Una de las formas más sutiles de la persecución del Anticristo consiste en usar a los católicos, jerarquías o fieles, para sus propios fines, cediéndoles el poder, o parcelas controladas de poder, o ilusionándolos de que han obtenido o se les ha confiado el poder político. Puede también intentar embriagarlos con los éxitos que les permiten alcanzar, como pago del servicio que prestan los católicos a los fines que ellos no han fijado, y de la renuncia a su fe o a su identidad, en el ejercicio del poder político.
Las añejas triquiñuelas de los soberanos para usar a la Iglesia para sus fines las describe así Carl Amery:
“En la historia de Europa siempre ha habido soberanos que – de buena o mala fe – han delegado determinadas tareas a la Iglesia o las Iglesias. Tareas que, por un lado, evitaban o rechazaban ellos mismos como peligrosas para el sistema, y por otro les daban ‘controles internos’ adicionales, que completaban convenientemente los medios, legales o ilegales, del Poder del soberano sobre la Iglesia. Quizás fue Constantino el primero de esos soberanos; en todo caso, la restauración de los Hohenstaufen, en la Alta Edad Media, se sirvió más o menos hábilmente de una ideología derivada del Cristianismo, y la técnica se perfeccionó del todo en el galicanismo y el josefinismo. Eso no quiere decir que esos intentos hayan sido puramente negativos para la Iglesia. Incluso en el justo momento histórico, produjeron cambios importantes y positivos en el “Catolicismo”, es decir en las encarnaciones [culturales] de la Iglesia dentro de cada nación y época. Para nosotros, lo más importante es que esos soberanos intentaron por un lado limitar o destruir el influjo de la Iglesia, pero que, por otro lado, le concedieron un ‘sector’ [de poder] en el que no sólo le dejaron las manos libres, sino que incluso la estimularon poderosamente”.
El intento del poder político de usar a la Iglesia y a los católicos es algo a lo que debemos estar atentos, y me pareció no podía dejar de señalar aquí. Sobre todo porque nos prepara para comprender mejor lo sucedido después de la segunda guerra mundial con el catolicismo europeo.
Causas del fracaso político de las democracias cristianas en Europa
Es digno de meditarse el hecho de que tras la segunda guerra mundial, Europa fue reconstruida por partidos cristianos (las democracias cristianas) y por grandes hombres de estado católicos (De Gasperi, Adenauer, etc.) y lo que resultó es un mundo neopagano y descristianizado. ¿Cómo fue posible y a qué se debió?
Se debió –afirma Augusto del Noce - a que los partidos que lideraron estos grandes hombres, las democracias cristianas, pusieron su confesionalidad de lado por principio metódico y se dejaron convencer por el Poder Mundial, de que el espectro del comunismo que aterrorizaba a Europa occidental sería conjurado por el ensalmo del bienestar material y no en el poder de la fe y del espíritu. Crearon pues estados del bienestar secularizados. Ese fue el equivalente político de la inversión antropológica en teología.
¿Cómo sucedió esto? La secularización había penetrado en la teología, es decir, en el pensamiento cristiano: se había impuesto la convicción de que no le corresponde al cristiano crear un orden cristiano. No era necesaria la fe, bastaba la coincidencia moral entre católicos, liberales, socialdemócratas, republicanos. Se postulaba nuevamente el imperativo liberal de confinar la fe en el templo y la sacristía, cohonestado con la afirmación naturalista de que 'lo importante es la moral' y el 'misterio cristiano' es prescindible. Tras lo cual se concentraba el dilema ético en la disyuntiva y conflicto democracia-totalitarismo, fascismo-antifascismo. Se minusvaloraba y consideraba marginal la dimensión religiosa del conflicto. Escamoteando y ocultando el dilema religioso: teísmo o ateísmo político.
"La falta de reconocimiento por parte de la Democracia Cristiana, de la esencia antirreligiosa del comunismo -ha dicho Augusto del Noce- se reflejaba en el modo equivocado de afrontarlo. La ilusión estaba en pensar que para su extinción sería suficiente la simple difusión del bienestar. Sin reparar en que la consolidación de la 'sociedad opulenta' eliminaba, efectivamente, la miseria, pero al mismo tiempo iba dando lugar a un extrañamiento y soledad hasta entonces desconocidos entre los hombres. Debido a esta coincidencia entre abolición de la miseria y extensión de la alienación, la sociedad opulenta, minada en su interior por una literatura de alienación que la presenta como invivible y reclama su transformación [revolución] ejerce de hecho una función procomunista".
La debilidad de la fe de los católicos [ nótese bien: no la debilidad política, sino la debilidad de la fe, que es en realidad su única y verdadera debilidad] se demuestra en que estuvieron dispuestos a admitir que 'el misterio de la verdad' y 'la verdad de su misterio' es, realmente, algo prescindible. Esa debilidad cultural, la pagó el catolicismo con la instrumentalización política de que fue objeto para construir una sociedad que hacía extraña y obsoleta la realidad cristiana.
Los cristianos no se mantuvieron al margen de la historia ni de la política, -como temía y quería evitar Maritain- más aún, las democracias cristianas europeas fueron gobierno y construyeron un mundo. Pero ese mundo no sólo resultó a-cristiano, sino anti-cristiano.
A los católicos se les concedió el poder político a cambio de que cedieran la configuración de la cultura. Se les puso a administrar el agua y se les quitó el dominio de la fuente. Otra vez, los creyentes construyeron pirámides para el Faraón. Sin advertirlo, se dejaron esclavizar.
La asimilación como error político de los católicos
La renuncia a la propia fe y a la propia identidad es un error en primer lugar y sobre todo, religioso. Su inmediata consecuencia se manifiesta en el orden de la cultura. Por fin se manifiesta en el orden político. Tal fue el error que cometieron muchos ilustrados e inteligentísimos fieles católicos en su actuación política. De la naturaleza y del proceso de esa asimilación cultural se han dicho cosas que quiero resumirles aquí:
“A partir de la creación de los dos bloques en Europa, después de la segunda guerra mundial, la asimiliación del cristianismo y en particular de los católicos a las ideologías dominantes, va sufriendo diferentes transformaciones.
En la década del 50 y del 60 el catolicismo se americanizó. Ante la cruel persecución comunista, el mundo libre nos ofrecía por lo menos eso: la posibilidad de rendir culto y enseñar la doctrina a nuestros niños en libertad. Pero nos resultó difícil a los católicos distinguir entre el anticomunismo yanqui y nuestros propios sentimientos ante el régimen perseguidor. Se nos politizó fácilmente la mirada sobre el bloque comunista y muchos perdieron de vista la verdadera entidad del marxismo y a la vez la del capitalismo, porque, en realidad, ambos se oponían en el mismo orden de cosas.
Ya a fines de la década de los 60 y en la década de los 70, sin embargo, se infiltra en el catolicismo el marxismo: tercermundismo evangélico, teología de la revolución y teología marxista de la liberación. Nos aplican en América Latina las recetas de Antonio Gramsci.
Al llegar los 80, la ideologización asume la forma del humanitarismo: la Iglesia reducida a una forma más de una religiosidad vaga a la que se retorna tras las décadas de materialismo.
Hay algo que es común a este apoyar el hombro contra diversos postes. Todos estos ‘ismos’ tienen su origen, más o menos consciente, en la búsqueda [o la aceptación ingenua cuando nos es ofrecido]del apoyo del poder y en la creencia de que a su sombra se podría revitalizar la fe. En realidad se está renunciando al propio origen e identidad. Pero sobre todo se está ignorando el carácter mixto, en parte anticristiano y demoníaco, de los poderes mundanos.
Se trata de un fenómeno semejante al constantinismo del siglo IV, que, cuando buscaba el apoyo del Imperio, estaba ya desconfiando de la vitalidad inherente al hecho cristiano.
Ahora el objetivo ya no es corregir la fuerza de unas instituciones, pero sí el respaldo del poder hegemónico. No se entabla un franco diálogo con él desde la propia identidad sino que se acepta la disolución en sus categorías. En realidad, la historia de estos treinta años es, en gran parte, la historia de múltiples integrismos occidentalistas, que han ido cambiando su rostro.
¿Qué es un integrismo? El integrismo se caracteriza por identificar la vitalidad de lo religioso con el poder. En el fondo, en confiar más en la acción política que en la fuerza de la propia identidad de fe generadora de cultura.
Mientras eso sucede, el humus cristiano a fuerza de no alimentarse termina por desaparecer. Los valores tan traídos y llevados no han sido capaces de sostenerse por sí mismos y han dejado de ser mentalidad común espontánea.
La gran alianza de posguerra entre el mundo y las democracias cristianas ha esterilizado la fe y convertido los humanismos en vagas utopías.
Pero se impone que pongamos término a nuestras reflexiones.
→ Quienes quieran seguir profundizando en la meditación de estos temas, e ir más allá de las recetas prácticas, podrían leer la que considero la obra más importante de los últimos tiempos en el catolicismo argentino y latinoamericano. Me refiero a La Cultura Católica de Fray Aníbal E. Fosbery O.P.
→ Después que Antonio Gramsci, uno de los mayores y más inteligentes enemigos de la fe ha llegado a la conclusión de que la lucha contra los católicos, para ser eficaz debe empezar en el terreno cultural, para que el camino político sea por fin eficaz, no podemos los católicos ser tan ciegos como para ignorar el consejo del enemigo.
→ Más que por nuestra debilidad política deberíamos preocuparnos por nuestra debilidad cultural. Y más que por nuestra debilidad cultural, debería preocuparnos la debilidad de nuestra fe, que, como muestra Fosbery, es la fuente de la cultura católica.
→ La cultura católica no es un punto de partida sino un punto de llegada. El punto de partida de la cultura católica a lo largo de toda la vida de la Iglesia, ha sido la fe y principalmente la fe celebrada en el culto. La fe, no como un instrumento para generar cultura, o para usar políticamente. Sino la fe, como lugar de reposo en el fin último.
Orientaciones prácticas
“Entonces ¿qué tenemos que hacer, hermanos?” Es la pregunta de la que parte Fr. Aníbal Fosbery en su obra. Y es la pregunta con la que quiero introducir la conclusión de esta conferencia.
■ ¿Qué hacer?
En primer lugar: no temer. La civilización de la acedia es la que teme. Teme al Espíritu Santo, a los creyentes, a la comunión de Dios con los hombres. Sus raíces se nutren de los profundos terrores del príncipe de este mundo y de las tinieblas. Como dice Santiago: los demonios tiemblan. La civilización de la acedia no merece detenerse a contradecirla. Sí es necesario tenerla discernida y conocida para no sucumbir a sus engaños. Es una civilización profundamente infeliz y enemiga de la felicidad. Su Faraón es mentiroso y homicida desde el principio. Desde la Cruz, en adelante, la pasión de los que aman a Dios es su derrota.
En segundo lugar: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Allí está al mismo tiempo la felicidad y la derrota del pecado.
Bien dice San Juan: "No hay miedo en la caridad, la caridad perfecta exorciza el miedo" (1 Juan, 4,18). El gozo de la caridad, exorciza la acedia. El que ha asistido a un exorcismo y lo ha visto retorcerse de ira, de sufrimiento y de odio ante la alabanza o un canto de amor, sabe que Juan dice la verdad. La caridad ardiente es ella sola un poderoso exorcismo que destruye el dominio del espíritu de la acedia.
■ ¿Qué hacer? Aspirar ardientemente al carisma mejor, al camino mejor. Desear intensamente el fervor de la caridad y pedirla, pues es un don. Nadie es culpable de no lograrla, sino de no pedirla.
En este mundo frío los tibios se congelan. Hemos de ser nosotros, los hijos de Dios los que lo encendamos y calentemos en el fuego del Espíritu Santo. Para eso fuimos engendrados en ese Espíritu, para eso fuimos llamados, para eso fuimos preservados.
No hay otra dicha que la caridad, no hay otra desdicha que el pecado. Y ningún pecado más grave y más difícil de sanar que la tristeza opuesta al gozo de la caridad. Tristeza que anima a la Babilonia moderna y la incita contra el pueblo de Dios. El Príncipe de este mundo no lo juzga con mirada humana por las debilidades de la carne, sino que teme de él lo que puede ser por el poder divino.
Si queremos instaurar el Reino de Cristo, o construir la civilización de la caridad, que no es la de la filantropía, hemos de saber que el terreno no está vacío y que los que lo ocupan organizan la resistencia contra Jerusalén. Pero se nos manda no temer y se nos manda amar con todo nuestro ser. Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?
Los que van por el camino de la Caridad, que es la única que permanece después que pasa todo, prevalecerán: todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.
extraído de REFLEXIONES SOBRE “LA DEBILIDAD POLÍTICA DE LOS CATÓLICOS”
por Horacio Bojorge (fuente: www.horaciobojorge.org)
No hay comentarios:
Publicar un comentario