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martes, 15 de diciembre de 2015

¿Cómo vivir intensamente el Año Santo y lo que resta del Adviento?


Este domingo 13 de diciembre el Arzobispo de México abrió la Puerta Santa en el Año Jubilar de la Misericordia en la Catedral.

El jubileo extraordidinario de la Misericordia convocado por el Santo Padre el Papa Francisco y la liturgia de adviento están profundamente impregnados de alegría, de espera confiada y serena, de esperanza fundada. La síntesis del mensaje de estos acontecimientos que estamos celebrando la encontramos en la Antífona de Entrada, tomada de la carta de San Pablo a los Filipenses: "Estén siempre alegres en el Señor, se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca". Este clima de alegría y de intimidad permea el Himno del Profeta Sofonías: "Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén". La atmósfera de alegría, de novedad, el despuntar de un nuevo amanecer para la humanidad, tienen su fundamento en el anuncio que hoy nos ha hecho San Juan en el Evangelio de San Lucas: "Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego". Ese bautizmo que recibimos lo hemos conmemorado al pasar la Puerta Santa rociandonos con el agua que nos dio la vida.

Sí, el Adviento y la celebración del año Santo son el anuncio de la buena noticia simbolizada en el Evangeliario que mostramos en la Puerta Santa para los que están dentro y para los que todavía están fuera, "fiesta de gozo y de salvación", como rezamos hoy en la oración: "Concédenos celebrar el gran misterio de nuestra salvación con un corazón nuevo y una inmensa alegría". Estamos alegres porque "Aguardamos la alegre esperanza: la aparición gloriosa de nuestro Salvador". Condición previa para que aflore en nuestra conciencia el gozo navideño es el deseo de la visita de Jesús a nuestra vida aquí y ahora. En el Evangelio de hoy se nos resalta que el pueblo estaba en expectación por la venida del Mesías prometido. ¿Estamos nosotros de verdad esperando la llegada de Jesús, o simplemente celebramos un aniversario histórico? ¿De verdad queremos celebrar un año Santo como camino nuevo para nuestra vida?

Otros, y qué bueno, esperan mesías políticos, liberadores de situaciones injustas; magos de las finanzas, que arreglen la balanza de pagos y la Bolsa y suban el nivel de vida; creadores de bienestar y progreso material; líderes que solucionen los problemas sociales acuciantes: hambre, violencia, incultura. Pero, nosotros los cristianos, ¿de verdad esperamos, a Aquel que puede cambiar nuestra vida y nuestra historia? La liturgia de este domingo además de motivarnos a la alegría, nos presenta varios rasgos del Mesías auténtico, para abrir nuestro deseo de su venida y para que no lo confundamos con ningún otro mesianismo por atractivo que parezca.

De Jesús nos dice el Bautista en el Evangelio de hoy: "Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego". Y el mismo Jesús nos dirá más tarde: "Yo he venido a traer fuego a la tierra, y estoy en ascuas hasta que prenda... Reciban el Espíritu Santo". Las dos promesas, fuego y Espíritu Santo, son la misma realidad: El Amor. Y es que Jesús vino a bautizar, a inundar el mundo con el fuego espiritual del amor cristiano. Nuestro mundo se muere de frío porque está impregnado de odio, indiferencia y egoísmo. Nuestro mundo sólo puede revivir y transformarse por el calor del amor con que nos vino a inflamar Jesús.

Otra faceta del Mesías anunciado por el profeta Sofonías es la de Salvador: "El Señor, tu Dios, tu poderoso Salvador, está en medio de ti". Y nosotros siguiendo a Isaías repetiremos en la comunión: "He aquí que vendrá nuestro Salvador, ya no tengan miedo". Es tan característico este papel en Jesús, que su mismo nombre significa "Dios-Salva". Y la tradición de la Iglesia le apellida así: El Salvador. Pero "¿Jesús, guerrero que salva? Sí, porque quiere convencernos con las armas pacíficas del corazón: la misericordia, el perdón, la amistad. Por esto debemos desear su vuelta, porque nuestra época, que grita por la liberación, necesita un Salvador que nos libere de nuestros rencores, egoísmos y opresiones.

Si queremos ser fieles al retrato de Jesús que nos da Juan el Bautista no podemos omitir otros dos rasgos: Jesús viene a nosotros como Señor y Juez: "Ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias... El tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue". Y es que ese Jesús que contemplamos ahora misericordioso y amoroso en Belén, volverá con gloria Señor y Juez. Juicio y señorío alegres para los que queramos recibirlo ahora y siempre como Salvador y Amor.

Por todo esto, el Adviento a fondo es tiempo de acción para conseguir una alegría profunda. Ante la expectativa del Mesías, "En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: ¿Qué debemos hacer?". Es la actitud que nosotros debemos adoptar, si queremos celebrar el Año Santo y prepararnos de verdad a la Navidad. Hay que aterrizar en la acción cristiana, si no queremos engrosar las filas de los contradictorios creyentes no - practicantes. La fe se demuestra con obras, sino, está muerta, no es verdadera fe. El Bautista es muy claro: "Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo". "No cobren más de lo establecido... No extorsionen a nadie ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario".

En resumen, la celebración del Año de la Misericordia y la preparación a la Navidad en serio es un cumplimiento cada vez mejor de los deberes propios ante los derechos fundamentales de los demás: vida, vestido, vivienda y alimento. Se trata de practicar una justicia cada vez mayor, respetando la dignidad de las personas y repartiendo equitativamente cargas y beneficios. Si alguien piensa que es más alegre una preparación folklórica, convénzase de que esa alegría superficial sólo será gozo profundo si llega a la práctica de la justicia. Y sobre todo del amor. Porque el Jesús misericordioso nacido en Belén nos salvó por el amor, y del amor nos juzgará en la tarde de la vida.

Homilía pronunciada por el Card. Norberto Rivera en la Catedral Metropolitana de México
Domingo, 13 de diciembre de 2015
(fuentes: aciprensa.com; siame.mx)

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