El Papa Pío IX, después de consultar a todo el episcopado, proclamó el 8 de diciembre de 1854 que es una verdadera revelación de Dios, y que por tanto, los fieles hemos de creer, que la «Bienaventurada Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original por singular privilegio y gracia de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano»
El pecado original hace que todos los hombres sean concebidos privados de la gracia santificante.
Sólo a la Virgen ha concedido Dios este privilegio, por estar elegida para ser la Madre de Dios. La Virgen María fue preservada del pecado original por los merecimientos salvadores de Jesucristo, el Redentor. Esta pre-redención de María es la manera más perfecta de redención obrada por Cristo.
Preservada de toda mancha de pecado original. (Credo de Pablo VI, n. 141).
En el capítulo 3 del Génesis, después de pecar nuestros primeros padres, dice Dios a la serpiente: «Voy a poner perpetua enemistad entre tú y la mujer, entre tu linaje y su descendencia» La Iglesia entendió estas palabras, desde el principio, como la expresión de una enemistad total y victoriosa de Cristo y María con Satanás y sus partidarios. Esto llevó a pensar que la Virgen no pudo estar ni siquiera un instante bajo el poder de Satanás.
San Lucas transmite en su evangelio las palabras del arcángel Gabriel: «Dios te salve, llena de gracia». Esta plenitud de gracia es completa y, por tanto, abarca toda su vida, desde el momento de la concepción.
Santa Isabel dice a la Virgen cuando María fue a visitarla: «Tú eres bendita entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre». El paralelismo entre Cristo y María sugiere que María, como Jesús, estuvo libre de todo pecado.
Desde el siglo VII se celebró en la Iglesia la fiesta de la Concepción de la Santísima Virgen. Este dogma fue afirmándose cada vez con más fuerza hasta que lo definió Pío IX.
Santa María es además impecable
Como la inmunidad del pecado original no incluye necesariamente la de sus consecuencias, María, igual que Jesucristo, tenía las deficiencias humanas que no suponen imperfección moral. Estaba sometida, entre otras limitaciones, al dolor y a la muerte.
No tenía, en cambio, la Virgen ningún tipo de concupiscencia, es decir, ninguna tendencia desordenada a los bienes sensibles. En esto se parecía también a su Hijo Jesús. Pero esto no disminuye los merecimientos de Jesucristo ni tampoco los de María, que son grandísimos por su amor a Dios y por el ejercicio especialísimo de todas las virtudes.
La llena de gracia, por un privilegio especial de Dios, estuvo también inmune de todo pecado personal, incluidos los veniales, durante el tiempo de su vida.
Ave María Purísima, sin pecado concebida.
(fuente: www.encuentra.com)
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