Felices quienes dan testimonio del amor de Dios cuidando a los demás, dando así testimonio de su delicadeza y cercanía hacia todas las criaturas.
Felices quienes hacen presente a Dios comprometiéndose a vivir el mensaje de fraternidad, de dignidad y de justicia hacia todo ser humano, hacia toda la creación.
Felices quienes acarician al triste, levantan al caído, curan al apaleado, defienden a los más débiles: así siembran la paz de la verdad y del cuidado.
Felices quienes están hambrientos de paz y de ternura, de justicia y de belleza, de contemplación y de lucha, de serenidad y de esperanza, de lágrimas y de regocijo.
Felices quienes no se sienten plenamente felices hasta que no lo sea el resto de la humanidad, hasta que no tratemos con delicadeza a nuestra madre Tierra.
Felices quienes no se acomodan, ni se enfrían, quienes no apagan los rescoldos del cuidado amoroso, que anida en su interior, hacia todos los seres vivos.
Felices quienes viven cuidando; quienes se dejan cuidar confiadamente entre las manos amorosas del buen Dios.
*Del libro “Bienaventuranzas de la vida” (PPC, septiembre de 2011)
(fuente: eclesalia.wordpress.com)
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