Dios desea que hagamos su Voluntad, pues en su Voluntad está nuestra salvación, nuestra eterna felicidad. Y, por el contrario, en nuestra voluntad, cuando la misma no está guiada por la Voluntad de Dios, está nuestra condenación. Entonces, como Dios sabe qué es lo que nos conviene, nos va guiando -en libertad- hacia el conocimiento de su Voluntad, pues su deseo es que todos nos salvemos para disfrutar de la felicidad plena y eterna, para la cual nos creó.
Dios nos hizo libres. Somos libres. Somos responsables de nuestros actos. Eso sí, nos dio ese poder de decisión para que libremente podamos escogerlo a El y llegar así a la plena y total felicidad en El, para toda la eternidad. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #1730 y 1743)
Pero ... ¿qué es la libertad? Es el poder de actuar o de no actuar, de hacer una cosa u otra; es el poder de escoger entre opciones y de realizar acciones que nosotros mismos decidimos. La libertad es un regalo grande que Dios nos ha dado, rasgo importantísimo de lo que llamamos “dignidad humana”. Y ese regalo de Dios lo usamos bien cuando nos sirve para llegar a Dios, Quien es nuestro fin último, el propósito para el cual fuimos creados. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #1731)
La libertad, por supuesto, nos permite hacer el bien o hacer el mal. Los seres humanos somos libres de escoger a Dios o de rechazarlo. Pero Dios quiso que sus creaturas lo escogiéramos a El en libertad, no por la fuerza. Él no nos obliga a escogerlo a El. Quiere que lo hagamos libremente.
Se trata de amar, de amar a Dios sobre todas las cosas; es decir, de escogerlo a El antes de cualquier otra persona o cosa. Y si de amor se trata, ¿cómo puede obligarse a alguien a amar? Justamente para amar tenemos que ser libres. El amor implica poder escoger a quien se ame. El amor no puede lograrse por la fuerza. Dios, entonces, no nos obliga a amarlo. Desea que lo hagamos libremente.
Cuando nos guiamos nosotros mismos, y no dejamos que sea el Espíritu Santo Quien nos guíe, vemos la libertad como un derecho a usar desordenadamente las cosas que Dios ha puesto para nuestro servicio. Surge entonces el conflicto sobre si tenemos libertad o no. En cambio, cuando nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, la libertad la reconocemos como un regalo, como ese agradable “dejarnos llevar”, para ir buscando a Dios. Es así como, en cuanto el ser humano reconoce la supremacía del Espíritu sobre el yo, el conflicto cesa, pues usa entonces la libertad para buscar a Dios y no para buscar la propia satisfacción. La libertad, así entendida, se convierte en el hilo conductor que nos va llevando hacia Dios.
En resumen: Dios nos comunica su gracia para que podamos, libremente, escoger su Voluntad, que es nuestra verdadera felicidad. Y “como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oración”, a medida que nos dejamos guiar cada vez más por el Espíritu, crece en nosotros la libertad y la verdadera felicidad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica # 1742).
A medida que el hombre va practicando el bien y rechazando el mal, va encontrando el verdadero sentido de la libertad, como camino a la verdadera felicidad.
(fuente: www.homilia.org)
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