Amor hasta el extremo
En el corazón de este Triduo sagrado está «el misterio de un amor sin límites», es decir, el misterio de Jesús que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Juan 13, 1). He vuelto a presentar este estremecedor y dulce misterio a los sacerdotes en la Carta que, como todos los años, les he enviado con motivo del Jueves Santo.
Os invito a reflexionar sobre este mismo amor también a vosotros para disponeros dignamente a revivir las etapas conclusivas de la historia terrena de Jesús. Entraremos mañana en el Cenáculo para acoger el don extraordinario de la Eucaristía, del Sacerdocio y del mandamiento nuevo. Recorreremos el Viernes Santo la vía dolorosa que lleva al Calvario, donde Cristo consumará su sacrificio. El Sábado Santo aguardaremos en silencio a introducirnos en la solemne Vigilia Pascual.
Jueves Santo
2. «Los amó hasta el extremo». Estas palabras del evangelista Juan expresan y califican de manera peculiar la liturgia de mañana, Jueves Santo, en las celebraciones de la misa crismal de la mañana y de la misa vespertina de la Cena del Señor, con la que comienza el Tríduo santo.
La Eucaristía es signo elocuente de este amor total, libre y gratuito, y ofrece a cada uno la alegría de la presencia de quien nos hace capaces de amar, según su ejemplo, «hasta el extremo». El amor que propone Jesús a sus discípulos es exigente.
En este encuentro, hemos sentido de nuevo el eco de las palabras del evangelista Mateo: «Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mateo 5, 11-12). También hoy amar «hasta el extremo» quiere decir estar dispuestos a afrontar el cansancio y las dificultades en nombre de Cristo. Significa no tener miedo ni de los insultos ni de las persecuciones, y estar dispuestos a «amar a vuestros enemigos y rogar por los que os persigan» (Mateo 5, 44). Todo esto es un don de Cristo, que se entregó a sí mismo por todo hombre como víctima de sacrificio en el altar de la Cruz.
Viernes Santo
3. «Los amó hasta el extremo». Desde el Cenáculo hasta el Gólgota: nuestra reflexión nos lleva al Calvario, donde contemplamos un amor cuyo cumplimiento es el don de la vida. La Cruz es el signo claro de este misterio, pero al mismo tiempo, precisamente por esto, se convierte en un símbolo que interpela e inquieta a las conciencias. Cuando, el viernes próximo, celebraremos la pasión del Señor y participaremos en el Viacrucis, no podremos olvidar la fuerza de este amor que se entrega sin medida.
En la carta apostólica con motivo de la conclusión del gran Jubileo del año 2000, he escrito: «La contemplación del rostro de Cristo nos lleva así a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la Cruz. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración» («Novo millennio ineunte», 25). Esta es la actitud interior más coherente para prepararnos a vivir el día conmemorativo de la pasión, de la crucifixión y de la muerte de Cristo.
Sábado Santo
4. «Los amó hasta el extremo». Sacrificado por nosotros en la Cruz, Jesús resucita y se convierte en primicia de la nueva creación. Pasaremos el Sábado Santo en silenciosa espera del encuentro con el Resucitado, meditando en las palabras del apóstol Pablo: «Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Corintios 15,3-4). De este modo, podremos prepararnos mejor para la solemne Vigilia Pascual, cuando irrumpirá en el corazón de la noche la fulgurante luz de Cristo resucitado.
Que en este último tramo del camino penitencial nos acompañe María, la Virgen que permaneció siempre fiel junto al Hijo, sobre todo en los días de la Pasión. Que ella nos enseñe a amar «hasta el extremo», siguiendo las huellas de Cristo, que con su muerte y resurrección ha salvado al mundo.
N. B.: Traducción realizada por Zenit.
(11 de abril de 2001)
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