El Santo Padre, basándose en la figura del profeta Elías, nos ofrece en su catequesis varios elementos valiosos a tomar en cuenta para nuestra oración.
Podemos distinguir dos modos:
a) El equivocado: es el modo que siguen los profetas de Baal. Ellos rezan a su Dios (Baal) como si pudieran disponer de él a su antojo, obligándolo a hacer lo que ellos quieren que haga (encender milagrosamente el fuego del sacrificio). La oración para ellos es un ejercicio personal por el cual, a través de sus propias fuerzas, quieren provocar la respuesta de Dios. La actitud de fondo en este modo de dirigirse a Dios es “yo merezco que tú actúes como deseo”. Es el peligro que también nosotros experimentamos cuando exigimos a Dios que nos cumpla “porque no hemos hecho nada malo”. En realidad, en esos momentos la oración está centrada en nosotros mismos, en lo que deseamos nosotros… y no en lo que Dios quiere de nosotros.
¿Por qué tenían tanto éxito los ídolos en esas religiones? En lenguaje bíblico, “ver” significa “comprender”, y “comprender” tiene como consecuencia la posibilidad de “dominar”. Construyendo imágenes visibles de los ídolos, los humanos se aseguraban la posibilidad de dominarlos a su antojo. De ahí la prohibición en Israel de construir imágenes de Dios, porque a Dios, en último término, no se le puede “dominar”.
b) El correcto: es el que sigue el profeta Elías, quien invoca la misericordia gratuita de Dios. Entra en el Corazón de Dios para hacer manifiesto lo que Dios quiere. La actitud de fondo en este modo de dirigirse a Dios es “no merecemos tu amor, pero tú te has comprometido a ser fiel con nosotros”. Es la misma actitud de David en el Salmo 50, después de arrepentirse de su pecado. Esta oración está centrada en lo que Dios quiere… no en lo que nosotros deseamos. Ya lo dice el Papa: el objetivo primario de la oración es la conversión: el fuego de Dios que transforma nuestro corazón.
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