Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 1, 29-39)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y en seguida le avisaron a Jesús. El se le acercó y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.
Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todos el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quien era El.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: "Todos te andan buscando". El les dijo: "Vamos a los pueblos cercanos a predicar el Evangelio, pues para eso he venido". Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Háblale al Señor Jesús con éstas u otras palabras: Maestro mío, Jesús, envíame tu Espíritu Santo prometido para que me explique las Escrituras y me abra a la salvación que, como a tantos hombres y mujeres de Galilea, quieres regalarme hoy.
Para leer con atención:
- ¿En qué región, ciudad y lugares concretos de esa ciudad se desarrolla la narración?
- ¿En qué intervalo de tiempo sucede todo?
- ¿Qué personajes aparecen y cuáles son sus nombres? ¿Cuál es su relación con Jesús?
- ¿Qué verbos definen la actividad de Jesús? ¿Qué hace Jesús en el relato?
- Pon atención en la reacción de la gente que se encuentra con Jesús. ¿Qué te parece? ¿Qué crees que buscan en Jesús?
Una posible lectura del evangelio:
Si comenzamos a leer el evangelio de Marcos desde el principio, nos daremos cuenta de que, desde 1,21 a 1,39, el evangelista hace una pequeña crónica de un día cualquiera de la vida de Jesús.
El día transcurre en Cafarnaúm, ciudad en la que se habían establecido Simón y Andrés, Santiago y Juan, los primeros discípulos del Señor. Decimos que allí vivían porque, al menos Simón y Andrés, tenían allí su casa, como atestigua el evangelio de hoy. Sin embargo, el evangelista Juan nos informa de que Simón y Andrés eran de Betsaida, como veíamos hace pocos domingos (cf. Jn 1,44).
Ese día de la vida del Señor que nos cuenta Marcos es un sábado (Mc 1,21), y la primera actividad que realiza Jesús es ir a la sinagoga a enseñar. Para Marcos, Jesús es, ante todo, un didaskalos, un Maestro que enseña con autoridad. ¿En qué se manifiesta esa autoridad? En que la palabra de Jesús se cumple, realiza lo que dice. La primera experiencia que nos confirma este poder de la palabra de Jesús es la expulsión de un espíritu inmundo en la sinagoga. Ésta es la primera intervención pública de Jesús, según Marcos (cf. Mc 1,23-27).
La reacción de la gente fue de asombro generalizado ante esta manifestación del poder de la palabra: "Todos quedaron pasmados..." (1,27) y "su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea".
Es importante caer en la cuenta de la insistencia de Marcos en subrayar el éxito inicial de la misión de Jesús. Jesús era admirado por todos, en todas partes. Esa especie de revolución entusiasta en torno a su persona se prolongará a los primeros capítulos del evangelio.
Tras el episodio de la sinagoga, que nos revela a Jesús como Maestro, el evangelio de este domingo nos revela a Jesús como médico o taumaturgo. Jesús va a casa de Simón y Andrés, junto con Santiago y Juan. Éstos son los primeros cuatro discípulos de cuya vocación nos ha hablado Marcos poco antes (cf. 1,16-20). En casa de Simón, entra en escena la primera mujer del evangelio de Marcos, cuyo nombre no se nos dice. Esa mujer nos es presentada en relación a Simón: es su suegra y está enferma. Jesús se acerca, la toma de la mano y la levanta. El contacto de Jesús es un contacto vivificante y sanador. Ante Jesús, que es la Vida, todo signo de muerte retrocede, como si fuera un enemigo derrotado: "la fiebre la dejó". Entonces ella se puso a servirles (1,31).
Es significativo este verbo, servir (diakoneo), referido a una mujer. En Mc 15,41 se habla de un grupo de mujeres que "seguían y servían [a Jesús] cuando estaba en Galilea". Ellas eran, por tanto, discípulas y "diaconisas" en la primera comunidad de seguidores de Jesús. Sólo de ellas se dice que realizaron esa "diaconía" en el grupo de discípulos. Esta actitud de servicio, adoptada en primera lugar por las mujeres, contrasta con la actitud equivocada de los discípulos, que discuten por los primeros puestos y ansían el poder en el grupo (cf. Mc 9,33-34; 10, 35-37). A ellos, Jesús tiene que enseñarles que quien quiera ser el más grande y el primero tiene que ser el servidor [diakonos] de todos. Así se parecerán al Maestro, que no vino a ser servido sino a servir (Mc 10,45). Quizá la suegra de Pedro, tras la experiencia de ser "levantada" (= resucitada) de su postración, se transformó en una de esas discípulas y servidoras de Jesús que fueron con él hasta la cruz.
Pero estábamos en Cafarnaúm, y, al atardecer, toda la ciudad estaba agolpada a la puerta. Le habían traído a todos los enfermos y endemoniados, y él curó a muchos.
En este momento, ya hay unos personajes que comienzan a proclamar el mesianismo de Jesús: los demonios, a los que Jesús no deja hablar porque le conocían (cf. 1,34). De este versículo nos interesa caer en la cuenta del empeño de Jesús por mantener en secreto su identidad de Mesías de Dios. En semanas posteriores veremos por qué.
Por fin, en la noche, también secretamente, Jesús fue "a un lugar solitario" para hacer oración (1,35). Asistimos, como testigos privilegiados, al encuentro de Jesús con su Padre. Aquí no se nos dice cómo ora Jesús, ni cómo era su relación con el Padre. Eso nos lo contarán con más detalle Mateo, Lucas y Juan. Mateo y Lucas nos han transmitido la oración de Jesús: el Padrenuestro (cf. Mt 6,9-13; Lc 11,2-4). Marcos simplemente nos dice que Jesús, de madrugada, oraba.
"Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua"
Jesús madrugaba para orar, y estas palabras del salmo 63 pueden ser un reflejo hermoso de los sentires de Jesús al acudir a un "lugar desierto" para encontrarse con el Padre. Recordemos que, aunque Marcos no nos transmite el Padrenuestro, es el único evangelista que nos comunica ese modo particularísimo de dirigirse Jesús a Dios, llamándole "papá", "abbá" (cf. Mc 15,36).
Jesús busca a su Padre, y los hombres buscan a Jesús. Pedro, inoportunamente, va en su busca y, casi con exigencia, reclama: "Todos te buscan". Pero Jesús es un hombre libre, que no quiere anclarse en ningún puerto seguro donde ya es conocido y admirado, sino que tiene clara la voluntad de Padre: no ha venido para eso sino para que el Reino llegue a todos. Por eso recorrió toda Galilea predicando y expulsando demonios, sembrando el Reino por todos los caminos, con palabras y con obras.
Meditamos
Sugerencias para meditar:
- ¿Qué es lo que has buscado o buscas con más empeño en tu vida? ¿Crees que eso puede darte la felicidad que deseas?
- ¿Qué búsquedas percibes a tu alrededor? ¿Qué le interesa más a la gente que tú conoces y por qué luchan?
- ¿De qué modo crees que Jesús puede responder a todas esas búsquedas?
En contacto con mis búsquedas más profundas:
Si yo supiera que en mi misma ciudad existe una persona poseedora de un carisma especial, cuyo roce, mirada y palabra vivificante tiene la capacidad de levantar de su pesada postración mi vida, asediada a veces por fiebres y demonios que limitan su capacidad de alegre crecimiento, me agolparía a su puerta y aguardaría mi turno, aunque tuviese que esperar horas a la intemperie.
Desgraciadamente, hasta ahora no he conocido a ningún ser humano tan lleno de Espíritu que haya movilizado mi búsqueda y mi espera hasta ese extremo. Confieso que me encantaría encontrar a una persona santa de estas características pero, aunque en la Iglesia de Dios hay muchos hombres y mujeres santos, aún no he conocido personalmente, ni he tenido noticia, de nadie con una santidad tan vital, tan libre, tan amante, tan absolutamente incondicional y tan feliz como la de Jesús. Sé de santos muy entregados y rigurosamente "celosos" del Reino de Dios, pero muy poco alegres. Sé de santos comprometidos por causas justas, pero olvidados del gozo. Sé de santos gozosos, pero olvidados de la tierra... Sé de carismáticas de bellas y elocuentes palabras, pero de recortada acogida... Todos estos personajes humanos decepcionan o dejan un regusto agridulce de satisfacción incompleta y de vacío que sólo el Señor Jesús puede colmar.
El Evangelio de hoy me pone en contacto con mis búsquedas y anhelos más profundos y radicales. Me digo a mí misma que lo que realmente deseo es sentirme amada, vivir con gozo y plenitud, y experimentarme fecunda para otros. Y sé que el único que ha vivido todos estos anhelos hasta el extremo de lo humanamente alcanzable y el único que puede enseñarme y regalarme vivir del mismo modo es Jesús.
Oramos
Damos gracias a Jesús, porque Él es nuestra vida abundante, con palabras inspiradas en el salmo 63:
"Señor Jesús, tú eres mi Dios, con ansia te busco, mi alma tiene sed de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra seca, agostada, sin agua. Cuando te contemplo en los caminos de Galilea, tan lleno de vida y de fuerza, sanando corazones destrozados y vendando sus heridas, descubro que tu gracia vale más que todo cuanto hasta ahora me parecía valioso. Por ello, mis labios desean alabarte. En el lecho me acuerdo de ti, Jesús, y velando, fijo mis ojos en tus huellas, porque eres mi Maestro, y la luz de tus palabras me hace cantar de alegría. Mi alma está unida a ti, por la fe, y tu gracia me sostiene".
(fuente: www.discipulasdm.org)
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