Quién es Judas.
Como sabemos, no hay figura evangélica que más haya servido a la fantasía de los novelistas y cineastas; una figura que atrae a sicólogos y literatos, precisamente porque representa muchas contradicciones de las existencia humana. No quiero tentar con ustedes una nueva y repetidísima reconstrucción de los hechos anteriores, de los porqué; pero mirando las cosas muy sencillamente, me parece poder, basándome en los textos citados, contestar a la pregunta: ¿Quién es Judas?.
En el fondo es un hombre lleno de mezquindad y nostalgia de grandeza. La mezquindad se ve en la cuestión del dinero: incluso, parece trivial pensar en el dinero en un hecho tan trágico, pero cuando uno es mezquino, la trivialidad sale a flote aun en las situaciones más dramáticas. Pero es un hombre que tiene también nostalgias de grandeza; su muerte es "grande" en cierto modo, quiere ser una tragedia vivida en sí misma, ante todos.
Probablemente es un hombre desilusionado de Jesús. No podemos pensar que Jesús, desde el comienzo, haya elegido tan mal sin darse cuenta que se trataba de un hombre que no tenía ningún interés por él. Probablemente era un apóstol deseoso,
entusiasta, comprometido (Jesús los escogió entre centenares y miles de seguidores), pero después de algún tiempo, se desilusionó de Dios: ¿por qué Dios se manifiesta así, por qué no interviene, por qué este Maestro va de debilidad en debilidad? No es aceptable, Dios no está con él. Por tanto, está desilusionado por el modo como Dios se manifiesta en Jesús, y por el modo como Jesús manifiesta la potencia de Yavé en el que él esperaba, un poder tal vez de carácter político y moral de la nación.
Jesús no es ese líder que se esperaba y entonces, si no lo es, se puede perseguir el propio sueño de grandeza haciendo algo contra él. En todo caso, quiere hacer algo grande; no se aleja como los mediocres, desilusionado y basta. No, está desilusionado, está resentido e irritado. Dice: Si Jesús en el fondo hace mal a mi pueblo, tenemos que impedirlo, por tanto es mejor que caiga pronto, si ha de caer.
Es un hombre que, desilusionado en sí mismo, se deja llevar por un espejismo de grandeza, de resentimiento, que a un cierto punto lo envuelve. En efecto, cuando dice: "He entregado sangre inocente", quiere decir que tenía la verdad en su mano, sólo que se había dejado envolver por la emotividad política, por el resentimiento personal, por la amargura y al mismo tiempo por la mezquindad de la propia pasión, todo un conjunto de cosas que obraron en él. Este es, pues Judas.
Cómo se comporta Jesús con Judas. Aquí admiramos en la meditación, en la contemplación, la "vulnerabilidad" de Dios en Jesús, Jesús se comporta como se hace con un hombre libre, leal, honesto, es decir, amonestando, hablando claro, tratando de mover; pero en el fondo no impide, se ofrece a Judas, lo deja obrar.
Y tenemos que añadir algo más: Jesús facilita la tarea de Judas; nos encontramos aquí precisamente en el límite de la comprensión de lo que hace Jesús.
Hay dos textos que nos hacen pensar en la Escritura. Uno, más claro, es el de Juan: "Lo que has de hacer, hazlo pronto" que en cierto modo le permite a Judas realizar lo que quiere. Como si Jesús le dijera, con el lenguaje de la libertad: realiza lo que te parece justo, ve hasta el fondo de lo que te parece tu visión de Dios y de las cosas, obra con libertad y mira lo que resulta.
Otro pasaje más misterioso de Mateo es el ya citado: la respuesta de Jesús al beso de Judas. Objetivamente Jesús le da facilidad, porque al ir al Huerto de los Olivos, a un lugar que Judas conocía, se deja poner preso; si Jesús esa noche hubiera huido a Galilea, las cosas hubieran salido de otra manera. Por tanto, se tiene la impresión de que Jesús se abandone, se entregue y, al beso de Judas, contesta con una frase misteriosa: "¡Amigo, para esto estás aquí!". El texto griego dice: "Amigo, he aquí esto por lo que estás aquí". No es que anime a Judas, pero se limita a hacerle caer en cuenta: ¡mira quién eres, fíjate en lo que haces! ¡Si quieres, haz esto, pero fíjate en lo que haces! ¡Si quieres, haz esto, pero
fíjate en la imagen que vas a tener por lo que haces!.
Siguiendo la narración, preguntémonos ahora qué resulta del hecho de que Judas se propone ejercer hasta el fondo la propia libertad, el propio resentimiento, el deseo de hacer algo grande, desilusionado porque Jesús no le ha permitido hacer.
El resultado es la desesperación de Judas que, al ver cómo todo lo que él soñaba de grande se le rompe en la mano y un hombre inocente es condenado, reconoce que se ha equivocado. Pero tenemos que leer esta narración teniendo presente que se encuentra en el capítulo 27 de Mateo, es decir, paralelo a la descripción de Jesús, que va a morir hasta por Judas. Aquí vemos también la relación Dios-hombre: Dios que concede al hombre la libertad contra Dios mismo, en Cristo, y SE ofrece por esta libertad equivocada. Entonces, Jesús muere también por Judas, y será culpa de Judas si no comprende, como sí comprendió Pedro, quién es Dios para él.
Concluyamos esta consideración preguntándonos más todavía: ¿quién es Judas? ¿Quién es el traidor? ¿Quién es el hombre desconcertado, que abusa de su libertad hasta cuando se da cuenta de que todo es equivocado? Soy yo, es cada uno de nosotros. Soy yo cuando desilusionado, amargado, en vez de reflexionar internamente y sacar fuera los presupuestos equivocados de esta desilusión, me hago una imagen falsa de Diosy de mí mismo. Por no admitir esto, me apego a algún espejismo exterior de puntillo, y llego quién sabe dónde.
¿Quién es Jesús ante mí?
Es todo hermano mío víctima de mis puntillos, de mis cobardías, del mal uso de mi libertad. He aquí cómo continúa en nosotros, a nuestro alrededor, junto a nosotros este juego dramático de Jesús y Judas, este malentendido substancial de un hombre que, no queriendo ver en sí mismo, se lanza contra los otros.
Aquí está la respuesta a la pregunta, que tal vez nos hicimos al final de la meditación sobre la parábola de los viñedos (Mt 21, 33-45) y del hijo del dueño.
Cuando hacemos estas consideraciones, siempre pensamos: el hijo se presentó a estos agricultores malvados y lo mataron, pero si se presentara a nosotros su Hijo, lo recibiríamos muy bien. Dios ahora ya no nos manda directamente al Hijo, sino que nos manda a nuestros hermanos, es decir, nos confía los unos a los otros.
Ese Dios que confió su Hijo a la libertad, a la discreción, a la comprensión de los viñadores, confía cada hermano nuestro a nuestra libertad. Podemos hacer lo que queramos con estos hermanos y hermanas: podemos hacer el peor de los usos de nuestra libertad. Es tremendo pensar que el uso de la libertad humana respecto de los demás no tiene límites, esto es, Dios nos confía cada hermano, y a nosotros a los demás.
Aquí se realiza precisamente la escena final del juicio: se han reconocido entre ustedes, ¿qué han hecho de su recíproca libertad, me han acogido, se han acogido? O se han servido del otro como lo hizo Judas con Jesús, como si fuera un objeto de desquite, como desahogo de su sed insatisfecha por no haber llegado a ser alguien? ¡Cuántas veces esta sed insatisfecha se refleja sobre el otro!
Evidentemente aquí tenemos que razonar no sólo a nivel familiar, sino también a nivel social y político. Reflexiono sobre cómo los reparos de los grupos, los puntillos, los personalismos entran en juego en todos los conflictos de la vida política y social, nacional e internacional, formando fuerzas que lanzan a los unos contra los otros y llevan a algunos a seguir adelante con su orgullo, tal vez enmascarado por fines humanitarios, pero siempre en perjuicio de los demás. Por tanto, el juicio de Jesús va para las naciones, los grupos sociales, las clases sociales: ¿cómo han usado su fuerza, su poder, la confianza con la que se les entregó otras personas y otros grupos?
escrito por Carlo M. Martini
(fuente: www.mercaba.org)
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