En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: "¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; Se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de los largos rezos. Estos recibirán un castigo muy riguroso".
En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: "Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Por que los demás han echado de lo que le sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Gloria a ti, Señor Jesús.
En aquellos tiempos, las autoridades religiosas de los judíos tenían la delicada misión de mantener la unidad y tradición del pueblo, basándose en el estudio de las Sagradas Escrituras y haciendo que sus compatriotas observen todas las Leyes. Escribas y fariseos habían adquirido el derecho de ser los respónsables de interpretar las Escrituras y conformaban la casta más importante del pueblo judío.
A lo largo de varios siglos, a pesar de ser el Pueblo Elegido por Dios, Israel sufrió crueles dominaciones por diversos imperios quienes los obligaron a trabajos forzados, les querían hacer olvidar a Dios para que se conviertan a sus creencias y hasta quisieron exterminarlos. En los tiempos de Jesús, los judíos estaban sometidos por el Imperio Romano, el cual tenía como política respetar tradiciones y cultos religiosos de todos los pueblos que dominaban.
Jesucristo cuestiona la corrupción de las autoridades religiosas de su tiempo y los deja en evidencia delante de todos. Los acusa de cuidar únicamente las apariencias para no despertar sospechas de sus no pocas afrentas.
Por otro lado, Nuestro Señor pone como ejemplo de generosidad a una pobre viuda, quien se acercó al templo para dejar limosna desde lo poco que tenía.
La lógica humana, tanto en aquellos tiempos como los de hoy en día, tiende a valorar las donaciones que hacen las personas que ostentan una posición económica privilegiada porque sus entregas suelen resultar impactantes antes los ojos de todos. Pero Dios no se queda en las apariencias, sino que conoce a fondo el corazón de todos y de cada uno de nosotros para poder observar la generosidad humana: para Él lo mucho o lo poco de lo que se entrega no es lo más importante, sino el grado de desprendimiento de la persona.
La Madre Teresa de Calcuta repetía "hay que amar hasta que duela", una frase que nos suena contundente y que ella hizo carne en el día a día de su admirable tarea apostólica. Amar siempre nos implica un desprendimiento de uno mismo, nos implica romper con egoísmos, dominar las pasiones, nos implica pensar no tanto en uno mismo sino en las personas que uno ama. Sabemos todos que vivir eso a cada paso que damos no es nada sencillo... pero ahí está Dios para animarnos desde la lectura de la Palabra, desde la oración y los sacramentos para asemejarnos a la generosidad que en Cristo llegó hasta la misma muerte en Cruz.
La lectura de este pasaje evangélico nos debe animar para reflexionar acerca de cuan generosos somos cotidianamente, qué tenemos que mejorar, qué nos queda por logar. Esa búsqueda no debe estar basada en la aprobación y felicitación de los demás, sino en la congratulación que Dios mismo siente cuando sus hijos toman el camino que nos marcó Jesús.
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