Una madre sobreprotectora es una madre aterrorizada: tiene miedo de que pueda sucederle algo a sus hijos, si los pierde de vista. Intenta protegerlos de los peligros, cosa natural y normal. Pero se excede: ve aparecer peligros potenciales por todas partes. El deseo maternal de proteger a los niños de todo posible daño puede tener un efecto negativo: hacer que se mantengan débiles y dependientes.
El segundo motivo que se esconde detrás de una protección excesiva es la duda profunda que experimentan algunos padres sobre si ellos mismos tienen la capacidad de afrontar los problemas; quienes sienten el peso de esa duda en sus propias vidas, desconfían de la capacidad que tienen sus hijos para cuidar de sí mismos.
Lo primero, escuchar
Hay que hacer todo lo posible para reforzar la confianza de los niños en sí mismos. Educar al niño en la confianza significa reconocer que el pequeño es una persona importante; significa también mirarlo de tal modo que pueda nacer en él el deseo de madurar, deseo que surge cuando se siente valorado en su absoluta originalidad.
La primera etapa es escuchar lo que vive el niño. Se trata de atender, por ejemplo, al niño que llora y saber cómo dar una respuesta a su llanto. Algunas veces, esto podrá querer decir: “Mira, no puedo ir contigo en este momento, pero te estoy escuchando”. El niño debe tener la experiencia de que se lo escucha y no se lo ignora en lo que está viviendo y en sus necesidades. Esto no quiere decir que hay que acceder a todos sus caprichos, pero sí que hay que tenerlos en cuenta. Escuchar significa también saber decodificar lo que se esconde detrás de las actitudes del niño, porque él no siempre se expresa con palabras.
Reconocer los talentos del niño
Reconocer los talentos del niño es un modo de decirle: “Te quiero como eres”. A veces, los padres están muy preocupados de que sus hijos salgan adelante; se inquietan cuando las cosas no van bien en el colegio: ciertamente, estas situaciones son preocupantes. De ordinario alimentan muchos sueños sobre sus hijos. Deben aprender a hacer observaciones como estas: “Hace un mes no sabía todavía colocar las piezas del rompecabezas”. O a descubrir capacidades especiales: “Él sonríe y, cuando lo hace, se serena la atmósfera: ella, en cambio, se pone muy contenta cuando ve el conejito; está más atenta a él que a su hermanito”.
Reconocer estas capacidades especiales y comunicarlas al niño permite que este descubra sus talentos y tome conciencia de que tiene una determinada peculiaridad. Esto no significa que sea mejor que otros (hay que esforzarse por lograr ser justos), sino que se le reconoce su diferencia. Esta consideración positiva será para el niño una base para afrontar los fracasos y las dificultades en el futuro.
Permitir al niño que se haga autónomo
Es un proceso que requiere tiempo y paciencia, recursos que los padres no siempre poseen. Dejar que el niño se vista solo. Encontrar el tiempo que le permita lavar los platos con nosotros (¡qué placer poder salpicar de agua todo alrededor y demostrar que es capaz de hacerlo!). Mandarlo a que haga una compra pequeña en la tienda cercana… Ante esa confianza que se le da, el niño podrá decirse a sí mismo: “Si mamá me dice que puedo hacerlo, quiere decir que soy capaz”. Y crecerá en su autonomía.
Igualmente es necesario ayudar a los niños a crecer en la confianza hacia los demás. En una relación personal es fundamental confiar en el otro. Para que el niño lo aprenda, es necesario que nosotros seamos para él adultos dignos de confianza, personas que mantienen la palabra dada. Y si alguna circunstancia ajena nos impide mantener la promesa en el momento establecido, expliquemos los motivos a los niños. Lo mismo vale para los castigos (cuando es necesario recurrir a ellos con un niño un poco difícil): cuando impongamos un castigo, pongamos en práctica lo que hemos establecido como pena.
Los abuelos no deben tomar iniciativas a espaldas de los padres. Y si en su casa rigen normas diferentes, es justo ser claros con los niños explicándoles las diferencias. Si se dan referencias claras y coherentes, el niño sabrá cómo portarse con los adultos que viven junto a él. Aprenderá a avanzar por el camino de la confianza en los otros y en Dios.
La confianza en sí mismo, en los otros, en Dios es, en el fondo, la columna vertebral de la existencia.
escrito por Bruno Ferrero
(fuente: www.boletinsalesiano.info)
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