08/06/2016 En la audiencia general de esta semana, Francisco reflexiona sobre el milagro de las bodas de Caná.
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Un grupo de niños ha tenido la suerte esta mañana de acompañar al santo padre Francisco en el papamóvil durante todo el recorrido por la plaza de San Pedro, antes de comenzar la audiencia general de este miércoles. Los pequeños han saludado junto con el papa Francisco a los miles de fieles allí reunidos. Venidos de todos los rincones del mundo, los peregrinos han recibido la llegada del Pontífice con entusiasmo y alegría, agitando sus banderas y carteles con mensajes de cariño y cercanía.
Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Antes de comenzar la catequesis quisiera saludar a un grupo de parejas que celebran el 50º aniversario de matrimonio. Eso sí que es el vino bueno de la familia. El vuestro es un testimonio que tiene que aprender los recién casados y los jóvenes a quienes saludaré después. Un bonito testimonio, gracias por vuestro testimonio.
Después de haber comentado algunas parábolas de la misericordia, hoy nos detenemos en el primer milagro de Jesús, que el evangelista Juan llama ‘signos’, porque Jesús no los hizo para suscitar maravilla, sino para revelar el amor del Padre. El primero de estos signos prodigiosos es contado precisamente por Juan (2, 1-11) y se cumple en Caná de Galilea. Se trata de una especie de “puerta de ingreso”, en la que están talladas palabras y expresiones que iluminan todo el misterio de Cristo y abren el corazón de los discípulos a la fe. Veamos algunas.
En la introducción encontramos la expresión “Jesús con sus discípulos” (v. 2). Aquellos a los que Jesús ha llamado a seguirlo, les ha unido a sí en una comunidad y ahora como una única familia, están todos invitados a la boda.
Comenzando su ministerio público en las bodas de Caná, Jesús se manifiesta como el esposo del Pueblo de Dios, anunciado por los profetas y nos revela la profundidad de las relaciones que nos une a Él: es una nueva Alianza de amor.
¿Qué hay en el fundamento de nuestra fe? Un acto de misericordia con la que Jesús nos ha unido a Él. Y la vida cristiana es la respuesta y este amor es como la historia de dos enamorados. Dios y el hombres se encuentran, se buscan, se encuentran, se celebran y se aman: precisamente como el amado y la amada en el Cantar de los Cantares. Todo lo demás viene como consecuencia de esta relación. La Iglesia es la familia de Jesús en la que se vierte su amor; es este el amor que la Iglesia cuida y quiere dar a todos.
En el contexto de la Alianza se comprende también la observación de la Virgen: “No tienen vino” (v. 3). ¿Cómo es posible celebrar las bodas y hacer fiesta si falta lo que los profetas indicaban como un elemento típico del banquete mesiánico? (cfr Am 9,13-14; Gl 2,24; Is 25,6). El agua es necesaria para vivir, pero el vino expresa la abundancia del banquete y la alegría de la fiesta.
¡Una fiesta de boda donde falta el vino hace sentir vergüenza a los recién casados, imaginen terminar la fiesta de la boda bebiendo té! Sería una vergüenza. El vino es necesario para la fiesta. Transformando en vino el agua de la ánforas utilizadas “para la purificación ritual de los judíos” (v. 6), Jesús cumple un signo elocuente: transforma la Ley de Moisés en Evangelio, portador de alegría. Como dice en otra parte el mismo Juan: “porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (1,17).
Las palabras que María dirige a los sirvientes coronan el cuadro esponsal de Caná: “Haced lo que él os diga” (v. 5). Es curioso, son sus últimas palabras transmitidas por los Evangelios: son su herencia entregada a todos nosotros. También hoy la Virgen nos dice, ‘haced lo que Jesús os diga’.
¡Esta es la herencia que nos ha dejado y es bonito! Se trata de una expresión que reclama la fórmula de fe utilizada por el pueblo de Israel al Sinaí en respuesta a las promesas de la alianza: “Lo que el Señor ha dicho, lo haremos” (Es 19,8). Y en efecto en Caná los sirvientes obedecen. “Jesús dijo a los sirvientes: ‘Llenen de agua estas tinajas’. Y las llenaron hasta el borde. Saquen ahora, agregó Jesús y lleven al encargado del banquete. Así lo hicieron” (vv. 7-8).
En esta boda, realmente viene estipulada una Nueva Alianza y a los sirvientes del Señor, es decir a toda la Iglesia, se le confía una nueva misión: “¡Haced lo que él os diga!”. Servir al Señor significa escuchar y poner en práctica su Palabra. Es la recomendación sencilla pero esencial de la Madre de Jesús y es el programa de vida del cristiano.
Para cada uno de nosotros, recibir de la ánfora equivale a encomendarse a la Palabra de Dios para experimentar su eficacia en la vida. Entonces, junto al jefe del banquete que ha probado el agua que se convierte en vino, también nosotros podemos exclamar: “Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento” (v. 10). Sí, el Señor continúa reservando el vino bueno para nuestra salvación, así como continúa brotando del costando traspasado del Señor.
La conclusión del pasaje suena como una sentencia:“Este fue el primero de los signos de Jesús y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él” (v. 11). Las bodas de Caná son mucho más que la simple historia del primer milagro de Jesús. Como un tesoro, Él custodia el secreto de su persona y la finalidad de su venida: el esperado Esposo comienza en las bodas que se cumplen en el Misterio pascual. En esta boda Jesús une a sí a sus discípulos con una Alianza nueva y definitiva. En Caná los discípulos de Jesús se convierten en su familia y nace la fe de la Iglesia. Todos nosotros estamos invitados a esa boda, ¡porque el vino nuevo no se puede perder!
(Traducido por ZENIT desde el audio)
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