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domingo, 31 de marzo de 2013

Cristo, nuestro Cordero Pascual, ha sido inmolado; celebremos, pues, la Pascua

Lectura del Santo Evangelio según San Juan
(Jn 20, 1-9)
Gloria a ti, Señor.

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró. En eso, llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

En este Domingo de Pascua gritamos con todas nuestras fuerzas y desde lo más profundo de nuestro corazón: “¡Cristo ha resucitado de entre los muertos dándonos a todos la vida!”.

Este es el Domingo que le da sentido a todos los domingos en el que, con la ayuda del Espíritu Santo, queremos hacer una proclamación de júbilo y de victoria que sea capaz asumir nuestros dolores y los transforme en esperanza, que nos convenza de una vez por todas que la muerte no es la última palabra en nuestra existencia.

A la luz de esta certeza hoy brota lo mejor de nosotros mismos e irradia con todo su esplendor nuestra fe como discípulos de Jesús. Efectivamente, somos cristianos porque creemos que Jesús ha resucitado de la muerte, está vivo, está en medio de nosotros, está presente en nuestro caminar histórico, es manantial de vida nueva y primicia de nuestra participación en la naturaleza divina, de nuestro fundirnos como una pequeña gota de agua en el inmenso mar del corazón de Dios.

Y nos levantamos con una nueva mirada sobre el mundo porque la resurrección de Jesús tiene un significado y una fuerza que vale para toda la humanidad, para el cosmos entero y, de manera particular, para los dolorosos acontecimientos que afligen a la humanidad.


La Buena Nueva de la Resurrección de Jesús es palabra poderosa que impulsa nuestra vida.

Por eso en este Tiempo de Pascua que estamos comenzando tenemos que abrirle un surco en nuestro corazón a la Palabra, para que la fuerza de vida que ella contiene sea savia que corra por todas la dimensiones de nuestra existencia y se transforme en frutos de vida nueva.

Es así como la Buena Noticia de que Cristo ha resucitado cala hondo: se entreteje con nuestras dudas, con nuestro ensimismamiento en la tristeza, delatando nuestra pobre visión de la vida y mostrándonos el gran horizonte de Dios desde donde podemos comprender el sentido y el valor de todas las cosas. Cristo resucitado se hunde en nuestro corazón y desata una gran batalla interior entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperación, entre la resignación y la consolación.

San Gregorio Nacianceno, predicando en un día como hoy decía: “Ha aparecido otra generación, otra vida, otra manera de vivir, un cambio en nuestra misma naturaleza”. ¡Esa es hoy nuestra seguridad!


Buscadores de los signos del Resucitado

La experiencia pascual desata una dinámica de vida hecha de búsquedas y encuentros, de conversión y de fe, que se delinea con gran riqueza en los relatos pascuales de los evangelios.

En Juan 20,1-10, leemos hoy el pasaje que describe el sensacional descubrimiento de la tumba vacía por parte de María Magdalena y de los dos más autorizados discípulos de Jesús, desatándose así una serie de reacciones. El relato contiene elementos muy valiosos que nos ayudan a dinamizar nuestro propio camino pascual.

Esta vez vamos a hacer anotaciones breves sobre las frases más importantes del relato, como una invitación para saborear el texto entero.


1. María Magdalena descubre que la tumba está vacía (20,1-2)

Notemos los movimientos de María Magdalena:

• María madruga: “Va de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (20,1).

Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por Jesús. El amor no da espera. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma. Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.

• María “corre” enseguida y va a informarle a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (20,2a).

Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.

• María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20,2b).

A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.

He aquí un ejemplo para emular en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).


2. Los dos discípulos corren a la tumba (20,3-10)

Según Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio (que tiene sujeto comunitario: “no sabemos”, v.2).

Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena.

• “Se encaminaron al sepulcro” (20,3)

La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17). Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20).

• “El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4)

El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama?

• “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (20,5)

El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

• “Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (20,6-7).

Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7).

Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo. Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto por otros (ver 11,44). Las ataduras de la muerte han sido rotas por Jesús.

La tumba vacía y las vendas no son una prueba, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo.

• “Entonces entró también el otro discípulo... vio y creyó” (20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (20,9)

El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús.

La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que no han visto y han creído” (v.29).

Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (v.9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22. Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús. Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad (ver también 1,26; 7,28; 8,14).

La asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (20,30-31).


3. En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo

En la mañana del Domingo la única preocupación de los tres discípulos del Señor –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual.

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro.

Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama, como dice San Agustín: “Puede conocer perfectamente solamente aquél que se siente perfectamente amado”.

¡Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en esta nueva Pascua!


4. Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

4.1. ¿Qué proceso de fe pascual se va delineando en las sucesivas intervenciones de María, Pedro y el Discípulos Amado en el texto de hoy?

4.2. ¿Por qué el Discípulo Amado espera a Pedro? ¿Qué me dice este comportamiento para la vivencia eclesial de la Pascua?

4.3. ¿Qué primeros frutos puedo recoger hoy del camino preparatorio de la Cuaresma, de esta Semana Santa y del Triduo Pascual que hoy culmina?

4.4. ¿De que manera me invita a vivir el Evangelio la alegría Pascual y cómo voy a “cultivar” la vida nueva en la cincuentena celebrativa que hoy comienza?

4.5. ¿Con qué signos externos concretos voy a celebrar la Resurrección de Jesús en mi casa y en mi comunidad?

escrito pro P. Fidel Oñoro C., 
cjm Centro Bíblico del CELAM
(fuente: www.oblatos.com)

Secuencia de la Pascua

Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la víctima propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado, que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la vida, triunfante se levanta.

"¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?" "A mí Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venida Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua".

Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa.

sábado, 30 de marzo de 2013

La Cruz, designio del amor de Dios

1. En la misión mesiánica de Jesús hay un punto culminante y central al que nos hemos ido acercando poco a poco en las catequesis precedentes: Cristo fue enviado por Dios al mundo para llevar a cabo la redención del hombre mediante el sacrificio de su propia vida. Este sacrificio debía tomar la forma de un 'despojarse' de sí en la obediencia hasta la muerte en la cruz: una muerte que, en opinión de sus contemporáneos, presentaba una dimensión especial de ignominia.

En toda su predicación, en todo su comportamiento, Jesús es guiado por la conciencia profunda que tiene de los designios de Dios sobre la vida y la muerte en la economía de la misión mesiánica, con la certeza de que esos designios nacen del amor eterno del Padre al mundo, y en especial al hombre.

2. Si consideramos los años de a adolescencia de Jesús, dan mucho que pensar aquellas palabras del Niño dirigidas a María y a José cuando lo 'encontraron' en el templo de Jerusalén: '¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?'. ¿Que tenía en su mente y en su corazón? Podemos deducirlo de otras muchas expresiones de su pensamiento durante toda su vida pública. Desde los comienzos de su actividad mesiánica Jesús insiste en inculcar a sus discípulos la idea de que 'el Hijo del Hombre... debe sufrir mucho' (Lc 9, 22), es decir, debe ser 'reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días' (Mc 8, 31). Pero todo esto no es sólo cosa de los hombres, no procede sólo de su hostilidad frente a la persona y a la enseñanza de Jesús, sino que constituye el cumplimiento de los designios eternos de Dios, como lo anunciaban las Escrituras que con tenían la revelación divina. '¿Cómo está escrito del Hijo del Hombre que sufrirá mucho y que será despreciado?' (Mc 9, 12).

3. Cuando Pedro intenta negar esta eventualidad (' de ningún modo te sucederá esto': Mt 16, 22), Jesús le reprocha con palabras muy severas: 'Quitate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres' (Mc 8, 33). Impresiona la elocuencia de estas palabras, con las que Jesús quiere dar a entender a Pedro que oponerse al camino de la cruz significa rechazar los designios del mismo Dios. 'Satanás' es precisamente el que 'desde el principio' se enfrenta con 'lo que es de Dios'.

4. Así, pues, Jesús es consciente de la responsabilidad de los hombres frente a su muerte en la cruz, que El deberá afrontar debido a una condena pronunciada por tribunales terrenos; pero también lo es de que por medio de esta condena humana se cumplirá el designio eterno de Dios: 'lo que es de Dios', es decir, el sacrificio ofrecido en la cruz por la redención del mundo. Y aunque Jesús (como el mismo Dios no quiere el mal del 'deicidio' cometido por los hombres, acepta este mal para sacar de él el bien de la salvación del mundo.

5. Tras la resurrección, caminando hacia Emaús con dos de sus discípulos sin que éstos lo reconocieran, les explica las 'Escrituras' del Antiguo Testamento en los siguientes términos: '¿No era necesario que el Cristo padeciera esto y entrar así en su gloria?' (Lc 24, 26). Y con motivo de su último encuentro con los Apóstoles declara: 'Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mi' (Lc 24, 44).

6. A la luz de los acontecimientos pascuales, los Apóstoles comprenden lo que Jesús les había dicho anteriormente. Pedro, que por amor a su Maestro, pero también por no haber entendido las cosas, parecía oponerse de un modo especial a su destino cruel, hablando de Cristo dirá a sus oyentes de Jerusalén el día de Pentecostés: 'El hombre... que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios; a ése vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de impíos' (Hech 2, 22-23). Y volverá a decir: 'Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los Profetas: que su Cristo padecería' (Hech 3, 18)

7. La pasión y la muerte de Cristo habían sido anunciadas en el Antiguo Testamento, no como final de su misión, sino como el 'paso' indispensable requerido para ser exaltado por Dios. Lo dice de un modo especial el Canto de Isaías, hablando del Siervo de Yahvéh como Varón de dolores: 'He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobre manera' (Is 53, 13). Y el mismo Jesús, cuando advierte que 'el Hijo del Hombre... será matado', añade que 'resucitará al tercer día' (Cfr. Mc 8, 31).

8. Nos encontramos, pues, ante un designio de Dios que, aunque parezca tan evidente, considerado en el curso de los acontecimientos descritos por los Evangelios, sigue siendo un misterio que la razón humana no puede explicar de manera exhaustiva. En este espíritu, el Apóstol Pablo se expresará con aquella paradoja extraordinaria: 'Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres' (1 Cor 1, 25). Estas palabras de Pablo sobre la cruz de Cristo son reveladoras. Con todo, aunque es verdad que al hombre le resulta difícil encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta '¿por qué la cruz de Cristo?', la respuesta a este interrogante nos la ofrece una vez más la Palabra de Dios.

9. Jesús mismo formula la respuesta: 'Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna' (Jn 3,16). Cuando Jesús pronunciaba estas palabras en el diálogo nocturno con Nicodemo, su interlocutor no podía suponer aún probablemente que la frase 'dar a su Hijo' significaba 'entregarlo a la muerte en la cruz'. Pero Juan, que introduce esa frase en su Evangelio, conocía muy bien su significado. El desarrollo de los acontecimientos había demostrado que ése era exactamente el sentido de la respuesta a Nicodemo: Dios 'ha dado' a su Hijo unigénito para la salvación del mundo, entregándole a la muerte de cruz por los pecados del mundo, entregándolo por amor: ¡'Tanto amó Dios al mundo', a la creación, al hombre! El amor sigue siendo la explicación definitiva de la redención mediante la cruz. Es la única respuesta a la pregunta '¿por qué?' a propósito de la muerte de Cristo incluida en el designio eterno de Dios.

El autor del cuarto Evangelio, donde encontramos el texto de la respuesta de Cristo a Nicodemo, volverá sobre la misma idea en una de sus Cartas: 'En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados' (l Jn 4, 10).

10. Se trata de un amor que supera incluso la justicia. La justicia puede afectar y alcanzar a quien haya cometido una falta. Si el que sufre es un inocente, no se habla ya de justicia. Si un inocente que es santo, como Cristo, se entrega libremente al sufrimiento y a la muerte de cruz para realizar el designio eterno del Padre, ello significa que, en el sacrificio de su Hijo, Dios pasa en cierto sentido más allá del orden de la justicia, para revelarse en este Hijo y por medio de El, con la toda riqueza de su misericordia ('Dives inmisericordia' (Ef 2, 4)), como para 'introducir', junto a este Hijo crucificado y resucitado, su misericordia, su amor misericordioso, en la historia de las relaciones entre el hombre y Dios.

Precisamente a través de este amor misericordioso, el hombre es llamado a vencer el mal y el pecado en sí mismo y en relación con los otros: 'Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia' (Mt 5, 7). 'La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros', escribía San Pablo (Rom 5, 8).

11. El Apóstol vuelve sobre este tema en diversos puntos de sus Cartas, en las que reaparece con frecuencia el trinomio: redención, justicia, amor. 'Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús... en su sangre' (Rom 3, 23-25). Dios demuestra así que no desea contentarse con el rigor de la justicia, que, viendo el mal, lo castiga, sino que ha querido triunfar sobre el pecado de otro modo, es decir, ofreciendo la posibilidad de salir de él. Dios ha querido mostrarse justo de forma positiva, ofreciendo a los pecadores la posibilidad de llegar a ser justos por medio de su adhesión de fe a Cristo Redentor. De este modo, Dios 'es justo y hace justos' (Rom 3, 26). Lo cual se realiza de forma desconcertante, pues 'a quien no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él' (2 Cor 5, 21).

12. El que 'no había conocido pecado', el Hijo consubstancial al Padre, cargo sobre sus hombros el yugo terrible del pecado de toda la humanidad, para obtener nuestra justificación y santificación. Este es el amor de Dios revelado en el Hijo. Por medio del Hijo se ha manifestado el amor del Padre 'que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros' (Rom 8, 32). A entender el alcance de las palabras 'no perdonó', puede ayudarnos el recuerdo del sacrificio de Abrahán, que se mostró dispuesto a no 'perdonar a su hijo amado' (Gen 22, 16); pero Dios lo había perdonado (22, 12). Mientras que, a su propio Hijo 'no lo perdonó, sino que lo entregó' a la muerte por nuestra salvación.

13. De aquí nace la seguridad del Apóstol en que nadie ni nada, 'ni muerte ni vida, ni ángeles.... ni ninguna otra creatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro' (Rom 8, 38-39). Con Pablo, la Iglesia entera está segura de este amor de Dios 'que lo supera todo', última palabra de a autorrevelación de Dios en la historia del hombre y del mundo, suprema autocomunicación que acontece mediante la cruz, en el centro del misterio pascual de Jesucristo.

Catequesis de Juan Pablo II
(fuente: www.aciprensa.com)

La redención y la libertad de los hijos de Dios

La Semana Santa es el momento de la vida de la Iglesia en que todos los cristianos somos conducidos a acoger la Redención de Jesucristo, a la vez que a proporcionarla a los demás. Semana Santa ofrece a todo hombre la oportunidad de proyectar su existencias en la “Libertad de los Hijos de Dios”.

En Semana Santa contemplamos y nos abrimos al misterio de Cristo Redentor. La libertad o salvación por él obtenidas nos estimulan a "con - padecer", asumir su mismo destino o suerte; que precisamente no es más que la suerte nuestra, que con magnanimidad él asumiera.

Semana Santa es pues, el proceso de Cristo de cara a su inmolación, asumiéndola, proyectándose y proyectando toda la especie humana al destino supremo, al bien absoluto.

El drama de Cristo ilumina nuestra propia trayectoria, haciéndonos presente que nuestras perspectivas y nuestra suerte están en nuestras manos, en medio de tanta vicisitud.

Asimilar nuestra propia trayectoria a la de Jesucristo, supone de nuestra parte conocimiento atento y elección. El vivió por cierto en otra circunstancia histórica que nosotros, pero la sabiduría de vida por él observada es precisamente iluminación insuperable, revelada de lo alto: la voluntad de Dios. Ajustarnos a ella es sumirnos en su misterio y en su suerte; naturalmente con lo que tiene de sublime y lo que tiene de dramático.

El sentido o valor de nuestro ser a la luz de Jesucristo, nuestra dignidad, se basa en el amor divino que nos ampara: "tanto amó Dios al hombre, que no consideró excesivo entregar su propio hijo al tormento por salvarnos". El holocausto de Cristo, Hijo del Padre omnipotente, nos revela a la vez el poder o ardor de su amor sobre nosotros y la trascendencia o superioridad del destino celestial de la existencia.

El camino de Redención y de libertad de todo hombre es Jesucristo. Todos experimentamos incierto y arriesgado nuestro futuro y en él encontramos la posibilidad de elegir el camino adecuado: “en Cristo se comprende el hombre a sí mismo", en él comprendemos que "el amor es más fuerte", que quién opta por éste prevalece, se redime, se libera, se realiza.

Normalmente nos impacta la figura de Jesucristo Redentor por la dramática imposición sobre su integridad física. Hoy tan sobre valorada por la cultura secular materialista, de repulsa al dolor y de culto a la imagen corporal, pero escasamente atenta a la plenitud de vida, a la perfección y bien absoluto resultantes de la Redención: esto es, a la libertad de hijos de Dios, al estado de vida sobrenatural en gracia y santidad, en el ámbito de la caridad divina, en el amor teologal, amor en Dios, que procede de Dios y se orienta primordialmente a Dios. El solo hecho que hubiese dispuesto el Padre que el Hijo unigénito accediese a través de tan dramático holocausto, de la mano de la especie humana, a la plenitud de la perfección, revela la magnitud de lo que tenía por meta.

Pero el hecho de asumirlo es también muestra de poder o dominio sobre la situación que se imponía. Poder es fuerza, posesión actual o tenencia de algo; facultad, facilidad, tiempo y lugar para hacerla o hacer posible que suceda. El poder de Dios, de Jesucristo en el misterio redentor es poder sobre la vida y la muerte humanas, cual fenómenos subordinados a sí. “Tengo poder para entregarla y poder para volverla a tomar” (la vida), dice Jesucristo. Poder que consiste en el ardor de su amor hacia nosotros, dispuesto a solidarizar y "con - padecer" nuestra suerte o destino, a fin de redimirnos o liberarnos. Así, la máxima expresión de su amor es el uso de su poder sobre nuestra vida y nuestra muerte, y la máxima expresión de su poder es su amor misericordioso para redimirnos. Lo que implementa no con imposiciones a nuestra libertad, sino estimulándonos con su drama y su liberación a liberarnos consciente y voluntariamente de nuestro propio drama.


COMO SE ENCAMINO JESUCRISTO AL MISTERIO REDENTOR

Para saber qué es la Redención y la libertad de los hijos de Dios hemos de preguntarnos en primer lugar: ¿que son ellas para N. S. Jesucristo, o lo que es lo mismo, ¿cómo, con qué actitud o sabiduría de vida se fue encaminando progresivamente hacia ellas y las asumió el Señor Jesús?

"Dijo Jesús: ¿no se venden dos pajaritos por una moneda barata? Sin embargo ninguno de ellos cae en la trampa sin la voluntad de vuestro Padre. No temáis vosotros, porque ¿no valéis más que los pajaritos? Aún los cabellos todos de nuestra cabeza los tiene el Padre contados” (Mt.10, 29ss)

Comenzó Jesús a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del Hombre padeciese mucho. Claramente les hablaba de esto. Pedro, tomándolo aparte, se puso a disuadirle. Pero El, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro: Quítate allá, porque no sientes según Dios, sino según los hombres. Y llamando a la gente y a los discípulos dijo: El que quiera venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8, 31-34)

“Dijo Jesús: Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados ustedes cuando los odien los hombres y los expulsen y los insulten y difundan mala fama de ustedes por causa de este hombre; alégrense ese día y salten de gozo, miren que les va a dar Dios una gran recompensa” (Lc 6, 21-23)

Dijo a sus discípulos: el mundo reirá y se gozará y mientras vosotros lloraréis y os lamentarais, pero no tengáis miedo, yo he vencido al mundo. Ustedes se entristecerán, pero su tristeza se convertirá en alegría. De nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón y nadie será capaz de quitaros la alegría. Llega la hora en que huiréis cada uno por su lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, está el Padre conmigo (Jn.16, 20.22.32).

Jesús les dijo: mirad subimos a Jerusalén y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas. Le condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que lo escarnezcan, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará (Mt 20, 17ss)

“Así que estuvo cerca de la ciudad. lloró sobre ella diciendo: !cuantas veces quise cobijarte y no quisiste! Te abatirán al suelo a ti y a tus hijos y no quedará piedra sobre piedra” (Lc 19, 41-44)

Dijo Jesús: Quién quiera salvar su vida, la perderá. Y quién la pierde por mi causa, la salvará. Quién se avergüence de mi y de mi doctrina, a su vez el Hijo del Hombre se avergonzará de é1 cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles (Lc 9, 24ss)

“El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mi. El que encontró su vida, la perderá y el que la perdió por mi causa, la encontrará” (Mt. 10, 38s)

“Os entregarán a los tribunales, os azotarán en instituciones religiosas y compareceréis ante los gobernadores por causa mía y para testimonio del evangelio. Seréis entregados, incluso por vuestros padres, por hermanos, parientes y amigos. Y os matarán” (Mc. 13, 9.12 Lc 21, 12.16)

"Dijo Jesús: Os he dicho estas cosas para que en mí tengáis paz. En el mundo padeceréis tribulaciones pero confiad, que yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33)

“Si el grano de trigo no muere no fructifica, sino que él sólo permanece. Más si muere da fruto abundante" (Jn 12, 24)

“Aquel que se mantenga hasta el final, ése será salvo” (Mt 10, 22).

“Salvaréis vuestras vidas con la esperanza paciente” (Lc 21, 19)

“Dijo Jesús: vosotros sois los que perseverasteis conmigo en mis pruebas. Como mi Padre me ha dado el reino, yo os lo doy a vosotros para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino y os sentéis sobre tronos y juzguéis al mundo” (Lc 22, 28ss)

Dijo: En mí se cumplirá la escritura: fue contado entre malhechores” (Lc 22, 37)

"Todos vosotros esta noche os escandalizaréis de mi. Herido el pastor se dispersarán las ovejas, pero resucitaré y os reuniré. Comenzó a entristecerse y angustiarse, entonces dijo: triste está mi alma hasta la muerte, velad conmigo. Y oraba: Padre, si es posible pase de mi este cáliz sin que yo lo beba; pero no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú. Llegaron a prenderle y les dijo: Habéis salido contra mí igual que contra un ladrón con espadas y garrotes" (Mt 26, 31.37.39.55) “Jesús, con voz fuerte exclamó: Dios mío, Dios mío ¿porqué me has abandonado?” (Mt.27, 46)

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, dijo Jesús y expiró” (Lc 23,46)

De todo este elenco de palabras del Señor, camino del misterio redentor podemos deducir en primer lugar, que confía absolutamente en el Padre, o más bien, que pese al tormento que le supone resignarse, hace fe en El,; que está enteramente persuadido del bien a que el Padre le conduce, del bien de su voluntad, de su recompensa, de la alegría de estar con El. De la resurrección de la muerte. Sabe que en la fidelidad al Padre hay más bien que en toda la vida y posibilidades de este mundo. Tiene clara conciencia desde el comienzo, de adónde habrá de llegar; que no cabe ilusión respecto a una plenitud o dicha terrena; que ni para él ni para sus discípulos es permitido solazarse con la utopía de un mesianismo terrestre, de un cielo instaurado en la tierra. "Mi reino no es de este mundo".

Tal proposición representaban más bien los sacerdotes fariseos, que aguardaban un Mesías político, contra la opresión del imperialismo de aquella circunstancia histórica; y por verle diverso de lo que imaginaban le rechazaron, ante todo cual inoportuno: “Se decían, si lo dejamos seguir todos le darán su adhesión y vendrán los romanos y quitarán de en medio nuestro lugar sagrado e incluso nuestra nación; conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera" (Jn.11, 48.50). Razonamiento por cierto nada religioso y en cambio, meramente político y de conveniencias.

Jesús había rechazado ya a Pedro cual emisario de Satanás por razonamiento similar, conque procuraba un resultado exitoso en lo terreno para su misión. Y en cambio exige taxativamente de los suyos la disposición a perder todo lo de este mundo, la vida incluso, por el Reino de Dios. Les pide una adhesión absoluta, religiosa o de fe; propiamente la adoración. Les amonesta a una alegría en su persona, en su fidelidad en su reino, y en su Padre celestial absoluta; o por encima de toda experiencia, emoción sensación o afecto humano o terrenal. Les pide que esta relación sea superior a todas las relaciones humanas; que prevalezca a la relación con los padres y familia, amigos, nación e incluso institucionalidad u organismo de la religión.


SENTIDO DEL PODER DE DIOS EN EL MAL

Podemos ahora preguntarnos ¿Cómo puede ser liberadora la redención de Jesucristo si subsisten tantos males en el mundo después de su muerte en la cruz? Si vamos a afirmar que Dios, Jesucristo significan para toda la especie humana su destino supremo, su bien absoluto: ¿tiene acaso poder El realmente, sobre el mal que acosa a los seres humanos?

Tenemos que responder que esencialmente el poder de Dios sobre el mal se manifiesta en su santidad infinita y absoluta, ajena a siquiera el solo riesgo de contaminarse con el mal. De hecho, el Hijo de Dios se hizo semejante a nosotros en todo salvo el pecado. Este poder de Dios es inherente a su ser: poder del tres veces santo, poder del Creador de todo bien, de la vida, poder de la verdad, rectitud, del amor divino; poder infinito y absoluto. El poder de Dios le hace invisible, superior, inaccesible. Pero la magnanimidad de ese poder le lleva a plasmarse en sus criaturas: imagen y semejanza del bien que es El. Todo bien procede solamente de El, hasta tal punto que a nosotros es imposible obrar nada bueno por nosotros mismos, al margen suyo: “de El procede tanto él querer como el obrar el bien”.

Todo poder está en manos de Dios y nada puede amenazar le sea arrebatado. El no pierde de su mano la marcha de la creación, del mundo, del hombre, de la historia. No puede menos de requerirnos por sí mismo y para sí mismo; para que seamos en El, compenetrándonos de su misterio sagrado. El mueve en nosotros las fibras del amor, de la benevolencia y de la rectitud. Nosotros en cambio, no tenemos poder para ello, ya que somos frágiles, vulnerados, engañosos y malos. Pero hemos recibido benignamente de El, la facultad de obrar bajo su Poder; con un ‘poder’, delegación o aptitud que nos ha asignado, “poder de exusía": derivado de poder superior, de un ordenamiento global justo, de una ley natural inscrita desde nuestro origen cual norma y pauta del existir. Poder que se ejecuta en la obediencia; poder responsable, un derecho, una licencia, una libertad.

El poder de bien, de amor, inherente al ser de Dios, encuentra su expresión en nosotros, cual trasparencia del poder suyo, en la medida que somos existencialmente seres en relación o dependencia de El. Así el poder de Dios sobre el mal se manifiesta en cuantos libremente se le someten y escogen la justicia, la rectitud y el amor. Mientras a su vez se manifiesta sobre quienes escogen el mal - como decíamos al comienzo - cual amor misericordioso que ofrece redención; no imponiéndola, sino estimulando con su drama de crucificado y liberado, a liberarse consciente y voluntariamente del propio drama particular.

Durante toda la existencia de este mundo, Dios tolera la coexistencia del mal y el bien; aunque el amor, el bien es más fuerte. Necesariamente bien y mal se originan en el ámbito de la libertad constitutiva del ser humano - imagen y semejanza de Dios -, ser capaz de amarle y sometérsele responsable y conscientemente. Con todo, un día, tras el juicio final, su poder se cernirá universalmente sobre el mal, cerrándose ya la posibilidad de conversión y consiguiente posibilidad de perdón. Entonces, El vendrá a ser: “todo en todos”. Sobre los malos, al ser estos condenados y sobre los buenos, al entrar a ser partícipes plenamente de su señorío y gloria.


SENTIDO DE LA VIDA VERDADERA O ETERNA

Hemos visto que para N. S. Jesucristo, como para su siervo fiel Francisco de Asís, la redención y libertad de los hijos de Dios no consiste fundamentalmente en ninguna situación o perspectiva terrena. Sino que, por el contrario, ellos se disponen al despojo de todo bien de este siglo, incluida la vida corpórea en aras de una vida verdadera o eterna. Manifiestan la irrecusable convicción de un bien superior, trascendente, invisible e inabordable mientras vivimos en este mundo.

Todo ser humano desea perpetuar el bien que disfruta, la gracia de la vida de que goza. Y Dios creador, en su amor infinito por nosotros, no consideró excesivo "entregar al Hijo divino unigénito al tormento", por perpetuar y eternizar ese don magnífico que nos otorgó desde el principio, y mal-perdimos. Que el Padre omnipotente, capaz de preservar por cualquier modo al Verbo encarnado de la más leve mancha del mundo, no se haya retraído de inducirle al drama supremo de la especie humana, la muerte, revela a la vez la trascendencia suprema del poder de Dios sobre la vida y la muerte, y la trascendencia o superioridad del destino celestial de nuestra existencia.


NUESTRA PROPIA TRAYECTORIA HACIA LA PLENITUD

Nuestra propia trayectoria hacia la plenitud se realiza entre esperanzas y angustias, entre dichas y frustraciones. De ordinario muy pocos seres tienen un derrotero claro, un conocimiento y una elección precisas; sino que trascurrimos la existencia entre ambigüedades, pasos adelante y pasos atrás; etapas de resolución y períodos de depresión. Días de claridad y días de oscurantismo y sinrazón, tiempos de desbandada y tiempos de recapacitación.

Con todo, hoy está en las mentes de la mayoría un particular sentimiento o intuición del futuro, en el sentido de la prosperidad, del desarrollo colectivo. Y aún no siendo muy concreta esa idea o anhelo, que muchas veces tiene las características de una “utopía”: imaginación irreal, inalcanzable, las personas compiten y se empeñan en su vida cotidiana por la “prosperidad”. Los políticos diseñan modelos diversos de desarrollo que prometen instaurar. Cunde cual fenómeno moderno el secularismo, esto es la independización de toda sujeción a criterios espirituales o del otro mundo, para manejarse ya solo por juicios de razón por las indicaciones de la ciencia y de la práctica. Se opina por otra parte entre nosotros, que la religión nos ha hecho muy individuales, muy capillistas, muy espirituales y que es necesario preocuparnos más de este mundo.

Así las cosas, llegan a parecer inaceptables enseñanzas de la fe tales como: “buscad primero el reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura”, “mirad los pájaros del campo que no siembran ni siegan y sin embargo vuestro Padre celestial los alimenta”. Hoy nos sentimos más estimulados a querer toda plenitud sin considerar el querer de Dios, y a procurarnos toda la prosperidad posible sin contar con el poder de Dios, sino solo con nuestras fuerzas e inteligencia.

La idea de desarrollo y prosperidad lleva a no pocos a endiosar "la historia", como el proceso que nos la alcanzará. Pero el desarrollo se presenta como una meta inconcreta, que no se sabe si incluye o no el espíritu y la eternidad, los bienes absolutos que nos ha enseñado el cristianismo y la fe. O si su interés está solo en bienes temporales, disfrazados con galas de lo sagrado, para otorgarles fuerza y aceptación. Así y todo, para no pocos es argumento conque descalifican y revolucionan toda la forma actual de nuestra vida e instituciones.


TRAYECTORIA DEL MUNDO

El mundo como tal sólo se preocupa de edificarse para este tiempo, no interesándose ni por la trascendencia, ni por la eternidad. Sus juicios son de mera conveniencia o conciliación. Adopta una mentalidad inmanentista, materialista, que absolutiza al hombre, mirado solo bajo dichos aspectos. Reduce la realidad espiritual y eterna a un fenómeno superfluo y alienante, y toma todo fenómeno como hecho meramente horizontal, psicológico, sociopolítico o científico, sin relación a la fe, o dejando ésta, sólo como agregado accidental, y en lugar suyo aquello como sustancial.

La trayectoria del mundo en búsqueda de plenitud, no está dirigida por la magnanimidad e interés franco por el bien y por la humanidad; sino por el interés, la ambición y las conveniencias. Incluso, decía el Papa J. Paulo II: “muchas veces sus reclamaciones por el pobre no responden a una conciencia aguda de su necesidad y aflicción, sino solo dependen de su interés en cuanto argumento populista”. Y el mismo fundamento del comunismo sobre plataforma popular, no constituye una opción por el pobre, puesto que Marx se refería al proletariado o la clase trabajadora: a los obreros de las industrias, capacitados de organizarse e influir; mientras que desechaba al pobre propiamente tal, al que está en la miseria y no tiene posibilidad de emitir su voz, considerándolo perdido; dice es el ‘lumpen’, la escoria de la sociedad.

No existiendo para el mundo una redención espiritual ni la libertad en la perspectiva de Dios, solo puede procurar su satisfacción en el bienestar terreno. Pero en la misma medida que prescinde de Dios, se vuelve temeroso aún en la situación de bienestar, de prosperidad y progreso. Es que se llena de incertidumbre, de inquietud y de miedo de perderlo; de perder todo con ello, y de fracasar existencialmente. El Evangelio de Dios cual Padre de todos los seres, aportó al mundo la confianza en su providencia, la paz y la esperanza; pero el materialismo sin Dios retorna a los viejos temores ancestrales frente a las fuerzas incontrolables, el acaso y la catástrofe súbita.


TRAYECTORIA DE LA IGLESIA

Para la Iglesia, toda la vida y particularmente Semana Santa es tiempo de salvación, en que todos los fieles nos asimilamos más estrechamente al misterio redentor de N. S. Jesucristo. En que profundizamos el contenido de la libertad de los Hijos de Dios. La Iglesia se siente Cuerpo de Cristo y como tal desea vivir su misterio, su experiencia de cara al Padre. Cada cual es Iglesia en la medida y grado de su compenetración con Cristo, que proyecta con él todas sus perspectivas a esa redención y a aquella libertad que en El se nos ha manifestado.

El humo de Satanás y los apetitos del mundo penetran también el santuario, y se nos advierte en el Apocalipsis que incluso la abominación de la desolación, circunstancialmente puede apoderarse de este. Aunque finalmente: “las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia”. Avizoramos de pronto por ello, la mentalidad y la trayectoria del mundo discurriendo ufanas dentro del ámbito de la Iglesia, o revestidas de sus signos más reservados. Vemos aparecer un cúmulo de herejías, no ya cual tumor que pudiera delimitarse y extirpar, sino cual contagio que se expande a todos los órganos, y caracteriza gran parte de su cuadro de salud. En medio del secularismo de la época, la Iglesia padece también en sus miembros una conversión a una fe secular, cual baja de creencia en la vía cristiana y adopción de una postura materialista.

La Iglesia siempre santa, es urgida constantemente a restaurarse para volver a ser ella misma. Requiere del misterio de redención de su cabeza y Señor, como de la libertad que El otorga. En tal sentido se inscribe la misión de Francisco: “anda repara mi Iglesia que amenaza ruina”.

Se afirma por ello que “dentro da la institución de la Iglesia hay personas que han dejado ya de pertenecer al Reino de Dios, mientras a su vez, fuera de la Iglesia existen personas que sí son partícipes del Reino de Dios”. Antes que en lo institucional, tal categoría se funda en el espíritu. Todos por algún modo integramos la Iglesia. Recordemos cómo se habla de un bautismo de deseo de quienes aman y buscan la verdad. Es una de las diversas formas de pertenencia a la Iglesia, a Jesucristo. “Las semillas del Verbo han sido esparcidas por toda la tierra”. En todos asoman los gérmenes de Cristo. Cualquier hombre puede estar haciendo la trayectoria de la Iglesia, beneficiándose de la Redención de Jesucristo y disfrutando la libertad de los Hijos de Dios, aún sin contarse en sus filas: “la gracia de Dios no está amarrada a los sacramentos”. La santidad no es un título o patrimonio de la entidad eclesiástica, sino don de libertad y Redención de parte de Dios. Aún la antigua máxima eclesial: “Fuera de la Iglesia no existe salvación alguna”, puede entenderse en cuanto que Dios hace Iglesia, pueblo y fieles suyos, aún de las piedras, si él quisiese.

La Iglesia de hoy no quiere olvidar o excusar falazmente sus errores históricos como institución. Es el caso de la condena de Galileo, de los procedimientos de la Inquisición, del papel del clero realista y pro español en contra de la independencia americana; y abiertamente se muestra pidiendo perdón por todo ello. Esto nos habla de su rechazo y vergüenza del chauvinismo, de la trasnochada mentalidad o actitud clericalista, institucionalista, que laureó cual siempre recto, veraz y casi infalible el proceder de los eclesiásticos y las jerarquías, mientras miró prejuiciadamente con desconfianza como manchado y aplicó una cruda y cáustica crítica al proceder de quienes consideraba sus súbditos o a los de fuera, del ámbito civil, ciudadano o político - a no ser que proviniese de la tienda partidaria que le era afín -. Que hizo moralmente obligatorio el punto de vista de eclesiásticos mientras incriminó de perverso al que disentía, por más que no se tratase de ninguna verdad de fe.

Todo ello recuerda que la condición de católico o de sacerdote, no significa ser automáticamente recto y honesto. Que la concreta realidad de un laico verás y honesto es expediente mucho más valioso y bueno que la presencia de un mal clérigo o sacerdote. Que la mayor crisis de la Iglesia no es la escasez de sacerdotes, sino la de auténticos discípulos de Jesucristo, sean éstos laicos o clérigos. La contribución de nuestra persona a la Iglesia no se mide por el grado de potestad que dentro de ella poseamos, sino por nuestra efectiva asimilación a Jesucristo. Amar a la Iglesia no significa en primer lugar defender a ultranza la rectitud de proceder de sus personeros. Iglesia no es esencialmente la jerarquía o la institucionalidad, sino el conjunto del pueblo de Dios, el misterio salvador de Jesucristo difuminándose en toda carne y en toda la tierra para regocijarnos con la libertad de Hijos de Dios.

Es tan perjudicial para la Iglesia el afecto servil de los fieles a sus dignatarios eclesiásticos, cuanto el criticismo negativo en contra de estos. Es que la vida propiamente tal de la Iglesia se desarrolla en lo hondo del corazón convertido de cada fiel; en el pueblo sencillo que busca sinceramente y sin poses a Cristo, como en el devenir cotidiano de la vida monástica, claustral o contemplativa. En el ámbito institucional y jerárquico-administrativo se filtran con facilidad las competiciones y animadversiones inconsideradas e injustificadas, las falacias del mundo. Bien sabemos, la Iglesia también está compuesta y dirigida por hombres. Tal realidad precisamente fue llamado a advertir nuestro padre san Francisco, cuando pugnaban el obispo y el podestá de Asís.

Francisco no ufanó entonces condenar a la autoridad civil en beneficio de la autoridad eclesiástica, ni a la autoridad eclesiástica en beneficio de la autoridad civil. Se presentó básicamente cual auténtico buscador de la verdad y el amor de Jesucristo; libre de todo sectarismo partidario o chauvinista, y amante fiel de la paz y rectitud. Estas, aún desprovistas de todo poder terrenal, incluso eclesiástico, al fin prevalecen - nos enseña la sabiduría sobrenatural -. Y si nosotros permanecemos de su parte brillaremos al fin cual triunfadores, pues cuenta con la virtud o poder divino: "el amor es más fuerte". Así Iglesia auténtica es esencialmente sólo la comunión de los santos - en Cristo -, más allá de toda apariencia o envanecimiento eclesiástico o institucional, no pocas veces autocomplaciente, auto referente y auto halagador.

Hay que recordar que un sólo santo puede salvar a todo un pueblo, como se deduce de la historia de Sodoma y Gomorra. Santos estamos llamados a ser todos en la Iglesia. Santo es quién está del todo proyectado al destino supremo y eterno a través de la redención de Jesucristo y con la libertad de los Hijos de Dios. La Redención y la libertad de Jesucristo se manifiestan en la Iglesia, en la persona que ha sido alcanzada por esta y hace presente desde ya el Reino eterno. Lo irradia, lo testimonia, lo edifica. En la Iglesia - comunión de los santos - la pauta no está dada por las mayorías, puesto que la verdad y el bien no vienen determinados por el número de quienes lo postulan, sino por la inteligencia y la rectitud de alma. Así, por más bullada y popular que sea una posición en la comunidad, puede ser errónea, y estar el acierto en la postura de un sólo hombre inteligente y santo. La posibilidad de acierto de la Iglesia en cuanto institución está en la prudencia de sus pastores.

escrito por fray Oscar Castillo Barros
(fuente: www.mercaba.org)

viernes, 29 de marzo de 2013

La Crucificción: Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu

Señor. ahora puedes morir en paz. Todo está consumado. Sí: todo lo has cumplido. Has cumplido de sobra tu misión.

Tres condenados a muerte. Parecería que han recibido el mismo trato, pero no. A ti, Jesús, te rompieron las espaldas, te las araron a fuerza de latigazos. Los ejecutores se cansaron de golpearte inmisericordemente, hasta verte desmayar sobre la pequeña columna, retorciéndote de dolor.

Luego vino la borrachera de risotadas y burlas, en catarata, al hacer de ti el centro del juego llamado "basileos": eras el rey de sornas, te vistieron con una clámide roja, te buscaron un cetro de caña y te coronaron -¡ingeniosa iniciativa!- con un casquete de espinas, que a base de presionarlo con sus guanteletes de hierro, terminaron por clavártelo completamente en tu cabeza bendita. Y nuevos, abundantes hilillos de sangre descendieron por tu rostro. Eran espinas muy pronunciadas, no muchas. La cohorte desfila burlonamente ante tu persona deshecha. Se arrodillan ante ti, saludándote con un “¡salve, rey de los judíos!”, y se despiden con un gesto obsceno, una risotada, tirando de tu barba sanguinolenta o escupiendo sobre tu rostro. Quizá, en el colmo de la humillación, alguno tuvo la desfachatez de orinar encima de ti... para que supieras que no eras nadie para ellos, aunque lo eras todo para la creación entera.

Paso seguido te llevan ante Pilato y éste se queda petrificado, al ver cómo en poco tiempo habías envejecido, y cómo te habían quitado tanto de esa dignidad regia que te envolvía. “Ecce homo”, o lo queda de él. Aquí está el hombre, para que terminemos con él. Aquí está el hombre, el auténtico, el genuino, el más bello hijo de Adán. Aquí está Jesús de Nazareth, nuestro redentor, revelándonos el valor infinito de cada persona al soportar este cúmulo de humillaciones. Sólo él “revela el misterio del hombre al hombre mismo”.

Tres son los sentenciados. Cada uno debe cargar sobre sus espaldas el travesaño horizontal hasta el montículo de la calavera. Unidos el uno al otro por cuerdas, comparten una misma condena, mismos sufrimientos, pero por razones diametralmente opuestas, y con resultados absolutamente diversos y contradictorios: uno de ellos se robará esa misma tarde la gloria del cielo; mientras que el tercero no dará, al menos externamente, signos de arrepentimiento, sino de odio y de desprecio.

A ese cuerpo ya no lo llevas, lo arrastras, y cuando te vence la debilidad, te recibe secamente el suelo polvoriento. Tu rostro se impacta contra las piedrecillas. La sangre y el sudor se vuelven lodo. Has perdido la conciencia más de una vez. La muerte empieza a rondar. Te levantas para llegar hasta la meta, para cumplir tu misión, para no dejar de amar hasta la última brizna de vida. Pero estás tan débil y tu mirada tan perdida, que uno de los soldados debe echar mano de un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, para que te ayude a llevar el travesaño hasta los pies del Calvario.

Es un camino cargado de gritos, burlas, improperios, llanto, reclamos de piedad, insultos, obscenidades. “¡Padre, llegó la hora!” La hora de las tinieblas, que en la cruz será la hora del amor supremo, y a base de humildad, trocarás el Via-crucis en Via-lucis. Desde ella, desde ese patíbulo de ignominia todo dolor humano quedará injertado en el tuyo, preñado de eternidad y roto desde dentro su sinsentido y toda desesperación.

Observas cómo preparan el travesaño horizontal para hacerlo empalmar posterior-mente con el vertical que ya ha sido sólidamente erigido en la cumbre de aquel montículo.

Te quitan la ropa, tu túnica bañada en sangre, casi seca. Te la arrancan abriéndote nuevamente tantas heridas a punto de cerrar. Duele demasiado, como si te desollaran de espaldas y pecho.

Te hacen recostar, abriendo los brazos sobre el madero. Tus manos benditas, que siempre compartieron todo y que no dejaron de bendecir a tu alrededor, ahora quedan atrapadas por dos inmensos clavos que perforan tus muñecas, una después de la otra, creando un dolor de tal magnitud que te hace convulsionar de pies a cabeza. Es un horrendo calambre que recorre tus brazos, como una descarga que llega a la columna, inmisericorde, y que no te abandonará sino hasta el mismo momento de tu muerte.

Con gran agilidad te levantan, elevan el travesaño hasta hacerlo empotrar en el palo vertical. Lo aseguran y, entonces, realizan la misma maniobra sobre tus pies: los fijarán al madero con otro clavo, un pie sobre el otro. Tus pies, que sólo trajeron verdad y belleza, la buenas nuevas del Reino, la alegría del amor del Padre, ahora están inmóviles, atravesados por ese clavo, para siempre.

No hubo cuerdas de apoyo para tus brazos, no había estribo como asiento ni como apoyo para tus pies. Los tres criminales quedaron literalmente pendientes de sus carnes vivas. El tormento romano fue inventado y desarrollado para infligir a los condenados un dolor atroz que hacía bisagra sobre su aguante físico: en la medida en que se podían apoyar sobre sus heridas vivas para levantar el cuerpo podían respirar; al cansarse, se abandonaban, creando una desesperante sensación de ahogo. La posición del crucificado buscaba la muerte por asfixia. Era, por tanto, doblemente macabro, ingenioso, sádico… ¡y allí colgaba el hijo de Dios!

El diablo se debió sentir profundamente satisfecho. Había logrado dirigir todas las baterías, todas las pasiones humanas contra el Mesías y lo tenía indefenso y moribundo sobre una cruz.

Ahora tu cuerpo se retuerce y gime, anhelando un poco de oxígeno. Sientes estallar los pulmones, y, con enorme esfuerzo, logras algunas bocanadas de aire irguiéndote sobre tus carnes, sobre tus heridas abiertas. Respiras a precio de infinito dolor.

Tres horas pendiendo de la cruz, hasta compartir la angustia de los condenados. No “sientes” la presencia del Padre, como si se te hubiese escondido su rostro: “Eloí, Eloí, lamá sabactaní”. Hasta allá bajaste, hasta los límites del abandono y de la desesperación, para desde allá rescatar al hombre, rescatarme a mí de las garras del infierno, de mis más íntimos miedos, de mis más ocultos complejos. Este es el precio de mi salvación, de mi rescate. ¡Demasiado alto para jugar con él! ¡Demasiado amor para continuar jugando con ello!

Y todo esto por mí, en lugar mío, para mí. Para demostrarme –con hechos- cuánto me quieres, cuánto valgo ante tus ojos y cuánto esperas de mí, Señor.

Cuando así me has amado, la única pregunta válida es ésta: ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué quieres de mí, Señor? ¡Aquí me tienes! Cuenta conmigo para lo que quieras. Te lo mereces. En verdad, algo menos de esto sería absurdo, vil tacañería, desesperante ceguera.

Ojalá que al contemplar tu cuerpo fláccido y desgarrado a jirones, tus manos retorcidas, tus pies amoratados, tu rostro deformado, tu sangre que no cesa de escapar desde todos tus poros y ha encharcado la base de tu cruz, yo no pueda contener el grito que escapó del pecho de S. Pablo: “la vida al presente la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

Sí, Señor. Ahora puedes terminar de morir en paz. Todo está consumado.

Sí: todo lo has cumplido. Has cumplido de sobra tu misión… “los amó hasta el extremo”.

E inclinando la cabeza, entregó el Espíritu.

escrito por P. Alfonso Pedroza LC 
(fuente: Catholic.net)

Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz

Lectura del Santo Evangelio según San Juan
(Jn 18, 1-19, 42) 

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 

En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí El y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas. 

Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscan?". Le contestaron: "A Jesús, el Nazareno". Les dijo Jesús: "Yo soy". Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles 'Yo soy', retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar: “¿A quién buscan?" Ellos dijeron: "A Jesús, el nazareno". Jesús contestó: "Les he dicho que soy Yo. Si me buscan a Mí, dejen que éstos se vayan". Así se cumplió lo que Jesús había dicho: 'No he perdido a ninguno de los que me diste'. 

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: "Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?". 

El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: 'Conviene que muera un solo hombre por el pueblo'. Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. 

Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?" Él dijo: "No lo soy". Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. 

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a Mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho". Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole: “¿Así contestas al sumo sacerdote?". Jesús le respondió "Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?" Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote. 

Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: ”¿No eres tú también uno de sus discípulos?" Él lo negó diciendo: "No lo soy". Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo: “¿Qué no te vi. yo con Él en el huerto?" Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo. 

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua. Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo: "¿De qué acusan a este hombre?" Le contestaron: "Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído". Pilatos les dijo: "Pues llévenselo y júzguenlo según su ley". Los judíos le respondieron: “No estamos autorizados para dar muerte a nadie". Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. 

Entró otra vez Pilatos en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?". Pilato le respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?". Jesús le contestó: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz". Pilato le dijo: “¿Y qué es la verdad?". 

Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: "No encuentro en El ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?" Pero todos ellos gritaron: “¡No, a ése no! ¡A Barrabás!" (El tal Barrabás era un bandido). 

Entonces Pilatos tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a El, le decían: "¡Viva el rey de los judíos!", y le daban de bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: "Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en El ninguna culpa". Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: "Aquí está el hombre". Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" Pilato les dijo: "Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en El". Los judíos le contestaron: "Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios". 

Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: “¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?". Jesús le contestó: "No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor". Desde ese momento Pilatos trataba de soltado, pero los judíos gritaban: “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!" Al oír estas palabras, Pilatos sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tienen a su rey". Ellos gritaron: "¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: “¿A su rey voy a crucificar?" Contestaron los sumos sacerdotes: "No tenemos más rey que el César". Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. 

Tomaron a Jesús y El, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado "La Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con El a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilatos mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: 'Jesús el Nazareno, el rey de los judíos'. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Soy rey de los judíos'". Pilato les contestó: "Lo escrito, escrito está". 

Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Por eso se dijeron: "No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca". Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados. 

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí está tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Ahí está tu madre". Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él. 

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: "Tengo sed". Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: "Todo está cumplido", e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. 

Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilatos que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con El. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua. El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo de los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús . 

Palabra del Señor. 
Gloria a ti Señor Jesús. 

El trono de la cruz 

“El pueblo que caminaba en tinieblas vió una gran luz, habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló” (Is 9,1), la luz de la redención. Viendo al que los oprimía herido de muerte, este pueblo salió de las tinieblas para entrar en la luz. De la muerte pasó a la vida.

El madero de la cruz sostiene al que creó el universo. Padeciendo la muerte para que yo tenga vida, aquel que sostiene el universo está clavado en el madero como un muerto. Aquel que con su aliento infunde vida a los muertos, exhala su espíritu desde la cruz. La cruz no le avergüenza sino que es el trofeo que da testimonio de su victoria total. Está sentado como juez justo en el trono de la cruz. La corona de espinas que lleva en la frente atestigua su victoria: “Tened ánimo, yo he vencido al mundo y al príncipe de este mundo, llevando el pecado del mundo.” (cf Jn 16,33; 1,29)

Las mismas piedras del Calvario, donde, según una tradición antigua fue enterrado Adán, nuestro primer padre, levantan su voz para testimoniar el triunfo de la cruz. “¿Adán, dónde estás? (Gn 3,9) grita de nuevo Cristo en la cruz. “He venido hasta aquí en tu busca, y para poderte encontrar, he extendido los brazos en la cruz. Con las manos extendidas, vuelvo al Padre para darle gracias por haberte encontrado, luego mis manos se extienden hacia ti para abrazarte. No he venido para juzgar tu pecado, sino para salvar por mi amor a todos los hombres. (cf Jn 3,17) No he venido para declararte maldito por tu desobediencia, sino para bendecirte por mi obediencia. Te cubriré con mis alas, encontrarás refugio en mi sombra, mi fidelidad te cubrirá con el escudo de la cruz y no temerás el espanto nocturno. (cf Sal 90,1-5) porque conocerás el día sin ocaso (Sab. 7,10) Rescataré tu vida de las tinieblas y las sombras de la muerte. (Lc 1,72) No descansaré hasta que, humillado y abajado hasta los infiernos en tu busca, te haya introducido en el cielo.”

San Germán de Constantinopla (¿-733), 
obispo In Domini corporis sepulturam; PG 98, 251-260

(fuente: www.evangeliodeldia.org)

¿Por qué la cruz?

"Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre" (Mt 24,30). La cruz es el símbolo del cristiano, que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos.

Hoy parecemos asistir a la desaparición progresiva del símbolo de la cruz. Desaparece de las casas de los vivos y de las tumbas de los muertos, y desaparece sobre todo del corazón de muchos hombres y mujeres a quienes molesta contemplar a un hombre clavado en la cruz. Esto no nos debe extrañar, pues ya desde el inicio del cristianismo San Pablo hablaba de falsos hermanos que querían abolir la cruz: "Porque son muchos y ahora os lo digo con lágrimas, que son enemigos de la cruz de Cristo" (Flp 3, 18).

Unos afirman que es un símbolo maldito; otros que no hubo tal cruz, sino que era un palo; para muchos el Cristo de la cruz es un Cristo impotente; hay quien enseña que Cristo no murió en la cruz. La cruz es símbolo de humillación, derrota y muerte para todos aquellos que ignoran el poder de Cristo para cambiar la humillación en exaltación, la derrota en victoria, la muerte en vida y la cruz en camino hacia la luz.

Jesús, sabiendo el rechazo que iba producir la predicación de la cruz, "comenzó a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho...ser matado y resucitar al tercer día. Pedro le tomó aparte y se puso a reprenderle: '¡Lejos de ti, Señor, de ningún modo te sucederá eso!' Pero Él dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás!¡...porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres!" (Mt 16, 21-23).

Pedro ignoraba el poder de Cristo y no tenía fe en la resurrección, por eso quiso apartarlo del camino que lleva a la cruz, pero Cristo le enseña que el que se opone a la cruz se pone de lado de Satanás.

Satanás el orgulloso y soberbio odia la cruz porque Jesucristo, humilde y obediente, lo venció en ella "humillándose a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz", y así transformo la cruz en victoria: "...por lo cual Dios le ensalzó y le dio un nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 8-9).

Algunas personas, para confundirnos, nos preguntan: ¿Adorarías tú el cuchillo con que mataron a tu padre?

¡Por supuesto que no!

1º. Porque mi padre no tiene poder para convertir un símbolo de derrota en símbolo de victoria; pero Cristo sí tiene poder. ¿O tú no crees en el poder de la sangre de Cristo? Si la tierra que pisó Jesús es Tierra Santa, la cruz bañada con la sangre de Cristo, con más razón, es Santa Cruz.

2º. No fue la cruz la que mató a Jesús sino nuestros pecados. "Él ha sido herido por nuestras rebeldías y molido por nuestros pecados, el castigo que nos devuelve la paz calló sobre Él y por sus llagas hemos sido curados". (Is 53, 5). ¿Cómo puede ser la cruz signo maldito, si nos cura y nos devuelve la paz?

3º. La historia de Jesús no termina en la muerte. Cuando recordamos la cruz de Cristo, nuestra fe y esperanza se centran en el resucitado. Por eso para San Pablo la cruz era motivo de gloria (Gál 6, 14).


Nos enseña quiénes somos

La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es nuestra dignidad: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Y el madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos enseña cuál es nuestra real identidad.


Nos recuerda el Amor Divino

"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna". (Jn 3, 16). Pero ¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la cruz? La cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos (Jn 15, 13). El demonio odia la cruz, porque nos recuerda el amor infinito de Jesús. Lee: Gálatas 2, 20.


Signo de nuestra reconciliación

La cruz es signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los humanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión.


La señal del cristiano

Cristo, tiene muchos falsos seguidores que lo buscan sólo por sus milagros. Pero Él no se deja engañar, (Jn 6, 64); por eso advirtió: "El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí" (Mt 7, 13).

Objeción: La Biblia dice:"Maldito el que cuelga del madero...".

Respuesta: Los malditos que merecíamos la cruz por nuestros pecados éramos nosotros, pero Cristo, el Bendito, al bañar con su sangre la cruz, la convirtió en camino de salvación.


El ver la cruz con fe nos salva

Jesús dijo: "como Moisés levantó a la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (en la cruz) el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna" (Jn 3, 14-15). Al ver la serpiente, los heridos de veneno mortal quedaban curados. Al ver al crucificado, el centurión pagano se hizo creyente; Juan, el apóstol que lo vio, se convirtió en testigo. Lee: Juan 19, 35-37.


Fuerza de Dios

"Porque la predicación de la cruz es locura para los que se pierden... pero es fuerza de Dios para los que se salvan" (1 Cor 1, 18), como el centurión que reconoció el poder de Cristo crucificado. Él ve la cruz y confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un hombre clavado de pies y manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz, sino las mostró como señal de su victoria. Lee: Juan 20, 24-29.


Síntesis del Evangelio

San Pablo resumía el Evangelio como la predicación de la cruz (1 Cor 1,17-18). Por eso el Santo Padre y los grandes misioneros han predicado el Evangelio con el crucifijo en la mano: "Así mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos (porque para ellos era un símbolo maldito) necedad para los gentiles (porque para ellos era señal de fracaso), mas para los llamados un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Díos" (1Cor 23-24).

Hoy hay muchos católicos que, como los discípulos de Emaús, se van de la Iglesia porque creen que la cruz es derrota. A todos ellos Jesús les sale al encuentro y les dice: ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Lee: Lucas 24, 25-26. La cruz es pues el camino a la gloria, el camino a la luz. El que rechaza la cruz no sigue a Jesús. Lee: Mateo 16, 24

Nuestra razón, dirá Juan Pablo II, nunca va a poder vaciar el misterio de amor que la cruz representa, pero la cruz sí nos puede dar la respuesta última que todos los seres humanos buscamos: «No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que San Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación» (JP II, Fides et ratio, 23).

(fuente: www.aciprensa.com)

jueves, 28 de marzo de 2013

Francisco con los hijos pródigos de Casal del Marmo

El papa lavó los pies a doce jóvenes de diversas nacionalidades y religiones. ¿Estoy dispuesto a ayudar al otro?

 Ciudad del Vaticano, 28 de marzo de 2013 (Zenit.org) En el Penitenciario de Menores de Casal del Marmo, situado en la ciudad de Roma, en la zona norte, el papa Francisco celebró la misa In Coena Domini, con la ceremonia del lavatorio de los pies a doce jóvenes reclusos, dando así inició al Triduo Pascual.

El Triduo Pascual es el tiempo comprendido desde la tarde del Jueves Santo, hasta la madrugada del Domingo de Pascua (o la víspera del sábado), en donde se celebran los tres grandes misterios de la redención: la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo.

Una larga fila de personas esperaban ya desde algunas horas antes, por las calles en la que ha pasado el santo padre, para saludarlo. Es la tercera visita a dicha cárcel por un papa, la primera fue realizada por Juan Pablo II el 6 de enero de 1980, después Benedicto XVI lo hizo el 18 de marzo de 2007 y ahora fue papa Francisco.

La misa se realizó en la capilla del Padre Misericordioso y concelebraron con Francisco, el cardenal Agostino Vallini, y el capellán de la prisión, padre Gaetano Greco. Animaron la misa los voluntarios de Casal del Marmo y jóvenes de Renovación en el Espíritu. La liturgia es la clásica In Coena Domini, y las lecturas fueron realizadas por jóvenes del penitenciario y por educadores.

Debemos ayudarnos entre nosotros, comenzando por quien está más arriba, fue el tema central del papa Francisco en su breve homilía: “Esto es conmovedor. Jesús que lava los pies a sus discípulos. Pedro no entendía más nada. No aceptaba, pero Jesús se los explicó”.

Y el papa añadió: “Jesús, Dios, hizo esto y Él mismo se los explica a los discípulos: ¿Entienden lo que hago por ustedes? ¿Ustedes me llaman el Maestro y el Señor? Lo dicen bien porque y lo soy. Si yo que soy el Señor les lavé los pies a ustedes, es porque ustedes se deben lavar los pies los unos a los otros”.

Y prosiguió: “Les he dado -de hecho- un ejemplo, para que hagan como hice yo. El Señor que es el más importante lava los pies. Porque entre nosotros quién es el más alto tiene que estar al servicio de los otros. Y este es una símbolo. Lavar los píes significa yo estoy a tu servicio.

“También entre nosotros. Y esto significa -prosiguió el santo padre- que tenemos que ayudarnos unos a los otros. A veces me he enojado con uno o con otro. Dejamos perder”.

“Si alguien te pide un favor hazlo, es lo que Jesús nos enseña y es lo que yo hago, lo hago de corazón como sacerdote y como obispo”.

Y añadió: “Tengo que estar a vuestro servicio, es un deber que me viene del corazón. Es un deber que amo hacer porque el Señor me lo ha enseñado. Y también ustedes -subrayó el papa- ayúdense siempre, uno al otro, porque ayudándonos nos haremos el bien”.

“Ahora haremos -concluyó Francisco- esta ceremonia del lavado de los pies y cada uno de nosotros piense: ¿Estoy dispuesto a servir y a ayudar al otro? Y piense que esta señal es una caricia de Jesús que uno hace, porque Jesús vino justamente a ayudarnos”.

Francisco lavó los pies a doce jóvenes de los cuales dos eran mujeres: una muchacha italiana y otra servia. El capellán, don Greco quiso esta presencia femenina porque en el penitenciario de Casal del Marmo hay mujeres menores, si bien Jesús lavó los pies solamente a apóstoles hombres.

“De los muchachos dos eran musulmanes. Para el lavado Francisco se arrodilló seis veces con ambas rodillas, pues cada vez lo hacia y besaba los pies de ambos jóvenes” indicó el portavoz del Vaticano, padre Federico Lombardi. "Incluso era muy empeñativo desde el punto de vista físico para una persona de 76 años" añadió.

Los casi 50 jóvenes reclusos en dicha cárcel están divididos en tres grupos, dos de hombres y uno de 11 mujeres.

“La liturgia -indicó uno de los organizadores de la misa- fue preparada de manera muy simple, también por voluntad del papa. Los jóvenes cada domingo pueden venir o no a la misa. Hoy vinieron todos, es una eucaristía a la luz de la sencillez, alguno leerá el salmo, otro hará la oración”.

El papa vistió un delantal realizado por los muchachos de una comunidad: Villa San Francisco de la localidad de Belluno, en el norte de Italia, y fueron usados para tejerlo, hilos provenientes de Tierra Santa.

Al concluir la misa, en el gimnasio que está contiguo a la capilla, el papa donó un huevo de pascua y un pan dulce con forma de paloma a cada muchacho y ellos le regalaron a Francisco un reclinatorio y una cruz de madera tallada. Dos objetos muy simbólicos.

Uno de los voluntarios indicó: “Nos impresionó la alegría de estos jóvenes por la venida del papa, aunque hay muchos que no son católicos”.

¿Qué empuja a un joven voluntario a hacer una experiencia de este tipo ayudando a los jóvenes reclusos? “El haber recibido -respondió uno de los voluntarios- mucho de la vida y por ello queremos dar algo de nuestro tiempo, a alguien que aunque se haya equivocado y tenga que pagar, no somos lo jueces, necesita ayuda y soporte”.

“Queremos dar testimonio -indicó otro- de lo que somos, sin grandes pretensiones. El grupo de voluntarios es muy amplio y de todas las edades. Nuestro objetivo es el de estar junto a ellos”.

“Ha sido una experiencia muy fuerte del Santo padre y su cercanía a estos jóvenes a quienes le abrió el corazón al Señor” comentó el cardenal Vallini.

La ministra de Justicia, Severino indicó que le impresionó la palabra del papa 'custodiar' porque allí se hace “con tanto sentimiento y alma. Algunos tienen la familia lejos, otro perdió hace poco su mamá, y aquí pueden encontrar los sentimientos buenos”. Y ellos “esperan que su vida futura sea honesta”. “Vi tanto amor en sus ojos -le dijo la ministra al papa- y de servicio hacia los otros”.

Y el papa dirigiéndose a todos aseveró: “Estoy feliz de estar con ustedes, y no se dejen robar la esperanza, ¡no se dejen robar la esperanza! ¿Entendido?

(28 de marzo de 2013) © Innovative Media Inc.

Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado

Lectura del Santo Evangelio según San Juan
(Jn 13, 1-15)
Gloria a ti, Señor.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido. 

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: "¿Señor, me vas a lavar tú a mí los pies?" Jesús le replicó: "Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde". Pedro le dijo: "Tú no me lavarás los pies jamás". Jesús le contestó: "Si no te lavo, no tendrás parte conmigo". Entonces le dijo Simón Pedro: "En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos". Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos están limpios". 

Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si Yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que Yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan".

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

El Jueves Santo, estamos conmemorando la Cena del Señor, la Ultima Cena del Señor, la noche antes de su muerte. Jesucristo instituyó el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre, el Sacramento de la Eucaristía, en la noche del Jueves, cuando celebró la Fiesta de Pascua con sus discípulos, esa Fiesta tan importante que todo el Pueblo de Israel celebraba y que nos describe la Primera Lectura (Ex. 12, 1-14).

La Pascua significa el “paso” de Yavé, Quien pasó de largo las casas de los Israelitas, sin hacer daño a sus primogénitos, mientras sucedía la última de las plagas de Egipto, en que iban muriendo los primogénitos de los Egipcios.

Como la salida de los Israelitas de Egipto tuvo lugar enseguida de esta última plaga, la tradición hebrea relacionó el rito de la Pascua también con este éxodo y se comenzó a dar a la sangre del cordero pascual un valor redentor, pues gracias a la sangre los hebreos fueron rescatados -redimidos- de la esclavitud de los egipcios.

Es así como el Señor y los discípulos se encuentran celebrando esta fiesta la noche antes de la muerte de Jesús, pues la instrucción recibida de Yavé era esta: “Ese día será para ustedes un memorial y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor. De generación en generación celebrarán esta festividad, como institución perpetua”. Así leemos al final de la Primera Lectura del libro del Éxodo.

Pero sucede algo imprevisto en esa última celebración pascual de Jesús con sus discípulos: Jesús, después de comer la cena pascual, sustituye al cordero pascual por Sí mismo. El se entrega como el “verdadero Cordero Pascual” (Prefacio de la Misa de Pascua).

Ese verdadero Cordero es el que San Juan Bautista, su Precursor, nos identifica cuando lo ve llegar al Jordán: ”Allí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo” (Jn. 1, 29).

También en el Apocalipsis se nos presenta a Cristo como Cordero, sacrificado -“degollado”- sí, pero ya glorioso: “Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, la honra, la gloria y la alabanza” (Ap. 5, 12). “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos” (Ap. 5, 13-b).

Pero en la Ultima Cena también Cristo nos deja su Sangre además de su Cuerpo. Recordemos que para el pueblo de Israel, la sangre tenía un carácter sagrado, pues la sangre es vida y, por tanto, tiene relación con Dios, dador de la vida.

Más aún, la Alianza entre Yavé y su pueblo se sella mediante un rito de sangre: la mitad de la sangre de las víctimas se arroja sobre el altar que representa a Dios y la otra mitad sobre el pueblo.

Eso lo vemos cuando, después de recibir el código de la Alianza y de explicarlo a los Israelitas, Moisés hace ese ritual y agrega estas palabras sobre el rito de la Alianza sellada con sangre: “Esta es la sangre de la Alianza que Yavé ha hecho con ustedes, conforme a todos estos compromisos” (Ex. 24, 3-8).

De allí que en la Ultima Cena, según nos refiere San Pablo en la Segunda Lectura (1 Cor. 11, 23-26), también Jesús cambió la sangre del cordero de la Antigua Alianza por su propia Sangre. En efecto, al presentar el cáliz con el vino, dijo: “Este cáliz es la Nueva Alianza, la cual se sella con mi Sangre”.

Estaba el Señor anunciando su muerte al día siguiente y su Sangre derramada en la Cruz.

Así, su Cuerpo entregado y su Sangre derramada hacen de la muerte de Cristo un sacrificio de alianza, que sustituye la Antigua Alianza del Sinaí por esta Nueva Alianza, en la cual el Cordero es Cristo, y en la que no se derrama sangre de animales, sino la del mismo Cristo.

Y todo este sacrificio de Jesús, para nuestra redención: todo esto por mí y para mí. Y esta Nueva Alianza es perfecta, puesto que Jesús nos redime de nuestros pecados y nos asegura para siempre el acceso a Dios y la posibilidad de vivir unidos a El, mediante la recepción de su Cuerpo y de su Sangre en la Comunión, Sacramento de salvación que nos dejó instituido en el primer Jueves Santo de la historia.

Por eso en el Salmo 115 cantamos: “Gracias, Señor por tu Sangre que nos lava”. Este Salmo nos recuerda nuestros compromisos –la Alianza- con el Señor y nos lleva al agradecimiento por su sacrificio: “¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? … Cumpliré mis promesas al Señor”.

Celebramos todos estos misterios y compromisos al conmemorar la Ultima Cena del Señor cada Jueves Santo. El Sacramento de la Eucaristía es el Regalo más grande que Jesús nos ha dejado: todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida espiritual, para unirnos a El.

El misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo es un misterio de Amor. Dios Padre nos entrega a su Hijo para redimirnos del pecado, para pagar nuestro rescate. ¡Qué precio para rescatarnos! La Vida de Jesucristo, el Cordero de Dios, entregada en la Cruz. Y esa entrega del Hijo de Dios por nosotros los seres humanos, se renueva en cada Eucaristía.

Después de la Misa Solemne de la Cena del Señor, cada Jueves Santo en cada Iglesia Católica en el mundo, Jesucristo mismo en la Sagrada Hostia, es trasladado a un Altar especial que se ha preparado para allí ser adorado por todos los fieles que deseen hacerlo la noche del Jueves Santo y al día siguiente, hasta antes de comenzar el Oficio del Viernes Santo.

(fuente: www.homilia.org)
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