Lectura del Santo Evangelio según San Juan (Jn 20, 19-23)
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa dónde se hallaban los Discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los Discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar".
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, que el Cristo resucitado de entre los muertos que nos envía su Espíritu, nos colme con su paz y su amor.
Hoy celebramos con toda la Iglesia la venida del Espíritu prometido por Jesús. El Espíritu es la misma vida de Dios. En la Biblia es sinónimo de vida, de dinamicidad. El Espíritu derramado en Pentecostés nos remonta al corazón mismo de la experiencia cristiana y eclesial.
Los Hechos de los Apóstoles nos relatan el evento de Pentecostés, el cumplimiento de la promesa hecha por Jesús (Lc 24,49: “Por mi parte, les voy a enviar el don prometido por mi Padre quédense en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de lo alto”; Hch 1,5.8: “Ustedes serán bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días... ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo”).
Jesús resucitado, al enviar al Espíritu Santo, capacita a la naciente comunidad para una misión universal. Pentecostés es una fiesta judía conocida como “fiesta de las semanas” (Ex 34,22; Num 28,26; Dt 16,10.16; etc.) o “fiesta de la cosecha” (Ex 23,16; Num 28,26; etc.), que se celebraba siete semanas después de la pascua.
Lucas utiliza en primer lugar el símbolo del viento para hablar del don del Espíritu: “De repente vino del cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento impetuoso y llenó la casa donde se encontraban” (Hch 2,2). El evento ocurre “de repente”, es una forma de decir que se trata de una manifestación divina. El ruido llega “del cielo”, es decir, del lugar de la trascendencia, desde Dios. Y es como el rumor de una ráfaga de viento impetuoso.
Tanto en hebreo como en griego, espíritu y viento se expresan con una misma palabra (hebreo: ruah; griego: pneuma). No es extraño, que el viento sea uno de los símbolos bíblicos del Espíritu. Recordemos el gesto de Jesús en el evangelio, cuando “sopla” sobre los discípulos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22).
“Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos” (Hch 2,3).El fuego, que es símbolo de Dios como fuerza irresistible y trascendente. Todo lo que entra en contacto con él, como sucede con el fuego, queda transformado. El fuego es también expresión del misterio de la trascendencia divina. En efecto, el ser humano no puede retener el fuego entre sus manos, siempre se le escapa; y, sin embargo, el fuego lo envuelve con su luz y lo conforta con su calor. Así es el Espíritu: poderoso, irresistible, trascendente. “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”.
El Espíritu de Pentecostés inaugura una nueva experiencia religiosa en la historia de la humanidad: la misión universal de la Iglesia. El día de Pentecostés, la gente venida de todas las partes de la tierra “les oía hablar en su propia lengua” (Hch 2,6.8).
Jesús “se presentó en medio de ellos” (v.19). El texto habla de “resurrección” como venida del Señor. Cristo Resucitado no se va, sino que viene de forma nueva y plena a los suyos (cf. Jn 14,28: “me voy y volveré a vosotros”; Jn 16,16-17) y les comunica cuatro dones fundamentales: la paz, el gozo, la misión, y el Espíritu Santo.
Los dones pascuales por excelencia son la paz y el gozo. La misión que el Hijo ha recibido del Padre ahora se vuelve misión de la Iglesia: el perdón de los pecados y la destrucción de las fuerzas del mal que oprimen al ser humano. Para esto Jesús dona el Espíritu a los discípulos. En el texto, en efecto, sobresale el tema de la nueva creación: Jesús “sopló sobre ellos”, como Yahvé cuando creó al ser humano en Gen 2,7 o como Ezequiel que invoca el viento de vida sobre los huesos secos (Ez 37).
Con el don del Espíritu el Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. La misión de la Iglesia que continúa la obra de Cristo realiza la renovación de la humanidad como en una nueva obra creadora en virtud del poder vivificante del Resucitado.
Todo esto nos habla de la misión a la cual nos envía el Señor a través de la acción del Espíritu. Nos llama a ser una nueva creación con su Iglesia, y este estar llenos de su Espíritu nos impulsa a dar testimonio de la obra redentora de Cristo.
(fuente: http://mensajes-de-dios.blogspot.com/)
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