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lunes, 23 de noviembre de 2009

Cómo defender la vida ante los argumentos a favor de la eutanasia y el suicidio asistido

Por Adolfo J. Castañeda
Coordinador Auxiliar para Hispanoamérica
Vida Humana Internacional.

Cuando arrecia en todos los medios del Sistema la campaña del Discurso Cultural Dominante a favor del asesinato de los débiles, camuflándolo como misericordia o derecho, este artículo complementa el magnífico estudio "La eutanasia: un estudio general" editado en el nº 30 de esta publicación. También se recomienda visitar la visitar la completísima página de Vida Humana referente a este asunto

Presentamos a continuación algunas ideas que nos podrán ayudar a refutar los principales argumentos a favor de los crímenes de la eutanasia y del suicidio asistido

Nuestro objetivo es proporcionarle al lector una visión sintética de la mentalidad anti vida de la eutanasia y el suicidio asistido, sus principales argumentos, la refutación de los mismos y la visión pro vida que debe sustituir a dicha mentalidad anti vida.


1. Un planteamiento equivocado

Los argumentos en pro de la eutanasia y el suicidio asistido explotan el miedo normal que todos le tenemos, no tanto a la muerte en sí, sino al sufrimiento y a la soledad ante ella. Este sufrimiento es causado muchas veces por el uso exagerado de "medios desproporcionados" de la medicina, es decir, medios que infligen cargas graves (dolores agudos, etc.) al enfermo y que son mayores que los beneficios que se suponían debían de ofrecerle. Como nadie quiere estar en esa situación, ni debe estarlo, los promotores de la eutanasia y del suicidio asistido se aprovechan de ese temor normal planteando una disyuntiva equivocada.

¿En qué consiste ese planteamiento equivocado de los promotores de la eutanasia y el suicidio asistido? Consiste en plantear dos alternativas extremas:

1) o le aplicamos la eutanasia al enfermo

2) o morirá irremediablemente lleno de dolor y sufrimiento.

Lógicamente, este argumento suscitará la aceptación de muchos que creen equivocadamente que esas son las dos únicas opciones. La razón de ello es que mucha gente cree, equivocadamente también, que lo que enseña la religión o la medicina es que debemos mantener con vida al enfermo no importa los medios que se utilicen y que el no hacerlo constituye un acto de eutanasia. Entonces concluyen que ellos están también a favor de la eutanasia.

Esto es un lamentable error. En primer lugar no es un acto de eutanasia el retirar o el negarse a proporcionar "medios desproporcionados", siempre y cuando se respeten los legítimos deseos del enfermo. Por consiguiente no tenemos que mantener a un enfermo sufriendo grave e indefinidamente por causa del uso de unos "medios desproporcionados". Esto implica que el planteamiento de los promotores de la eutanasia y el suicidio asistido está equivocado. Existe una tercera vía: que no es ni la de matar al enfermo por medio de la eutanasia y el suicidio asistido, ni tampoco la de dejarlo sufrir indefinidamente por causa de unos "medios desproporcionados".

Pero, ¿qué pasa cuando el enfermo sufre dolores intensos que no son el producto de unos "medios desproporcionados"? En esos casos podemos utilizar, de forma adecuada, los analgésicos o calmantes que la auténtica medicina proporcione. Puede ser que esos analgésicos tengan como efecto colateral la aproximación de la muerte o la pérdida de la consciencia, parcial o completa. Sin embargo, aún el uso de tales calmantes puede ser lícito si se cumplen las siguientes condiciones, las cuales son muy razonables y de sentido común:

1) no hay otra alternativa mejor (no hay disponibles otros analgésicos que no tengan estos efectos)

2) no hay más nada que se pueda hacer

3) se trata de un dolor grave que experimenta un paciente terminal, y

4) el enfermo ya cumplió o puede razonablemente cumplir con sus deberes graves: arreglar sus asuntos familiares, recibir los sacramentos, etc.

La intención aquí no es matar al enfermo por medio de fármacos para entonces aliviarle sus sufrimientos, sino la de aliviarle sus sufrimientos por medio de medicinas adecuadas, aún corriendo el riesgo de que la muerte se aproxime más rápidamente por ello o que pierda la consciencia, parcial o completamente, siempre y cuando haya graves motivos.

Muchos de los que están a favor de la eutanasia y del suicidio asistido, alegan falsamente de que este argumento sobre los analgésicos es hipócrita porque, dicen ellos, es el mismo acto de dar una medicina que en definitiva puede matar al enfermo y que lo único que cambia es la intención nuestra. A esos tales respondemos que no se trata sólo de la buena intención, sino de proporcionar al enfermo una dosis adecuada a su dolor. Muchas veces la eutanasia ocurre cuando los médicos partidarios de ella proporcionan dosis que ellos saben matarán de seguro al enfermo. Pero cuando un médico que respeta la vida proporciona un analgésico cuya dosis está encaminada a aliviar el dolor, pero que al mismo tiempo y lamentablemente puede tener un efecto ulterior no deseado de acelerar el proceso de la muerte y hay motivos serios de por medio para proporcionar dicha medicina (los que mencionamos antes), entonces no hay ninguna razón para llamarle a ese acto "eutanasia" ni "suicidio asistido". Está claro que no es un acto de hipocresía, sino que se hizo lo mejor que se pudo en una situación difícil. Está claro también que si el médico pro vida tuviera a su disposición un analgésico mejor, uno que no tuviera los efectos mencionados, utilizara ése y no otro. El problema muchas veces es que muchos médicos no han sido entrenados adecuadamente en el tratamiento paliativo y por eso es que se cree que no hay alternativas.

Aquí amerita aclarar un punto muy importante: si bien estamos obligados moralmente a nunca matar directamente a un inocente, sino a respetar su vida siempre; esto no implica que debamos mantener su vida a toda costa y con cualquier medio. Recordemos que la vida corporal es un bien muy elevado, incluso es el más fundamental, la base y condición de todos los demás, pero no es el bien más grande que existe, la vida espiritual es más importante. Puede ser que la serenidad espiritual de un enfermo terminal peligre ante la experiencia de un dolor muy intenso, entonces, con el uso adecuado de analgésicos para calmar el dolor, y no para matar, tratamos de mitigárselo, aunque se corra el riesgo (de nuevo, por graves motivos), de que se aproxime la muerte o la pérdida de la consciencia.

Resumiendo, ante el dolor de un enfermo terminal, no estamos obligados a utilizar o a mantener el uso de "medios desproporcionados". Sí estamos obligados a proporcionarle las curas necesarias al enfermo, como el agua, la alimentación (oral o médica), las medicinas, los calmantes, la ventilación adecuada, la atención higiénica y del confort y, por encima de todo, el amor y la solidaridad. No tenemos por qué ni debemos matar al enfermo ni dejarlo sufrir indefinidamente. La eutanasia y el suicidio asistido constituyen una hipocresía y una falsa "compasión" que buscan la vía fácil, egoísta y cómoda para resolver los problemas, en vez de sacrificarse por el enfermo y darle nuestro amor y compasión.


2. El falso "derecho" a morir y el derecho a vivir

Los que promueven la eutanasia y el suicidio asistido hablan del "derecho a morir". En realidad todos nos vamos a morir, de manera que no hace falta inventar un "derecho" para ello, la naturaleza, queramos o no, se encargará de que nos muramos. No tenemos por qué, ni debemos apurarnos en este asunto.

Si lo que se quiere decir con "derecho a morir" es que todo ser humano tiene el derecho a morir en paz y dignidad, cuando la muerte natural le llegue, entonces no hay nada que objetar. Pero lamentablemente eso no es lo que los partidarios de estos crímenes quieren decir con el falso "derecho" a morir. Lo que ellos quieren decir es que la persona tiene el "derecho" a que le apliquen la eutanasia, el suicidio asistido o a suicidarse, incluso cuando ella lo estime conveniente. Estos activistas llegan también a decir la barbaridad de que el acto de matarse a uno mismo o de procurar la ayuda de otros para lograrlo es un "acto final de autodeterminación", "liberación" o "muerte misericordiosa" ("mercy killing"). Todos estos términos son eufemismos, es decir, frases bonitas pero engañosas, que intentan esconder la terrible realidad que se pretende promover: la eutanasia, el suicidio asistido y el suicidio.

Pero quizás lo que más quieren ocultar los partidarios de estos crímenes es el egoísmo de los saludables para con los enfermos. Cuando una sociedad crea una mentalidad propicia a la eutanasia y al suicidio asistido, en realidad le está diciendo a los ancianos, a los enfermos terminales y a los familiares de los pacientes comatosos: "Miren, no le vamos a ayudar, no vamos a estar con ustedes para aliviarles el dolor o para ayudarles a cargar sus cargas, sino que vamos a 'ayudarles' a que se quiten del medio o vamos a hacerlo con su consentimiento o incluso sin él."

No existe el "derecho" a quitarse la vida ni a pedir que otros nos la quiten, ni tampoco, por supuesto a quitársela a otro, aunque nos lo pida. Las súplicas de un enfermo o anciano de que lo matemos no son tanto una petición de muerte, sino un grito de desesperación de una persona en una situación vulnerable ante el dolor. ¿Vamos a abandonar a esa persona en esa situación o vamos a ayudarla a salir de ella para que recupere sus cabales y reciba el amor, la solidaridad y la paz que necesita antes de morir de forma natural? Es una hipocresía inconcebible decir que el enfermo terminal tiene el "derecho" a decidir su destino (la muerte), cuando en realidad su situación mental (a veces causada por los que lo rodean con una mentalidad en pro de la eutanasia) es lo que lo ha llevado a ese momento de desesperación y cuando es él y no nosotros el que está pidiendo eso.

Sin embargo, independientemente de una condición de intensa vulnerabilidad psicológica, el suicido (asistido o no) y, por supuesto, la eutanasia siempre son actos graves y nunca lícitos. Algunos objetan que por qué el "derecho" a morir por la propia mano no existe, si es la propia persona la que lo decide. Respondamos a este argumento parte por parte.

En primer lugar se trata de un argumento circular y por tanto falaz. Decir: "yo tengo el derecho a suicidarme porque yo lo decido" no prueba absolutamente nada. En el fondo implica que la decisión propia lo justifica todo, lo cual es una aberración y la destrucción, a nivel de principio, no sólo de la vida misma, sino de la convivencia social.

Pero lo peor de esta mentalidad es la concepción errada de la persona humana que está a la base de la misma. En efecto, si yo digo que es lícito matar a alguien, ayudarlo a que se mate o matarme a mí mismo porque está (o estoy) sufriendo o porque su (o mi) vida "carece de la calidad o sentido suficiente", entonces yo estoy diciendo que la vida humana y en último caso la persona humana tiene un valor extrínseco y relativo, es decir, condicionado a la posesión de ciertas cualidades o ventajas. Estoy diciendo que la persona humana carece de una dignidad o valor intrínseco y absoluto, es decir, que no vale por el mero hecho de ser persona, sino a condición de que posea ciertas cualidades (de salud, etc.) que la sociedad considera necesarias para que merezca seguir viviendo.

Esa forma de pensar, ademas de inhumana y equivocada, es extremadamente peligrosa, ya que conlleva a un declive resbaloso e interminable de muerte. En efecto, los promotores de la eutanasia y del suicidio asistido comenzaron con retirarle el agua y los alimentos a los pacientes comatosos, luego promovieron la falsa "solución" de darle una inyección letal con el consentimiento de sus familiares, ahora en Holanda están matando a los pacientes terminales y a los ancianitos aún sin su consentimiento, luego continuarán eliminando aún a aquellos que no son pacientes terminales ni pacientes graves ni ancianos. El "control de calidad" no tendrá fin.

La razón fundamental de que nadie tenga el "derecho" a matarse o ayudar a otros a hacerlo es porque todos tenemos una dignidad, es decir, un valor intrínseco y absoluto, y los valores así no se destruyen, se protegen y se aman. En realidad la base de la salud mental y del mismo amor es el valor de la persona. Si yo pierdo el sentido de mi propio valor o dignidad (la dignidad nunca se pierde, no importa en qué condición me encuentre, pero el sentido si puede perderse, aunque no debería perderse), si yo pierdo, repito, el sentido de mi propia dignidad, eso equivale a perder mi auto-estima y mi salud mental. Lo que yo necesito en ese caso es que me ayuden a recuperar ese sentido, esa autoconsciencia de mi propio valor como persona, no que me "ayuden" a liquidarme.

Si la sociedad pierde el sentido o la conciencia del valor incondicional de la persona humana, perderá también la capacidad de amar incondicionalmente, ya que el amor y el valor son realidades correlativas, no se ama lo que no se percibe como un valor. ¿Qué será entonces de nuestra sociedad, de nuestras familias, de nuestros matrimonios? Si los esposos no se aman de esa manera, si los padres no aman a sus hijos de esa manera y viceversa, si los ciudadanos no se aman o al menos no se respetan de esa manera, ¿qué pasará con las generaciones posteriores, cómo crecerán nuestros hijos, qué clase de ser humano tendremos en el futuro? Una sociedad que no es capaz de servir auténticamente (eso es amar) a sus miembros más débiles ha perdido el sentido de su propia humanidad y de lo que significa ser civilizado y se ha convertido en una sociedad caracterizada por la barbarie, una sociedad donde el hombre es el lobo del hombre, donde se pisotea ese derecho y ese deseo que está sembrado en lo más profundo del corazón de toda persona, lo admita explícitamente o no, de que lo traten como persona y no como una cosa, que lo traten como un fin en sí misma y no como un medio para otro fin.
La mentalidad en pro de la eutanasia y del suicidio asistido lleva en sí misma el germen de la destrucción social y de lo que significa ser persona, por ello debe ser denunciada y refutada por todos los medios legítimos a nuestro alcance. Pero no sólo eso, debe ser también sustituida por una mentalidad a favor de la vida y del amor, por una mentalidad a favor de la protección de los más débiles y enfermos, por un progreso adecuado en el campo de la salud, por una mentalidad creadora de formas cada vez mejores de compasión y ternura y por un correspondiente léxico pro vida: "persona" no "vegetal", "vida humana" no "vida sin sentido", etc. En definitiva se trata de construir una civilización en pro de la persona y no en contra de ella.

(http://www.aciprensa.com/)

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