La Biblia nos presenta el mensaje de salvación que Dios ha querido comunicarnos. En ella encontramos verdades de fe, acontecimientos históricos relacionados con la salvación, promesas de Dios, exigencias morales, todo esto dentro de una perspectiva eminentemente religiosa, que nos muestra las obras realizadas por Dios para llevar a los seres humanos a la intimidad con El y a la salvación eterna.
No significa esto que Dios “dictó” a cada autor su parte. En efecto, cada autor tiene su propia manera de expresarse, sus características especiales de pensamiento y de lenguaje, además de su idioma específico.
En ese sentido, entonces, el Autor principal de la Biblia es Dios mismo, y los escritores actuaron como instrumentos de Dios. Veremos, entonces, por qué la Iglesia puede enseñar como verdad que la Biblia es Palabra de Dios.
Sabemos que Jesucristo existió como personaje histórico, no sólo porque El es el personaje central de los Evangelios, sino porque la existencia de Jesús de Nazaret también se encuentra en documentos históricos no-cristianos, los cuales hablan de El, de su nacimiento en Belén, de la fundación del cristianismo por parte de Jesús, de su crucifixión a los 33 años de edad bajo Poncio Pilatos, y de la rápida difusión del cristianismo y los intentos del Emperador Nerón de liquidarlo (cf. Tácito, historiador romano; Flavio Josefo, historiador judío).
La Biblia y algunos libros no-cristianos, nos dicen que Jesucristo realizó grandes milagros, el mayor de los cuales fue haber resucitado, tal como El mismo había predicho. Y con sus milagros y su resurrección demostró que El es Dios.
Cristo, adicionalmente, instituyó su Iglesia y a ésta le prometió la asistencia del Espíritu Santo hasta el fin del mundo y la proveyó de autoridad para tomar decisiones en la tierra que El ratificaría en el Cielo: “Tú eres Pedro (o sea, Roca-Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes del Infierno jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo” (Mt. 16, 18-19).
De tal forma que la Iglesia que Cristo fundó, guiada por Pedro, tiene el poder de decidir cuestiones que afectan a los miembros de la Iglesia en cuanto a la fe y la moral, las cuales están de antemano ratificadas por Dios. Lo que esto significa, podrá ser imponente -y lo es, ciertamente- pero por más impresionante que sea, no puede ser ni descartado, ni disminuido, pues es promesa de Dios que no puede ser negada.
Es así, entonces, como la Iglesia de Cristo ha tomado decisiones importantísimas a lo largo de sus casi dos mil años de existencia. Una de estas muy importantes decisiones fue haber escogido los escritos que formarían parte de la Biblia y declarar que la Biblia era Palabra de Dios.
Los libros del Antiguo Testamento, 45 en total, fueron coleccionados y preservados por las más altas autoridades religiosas de los Judíos. Jesucristo y los Apóstoles confirmaron la creencia general de los Judíos de que estos libros eran de origen divino. La Iglesia, entonces, agregó al Antiguo Testamento los libros que componen el Nuevo Testamento (27 en total): los cuatro Evangelios, el libro de los Hechos de los Apóstoles, las Cartas escritas por los Apóstoles a varias comunidades cristianas y a particulares, y el último de todos los libros de la Biblia, el Apocalipsis, que contiene las revelaciones hechas por Dios a San Juan Evangelista. Así fueron reunidos y preservados por la Iglesia los libros que conforman la Biblia (72 en total).
La primera aprobación de los libros de la Biblia fue hecha por el Concilio de Hipona en el año 393, confirmada por el Concilio de Roma en el 394, y más tarde ratificada por el Concilio de Trento en el siglo XVI.
Los Concilios Generales de Florencia (1442) y de Trento (1545-1564) proclamaron que Dios era el Autor del Antiguo y del Nuevo Testamento, y en 1870 el Concilio Vaticano I declaró que los libros de la Biblia, “habiendo sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por Autor y han sido trasmitidos como tales a la Iglesia”.
(fuente: www.homilia.org)
No hay comentarios:
Publicar un comentario