Muerte, quizá la única certeza que tenemos: un día ella llamará a nuestra puerta y, con o sin permiso, entrará. Odiada o amada, deseada o temida, entrará como un ladrón.
Para el creyente la muerte implica un paso lleno de esperanza. Morir es el final de un tiempo que tuvimos en nuestras manos, y que escribimos con lágrimas, sudor y rezos. Pero morir también es el inicio de una vida eterna que nunca acabará.
Muerte y vida luchan cada Semana Santa en un combate desigual. La muerte arremete y asalta a Cristo. La Cruz parece el signo de la derrota y del fracaso, el lugar de la amargura y del pecado. Pero entonces, Dios rompe los sellos y se convierte en el Señor de tu historia y de la mía.
Cada día vivido es un paso adelante hacia la muerte. Cada hora que transcurre nos pone ante el abismo y el misterio. Cada gesto que hacemos escapa de nuestro poder y nos retrata. Un acto de amor construye el cielo. El odio sólo sabe de amarguras y de infiernos.
Así, en un momento de silencio, pensamos hacia adentro, miramos nuestro viento, y queremos, como el soplo de la tarde, amanecer una mañana en la gran luz de la misericordia.
(fuente: www.vivelasemanasanta.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario