15 de enero de 1875 - 1 de febrero de 1923
Una noche de niebla invernal en el Oratorio de Valdocco, en Turín. Ochocientos muchachos gritan, se persiguen jugando frenéticamente y armando una alegre barahúnda. Uno de aquellos muchachos, Luis Variara, escribió: "De repente, de una y otra parte se oyó gritar: ¡Don Bosco! ¡Don Bosco! Instintivamente todos nos lanzamos hacia él. Lo rodeamos como un enjambre de abejas. Don Bosco se mostraba exhausto de fuerzas. (Era el 20 de diciembre de 1887, le quedaban cuarenta días de vida.) En ese momento yo pude ponerme en posición tal de verlo a mi gusto. Me acerqué lo más que pude y vi que levantando su cariñosa mirada la fijó por largo tiempo sobre mí. Aquel día fue uno de los más felices de mi vida. Estaba cierto de haber conocido a un santo, y que también Don Bosco había descubierto en mi alma algo que solo Dios y él podían saber".
Aquel muchachito, Luis Variara, había ido al Oratorio de mala gana. Su padre, maestro elemental y admirador de Don Bosco, le había comentado que en el Oratorio muchos muchachos habían podido realizar su vocación y llegar a ser sacerdotes.
Él había reaccionado con bruscas palabras: "¡Papá, yo no tengo vocación!". Papá había sonreído. "Mientras tanto, ve allá, estudia y pórtate bien. Si no tienes vocación, María Auxiliadora te la dará".
Desde su pueblo, Viarigi (Asti), metido en el verde Monferrato, Luis Variara habla desembarcado entre la turba desenfrenada de Valdocco. Al principio pasó días tristes y amargos. Lo que lo conquistó fue la mística. Un compañero suyo de clase, Emiio Rossetti, recuerda: "Tenía una hermosa voz de contralto. El maestro Dogliani lo preparó y le hizo entrar en el grupo de los cantores".
Cinco cartas y un billetito
El 1891 fue el año decisivo de su vida. Recogido en oración, concentrado en serias reflexiones, comprendió que ser salesiano no quería decir elegir un oficio, sino dedicar toda su vida a Dios y a las personas que Dios le confiaría.
Durante aquel año llegaron cartas de muchos misioneros. Llegaron también cinco cartas de don Unia, misionero entre los leprosos de Agua de Dios, Colombia. Narraban con sencillez el heroísmo de cada día para dar un poco de alegría y esperanza cristiana a los muchachos y a los adultos aquejados por aquella terrible enfermedad.
2 de octubre de 1892. A los diecisiete años, Luis Variara, arrodillado ante el beato don Rúa, hace votos perpetuos de castidad, pobreza y obediencia. Y pide que le manden a las misiones. Inicia los estudios que le van a conducir al sacerdocio en Turín-Valsálice, en el seminario salesiano para las misiones extranjeras. Aquí, en el mes de mayo de 1894, llegó enfermo y cansado el misionero don Unia. Sintiéndose próximo a su fin, había ido a Italia a buscar jóvenes salesianos que tomasen su relevo entre los leprosos.
Esto es lo que escribe Luis Variara: "Escribí en un billetito mi deseo de partir hacia Colombia y pedí esta gracia a la Virgen. Coloqué el papelito en el corazón de la Virgen, entre la Virgen y el Niño, y esperé con toda fe y esperanza: mi petición fue escuchada. Al inicio de la novena don Unia fue a Valsálice para escoger en nombre de don Rúa entre tantos clérigos a su misionero. ¡Qué sorpresa la mía cuando, entre los 188 clérigos que tenían la misma aspiración, deteniéndose delante de mí, me dijo: “¡Este es el mío!”. Después, llamándome aparte me preguntó si quería ir a Colombia al lazareto de Agua de Dios, y yo dije sí, con una alegría que parecía un sueño. Siempre he atribuido esta gracia a María Auxiliadora".
Un rápido adiós a su pueblo, a su familia, luego 40 dias de viaje a través del Océano Atlántico, luego en un barquito 1.000 kilómetros sobre el río Magdalena, luego cuatro días a caballo hasta Agua de Dios. "¡Hemos llegado! —escribe don Variara—. Nuestra llegada fue casi de improviso, pero cuánta fiesta nos hicieron los queridos leprosos: parecían casi curados a la sola vista de don Unia, a quien verdaderamente quieren mucho." Es el 6 de agosto de 1894.
La música entre los leprosos
Agua de Dios es el pueblo en el que viven en aquel momento 620 enfermos de lepra y otros tantos familiares sanos de los enfermos. El clima es seco y caluroso, sobre los 35 grados. Cuando llega don Luis, trabajan entre los enfermos tres salesianos: don Unia, el iniciador, don Rafael Crippa, que será el amigo y el confidente de don Luis y el salesiano coadjutor Juan Lusso. Están también desde hace dos años las Hermanas de la Presentación, que prestan sus servicios en el hospital en el que se recogen los casos más graves, se dedican a las niñas enfermas y sanas, y han dado inicio a un floreciente grupo de Hijas de Maria.
La lepra es en este tiempo una palabra que causa pavor. El que se contagia queda marcado para siempre, aislado de todos. Don Luis observa que casi todos los leprosos son conducidos al pueblo-lazareto por la policía contra su voluntad. Se les descarga allí como en un presidio. Tampoco al que se cura, ni a los hijos sanos de los leprosos se les acepta en sociedad casi nunca. El peligro mayor es la desesperación. Antes de la llegada de don Unia, la borrachera era una situación normal y los suicidios eran muy frecuentes.
Ahora, en cambio, el pueblo es un lugar civilizado, con tiendas, actividades artesanales, iglesia, escuela, dispensario medico, centro social gestionado por los mismos leprosos. Don Unia ha llamado a don Luis para que introduzca los cantos y la música, para dar vida y alegría a Agua de Dios.
8 de septiembre de 1894. El primer grupito de muchachos leprosos canta con don Luis: Eres pura, eres pía, eres hermosa, Virgen Maria.
8 de septiembre de 1897. La banda de música de los muchachos leprosos da su primer concierto ante las autoridades y ante toda la gente. Es un éxito enorme.
Entre estas dos fechas se dio la larga paciencia y el verdadero heroísmo de don Luis. Obtenidos los instrumentos de un batallón militar, superó toda su repugnancia a embocar los instrumentos usados por sus muchachos, para enseñarles el modo de tocar. Desde ese momento la banda alegra los días festivos, llevando alegría y esperanza. "La banda hace amenas las largas horas de nuestra aburrida existencia, endulza el veneno que nos toca tragar".
Sacerdote a los veintitrés años
Pero entre aquellas dos fechas, don Luis ha hecho también otros milagros. Don Unia murió casi de improviso el 9 de diciembre de 1895. Dos meses antes había escrito para don Luis estas líneas: "Alguien recibirá mi corona. ¡Ánimo, Luis: quizás está preparada para ti! No te olvidaré nunca en mis oraciones". Y don Crippa escribe a don Rúa, a Turín: "Variara está organizando la Compañía de san Luis, da clase de religión en las escuelas públicas, estudia, canta, trabaja, toca música... y tiene buena salud". Las palabras más hermosas se las escribe una anciana leprosa: "Dios le conserve siempre puro, amable y bueno: usted es un modelo de virtudes, una criatura angélica, un ser no común, que es objeto de admiración y de respeto de la humanidad".
24 de abril de 1898. Don Variara es ordenado sacerdote por el arzobispo de Bogota. Tiene veintitrés años. Vuelve rápidamente desde Bogotá a Agua de Dios. Quiere ocupar de nuevo su puesto, sin ser notado. Pero cuando está ante el vado del río Bogotá, a 15 kilómetros de Agua de Dios, estalla un morterete y de la otra ribera del río se alza una inmensa aclamación: son sus leprosos que han ido para recibirlo, y por todo el camino lo acompañan con gritos alegres, abrazos, vivas, y al llegar al pueblo con la música de "su" banda. El recibimiento concluye en la iglesia, con cantos de acción de gracias al Señor. Celebra su primera misa el primero de mayo con una fiesta indescriptible. Escribió un leproso: "Aquel día ninguno de nosotros se acordó de que nos encontrábamos en la ciudad del dolor".
La misión de don Luis se reanudó: en el oratorio con los muchachos, en la escuela, entre los cantores y los músicos de la banda. Pero ahora tenía dos nuevos lugares de trabajo: el altar y el confesionario. "Pasa cada día cuatro o cinco horas en el confesionario —escribe don Crippa—, está muy enflaquecido, temo que no resista".
En el confesionario nace una congregación
En el confesionario, adonde lleva la palabra de Dios y el perdón de Dios, se pone en contacto con las miserias y las grandezas más escondidas. Entre las jóvenes Hijas de María descubre numerosas almas capaces de un recio compromiso espiritual, hasta querer ofrecer su vida enteramente al Señor. Son leprosas o hijas de leprosos, y son ángeles.
Don Variara conoció en Valsálice a don Andrés Beltrami, un sacerdote salesiano, afectado por la tisis, que se había ofrecido como víctima a Dios por la conversión de todos los pecadores del mundo. En el confesionario, don Variara comienza a proponer a alguna joven el mismo camino: "Hacer de la propia enfermedad un apostolado, poner la propia vida a disposición de Dios". "La primera entre todas las Hijas de María en emitir el voto de consagración victimal al Sagrado Corazón de Jesús —escribe don Ángel Bianco— fue la señorita Oliva Sánchez, de treinta años, leprosa. Fue una preciosa colaboradora de don Variara... Pocos días después la siguió en su consagración Limbania Rojas, enferma ella también... Desde 1901 a 1904 fueron ya veintitrés las Hijas de María que llegan a hacer el voto de consagración victimal."
Sin ningún ruido nacía el Instituto de las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, Como leprosas o hijas de leprosos no hubieran sido aceptadas por ninguna congregación.
La mano acariciadora de Dios
Ellas comunicaron su iniciativa y su Reglamento al arzobispo de Bogota, quien lo aprobó y les animó a ser santas religiosas. Escribieron también a don Rúa: "Somos unas pobres jóvenes afectadas por el terrible mal de la lepra —escribían—, violentamente arrancadas y separadas de nuestros padres, privadas en un solo instante de nuestras más vivas esperanzas y de nuestros deseos más ardientes... Hemos sentido la mano acariciadora de Dios en los santos estímulos y en las piadosas industrias de don Luis Variara frente a nuestros agudos dolores de cuerpo y de alma. Persuadidas de que es voluntad del Sagrado Corazón de Jesús y descubriendo que es fácil el modo de Ilevarla a cabo, hemos comenzado a ofrecernos como víctimas de expiación, siguiendo el ejemplo dc don Andrés Beltrami, salesiano. Ahora hemos decidido dar otro paso adelante: queremos, estando ligadas por los votos, formar la pequeña familia de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, sirviendo a Dios y dedicándonos al servicio de nuestros hermanos, particularmente a los niños párvulos...".
Don Rúa respondió: "La institución es hermosa, y tiene que conservarse".
Un sacerdote crucificado
Fueron las últimas palabras consoladoras que don Variara escuchó. Desde ese momento, sobre él y sobre su naciente congregación, se desencadenó el vendaval. Fue obstaculizado, calumniado, impedido. Fue alejado de Agua de Dios. Llegaron a atormentarlo prohibiéndole escribir a sus religiosas y a alejarlo de Colombia. Su calvario fue largo, soportado con paciencia, en silencio, ofrecido a Dios por el crecimiento de sus hijas espirituales. Y ellas vivieron y prosperaron. Su superiora, madre Lozano, escribió: "Humanamente hablando no teníamos ninguna defensa, pero, el Señor extendió su mano sobre nosotras, y su misericordia nos salvó!"..
Da mucha lástima recorrer los últimos diez años de la vida de don Variara. Se palpa con la mano cómo el maligno puede servirse también de las personas consagradas a Dios, de sus mejores intenciones, para atormentar a un gran siervo de Dios. Pero consuela el leer las últimas palabras que pudo escribir a sus hijas espirituales: "Santifiquemos los instantes de vida que aún nos quedan, porque la cosecha durará eternamente. ¡Ah, cuánto gozo pensando en el cielo! Allí nos encontraremos fuertes y seremos eternamente felices. Por ahora vivamos unidos en el espíritu: obedientes, humildes, puros, mortificados, pero sólo por amor... No os dejo huérfanas, porque mis oraciones por vosotras son incesantes, con el deseo de veros a todas santas".
Murió el primero de febrero de 1923, cuando sólo contaba cuarenta y ocho años, lejos de todos, y también (así pareció) olvidado de todos. Pero en el año 1964 el Papa Pablo VI reconoció su congregación, floreciente con centenares de religiosas, entre las de derecho pontificio. Y en abril del año 1993 las virtudes de don Luis Variara fueron reconocidas por la Iglesia como "heroicas", y el Papa lo proclamó venerable.
Bibliografía
- ANGELO BIANCO, Luis Variara, sacerdote salesiano. Bogota.
- RODOLFO FIERRO TORRES, El Siervo de Dios Luis Variara. SEI, Madrid.
- Tomado del libro: "Familia Salesiana, Familia de Santos".
Escrito por Teresio Bosco S.D.B.
Editorial CCS. España
(fuente: mamamargarita2006.com)
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