Durante muchos años, Don Bosco acostumbró a celebrar la fiesta de Nuestra Señora del Rosario en I Becchi, acompañado de un puñado de muchachos que lo acompañaban con una alegría inimaginable. Para todos era un premio estar con Don Bosco unos días de vacaciones. Primero fueron unos cuantos, pero pronto sobrepasaron el centenar.
El primer destino estable fue su tierra y su casa natal. José, su hermano, acogía con gusto aquella horda de muchachos y los acomodaba como podía en graneros y establos cuidando de proveer lo necesario. Provocarían, a buen seguro, algún disgusto; pero el buen José sabía mirar para otro lado y hacer que las cosas transcurrieran lo mejor posible.
Después de 1858, Don Bosco planeó auténticas marchas por los pueblos del Piamonte y de las provincias limítrofes. Cuidaba con antelación los itinerarios y se confiaba a amigos y bienhechores que los acogían en sus casas o preparaban alguna merienda para aquel ejército dispuesto en batalla cuando de acallar el hambre se trataba. No faltaron nunca la fruta, el pan recién hecho o un pedazo de queso ofrecido con generosidad por los lugareños entusiasmados con aquella algarabía que el sacerdote con fama de santo se empañaba en calmar, sin demasiado éxito las más de las veces.
Nos han llegado algunos hermosos testimonios de aquellos días de fiesta y alegría para tantos jóvenes que disfrutaron de experiencias inolvidables acompañando a Don Bosco. Uno de sus muchachos, Anfossi, dejó escrito esto:
Siempre recuerdo aquellos viajes. Me llenaban de alegría y maravilla. Acompañé a Don Bosco por los collados del Monferrato desde 1854 a 1860. Éramos un centenar de jóvenes y veíamos la fama de santidad que gozaba ya Don Bosco. Su llegada a los pueblos era un triunfo. A su paso salían los párrocos de los alrededores y ordinariamente también las autoridades civiles. La gente se asomaba a las ventanas o salía a la puerta de la calle, los campesinos dejaban la labor para ver al Santo.
Toda la pedagogía de Don Bosco encerrada en estos “paseos otoñales”. La familiaridad y la camaradería, la alegría y la fiesta. Tiempo para caminar, como se avanza por los senderos de la vida, y espacio para conversar y trabar amistad. La presencia de Don Bosco es la del adulto que acompaña en el camino. Una presencia amable y buena. Una palabra para todos y el gesto cómplice y solidario con quien tiene más dificultades en llegar a la meta.
La música y la fiesta esponjaban el corazón y desencadenaban las fuerzas de aquellos jóvenes entusiastas que se sentían felices por estar junto al padre a quien tanto admiraban y a quien tan agradecidos estaban. En perfecta formación, haciendo sonar los instrumentos musicales, la entrada de los muchachos de Don Bosco en aquellos pequeños pueblos del Piamonte era todo un acontecimiento.
A los muchachos les llenaba de “maravilla y alegría”. A Don Bosco, le parecía tocar el cielo disfrutando de la sonrisa de sus jóvenes y de sus cantos de fiesta. No faltaban la oración y la bendición con el Santísimo en la iglesia del pueblo. El afecto del padre se hacía confianza en la familiaridad del camino vital que, sin saberlo, muchos de aquellos jóvenes recorrieron junto a él. Mucho más que las colinas del Monferrato.
escrito por José Miguel Núñez
(fuente: www.boletin-salesiano.com)
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