Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (Mt 11, 2-11)
En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: “¿Eres Tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Jesús le respondió: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por Mí”. Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: ¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten de lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, Yo se los aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que Yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino. Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Jesucristo define a su primo, San Juan Bautista como un Profeta, agregando que es “más que un profeta” (Mt. 11, 2-11). Esto fue cuando ya eran adultos -treinta años de edad tenían ambos. Juan había ya anunciado al Mesías que debía venir y había predicado la conversión y el arrepentimiento, bautizando en el Jordán. Ya Juan había caído preso por su denuncia del adulterio de Herodes. Paralelamente, Jesús ya había comenzado su vida pública y, aparte de su predicación, ya había realizado unos cuantos milagros, por lo que su fama se iba extendiendo por toda la región.
Es así como, estando Juan en la cárcel, oye hablar de las cosas que estaba haciendo Jesús. Queriendo, entonces confirmar si era el Mesías esperado, San Juan Bautista mandó a preguntarle si era El o si debían esperar a otro. Jesús no respondió directamente, sino que ordenó que se informara a Juan acerca de los milagros que estaba realizando: los ciegos ven, los sordos oyen, los mudos hablan, los cojos andan ... San Juan Bautista ya no necesitaba más información: enseguida debe haber identificado a Jesús con las profecías del Profeta Isaías sobre la actividad milagrosa del Mesías (cf. Is. 35, 4-6).
Sin embargo, por más que los milagros eran algo muy impresionante y por más que ya estaban anunciados que serían hechos por el Mesías esperado, la austeridad con la cual Jesús se estaba manifestando al pueblo de Israel, contrastaba con lo que la mayoría estaba esperando del Mesías. Y esto podría defraudar a unos cuantos, pues la mayoría esperaban un Mesías poderoso e imponente.
De allí que el Señor rematara el mensaje para su primo el Precursor, con esta frase: “Dichoso aquél que no se sienta defraudado por mí”. En efecto, a muchos de su tiempo les pareció que Jesús no hacía suficiente honor a su título de Salvador, pues como bien dijo San Pablo posteriormente: “no hizo alarde de su categoría de Dios” (Flp. 2, 6). En efecto, a pesar de ser ¡nada menos que Dios! Jesús nos da ejemplo de una labor humilde y sencilla. Y, a la vez, nos exige esa misma humildad y sencillez a nosotros.
Para ser humildes y sencillos como el Señor, debemos ver en los milagros anunciados por el Profeta Isaías y realizados por Jesús, los milagros que nuestro Redentor, puede hacer en cada uno de nosotros, especialmente en este tiempo pre-navideño de Adviento.
¿Qué tiene que ver este mensaje del Evangelio con este tiempo de preparación a la Navidad? Que debemos prepararnos, como San Juan Bautista llamaba a la preparación para la llegada del Mesías. Porque el Mesías, el Salvador del Mundo, Jesucristo, volverá, y debemos estar preparados. Y la mejor preparación es dejarnos sanar por Jesús que ya vino hace dos mil años y que continúa estando presente en cada uno de nosotros con su Gracia. Aprovechemos todas las gracias derramadas en este Adviento, para prepararnos a la llegada del Mesías. Pidámosle que cure la ceguera de nuestra oscuridad, para que podamos ver las circunstancias de nuestra vida como El las ve. Pidámosle que cure la sordera de nuestro ruido, para que podamos oír su Voz y seguirle sólo a El. Pidámosle que cure nuestra mudez, para que podamos proclamar su Palabra a todo el que quiera oírla. Pidámosle que cure nuestra cojera y nuestra parálisis, para que podamos andar por el camino que nos lleva al Cielo.
Así nos habremos preparado bien para recibirlo. Así habremos aprovechado este Adviento. Que así sea.
(fuente: www.homilia.org)
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