El ser humano es sexuado desde la última partícula de su ser hasta la primera. No existe una sola célula que no traiga la marca de masculino o femenino. Lo mismo se podría decir de las actitudes: no hay gesto, sentimiento o emoción que no esté impregnado de lo masculino o femenino.
Algunos varones creen que se casaron con un ser humano que tiene el aspecto físico de mujer –belleza y formas femeninas- y mente de varón. Algunas mujeres juzgan que se casaron con un mozo que tiene la fortaleza de un hombre y el alma de mujer, lo cual puede ser jocoso. Sería preciso conscientizarlos de las diferencias. Ni el se casó con un ejecutivo dotado de encantos femeninos ni él se casó con una “mademoiselle” con músculos de luchador. Esto que puede parecer gracioso es lo cotidiano.
Este contraste psicológico puede llevar al marido a decir que se casó con un ser complicado, y llevar a la mujer a pensar que se casó con un ser egoísta y grosera. Esas desavenencias íntimas terminan a veces en tristes decepciones.
Al hombre le gusta sentirse superior. La mujer experimenta orgullo de sentir esa fuerza a su servicio. Es bello experimentar que esa energía masculina trabaja para su felicidad. Más él querrá dominar. El triunfo de la mujer consiste en dar la impresión de que el marido es quien manda.
La mujer tiene la gran virtud de entregarse sin medida, y desearía que el hombre amara así: encima de cualquier mujer y de cualquier interés. La mujer está dotada para arrancar secretos del alma, como vemos en el caso de Sansón y Dalila; y sabe llevar al marido a terrenos de confidencias íntimas. Por eso cuando el marido llega a casa, generalmente ella desea establecer conversaciones. Éste, tal vez cansado o preocupado con sus problemas laborales, se encierra en su mundo o viendo la TV y, si llega un colega a consultarle algo, rápidamente se sale de su sillón para atenderlo, prepara un aperitivo y pasa horas interminables con él. La mujer, desolada, piensa que le tiene más confianza al amigo que a ella, que es feliz con otros, y se despiertan los celos. Y no es verdad. Ese marido aparentemente desatento, es capaz de dar la vida por ella.
Sucede que a él le parece que una conversación larga con su esposa de sus problemas profesionales no le traerá la solución porque ella no entiende de esos problemas. El esposo debe estar atento a esta faceta de la vida conyugal para evitar que su esposa se sienta desplazada.
Mas esas diferencias se tornan aún más profundas si se entra al terreno de la sexualidad. El hombre es más carnal; la mujer es más afectiva. El hombre es directo; la mujer busca la ternura. La mujer necesita preámbulos, ternura, cariño, y no tiende a ser directa en lo sexual, lo cual puede herir la virilidad masculina. Si a la mujer se le exige una relación sin caricias ni ternura, se siente “intrumentalizada”: se siente rebajada de su condición de madre y esposa a la de prostituta o amante. Y nace la rebelión.
A veces hay un sentimiento mutuo de incomprensión que va abriendo la brecha paulatinamente. Se hace una herida que sólo se curaría con una condescendencia mutua, pero también se puede hacer una llaga purulenta y un abismo de aversión. A veces esa brecha llevada con cierta discreción, termina en la ruptura y la infidelidad. Por eso es importante el respeto a las diferencias radicales marcadas por el sexo de cada uno. Esas diferencias, aunque puedan generar dificultades mutuas, pueden representar presupuestos de una complementariedad superior. En realidad, el hombre precisa de las cualidades netamente femeninas, y la mujer necesita de las cualidades masculinas.
La mayor felicidad a que una mujer puede aspirar dentro del matrimonio, dice Leclercq, es tener una marido que sea verdaderamente hombre, a pesar de sus rudezas y faltas de delicadeza; y aquello a que de más precioso puede aspirar un hombre es a su mujer sea una verdadera mujer, a pesar de los aborrecimientos que le pueda causar su afectividad. Uno y otro se apoyan mutuamente cuando se aceptan como son. Pues bien, en ese mutuo apoyo y en esa complementariedad superior, se configura una de las realidades más maravillosas del matrimonio y del amor humano.
escrito por Rafael Llano C.
Textos sacados de Rafael L. Cifuentes, Noivado e casamento, Ed Paulinas, Río de Janeiro 1992. Traducido por Rebeca Reynaud.
(fuente: www.almas.com.mx)
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