesión. Ayúdate de un libro para estructurar tu confesión. Busca el tiempo para llevarla a cabo.

2. Luchando por cambiar.

Analiza tu conducta para conocer en qué estás fallando. Hazte propósitos para cumplir día con día y revisa en la noche si lo lograste. Recuerda no ponerte demasiados porque te va a ser muy difícil cumplirlos todos. Hay que subir las escaleras de un escalón en un escalón, no se puede subir toda de un brinco. Conoce cuál es tu defecto dominante y haz un plan para luchar contra éste. Tu plan debe ser realista, práctico y concreto para poderlo cumplir.

3. Haciendo sacrificios.

La palabra sacrificio viene del latín sacrum-facere, que significa "hacer sagrado". Entonces, hacer un sacrificio es hacer una cosa sagrada, es decir, ofrecerla a Dios por amor. Hacer sacrificio es ofrecer a Dios, porque lo amas, cosas que te cuestan trabajo. Por ejemplo, ser amable con el vecino que no te simpatiza o ayudar a otro en su trabajo. A cada uno de nosotros hay algo que nos cuesta trabajo hacer en la vida de todos los días. Si esto se lo ofrecemos a Dios por amor, estamos haciendo sacrificio.

4. Haciendo oración.

Aprovecha estos días para orar, para platicar con Dios, para decirle que lo quieres y que quieres estar con Él. Te puedes ayudar de un buen libro de meditación para Cuaresma. Puedes leer en la Biblia pasajes relacionados con la Cuaresma.

(fuente: aciprensa.com)

domingo, 22 de febrero de 2015

"Arrepiéntanse y crean en el Evangelio"

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos
(Mc 1, 12-15)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí entre animales salvajes, y los ángeles le servían, Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: "Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio" .

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

La mayor parte de nuestra vida pasa como si no ocurriera nada. Por eso nos acordamos de pocos acontecimientos de nuestra vida. A veces, sin embargo, hay experiencias profundas, positivas o negativas, que parecen contener toda una vida. El tiempo se concentra y se vuelve denso. La cuaresma es un momento privilegiado para vivir en poco tiempo todo el misterio de Cristo, sobre todo el de su misión. Ésta empieza con su bautismo y culmina con su muerte y resurrección. En el primer domingo de cuaresma actualizamos los inicios de su vida pública: su bautismo, las tentaciones en el desierto y el anuncio del Reino de Dios (Mc 1, 12-15).

Después de la experiencia tremenda que supuso el diluvio, el hombre necesitaba una garantía de que Dios no iba a destruir de nuevo la humanidad (Gn 9,8-15). Dios, con toda magnanimidad, y por propia iniciativa, sin exigir nada a cambio, se compromete a respetar su creación. Como signo que dé seguridad al hombre, elegirá el arco iris. Noé, salvado de las aguas, va a ser imagen de la salvación que Dios promete a su pueblo. Las nuevas aguas del bautismo destruirán el pecado pero regenerarán al hombre (1 Ped 3,18-22).

Jesús, al comienzo de su vida pública, tendrá que hacer una opción fundamental. Por eso se nos presenta sometido a la tentación. En ella se resume la historia de la humanidad pecadora que se atrajo el diluvio, y todos los pecados de infidelidad del pueblo a la alianza. Si Jesús quiere renovar la humanidad y conducirla hacia Dios, tendrá que indicar el camino de retorno. En realidad Él es el camino.

Jesús pronuncia un no rotundo a las fuerzas del mal y se compromete, en cambio, al servicio del Evangelio, de la Buena Noticia del Reino. Dedicará toda su vida y energías a anunciar ese Reino y sus exigencias como camino de retorno al Padre. Jesús en su intervención inaugural resume en dos palabras esas exigencias: conversión y fe.

La conversión supone la necesidad del cambio interior y de conducta, reconocer que uno anda extraviado y que debe reorientar la vida. Eso se descubre en diálogo profundo con Jesús en quien se nos hace presente Dios mismo. Hay que abandonar los ídolos, que Satanás presenta en las tentaciones en los otros evangelistas, como los dioses del tener, del poder, del placer.

Pero sobre todo hay que creer en Dios, poner a Dios como fundamento firme de nuestra existencia. Construir nuestra vida sobre Dios y no sobre nosotros mismos. Una humanidad que da las espaldas a Dios está repitiendo la historia de los hombres inmediatamente antes del diluvio. Menos mal que Dios se ha comprometido a no destruirnos. Pidamos en esta eucaristía empezar con fe y ánimos decididos esta cuaresma en seguimiento de Cristo que camina hacia Jerusalén.

escrito por el Padre Lorenzo Amigo 
(fuente: homiliadominical.marianistas.org)

viernes, 20 de febrero de 2015

Cuaresma es tiempo de sí

Comenzamos la Cuaresma, estos 40 días de preparación para la Pascua. Muchas veces asociamos este tiempo con renuncias, con pesares, con caras tristes y muchos “no”. Sin embargo la Cuaresma es el tiempo de los “SÍ”.

SÍ a la esperanza, de que mi vida puede ser diferente si me dejo trabajar por Dios.

SÍ al salir de la pereza y el aburrimiento, y ponerse a trabajar por un mundo mejor.

SÍ a la oración, al encuentro cercano y personal con Dios que prueba las miles de formas para llevarnos a ese lugar de encuentro con su amor. Te ama y quiere que lo ames asi como sos. (Al respecto: “Amame tal como eres” de Charles de Foucauld).

SÍ a la conversión. “Convertir” viene de transformar… crecer es parte de la vida e implica una conversión.

SÍ al perdón. A perdonar a los demás, pero por sobretodas las cosas animarme a ver cuanto Dios me perdona y desde ahí perdonarme a mí mismo.

SÍ a la ofrenda de la vida, sabiendo que sólo entregando la vida la ganamos y la vivimos con pasión.

SÍ a conocer el valor de tu vida, que mereció la entrega del mismo hijo de Dios en la cruz por vos. “Me amó y se entregó por mi” Gal 2, 20.

SÍ al entusiasmo, a prepararnos con alegría para vivir en plenitud la Semana Santa.

SÍ al dejarnos sorprender. Mirar alrededor y descubrir cuánta belleza en la creación, en las personas. Dios nos habla en todas las cosas.

SÍ a las búsquedas. Cualquiera que sean, este es un buen tiempo por dejarte interpelar por ellas.

SÍ al amor. Amar y amar mucho, en eso consiste la vida en dejarnos amar y aprender a amar. La Semana Santa es la semana del amor… amor incomprensible e inabarcable de Dios por la humanidad toda y por cada uno de nosotros.

Y tantos SÍ más. La Cuaresma es tiempo de “SÍ”. ¡Animate a dar el gran SÍ”

escriro por Milagros Rodón
(fuente: radiomaria.org.ar)

Ayuno y abstinencia

El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.

Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.

El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.


¿Por qué el Ayuno?

Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca del hombre a Dios.

El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".

Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.

Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.

El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.

No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.

(fuente: aciprensa.com)

jueves, 19 de febrero de 2015

Amor o Indiferencia

Reflexión del obispo de San Cristobal de las Casas

San Cristóbal de las Casas, 19 de febrero de 2015 (Zenit.org)  Este miércoles empezamos en todo el mundo la Cuaresma, que es un tiempo propicio para reorientar nuestra vida, para reafianzarnos en el camino del bien, o enderezar lo que estamos haciendo mal. Sin embargo, hay personas que se imaginan que nada está mal en sus vidas, y muchas otras a quienes nada les importa este tiempo cuaresmal.

En un programa de radio que tengo, en que me consultan sus dudas, una señora me preguntaba si era bueno su proceder, porque hace 18 años se casó por la Iglesia y, desde entonces, no se ha vuelto a confesar, pero sigue comulgando. Le decía que si su conciencia nada le reprocha, que pregunte a su familia y a sus vecinos, quienes le pueden ayudar a descubrir algunas posibles fallas y pecados.

¿Hay necesidad de conversión en nuestras familias y comunidades? ¿Va por buen camino nuestra patria, o hay algo que cambiar? Ahora que ya empezaron las campañas electorales de los partidos, todos ofrecen cambios y mejoras para la población, pero ¿hay confianza en ellos, o sólo se les usa para acomodarse en un puesto? Mucha gente va a los mítines a ver qué les regalan, no a analizar propuestas de gobierno.

Hay muchas cosas que están mal: asesinatos, desapariciones, robos, corrupción, envidias, mentiras, secuestros, extorsiones, etc., y de esto no podemos culpar sólo a los gobiernos, pues las familias, la sociedad y las mismas iglesias no estamos exentos de responsabilidad. Pero lo peor es la indiferencia hacia el sufrimiento de los demás. Nos preocupamos por estar bien y que a nuestra familia nada le falte, pero no nos interesa el dolor ajeno. Le echamos la culpa al gobierno y a los demás; nos imaginamos que nosotros nada tenemos que hacer en remediar las penas de los pobres y de los indefensos.


PENSAR

El Papa Francisco, en su mensaje para esta Cuaresma, nos dice: “Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen... Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: Yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.El pueblo de Dios tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo.

En Cristo no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).


ACTUAR

Tú y yo, ¿qué podemos hacer para no contagiarnos de la indiferencia hacia los que sufren? El mismo Papa nos dice: “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

Estamos saturados denoticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

Podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Tener un corazón misericordioso que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia”.

(19 de febrero de 2015) © Innovative Media Inc.
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