Nuestro amigo, el profeta callejero que mostraba el cartel con la inscripción “Francisco I Papa”, tenía el dato que, en la sala Stampa, ninguno de los acreditados había obtenido. El hombre que Dios había elegido para tremenda responsabilidad se llamaba Francisco; él sería el Obispo de Roma buscado por los 115 cardenales electores en ”los confines de la tierra”, quien, como mensaje programático para su servicio, eligió el don de la fraternidad, el amor y la fe. Su lema evangélico es: “Lo miró con misericordia y lo amó”.
Posiblemente, en los días previos al cónclave, el entonces cadenal Jorge Mario Bergoglio habrá pasado una y otra vez, al ir y salir de las reuniones, por la plaza de San Pedro. Allí, es posible que su mirada misericordiosa, con amor de Padre, se haya posado en aquel hombre de la calle que supo, antes que el actual Papa, que su nombre sería Francisco.
Conociendo los dotes de amor misericordioso a los pobres del nuevo sucesor de Pedro, este hipotético encuentro en la Plaza explicaría lo que nadie entiende: cómo fue que el hombre del cartel, sin acceso al cónclave ni a la información que se acumulaba en la Sala Stampa, sabía lo que sabía.
Es que, como nos lo ha enseñado Bergoglio en estos últimos años de su servicio pastoral en Buenos Aires, Dios habita en la ciudad y, en particular, en los pobres. Por eso es que el dato del cielo estaba ya instalado en la Plaza, donde el inolvidable miércoles 13 de marzo bendecíríamos a Francisco y él nos confirmaría en la fe.
Al final de esta historia, me veo con el deber de avisarle al padre Federico Lombardi, jefe de la Sala de Prensa de la Santa Sede, que se sumó un periodista a nuestra sala; que lo tenga en cuenta cuando nos reunamos con Francisco, el sábado próximo, y que a este profeta de la calle deberíamos darle un premio, entre todos, por acercarnos la primicia: “se llama Francisco”.
escrito por el Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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