Desde niño empezó a realizar juegos de prestidigitador ante un público algo numeroso. Todos rodeaban al muchacho deseosos de ver los prodigios que les anunciaba. Y todos veían maravillados sus juegos de manos, cómo el agua se transformaba en vino, la cebolla en un conejo. Pero lo que más admiraba el público era ver cómo el muchacho tenía un pollo decapitado encima de una alfombra, luego lo metía en una canasta y de repente salía el pollo vivo, que se ponía a saltar y a cantar. San Juan Bosco llegó incluso a ejercitarse con maestría a saltar como en los circos sobre un caballo lanzado a la carrera y ponerse de pie sobre el lomo.
San Juan Bosco, siendo todavía estudiante, vivió durante cierto tiempo en casa de un sastre, que le enseñó a pegar botones y a cortar chaquetas y pantalones. San Juan Bosco, para divertir al sastre y a sus amigos, echaba mano de sus artes de prestidigitador. Cuando el sastre metía la mano en el bolsillo, encontraba su dinero convertido en rodajas de cartón. Se servía agua y al ir a beberla se la había convertido en vino. El sastre se reía unas veces y otras se enfadaba. Un día el sastre tenía preparado un banquete para celebrar su cumpleaños. Había invitado a varios amigos a comer. Como plato fuerte había pollo en gelatina. El sastre vigilaba a San Juan Bosco, temiendo le hiciera una jugarreta. Y cuando ya estaban todos en la mesa, el mismo sastre trajo el pollo en una fuente tapada. La depositó en la mesa y cuando destapó la fuente he aquí que saltó un gallo vivo y se puso a cantar. El sastre no pudo más. Creía que su aprendiz era brujo y lo denunció al Tribunal eclesiástico. Una mañana le llamó el arcipreste de la catedral para examinar a San Juan Bosco y comprobar si era o no hechicero. San Juan Bosco tuvo que esperar un rato para que terminara de rezar el arcipreste el breviario; luego entró un pobre, a quien el arcipreste socorrió con una limosna, y luego llamó a San Juan Bosco. El canónigo creía que San Juan Bosco era un bribón y empezó a interrogarle: "Me han dicho que tú adivinas los pensamientos, que haces ver lo blanco negro y aquí parece que anda por medio Satanás, ¿quién te ha enseñado esa ciencia?" San Juan Bosco le dice: "Concédame cinco minutos para contestarle". El canónigo le contestó: "Concedido". Pero San Juan Bosco le dijo: "Dígame la hora exacta". El canónigo metió la mano en el bolsillo y el reloj no lo tenía. San Juan Bosco le indicó: "Si no tiene el reloj no importa, présteme una moneda de cinco sueldos". El canónigo volvió a meter la mano en el bolsillo y tampoco tenía el portamonedas. El canónigo montó en cólera y le dijo: "¡Granuja, me has robado la bolsa y el reloj" San Juan Bosco no perdió su calma y le dijo con una sonrisa: "Señor arcipreste, aquí no hay magia ni misterio, sino inteligencia y rapidez en las manos. Cuando yo entré, tenía usted encima de su mesa el reloj y la bolsa. Luego salió usted de su despacho, lo cual aproveché para esconder los dos objetos. Cuando regresó usted, al no verlos, creyó usted que los tendría en el bolsillo". San Juan Bosco entonces se incorporó de la silla y se fue a un extremo del despacho, levantó una pantalla y aparecieron el reloj y la bolsa. El arcipreste se echó a reír del maravilloso juego de manos de aquel muchacho.
San Juan Bosco durante su vida compuso numerosas comedias, unas cómicas, otras serias, para su teatrito del oratorio. Los alumnos lo pasaban en grande, pues su obras de teatro tenían mucha gracia y amenidad.
Estando San Juan Bosco en un colegio del sur de Francia, habían preparado en su honor una opereta. Pero hubo un grave contratiempo. El niño que tenía que actuar de primer actor se puso repentinamente ronco. El teatro estaba lleno de gente. San Juan Bosco, que estaba en la primera fila de espectadores, se enteró de lo que ocurría y mandó llamar al pequeño artista y le dijo al oído: "Sube sin miedo al escenario, yo te prestaré mi voz". El chico, que estaba totalmente afónico, subió al escenario y cantó maravillosamente. Durante todo este tiempo San Juan Bosco quedó totalmente afónico. Cuando terminó la representación, San Juan Bosco recobró su voz y el chico volvió a su afonía.
Explicación Doctrinal:
El divertirse es una necesidad del espíritu, pues se siente la inclinación a la alegría y al buen humor.
Hemos de divertirnos con moderación y nunca con obsesión desmedida y sin molestar a los demás ni faltarles al respeto.
Tenemos necesidad de divertirnos, pero hemos de hacerlo sin pecar. Incluso hemos de recordar que las diversiones se pueden santificar si las hacemos gratas y dignas.
Nunca vayas a una diversión donde sabes que puedes pecar fácilmente. Porque eso ya no es propiamente diversión, al inundar tu espíritu con la ponzoña del pecado.
Sé siempre alegre en tus diversiones y procura con tu alegría hacer felices a los demás.
Norma de Conducta: Que tus diversiones sean siempre alegres y buenas.
escrito por Gabriel Marañon Baigorrí
(fuente: www.encuentra.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario