En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos.
Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.
Y les dijo: "Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies como una advertencia para ellos".
Los discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Gloria a ti Señor Jesús.
En las religiones antiguas de medio oriente, los dioses no solo adquierían rasgos humanos sino que se los ubicaba residiendo en lugares lejanos e inaccesibles para cualquier mortal. La propia creencia religiosa de un pueblo estaba siempre fuertemente relacionada con su nacionalismo. En el caso de los israelitas, la visión de Dios era radicalmente distinta: no solo que lo ven Único sino que es cercano y hasta sale en búsqueda de su Pueblo.
Dios tomó la naturaleza humana, se encarnó en una (santísima) mujer y se hizo uno de nostoros. Así, en la plenitud de los tiempos, Jesús vino al mundo para darnos la Buena Nueva: somos hijos de Dios. Al ser hijos, el mismo Jesús nos invita a decirle "Papá".
Y como hijos, somos herederos de su Reino. Esa estupenda noticia es la que tenemos que comunicar a todos los demás hermanos en este mundo.
Jesús toma la iniciativa y le pide ayuda a sus discípulos para que muestren a Dios a todas las gentes. Teniendo en cuenta que predicar el mensaje de Cristo en este mundo no es nada fácil, los manda de dos en dos, para que entre ellos se animen y se fortalezcan en la fe y en la acción apostólica.
Llevar el Evangelio a otras personas no se trata de propagar una mera doctrina o ideología política. Bien nos aclaró Jesús que su Reino no es de este mundo. Lo básico del misionero de es dejarse llevar por el Espíritu de Dios para anunciar a Jesucristo, respetando siempre la libertad de los demás.
Jesús nos ha llamado a cadauno de nosotros para que seamos portadores de su Palabra en este mundo. Ya sea enseñando, como así también llevando alegría, esperanza y consuelo. Es importante que nos hagamos humildes de corazón y dóciles al Espíritu Santo para que sea verdaderamente Dios el que habla por nuestra boca y no sean nuestros caprichos.
Si nos decimos creyentes en Dios, si nos decimos cristianos, no podemos callar a Jesús en nuestras vidas. La vida cotidiana de cada uno de nosotros debe hablar de Cristo. Hasta los más mínimos detalles deben dar cuenta de que Jesús transforma nuestras vidas, generando una alegría y paz interior que inevitablemente transmitimos a todas las personas con las que convivimos en el día a día, empezando por nuestro círculo familiar y nuestros amigos más cercanos.
Que la alegría de Dios sea nuestra fuerza en esta semana, y podamos vivir en Cristo transmitiéndolo a todas las personas con las que estemos en contacto.
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