En determinadas circunstancias de nuestras vidas atravesamos momentos difíciles, duros, complicados que nos transforman el ánimo y, según el caso, hasta la forma de vivir. Todos los seres humanos sufrimos inevitablemente en algún momento de la vida, algunos más, otros menos.
Veamos cuáles son las actitudes que tenemos ante una situación de sufrimiento.
En cuanto aparecen los primeros síntomas de sufrimiento, la tendencia inicial es de oposición y viene entonces una pregunta que nunca falta: ¿Por qué? ¿Por qué a mí? Y esta pregunta no tiene respuesta-al menos en un primer momento cuando miramos el sufrimiento desde el ángulo meramente humano.
El misterio del sufrimiento es un proceso. Luego de esa oposición y cuestionamientos iniciales viene un momento de impotencia en que algunos recurren a Dios, también preguntándole por qué. Y Dios tampoco responde. La respuesta divina es más bien una invitación, una llamada de Cristo a seguirlo en su sufrimiento ... un misterio. Cristo nos responde desde la Cruz y nos invita a tomar la cruz del sufrimiento. Y ante esta invitación, podemos seguir oponiéndonos, actitud que no ayuda, pues la cruz se hace más pesada. O podemos tomar la cruz, imitando a Cristo en su sufrimiento, respondiendo a su llamado “toma tu cruz y sígueme” (Lc. 9, 23). Al principio podemos tomarla con temor, con miedo al sufrimiento, creyendo que la aceptación lleva al agravamiento.
Pero los que han sufrido y han entregado su sufrimiento a Cristo saben por experiencia que, al unir su sufrimiento al de Cristo, enseguida la cruz del sufrimiento se aliviana. ¿Por qué se aliviana? Porque Cristo mismo nos ayuda a llevarla. Cristo nos invita a compartir su sufrimiento y al compartir los nuestros con los de Cristo, al unir nuestro sufrimiento al de Cristo, no es que desaparece la causa del sufrimiento, pero nuestro sufrimiento parece diluirse en los sufrimientos de Cristo. También ... un misterio. Pero prueba, prueba si estás sufriendo, trata de entregar y de ofrecer tus sufrimientos a Cristo ... y verás.
Entonces podemos comenzar a entender para qué es el sufrimiento: para colaborar con Cristo en la salvación del mundo y en nuestra propia salvación. Por eso se oye hablar de ofrecer el sufrimiento por alguien, por la conversión de las almas, por la propia conversión.
Así lo hicieron muchos santos, algunos de los cuales al principio también pudieron haberse rebelado. Sabemos que muchos, de hecho, se convirtieron y comenzaron su camino de santidad por una situación de sufrimiento. Así son los caminos y las maneras de Dios: incomprensibles si los miramos con nuestra miopía humana, racionalista, mundana.
El Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica Salvici Doloris, en la que explica el misterio del sufrimiento humano, iba aún más lejos y nos decía que el sufrimiento se enmarca, además, dentro de la lucha entre las fuerzas del Bien y las del mal, y que nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo colaboran en el triunfo final de las fuerzas del Bien (cfr. SD, 26). El sufrimiento, entonces, es un misterio, un misterio que se convierte en una invitación de Cristo a seguirle y a colaborar con El en la salvación del mundo y en el triunfo final de las fuerzas del Bien.
El sufrimiento humano es un misterio, un misterio que se enmarca dentro del misterio de la Redención de Cristo, un misterio para el cual no hay una respuesta como la que esperamos, un misterio al cual Cristo no responde sino que llama para que le sigamos en su sufrimiento y colaboremos con Él en la salvación del mundo y el triunfo final de las fuerzas del Bien.
Tampoco es cuestión del mágico (y marketinero) slogan "Pare de Sufrir".
Nuestra Madre Iglesia no nos invita a que los católicos seamos masoquistas. Hay que ser valientes y enfrentar los momentos y situaciones de sufrimiento, tanto propias como ajenas: ahí estará nuestra Redención en Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario