- Empiezo por la segunda pregunta. En la tradición cristiana, la cuaresma está ligada a la conversión, a la penitencia, al ayuno y la limosna. Sin embargo, es llamativo que con mucha frecuencia los mensajes para la Cuaresma, tanto de Juan Pablo II como de Benedicto XVI, insistan mucho en la justicia social. Me parece que esto se debe a una razón profunda, y es que sin la preocupación por los demás, la conversión personal se quedaría corta, más aún, no sería auténtica; porque convertirse a Dios significa salir de uno mismo para ir al encuentro del amor, que es el fundamento y el “motor” principal de toda justicia.
Pienso, además, que el Papa ha elegido el tema de la Justicia en conexión con su encíclica “Caritas in Veritate”. No en vano afirma que la justicia más grande es la del amor, porque en sentido bíblico la justicia se identifica con la verdad, la santidad y el amor de Dios. Buscar en todo la justicia es vivir “la caridad en la verdad”. Así que la Cuaresma es un tiempo oportuno para convertirse, comenzando por abandonar el pecado y buscar más hondamente el amor de Dios con todas sus consecuencias; y, por eso, es un tiempo para vivir la justicia: primero con Dios, también con uno mismo y con los demás. Sin Dios no hay justicia plena; sin la preocupación por los demás, no hay amor a Dios en el sentido pleno.
- El Papa nos habla de la injusticia como fruto del mal –que tiene raíces tanto internas como externas– así como de la fragilidad del hombre. ¿Cómo llegar a ser justos?
La justicia –según la tradición bíblica y cristiana– significa la conformidad con la verdad de Dios y la nuestra, con la de cada uno y los demás, y también con la realidad de las cosas creadas. Evoca el Papa que ya Ulpiano en el siglo III definió la justicia como “dar a cada uno lo suyo”. Y señala Benedicto XVI algo importante que no se tiene presente con esa frase: que lo primero que nececesita el hombre es Dios. Por otra parte, cabría decir que la primera justicia es dar a Dios lo suyo, es decir, la gloria y la alabanza, la acción de gracias y el amor. Sólo así se es justo con uno mismo y los demás, buscando lo que nos corresponde como personas: en primer lugar, la belleza, el bien, la verdad que es Dios mismo, y al mismo tiempo, la solidaridad, ¡el pan! Y los demás bienes materiales, procurando para cada uno lo que precisa para vivir. En cristiano, justicia no es buscar “lo mínimo”, sino amar, que es más bien lo contrario: buscar lo máximo que podamos dar de nosotros mismos, porque sólo así nos hacemos más parecidos a Dios; es decir, más justos. Por eso dice el Papa que la justicia debe ser “vivificada” por el amor.
- En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia está llena de contenido, pero acaso esta doctrina no parece interesar mucho a los políticos y gobernantes de hoy. ¿A qué se debe este desinterés?
Supongo que se debe, en muchos casos, a falta de conocimiento de esa gran riqueza de contenidos a la que te refieres. Quizá se piensa que la Doctrina Social es un conjunto de principios meramente teóricos que derivan de la fe, y por tanto, según algunos, de una visión “parcial”, que no tiene por qué interesar a todos. Sin embargo, no es así. La sabiduría que se expresa máximamente en la persona y en las enseñanzas de Cristo, tiene un valor universal; esto lo han reconocido los sabios que han llegado a encontrarse con Cristo y por tanto a comprenderlo y a “vivir” de Él. Como lo ha vivido también la gente sencilla sin prejuicios laicistas ¡Qué bueno sería que muchos de nuestros gobernantes tuvieran una mente más abierta a la luz de Cristo! Por poner sólo dos ejemplos, el Derecho Internacional moderno tiene sus bases principales en la reflexión cristiana de Francisco de Vitoria, profesor de la escuela de Salamanca, en el s. XVI; otro cristiano, el inglés William Wilberforce, a principios del s. XIX consiguió la abolición de la esclavitud en el entonces Imperio Británico.
- ¿Qué es la “sed de justicia” de la que Jesús habla en las Bienaventuranzas? ¿Cómo se vive en la Iglesia?
Esa “sed de justicia” es, en último término, la que brota del mismo Corazón de Cristo: el deseo de que las personas conozcan y vivan el amor de Dios que se ha manifestado en la entrega de Jesús por todos y cada uno. Es la sed que consume también el corazón de los santos. La sed que les lleva, al mismo tiempo, a hacer más oración y a preocuparse más por todas las personas que les rodean, especialmente por los más pobres y necesitados. ¡Hay pobres que no tienen lo mínimo para subsistir, en lo material o en lo espiritual, y esto tiene que rompernos el corazón (y movernos a la acción)! Esto es lo que los cristianos vivimos, desde siempre, de muchos modos. Pero hoy existe una necesidad de que nos impliquemos todos mucho más. No sólo la Iglesia institucionalmente –como viene haciendo desde el principio–, sino cada comunidad cristiana: las familias, las escuelas, los grupos y movimientos, etc., comenzando por una verdadera conversión personal.
entrevista hecha al Padre Ramiro Pellitero
Profesor de Teología Pastoral en la Universidad de Navarra y
Subdirector del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Universidad de Navarra.
Profesor de Teología Pastoral en la Universidad de Navarra y
Subdirector del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Universidad de Navarra.
(fuente: www.sontushijos.org)
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