Señala así la condición esencial para el futuro del cristianismo, distinguiéndola de aquellas formas aparentes que no serían en realidad más que ''cabalgar un caballo muerto''. Siguiendo todavía el mismo texto, Kirkegaard formula una plegaria: ''Señor Jesucristo, haz que de esta manera podamos ser contemporáneos tuyos, de forma que podamos verte en tu verdadera figura y en el ambiente dónde realmente tú caminabas por la tierra, y no en la forma vacía de un recuerdo vacío e insignificante''. El ejercicio del cristianismo tiene por lo tanto como presupuesto el ser contemporáneo de Jesús. ( He extraído la cita de un libro reciente de F.G: Brambílla, intitulado precisamente Ejercicios de cristianismo, cómo si subrayara que el término conserva una propia actualidad).
En todo caso, por todo lo que tiene relación con la palabra ''ejercicio'', no la entendemos aquí como una actividad externa - pastoral o organizativa o evangelizadora - cómo podría ser la de los predicadores televisivos americanos o de sus imitadores. La entendemos más bien como la recuperación de actitudes interiores que permiten resistir bien de frente a un, al menos aparente, crecer del secularismo y a una progresiva marginación de la fe. Viene a la memoria Ia exhortación de Jesús: ''Velad y orad en todo momento, para que tengáis la fuerza de huir de todo lo que tiene que suceder y comparecer ante el Hijo de hombre'' (Lc 21,36).
Con la expresión el ''Sábado santo'' me refiero, claro está, a aquel tiempo que transcurre entre la muerte en la cruz de Jesús y su resurrección, caracterizado por el miedo y la desorientación de los discípulos, por el silencio de Dios y la fe de Maria. La idea parte del don precioso del sábado del pueblo de lsrael, que hace comprender algo la santidad del tiempo, rodeado de la bendición de Dios. Don que nos permite, por lo tanto, dar una mirada confiada sobre los acontecimientos de la historia, ya que el sábado nos recuerda la fidelidad del Dios de la alianza. Para nosotros cristianos, sin embargo, en el centro de la historia y en el corazón de nuestra fe, hay otro sábado. Es el sábado santo, en medio del triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Un sábado que tiene dos vertientes: la primera es la del llanto, de la desorientación de los primeros discípulos que tienen en los ojos las imágenes dolorosas del aparente fracaso de Jesús y la de sus sueños mesiánicos; la segunda es la de María, Virgen fiel, que vive su sábado santo en las lágrimas pero también en la fuerza de la fe, sosteniendo la frágil esperanza de los discípulos. Indicar en este sentido la tesis que tanto los discípulos como María, aunque de maneras diversas, nos ayudan a leer nuestro traspaso de época y las nieblas del futuro, respondiendo con verdad, esperanza y amor a la pregunta que llevamos dentro: ¿a dónde va el cristianismo?. ¿A dónde va la Iglesia que amamos? De hecho nuestra época tiene analogías, sobre todo con la desorientación propia de los discípulos el sábado santo. La memoria del pasado, en particular de la historiar del cristianismo, en Europa se ha debilitado, y muchos no saben integrarla en su existencia... La experiencia del presente tiende a ser fraccionaria y prevalece la sensación de soledad, que se encuentra en la crisis de las familias, en la fragilidad de las asociaciones, hasta en las políticas. Estamos dentro de un movimiento de globalización, que hace surgir nuevos temores y reacciones a menudo violentas. Por lo tanto, todo lo que sea eco desde hace dos mil años sobre el anuncio del Resucitado se mezcla, incluso en no pocos cristianos, con la amargura y el miedo que sienten los dos discípulos en el camino hacia Emaús: tenían en la mente y en la boca las noticias relacionadas con Jesús Resucitado, sin embargo no llegaban a tomárselas seriamente y a sacar las consecuencias para su vida. En el clima de desorientación y de inseguridad contrasta la actitud que la fe y la piedad cristiana se leen en María. Ella vive este momento en la fe y en la esperanza; ella tiene en el corazón la luz y la fuerza interior que le dan la certeza del Hijo y de su próxima manifestación.
Concluyendo con el sentido del ejercicio del sábado santo el que se esfuerza por leer, a través de las nieblas y las oscuridades de la historia, el hijo luminoso de la esperanza, promoviendo aquellas actitudes positivas que provienen de la fe y que caracterizan el camino de la Iglesia en el tercer milenio como el camino de una palabra valerosa y eficaz que realiza su proceso según la enseñanza de Pablo: ''que la palabra del Señor se difunda y sea glorificada'' (2 Ts. 3, 1 ).
La santidad
La primera es designada por el Papa con el término fuerte de santidad: ''En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que tiene que situarse todo el camino pastoral es la de la santidad''(n.30). Término que usa de forma muy exigente: ''Poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a uno catecúmeno: ''¿quieres recibir el bautismo?'' significa al mismo tiempo preguntarle: ''¿quieres ser santo?''. Significa poner en su camino el radicalismo del Sermón de la Montaña: ''Sed perfectos como lo es vuestro Padre celestial (Mt 5, 48). Es un tema muy subrayado, y más adelante el Papa se expresa así: ''Es el momento de proponer de nuevo a todo el mundo con convicción este alto grado de la vida cristiana ordinaria'' (n.31). Hasta ahora yo tenía alguna reticencia a usar en el discurso público el término ''santidad''; temía que fuera malentendido, que la gente pensara en una santidad de altar y se sintiera indigna. Empecé a recriminarme yo mismo cuando hacía una catequesis en la basílica de San Juan de Letrán, con ocasión de las Jornadas mundiales de la Juventud. La basílica estaba llena hasta los topes y el tema querido por el Papa era en efecto el de la santidad. Me di cuenta de que la atención se iba haciendo más intensa, y después de mi catequesis, hubo una serie de intervenciones, Aquellos jóvenes habían comprendido perfectamente la belleza del ideal de la santidad. Desde entonces he tenido menos miedo de hablar y a veces, dirigiéndome a los jóvenes, llego a decir: es más fácil ser santos que ser mediocres; ser santos pide más compromiso pero llena de gozo y de tensión moral y espiritual.
La plegaria
A partir de la exigencia de la santidad, viene indicada una segunda prioridad o línea programática para el nuevo milenio: la plegaria. ''Para esta pedagogía de la santidad hace falta un cristianismo que se distinga sobre todo en el arte de la plegaria'' (n.32). El Papa lee aquí un signo de los tiempos: hoy se detecta en el mundo, ''a pesar de los grandes procesos de secularización, una difusa exigencia de espiritualidad, que en gran parte se expresa precisamente en una renovada necesidad de rogar. También las otras religiones, hoy en día sobradamente presente en los territorios de antigua cristianización, ofrecen las propias respuestas a esta necesidad y lo hacen a veces con formas atractivas (...). Nosotros que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador de Padre y Salvador del mundo, tenemos el deber de mostrar a qué grado de interioridad puede llevarnos la relación con él''. Se remite, en efecto, a toda la tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, que ''enseña como la plegaria puede avanzar como un verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer a la persona humana totalmente poseída por el Amado divino, vibrando en el toque del Espíritu, filialmente abandonada en el corazón de Padre. ¿Cómo olvidar entre tantos testimonios luminosos la doctrina de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila?. Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser autenticas escuelas de plegaria, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda (la plegaria de petición) sino también en acción de gracias, adoración, contemplación, escucha, ardor de afectos, hasta uno verdadero ''arrebato'' del corazón. Una plegaria intensa, que sin embargo no aparta del compromiso a la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y hace capaces de construir la historia según el plan de Dios'' (n.33).
Yo soy particularmente sensible a estas palabras recordando lo que desde hace tantos años he recomendado, desde mi primera carta pastoral La dimensión contemplativa de la vida y en las Escuelas de plegaria iniciadas en 1980 y después convertidas en Escuelas de la Palabra, es decir, escuelas para enseñar a rogar partiendo de la palabra de Dios. Y el Papa insiste que en toda la Iglesia la educación a la plegaria constituya un punto calificador de toda programación pastoral: él mismo está dedicando la catequesis de este tiempo a la reflexión sobre los Salmos, que forman parte de la plegaria de la Iglesia.
La escucha de la Palabra
Después de haber subrayado las dos líneas programáticas, Juan Pablo II indica su raíz, la posición nuclear: es la escucha de la Palabra. No hay duda de que la primacía de la santidad y de la plegaria sólo pueden entenderse a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Ciertamente, dice el Papa, que desde que el Vaticano subraya el papel preeminente de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, se ha avanzado mucho. Pero hay que consolidar y profundizar esta línea. En particular hace falta que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre valida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela, la existencia'' (n.39). ¡Palabras de oro!
Muchas veces he repetido que la sustancia, el corazón de todo nuestro programa pastoral, nace de la lectio divina, es decir, de la capacidad de orar a partir de una pagina de la Escritura. Me parece muy bonito que el Papa haya querido subrayarlo como uno de los temas fundamentales de la Iglesia del futuro. Al respecto he tenido una intervención en el Consistorio extraordinario de los Cardenales, proponiendo prever también, dentro de lo que sea posible, un Sínodo universal sobre el tema de la Palabra de Dios.
El anuncio de la Palabra está obviamente ligado a la nueva evangelización y el Papa, efectivamente, escribe: ''alimentarnos de la Palabra para ser servidores de la Palabra, en el compromiso de la evangelización: ésta es indudablemente una prioridad para la Iglesia en el comienzo del nuevo milenio. Ya ha pasado, incluso en los pueblos de antigua evangelización, la situación de una sociedad cristiana, la cual, incluso con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy, tiene que afrontarse con valentía una situación que cada vez es más variada y, comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante mezcla de pueblos y culturas que lo caracteriza. Y más adelante añade: ''Quien ha encontrado verdaderamente Cristo no puede retenerlo para sí mismo, tiene que anunciarlo . Hace falta un nuevo impulso apostólico que sea vivido como un compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos. Con todo, eso se hará con el respeto debido al camino siempre diverso de cada persona y atendiendo las diversas culturas donde el mensaje cristiano tiene que ser introducido, de manera que los específicos valores de cada pueblo no sean anegados, sino purificados y llevados a su plenitud'' (n.40).
De todas estas prioridades tiene que surgir por tanto uno programa real, confiado y valeroso de la Iglesia católica en el tercer milenio. No se trata de menospreciar las dificultades, al contrario, sino de darse cuenta de la fuerza de las propias raíces y del dinamismo de la presencia del Cristo resucitado y de su Espíritu en medio de nosotros.
(fuente: www.mercaba.org)
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