El mismo Don Bosco escribía recordando aquellos tiempos: “Un espíritu de vértigo se levantó contra las órdenes religiosas, y las Congregaciones eclesiásticas; después, en general, contra el clero y todas las autoridades de la Iglesia. Este grito de furor y de desprecio por la religión llevaba consigo la consecuencia de alejar a la juventud de la moralidad, de la piedad; y por tanto de la vocación al estado eclesiástico. Por eso no había ninguna vocación religiosa y casi ninguna para el estado eclesiástico. Mientras las instituciones religiosas se iban poco a poco desintegrando, los sacerdotes eran vilipendiados, algunos metidos en la cárcel y otros en arresto domiciliario; ¿cómo iba a ser posible, humanamente hablando, cultivar el espíritu de vocación?”.
Don Bosco no se pierde en lamentos, sino que enseguida se industria para recoger y cultivar vocaciones y promover la formación de jóvenes seminaristas que se habían quedado sin seminario, cuidar a los muchachos de buena índole y encaminarlos a la carrera eclesiástica. En el Oratorio, junto a los jóvenes trabajadores, huérfanos, Don Bosco acoge muy pronto a muchachos y jóvenes de buen espíritu que manifiestan signos para orientarse hacia el sacerdocio y a la vida religiosa.
El mismo Don Bosco escribe en las Memorias del Oratorio “que la casa del Oratorio durante casi 20 años se convirtió en seminario diocesano”. Según lo que escribe don Braido, entre 1861 y 1872 entraron en el Seminario de Turín 281 jóvenes procedentes del Oratorio.
(fuente: www.boletinsalesiano.info)
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