por Fray Sergio Uribe G., Capuchino.
En la historia de las celebraciones litúrgicas el Adviento no ha tenido la misma importancia y realce que la Iglesia ha dado a otros tiempos litúrgicos. Además podríamos considerar que la evolución desigual que el Adviento ha tenido en las diversas Iglesias y Liturgias, dificulta conocer y apreciar el contenido profundo y la importancia que haya tenido en la antigüedad. Podemos afirmar que sus orígenes no son ni tan ciertos ni tan trabajados y ricos como los de otras celebraciones anuales.
Pero naturalmente hay algunos puntos y contenidos claros e importantes. Aparecen dos formas concretas de celebración, unas prácticas ascéticas y/o penitenciales y otras de carácter más estrechamente litúrgico. En cuanto a su contenido, lo que se celebra es la venida del Señor, acentuando dos aspectos de su manifestación salvadora: primero, la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos y segundo, el recuerdo litúrgico y mistérico de su venida al asumir nuestra naturaleza humana y nacer por y para nosotros en Belén. Este último aspecto de preparación a la fiesta litúrgica de la Navidad, tan desarrollado e importante hoy entre nosotros, fue menos enfatizado en la antigüedad. En la Liturgia Romana, el recuerdo del Nacimiento en Belén quedaba muy reducido y casi no se conoció en la Liturgias Orientales. Se privilegió mucho más el recuerdo y la celebración de la última manifestación de Jesús Salvador al final de los tiempos.
Los orientales celebraban el misterio del Nacimiento de Jesús el día 6 de enero. Le llamaban la Fiesta de la Manifestación. Y juntamente con el recuerdo celebrativo del Nacimiento en Belén, celebraban también otras revelaciones salvadoras de Jesús: su manifestación a los no judíos, en la persona de los sabios venidos de Oriente, y la manifestación del Jordán, en donde Jesús recién bautizado, es presentado por el Padre tanto a Israel y al resto del mundo, como el Mesías ungido por el Espíritu.
En los escritos de los Padres podemos encontrar dos formas o maneras de considerar el Nacimiento de Jesús. Para San Agustín, por ejemplo, la festividad era una simple memoria de ese acontecimiento histórico y pasado, tan trascendental en la manifestación de la Salvación. San León Magno lo entendía más bien en su aspecto mistérico y por eso lo llama Sacramentum Natalis Christi e invitaba, en una homilía cuya lectura aun nos la propone la Iglesia para nuestra oración, a alegrarnos porque HOY nos ha nacido Cristo.
En el marco de esta concepción sacramental o mistérica del Nacimiento de Jesús, aparece el Adviento como tiempo de preparación a la celebración de ese mismo acontecimiento sacramental. Y mientras más se consolida y fortalece en la liturgia de Roma este contendido sacramental de la fiesta de Navidad, con más razón y fuerza va enriqueciéndose también el Adviento, tanto en su contenido litúrgico y celebrativo, como en sus prácticas ascéticas de penitencia.
Casi a fines del Siglo IV se encuentra más o menos estructurado este tiempo litúrgico en Occidente. Y se le da en nombre de Adventus. La palabra advenimiento o adviento, en el diccionario profano, se usaba al referirse a los aniversarios de determinados acontecimientos nacionales o sociales que celebraban, o bien, más literalmente, a la llegada de algún personaje importante para la sociedad. Era frecuente, por ejemplo, llamar Adventus al aniversario o a la visita del Emperador.
Algunos Concilios occidentales de ese Siglo IV invitan a los fieles a participar diariamente, entre el 17 de diciembre y el 6 de enero, en las reuniones cristianas, para evitar la dispersión de las fiestas paganas comunes en esos días, a reunirse en asamblea orante. Esta acentuada práctica de oración iba acompañada de ayunos penitenciales que parece fueron exagerados en algunos lugares o épocas; tanto que el Concilio de Zaragoza [año 380] advierte a los fieles que deben moderar sus penitencias que parecían desproporcionadas.
Podemos leer en algunas homilías y sermones que esos siglos nos han legado, la acentuación de esos dos aspectos de la manifestación o Venida del Señor que antes señalamos: su aparición histórica o aniversario de su Nacimiento en Belén, al que el pueblo cristiano se preparaba con en forma ascética y penitencial, y el otro, la espera gozosa de la segunda Venida del Señor a terminar y coronar su obra salvadora, acontecimiento que acentuaba y exigía la vivencia de la esperanza cristiana y de la constante vigilancia que mantenía a los creyentes en una moderada tensión de espera escatológica.
En esta línea de preparación a la Navidad, el Adviento fue considerado y llamado, hacia el s. V, Cuaresma de Navidad, o bien, Cuaresma de San Martín; ya que su inicio coincidía con la fiesta litúrgica de San Martín de Tours, Santo que despertó mucha devoción en la antigüedad. Duraba seis o siete semanas.
En el Oriente, lo señalamos antes, el 6 de enero, se celebraba entre otras manifestaciones la del Bautismo de Jesús, mostrado por el Padre como Mesías salvador y ungido por el Espíritu. Y algunas Iglesias Orientales celebraban ese día el Bautismo de sus catecúmenos. Y, como preparación a la recepción o a la renovación de este Sacramento, le daban al Adviento un contenido ascético y penitencial, semejante a la Cuaresma que precede a la Pascua.
Esto pasó ciertamente a la Liturgia Romana y hoy lo podemos ver expresado en el contenido de las oraciones litúrgicas, en los ayunos prescritos tres días cada semana, en el ejercicio de la caridad para con pobres y enfermos, en la limosna generosa en ayuda de los necesitados, en el color penitencial de los ornamentos.
Si examinamos el contenido de las oraciones y textos bíblicos utilizados en las celebraciones litúrgicas, podremos percibir con claridad la preferencia que los antiguos daban en este tiempo litúrgico a la Parusía del Señor. Algunos pretenden ver en el mismo nombre Adventus, una alusión clara y determinada a la Segunda Venida del Señor, apoyándose en la letra del texto latino referente a la Parusía en Mt 24, 27: Ita erit Adventus Filii Hominis, así será la Venida del Hijo del Hombre.
Tal vez acentúe esta interpretación el dato que la Liturgia de Roma leyó tradicionalmente en este tiempo del Adviento la Profecía de Isaías, cuyo contenido central es el anuncio de la liberación plena, a partir de la real y dura esclavitud que sufría el Pueblo de Dios. Si es verdad que estos textos de Isaías pueden entenderse también como aplicados a la primera Venida del Señor en carne mortal, llegada y aparición real del Mesías Salvador, los sermones y comentarios que tenemos de esos tiempos, interpretan y aplican más bien el mensaje de Isaías a la venida final y gloriosa de Jesucristo como Salvador.
En nuestra Liturgia Romana, hacia finales del s. VII, la preparación a la fiesta de la Navidad quedó limitada la celebración de las llamadas Témporas de Diciembre. Y el domingo siguiente a la Navidad se destinaba a cerrar el Año Litúrgico con el recuerdo sacramental de la Parusía, conclusión del Misterio salvífico del Señor.
Poco a poco, en los siglos posteriores, se fue dando preferencialmente al Adviento, tanto en las formas celebrativas, como en la preparación ascética, el carácter de preparación a la Navidad, pasando a segundo plano el recuerdo de la Parusía.
Hacia el Siglo V lo llamaron y lo tomaron como una breve Cuaresma de Navidad, en la que se debían acentuar aspectos ascéticos y penitenciales semejantes a los de la Cuaresma que precede a la Pascua. Tal vez esto se deba a influencias de algunas Iglesias de Oriente que, por celebrar el 6 de enero el recuerdo del Bautismo del Señor, también era el día destinado a administrar este Sacramento a sus catecúmenos. Esto tuvo ciertamente su influencia en la Liturgia Romana, porque lo vemos expresado en el contenido de las oraciones, en la costumbre de los ayunos prescritos y en el color penitencia de los ornamentos.
Estos datos históricos nos subrayan y entregan estos contenidos concretos de este tiempo litúrgico: La preparación a la Navidad y el Adviento como preparación a la Segunda Venida del Señor.
(fuente: www.iglesia.cl)
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