Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 13, 33-37)
Gloria a ti, Señor.
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento. Así como un hombre que se va de viaje, deja su casa y encomienda a cada quien lo que debe hacer y encarga al portero que esté velando, así también velen ustedes, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada. No vaya a suceder que llegue de repente y los halle durmiendo. Lo que les digo a ustedes, lo digo para todos: permanezcan alerta".
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Gloria a ti Señor Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
Hoy comenzamos el nuevo ciclo litúrgico con el Adviento, que es un tiempo de esperanza-espera, esperanza responsable y vigilante ante la venida del Señor, primero, en su segunda venida para coronar su obra de salvación en la eternidad, y segundo, en su primera venida en la carne, nacido de María Virgen.
En la primera lectura, del profeta Isaías, se nos presenta a Dios como redentor, porque su nombre es tal, y a su debido tiempo hará justicia y obrará la salvación: “Tú, Señor, eres nuestro padre y nuestro redentor; ése es tu nombre desde siempre”. “Descendiste y los montes se estremecieron con tu presencia. Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro Dios, fuera de ti, hiciera tales cosas en favor de los que esperan en él. Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista tus mandamientos”.
La queja de parte de los hombres se refiere al comportamiento que en cierto modo Dios ha permitido, pero en definitiva, cambia el discurso y se reconoce que no hay una lejanía de Dios sino un desentendimiento del hombre en cumplir y vivir la voluntad de Dios: “¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte? Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus que son tu heredad… Estabas airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia era como trapo asqueroso; todos estábamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban, como el viento”.
La dejadez del pueblo, la corrupción de sus corazones fue poco a poco apagando el celo por Dios y por la Ley, al punto de que “nadie invocaba tu nombre nadie se levantaba para refugiarse en ti, porque nos ocultabas tu rostro y nos dejabas a merced de nuestra culpas”. Pero aún así el Señor se compadece de su pueblo, y lo salva porque: “tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos”. Dios no va a dejar que el mal triunfe, pues no por nada se manifestó a los hombres y les reveló su alianza y su proyecto de redención hecho pleno en Jesucristo.
En el relato del Evangelio se nos invita: “Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa”. Estamos así en tono con la segunda venida de Cristo en su gloria; por eso mientras se realiza la segunda venida de Cristo, todo creyente ha de vivir en fidelidad y constante vigilancia. Para que no suceda como lo que se nos narra en la primera lectura, es necesario vivir en esta actitud de espera vigilante, no por miedo a lo que pueda suceder, sino en la espera gozosa de quien vive en unión de amor con Dios y los hermanos, por eso, el cristiano verdadero es aquél que vive el Evangelio en alerta permanente ante lo eterno, en intimidad con Cristo. Por lo tanto, no podemos vivir adormecidos, olvidándonos del encargo-vocación-misión recibido de Dios. Debemos vivir el Adviento perpetuo de la vida con esperanza y alegría. Por supuesto que esto exige un estar alertas en la espera responsable a Cristo, pues –como dice san Pablo en 1 Corintios 1,3-9-: “Aguardamos la manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesucristo”. Porque vivimos ya aquí en la tierra nuestra salvación eterna, el “ya sí, pero todavía no”. Vivir con Cristo significa que nos ayudará a mantenernos firmes e irreprochables hasta su vuelta; nuestra debilidad se vuelve fuerte cuando ponemos nuestra vida y nuestra confianza en Dios, porque Él es el único fiel: “El los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento. Dios es quien los ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel”.
Con el Salmo 79 nos animamos a hacer nuestra la oración de pedir la gracia al Señor que nos restaure, que haga brillar su rostro sobre nosotros y nos salve. Que venga a visitar su viña. Amén.
escrito por el Padre Alejandro De la Torre
(fuente: http://mensajes-de-dios.blogspot.com/)
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