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jueves, 21 de abril de 2011

Se marcha... y permanece

Lo que hoy, Jueves Santo, se conmemora inicia cuando Jesús pide a Pedro y Juan, dos de sus apóstoles más cercanos, que preparen un lugar para celebrar la cena pascual, festividad anual de los judíos donde se recuerda su salida de la esclavitud en Egipto.

Esta, que fue la "última cena" de Jesús con sus discípulos, se llevó a cabo en una casa a las orillas de Jerusalén. Se cree que la casa pertenecía a la madre de Marcos, El Evangelista. El lugar es conocido como el cenáculo o tabernáculo.

En la tradicional cena pascual judía se prohibía comer pan con levadura; se preparaba cordero y los alimentos se acompañaban con vino.

Ya en años anteriores habían celebrado la Pascua juntos, pero en esta ocasión Jesús realiza algunos ritos con nuevos significados.

Primero: Él mismo les lava los pies a sus apóstoles, cuando en aquel entonces eran los esclavos quienes hacían este servicio. Con este sencillo acto ofrece una gran enseñanza de humildad, amor y servicialidad.

Segundo: Instituye el sacerdocio cuando les dice "haced esto en memoria mía" al convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, momento en el cual también instituye la Eucaristía, tercer evento que los católicos de igual forma conmemoramos hoy.

Se puede decir que en este día tan especial se celebra la primera misa, la primera consagración, mediante la cual Jesús promete que se quedará en el pan y el vino consagrado como alimento espiritual, pero también con ello garantiza su presencia permanente entre los hombres.

Luego viene el mandamiento nuevo: "Ámense los unos a los otros, como yo los he amado". Con este precepto, Jesucristo establece la caridad como distintivo del cristiano.

Cristo deja la meta clara, amarnos unos a otros, pero no de cualquier forma, sino como Él nos ha amado, ¡hasta el extremo!.

Jesús encuentra la forma de permanecer entre nosotros, aun marchándose. Su presencia es real, aunque bajo otras apariencias: la Eucaristía y el hermano. Ésta es la enseñanza en la Última Cena del Jueves Santo, que nos invita a ponerla en práctica todo el año.

Sin embargo, no todo termina ahí, ya que Jesús terminada la cena se retira junto con Pedro, Santiago y Juan a orar en el Huerto de Getsemaní.

¿Qué sentía en estos momentos? Miedo quizá, angustia ante la muerte, tristeza por ser traicionado, soledad, compromiso por cumplir la voluntad de Dios, obediencia y confianza en su Padre.

Lo que es un hecho es que fue inmensa su agonía, sufría a tal grado que sudó gotas de sangre. Aún así, acepta seguir adelante: "No se haga mi voluntad, sino la Tuya".

Seguramente sabía que pronto le iban a apresar. Y así sucedió. Un gran número de hombres armados con espadas y garrotes, con Judas Iscariote a la cabeza, llegaron al lugar. Judas, el apóstol que lo vendió por 30 monedas de plata, se acercó a Jesús y lo besó, así pudieron aprehender a Jesús y emprender el camino que lo llevaría hasta el Calvario.

Obediencia, generosidad, humildad, vividas con precisión en esa larga noche en que Jesús es llevado de Herodes a Pilatos. Ese ir y venir de Jesús en la noche de la traición es repetido hoy en la Visita a los Siete Templos, tradición muy arraigada en la que la Iglesia pide dedicar un momento de adoración y de agradecimiento a Jesús que se expone en la Eucaristía.

El Jueves Santo es particularmente especial, ya que este día nos introducimos en los tres días más importantes del año litúrgico, en lo que llamamos el Triduo Pascual. Vivir este Triduo con profundidad nos permitirá gozar de la alegría de la Pascua en el día de su Resurrección.

Autor: Rossanna Cruz de Lobeira
(fuente: www.vivelasemanasanta.com)

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