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viernes, 8 de enero de 2016

De la oración al amor por el silencio

Siempre se ha dicho que la vida de oración marca el estado de la vida espiritual. Es obvio que así sea pues el tipo de oración que se realiza expresa la posición fundamental del alma: está centrada en sí misma o Dios ocupa el centro de su vida y su ser.

Si preguntamos qué es la oración, recibiremos respuestas como: “orar es hablar con Dios” u “orar es amar a Dios”. En realidad la vida de oración es un proceso por el que el alma, en su relación con Dios, camina desde un hablar con Él hasta un vivir en el amor de Él. Este proceso es posible gracias a la virtud del silencio.


La oración de petición

El evangelio nos ofrece variadas oraciones dirigidas a Jesús. En su gran mayoría las personas son las que hablan al Señor pidiendo favores. También en el tipo de peticiones se da ya una graduación. El leproso busca un bien para sí mismo: se acercó a Jesús pidiendo que le curase; ligeramente diverso es el buen ladrón quien suplica, también para sí, un bien sobrenatural: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Otros salen de sí mismos y piden por otros, como Jairo que pide la salud de su hija; o, mejor aún, la mujer cananea que pide salud espiritual para su hija poseída por el demonio.

Lucas, en una de sus parábolas, nos presenta un fariseo. Éste ya no pide favores, sino que da gracias por todos los beneficios concedidos por Dios. Es un paso más, pero no exento, como expresa el texto, de cierto orgullo, signo también de estar, todavía, muy centrado en sí mismo. En la misma parábola, aparece el publicano que pide, también pide, a Dios el perdón de sus pecados: “ten compasión de este pecador”.

En todas estas oraciones evangélicas es el hombre o la mujer quienes hablan a Dios; le suplican, cierto, porque saben que el amor divino es dadivoso. Pero sus oraciones están centradas en ellos mismos, sea porque piden un bien para ellos, sea, sobre todo, porque son ellos los que expresan su querer y voluntad, en espera que Dios se adecue a sus deseos.


La oración de petición agrada a Dios

No se duda que este tipo de oración sea necesaria. Cristo, en sus parábolas del amigo y de la viuda inoportuna, enseñó a orar de este modo: “pedid y se os dará”, pues Dios “¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?”. Las palabras perseverantes de quien ora expresan amor, amor a sí mismos y a los demás, amor a los dones de Dios y, sobre todo, confianza en el amor del Señor. Pero no deja de ser una oración cuyas peticiones y palabras están centradas en el orante. Es necesario, pues, hacer silencio de palabras en la oración.


El silencio también es petición

El evangelio ofrece otras oraciones en las que, sin mediar palabras, Cristo responde con amor. Los portadores del paralítico no hicieron petición alguna; ellos tenían bien claro que si Cristo veía a su amigo impedido, lo sanaría. Similar es el gesto de la hemorroisa; no pide nada, solo persevera, como en el caso del paralítico, hasta tocar el manto y, con el manto, el corazón de Jesús, un corazón que sabe lo que hay en el interior de cada persona. También estas actitudes, en el silencio de las palabras, son oración, escuchada por Dios. Oración que implica más amor porque, esperando un beneficio del Señor, el propio amor no impone, no indica, no sugiere a Dios qué hacer, deja que sea Él quien, en su amor, obre lo mejor para uno.

Otro hecho, similar a los anteriores, es el de la pecadora que, con sus lágrimas, baña a Jesús y lo rocía con sus perfumes. La mujer busca el perdón pero no se atreve a pedírselo. No obstante, Cristo escucha su oración silenciosa. Mayor silencio aún es la vivida por la adúltera. Con su silencio, presenta ante el Señor su gran verdad: es una pecadora. Ambas mujeres aman, quieren seguir amando. Pero ahora son conscientes que en sus expresiones de amor, en sus palabras y obras, se han buscado a sí mismas. Por lo tanto, deciden silenciar, dejando que sea el amor de Dios quien obre y transforme sus vidas.

Necesitamos cultivar este tipo de oración. Oración en la que se hace silencio de palabras, en la que nuestro amor no pide ni exige nuestro propio querer, seguros de que el amor de Dios nos otorgará lo que necesita nuestro corazón.

En los diversos casos expuestos la oración concluye con un beneficio para el orante. No puede ser de otro modo pues el amor de Dios siempre busca el bien de quien se acerca confiado a Él. Pero para crecer en el amor, se requiere que nosotros no nos busquemos cuando oramos, sino que, poco a poco, el centro de nuestra oración sea ocupado por Dios.


Escuchar al maestro

Las predicaciones de Jesús a la muchedumbre y los diálogos con sus discípulos son auténticos momentos de oración en cuyo centro está la palabra del Señor. Jesús habla, los demás escuchan. Necesitamos este tipo de oración. No hablar ni pedir, sino escuchar lo que Él quiera decirnos. No es fácil, pues parecería que nuestro silencio de palabras y obras expresan falta de amor; pero, es justo lo contrario. El amor callado y silencioso se convierte en fe y confianza plena, abierto a lo que Él quiera enseñarnos y dispuesto a recibir el obrar de Dios.

A Dios se le escucha con la razón, como los apóstoles que indagan, preguntan y piden explicaciones al Maestro. Así, nosotros, tomando el evangelio, escuchamos a Cristo quien nos da luz y comprensión de los textos. Pero también se le escucha con el corazón. En este caso, ya no interesa tanto saber o comprender, simplemente dejamos que su palabra, siempre buena, moldee y transforme nuestro corazón. Es lo que hacía María, la hermana de Lázaro.


Escucha, Israel

También esta etapa de oración implica dificultad. No se percibe el fruto de la oración en el alma. Así ocurrió a los discípulos de Emaús. Escucharon la explicación del transeúnte con aparente poca repercusión. Pasadas las horas, “se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Entonces, comprendieron: “¿no ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras?”. Así ocurre cuando nuestra oración se convierte en amor silencio que escucha su palabra de Amor. Orar no es, principalmente, hablar a Dios; es, sobre todo, escucharlo. Por eso, el primer mandamiento es: “Escucha, Israel…”. Callarse es hacerse capaz de escuchar a Dios.

Hemos hablado de la oración en la que las palabras son expresión de amor. Después, haciendo silencio de nuestras palabras, la escucha se ha convertido, a su vez, en expresión de amor. ¿Qué ocurriría si silenciamos nuestra escucha? Muy sencillo: quedaría solo el amor.

Así hizo María tras escuchar, en Nazaret, el querer divino, por medio del ángel, y el “¡ahí tienes a tu hijo!” de Jesús en el Calvario. Desde esos momentos, María “conservaba todo esto en su corazón”, sin necesidad de más palabras ni de más escucha, solo amor hecho don a Dios y a los demás.


Oración de escucha

Leo unas palabras que expresan este tipo de oración: “Llega un momento donde Dios solo te pide amar, no hacer nada. Simplemente me arrodillo a sus pies y lo amo: yo le amo y Él me ama, es un perderme en Dios. La inteligencia, la imaginación, la memoria, están en silencio, no hacen ruido, no me distraigo, el alma está como suspendida, el corazón ama, AMA, la mirada ama, me dejo amar, el tiempo vuela. Algunas veces Él me consuela, su mirada me ama, descanso en Él. Otras tantas, sentada a sus pies lo acompaño, le digo que no está solo, le pido que me permita ser bálsamo para su Corazón. Algunos días me arrodillo y mi corazón ya está amando, me pierdo en Dios. El Espíritu Santo lleva al alma. Hay días que hay como una barrera, mi corazón está insensible, entonces sí, es amar con la voluntad. Callo y vuelvo mi mirada a Él y mi corazón lo ama. La oración es no hacer nada más que amar, pero salgo de ahí inflamada de amor y amo a las personas, mi mirada ama, miro diferente, es una mirada de misericordia, mi corazón ama y no sé porqué”.

Una anotación, antes de terminar. Todo lo dicho en el día de hoy, no son pasos que uno tenga que dar, son pasos que Dios da en cada uno. A nosotros solamente nos toca callar, amar y dejar que Él obre en nuestra oración.

escrito por P. Juan Carlos Ortega, L.C.
(fuente: www.la-oracion.com)

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