Y esta frase “Madre de Dios” se dice muy fácilmente, pero por lo acostumbrados que estamos a oírla y a repetirla tal vez no nos detenemos a pensar en toda su dimensión el significado de que un ser humano, como nosotros, María -una de nuestra raza- pueda ser “Madre de Dios”.
Después de Jesucristo, aunque salvando la distancia entre lo humano y lo divino, entre lo finito y lo infinito, la Santísima Virgen María, Madre de Dios hecho Hombre, es la criatura más grande, más bella, más excelsa que haya existido.
Pero ... ¿qué significa, entonces, para una criatura humana ser Madre de Dios? ¿Cómo puede una criatura humana engendrar a Dios? ¿Hemos pensado en esto alguna vez?
Fijémonos en lo siguiente: todas las madres son madre de la “persona” de su hijo. Y ese hijo es una “persona”, compuesta de alma y cuerpo. ¿Qué aporta el organismo de la madre al hijo? Aporta, por supuesto, la parte material de esa persona, que es el cuerpo. Ni la madre -ni tampoco el padre- aportan el alma. Aunque Dios dirige todo el proceso de generación de los hijos, es cierto que padre y madre aportan desde su organismo la parte corpórea de sus cuerpos. Pero es Dios y sólo Dios Quien infunde el alma, y esto convierte a cada criatura en “persona humana”.Así sucede en la concepción de cada uno de los seres humanos.
Pero ... ¿qué sucedió con Jesús? Dicen los teólogos que Cristo no es persona humana, sino “divina”, aunque tenga una naturaleza humana desprovista de personalidad humana, que fue sustituida por la personalidad divina del Verbo en el mismo instante de la concepción de la carne de Jesús. (cfr. A. Royo Marín o.p. “La Virgen María”)
Se deduce de esto que la Santísima Virgen María realmente concibió y dio a luz según la carne a la “persona divina” de Jesús, pues es la única “persona” que hay en El. Por esto es que María es llamada con toda propiedad “Madre de Dios”.
Podría argumentarse: María no concibió la naturaleza divina de Jesús. Es cierto. Pero tampoco conciben las demás madres el alma de sus hijos, pues ésta viene directamente de Dios.
La Santísima Virgen María concibió, entonces, una persona. Como esa persona que es Jesús no era “persona humana”, sino “divina”, sabemos que María es verdaderamente “Madre de Dios”.
De todos los privilegios, títulos y dogmas de María, éste es sin duda el mayor y de más trascendencia, pues todos los demás (Inmaculada Concepción, llena de Gracia, Virginidad perpetua, Asunción, etc.) fueron dados en atención a este hecho tan inmenso y tan elevado: el de ser la Madre de Dios.
Sin embargo lo más importante para nosotros y lo que más desea la Santísima Virgen María -Madre de Dios, pero también Madre nuestra- es que la imitemos a Ella, pues imitándola a Ella estamos imitando a su Hijo.
¿Qué imitar de la Madre de Dios? Su espíritu de oración: María oraba y en oración la encontró el Angel cuando le anunció el misterio de su Maternidad Divina. Su humildad y su entrega a la Voluntad de Dios: se reconoce “esclava del Señor” y se entrega a que se realice en ella todo lo que Dios quiera. Su fe a toda prueba: María creyó por encima de las apariencias y de las posibilidades humanas; creyó que lo imposible se realizaría en Ella: ser la Madre del mismo Dios.
(Fuente: www.buenanueva.net)
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