1. En términos generales, ayuno significa no comer nada, o comer menos de lo habitual. Se trata de una práctica común en la sociedad, sea por razones religiosas o no. Hay personas que hacen huelga de hambre por motivos políticos. Otras mantienen rígidas dietas alimentarias por cuestiones estéticas. En la Iglesia católica, el ayuno se inserta en el contexto de las prácticas penitenciales, que son ejercicios de conversión a Dios.
El ayuno no es algo desconocido o rechazado por la cultura moderna. En la historia reciente, fueron famosos los ayunos practicados por Mahatma Gandhi (1869-1948). El líder político indio ayunó en diferentes ocasiones – en algunas de ellas hasta durante 21 días – como forma de protesta contra la colonización británica.
Además del ámbito político, donde se utiliza el término “huelga de hambre”, el ayuno se practica por cuestiones de salud, como en el caso de personas que no ingieren determinados alimentos por prescripción médica. Se hace también por motivos estéticos, en busca de una figura mejor. Y no se debe olvidar el ayuno impuesto por la necesidad, en situaciones de hambre y miseria.
En la Iglesia católica, el ayuno es una práctica penitencial. ¿Pero qué es la penitencia? Es la virtud cristiana que inspira el arrepentimiento por los pecados. En sentido más amplio, la penitencia es “una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión hacia Dios de todo nuestro corazón” (Catecismo de la Iglesia Católica – CIC –, 1431).
Se trata de un deseo de cambiar de vida, “con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia”. Esta conversión interior viene acompañada de aquello que los Padres de la Iglesia – grandes hombres de los inicios de la Iglesia, aproximadamente desde el siglo II al VII – llamaban de “compunctio cordis”, o sea, “arrepentimiento del corazón” (CIC, 1431).
En este sentido, una de las expresiones más tradicionales de la penitencia cristiana es justamente el ayuno – junto a la oración y la limosna –. Siendo así, el ayuno no se reduce sólo a una cuestión alimentaria. Ayunar es “privarse voluntariamente del placer de los alimentos y de otros bienes materiales”, explica el Papa Benedicto XVI en el mensaje para la Cuaresma de 2009.
La Iglesia establece como día de penitencia todo viernes. Ya la Cuaresma, que constituye un camino de entrenamiento espiritual más intenso en preparación a la Pascua, se considera tiempo de penitencia. Constituye una ocasión especial para ayunar, dedicarse a la oración y ejercitarse en las obras de piedad y caridad.
El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son dos días prescritos para el ayuno y la abstinencia – no comer carne –. En estas fechas, se hace sólo una comida completa durante el día y, en caso de necesidad, se toman otras dos pequeñas colaciones.
Otro ayuno indicado por la Iglesia es el eucarístico. Quien va a recibir la eucaristía debe de abstenerse, por el espacio de al menos una hora antes de la comunión, de cualquier comida o bebida, excepto agua o medicamentos (Código de Derecho Canónico, 919 § 1).
2. La Biblia y la tradición cristiana enseñan que el ayuno es de gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por eso, en la historia de la salvación, es frecuente la invitación a ayunar. El primer ayuno fue ordenado a Adán: no comer del fruto prohibido. Según las escrituras, Moisés, Esdrás, Elías y los habitantes de Nínive ayunaron.
Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura, Dios ordena que el hombre no coma del fruto prohibido: ““Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte” (Gn 2, 16-17).
Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno fue ordenado en el Paraíso”, y que “el primer mandamiento en este sentido fue dado a Adán” (cf. Sermón sobre el ayuno: PG 31, 163, 98)”, explica el Papa Benedicto XVI (mensaje para la Cuaresma de 2009). Teniendo presente que el hombre está herido por el pecado y sus consecuencias, el ayuno es propuesto como “un medio para restablecer la amistad con el Señor”.
Por ejemplo, Esdrás, antes del viaje de regreso del exilio a la Tierra Prometida, invitó al pueblo reunido a ayunar “para humillarnos ante nuestro Dios” (8, 21). También los habitantes de Nínive, sensibles al llamamiento de Jonás al arrepentimiento, proclamaron un ayuno diciendo: “Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta, y aplaque el ardor de su ira, de manera que no perezcamos” (3, 9).
El libro del Éxodo (34, 20-28) narra que Moisés estuvo en la presencia del Señor, en ayuno, antes de recibir los mandamientos, grabados en tablas de piedra, y entregarlos al pueblo. También el libro de los Reyes (I Re 19, 8) habla del ayuno de Elías, cuando el profeta caminó 40 días para ir al encuentro del Señor en el monte Horeb.
Los Evangelios de Lucas y Mateo narran que Jesús ayunó durante 40 días, antes de iniciar su misión pública. El “también nos animó a ayunar, en el sermón de la montaña, al decir estas palabras: ‘Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará’”, explica el padre John Flader, autor del libro “Question time: 140 questions and answers on the catholic faith".
La práctica del ayuno también se encuentra muy presente en la primera comunidad cristiana (“Ellos, después de haber ayunado y orado” – Hch 13, 3; “al soportar (…) el hambre” – 2 Cor 6, 5). “También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de impedir el pecado, de reprimir los deseos del ‘viejo Adán’, y de abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios” (mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma de 2009).
3. El ayuno realizado por motivos religiosos busca una serie de beneficios. En primer lugar, es un modo de responder a la invitación de ser discípulo de Jesús. Es un acto que manifiesta reverencia a Dios, ejercita la fortaleza y la templanza, motivando el auto-dominio y la libertad interior. Es también un acto de solidaridad.
Ayunar – explica el padre John Flader – “es un buen modo de responder a la invitación de Jesús: ‘El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga’” (Mt 16, 24).
En el tiempo de Jesús, el ayuno obligatorio tenía lugar una vez al año, en el día del “Yom Kippur”, el “Gran Día de la Expiación”.
Los Evangelios tienen tres versiones sobre el ayuno de Jesús – explica el padre José Knob, SCJ, profesor de la Facultad Dehoniana, en Taubaté, São Paulo –.
Según el Evangelio de Marcos, Jesús no ayunó. El evangelista habla de que los ángeles le servían durante los 40 días en el desierto, periodo de retiro que preceden a su ministerio público. Ya Lucas y Mateo hablan de ayuno. Estos dos evangelistas hablan del ayuno de Jesús como preparación para la vida apostólica, esto es, como forma de fortalecer el espíritu para la misión.
Según el sacerdote, uno de los grandes beneficios del ayuno es su propia pedagogía. “Es un ejercicio de abstenerse de cosas lícitas en sí, fortaleciendo así el espíritu, para, en el momento en que aparecer una tentación de hacer algo ilícito, la gente sea fuerte”, explica el padre José Knob.
“En el fondo, el ayuno es eso. No es que el sufrimiento agrade a Dios. Se trata de algo pedagógico. Es fortalecer el espíritu. Y ese valor no se pierde, pues la persona se hace más fuerte para resistir al mal”.
También el padre John Flader cita, entre los beneficios del ayuno, la manifestación de reverencia a Dios, “al devolverle parte de la creación que nos confió”. También “pone en ejercicio las virtudes de la fortaleza y de la templanza, al negarnos en lo que sería un alimento, una bebida u otro placer legítimo, para adquirir así mayor autodominio y libertad de corazón”.
Según el sacerdote, esto es particularmente importante en la sociedad de hoy, donde las personas se pueden convertir en presas del consumismo, al adoptar una mentalidad muy indulgente, “que nos lleve a comer o beber a nuestro capricho, frecuentemente en prejuicio de nuestra salud corporal y espiritual”.
El padre Flader explica también que el ayuno puede ser propuesto como reparación por los pecados. Puede también ser ofrecido por los otros, para, por ejemplo, que vuelvan a la práctica de la fe, se recuperen de una enfermedad, decidan casarse en la Iglesia, encuentren un trabajo.
Otra característica es que el ayuno debe ser hecho en espíritu de solidaridad con las personas que tienen que ayunar por la fuerza, porque no tienen qué comer. “Quien ha sentido hambre en algún momento, tiende a solidarizarse con aquellos que no tienen alimento suficiente y puede imaginarse la situación de esas personas”. En este sentido, “el ayuno humaniza”, afirma el padre José Knob.
Por tanto, no faltan razones para ayunar. Pero el ayuno debe estar siempre acompañado de otros actos de virtud, de modo particular la caridad.
Referencias:
Catecismo de la Iglesia Católica
Código de Derecho Canónico
Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma de 2009
Padre John Flader, , autor del libro “Tiempo de preguntar", ed. Rialp
Aleteia consultó al padre José Knob, SCJ, profesor de la Facultad Dehoniana, en Taubaté (São Paulo).
(fuente: aleteia.org)
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