San Antonio nació en Lisboa, en Portugal, en el año 1195. Una tradición barroca indica la fecha del 15 de agosto como probable. Era hijo de los nobles Martín de Bulhoes y María Taveira; su casa estaba a pocos metros de la catedral. En la pila bautismal de dicha catedral le fue puesto el nombre de Fernando.
Los primeros años de formación los pasó bajo la culta guía de los canónigos de la Catedral. Entre sus compañeros de estudios había ya algunos chicos orientados hacia la elección del sacerdocio. Seguramente nació aquí la aspiración del joven Fernando de escoger el servicio sacerdotal.
Pero fueron sobre todo la mediocridad moral, la superficialidad y la corrupción de la sociedad, las cosas que lo empujaron a entrar en el monasterio de São Vicente, fuera de las murallas de Lisboa, para vivir el ideal evangélico sin compromisos.
Fue acogido por una comunidad de canónigos regulares de San Agustín.
Entre los agustinos
En São Vicente se quedó durante unos dos años. Después, molesto por las continuas visitas de los amigos, con los que ya no tenía nada en común, pidió que lo trasladaran a otro lugar, siempre dentro de la Orden agustiniana. Antonio afrontaba de esta forma su primer gran viaje, unos 230 kilómetros, los que separan Lisboa de Coimbra, en aquel entonces capital de Portugal.
Fernando tenía 17 años. Llegaba a un ambiente donde tenía que convivir con una comunidad numerosa de unos 70 miembros durante 8 años, de 1212 a 1220.
Fueron años importantísimos para la formación humana e intelectual del Santo, que podía confiar en sus buenos maestros y en una rica y actualizada biblioteca.
Trevisan, San Antonio agustino
Fernando si dedicó completamente al estudio de las ciencias humanas y teológicas, también para alejarse de las tensiones que atravesaba la comunidad religiosa. Los años transcurridos en Santa Cruz de Coimbra dejaron una huella profunda en la fisonomía psicológica y en el perfil existencial del futuro apóstol.
Ya por carácter se nos presenta como un hombre apartado, celoso de su secreto, cerrado en sus cosas de trabajo que le dejaban poco tiempo libre. Se convirtió, por libre elección, en un hombre sin ambiciones sociales; reacio a cualquier tipo de ostentación y exhibición de sí mismo y de sus dotes, desconfiado de las polémicas, indiferente a las exterioridades de cualquier tipo, a excepción de cuando lo tenía que hacer por deber del testimonio evangélico.
De Coimbra salió hecho un hombre maduro. Su cultura teológica, nutrida por la Biblia y la tradición patrística, había llegado a un punto definitivo.
Fernando sacerdote
En Santa Cruz Fernando fue ordenado sacerdote; la ordenación le fue conferida en la canónica de Santa Cruz de Coimbra, probablemente en 1220. Para el joven Fernando se desatendió la norma eclesiástica que fijaba en un mínimo de 30 años la edad para tener acceso al sacerdocio.
Signo de sangre
Hacia finales del verano de 1220 Fernando pidió y obtuvo poder dejar los Canónigos regulares de San Agustín para poder abrazar el ideal franciscano. No es seguro que conociera personalmente a los primeros franciscanos que llegaron a tierras lusas. Pero es seguro que oyó hablar de ellos, y quedo en seguida fascinado.
Sobre todo cuando llegaron los restos mortales de sus mártires, recogidos por los cristianos en dos cofres de plata y llevados por el Infante Pedro y su séquito hasta Ceuta, y de allí transportados a Algeciras, después a Sevilla y finalmente trasladados a Coimbra, donde fueron colocados en la iglesia de los agustinos de Santa Cruz (en la que todavía hoy se encuentran custodiados y son venerados). Se explicaban también los milagros que hicieron, fue creciendo la devoción, y se escribieron las proezas de los mártires. Todo contribuyó a poner al movimiento franciscano en el centro de atención de todos los fieles portugueses.
La solicitud por parte de Fernando de entrar a formar parte de los seguidores de Francisco de Asís madura a causa de una fuerte vocación por la misión y, especialmente, por el martirio de sangre.
Antonio misionero
Trevisan, San Antonio reflexiona sobre el martirio de los misioneros franciscanos
En septiembre de 1220, Fernando dejó los blancos hábitos de los agustinos para vestirse con la tosca túnica de buriel atada con una cuerda en la cadera.
Para la ocasión, abandona también el viejo nombre de bautismo para asumir el de Antonio, el ermitaño egipcio del Eremitorio de São Antonio dos Olivãis, donde vivían los franciscanos. Después de un breve periodo de estudio de la regla franciscana, Antonio se fue a Marruecos.
El itinerario que siguió, por tierra y por mar, no lo sabemos. Muy probablemente, según las costumbres franciscanas, a Antonio lo acompañó un hermano franciscano, del que no sabemos el nombre.
Al llegar al territorio de Miramolino, en Marrakesh o en otra localidad, fue acogido en casa de algún cristiano, residente allí por motivos comerciales o alguna otra cosa. Para dirigirse a los musulmanes, el Santo tenía que conocer bastante bien el idioma árabe, cosa no muy difícil para un lisboeta de la época, proveniente de una zona bilingüe.
De no ser así, tenía que poder fiarse de su compañero: si no ambos, al menos uno tenía que ser experto en aquel idioma.
De no ser así, tenía que poder fiarse de su compañero: si no ambos, al menos uno tenía que ser experto en aquel idioma.
Antonio no pudo seguir con su proyecto de predicación porque contrajo una enfermedad tropical. Para conseguir recuperar, aunque fuera en parte la salud, decidió volver a su patria, pero sin abandonar su ideal de martirio. Fue por lo tanto obligado a irse de Marruecos, volviendo a hacerse a la mar.
Pero, a causa de una inesperada ráfaga de vientos contrarios, la nave fue transportada hasta la lejana Sicilia (Italia). Antonio, que la tradición nos dice que desembarcó en Milazzo (Mesina), era un desconocido fraile extranjero, joven y sin cargos de gobierno, que había sufrido físicamente. Su convalecencia en Sicilia duró casi dos meses.
Informado por sus hermanos sicilianos, Antonio dejó Sicilia, subió por la península italiana para participar en el capítulo general -llamado de las Esteras- que se celebraba en Asís del 30 de mayo al 8 de junio de 1221. Antonio desde Lisboa, desconocido por todos porque había entrado hacía sólo unos meses en la Orden, pasó los nueve días de la reunión apartado y solitario, inmerso en la observación y en la reflexión.
Era uno entre tantos, no tenía nada que lo hiciera distinto a los demás. Al momento de la despedida ninguno de los 'ministros' se lo llevó consigo.
Cuando se habían ido casi todos los conventuales, Antonio fue notado por el padre Graciano, ministro provincial de la región de Romaña. Cuando supo que el joven fraile era también sacerdote, le pidió que lo siguiera.
Ermitaño en Monte Paolo
En compañía de Graciano de Bagnacavallo y de otros hermanos franciscanos de Romaña, Antonio llegó a Monte Paolo, cerca de Forlí, en junio de 1221.
Sus días transcurrían orando, meditando y ayudando a sus hermanos.
Durante este periodo el Santo pudo madurar su vocación franciscana, profundizar la experiencia misionera interrumpida de forma brusca, dar vigor al compromiso ascético y perfeccionarse en la contemplación.
Las tesis más acreditadas nos dicen que San Antonio se quedó en Monte Paolo hasta la celebración de Pentecostés (22 de mayo) o como mucho hasta septiembre del mismo año.
En un primer momento, dada la visión principalmente sagrada del ambiente en que se encontraba, los otros franciscanos trataron a Antonio con veneración.
Al ver que uno de sus compañeros había transformado una gruta en una celda solitaria, le pidió con insistencia que se la cediera a él. El buen hermano accedió al apasionado deseo del joven portugués.
Así todas las mañanas, una vez cumplidas las oraciones comunitarias, Antonio se dirigía con prisa a su gruta (todavía hoy conservada con devoción) para vivir solo con Dios, solo en penitencia e íntima oración, con prolongadas lecturas de la Biblia y reflexiones. Para las horas canónicas y para las comidas se reunía con sus hermanos.
En su fuerte dedicación a la penitencia extenuó tanto su frágil salud con los ayunos, las vigilias, las flagelaciones, que más de una vez con el sonido de la campana que lo llamaba a las reuniones, se tambaleaba y estaba a punto de caer, por suerte sus hermanos lo sostenían.
Antonio se dio cuenta de que sus hermanos de ideal conjugaban oración y servicio recíproco. Él, ¿qué contribución podía aportar? Habló con el guardián. Decidieron que debía limpiar la humilde vajilla de la cocina y barrer la casa.
La hora de la llamada
En septiembre de 1222 tenían lugar en Forlí las ordenaciones sacerdotales de religiosos dominicos y franciscanos. Antes de que el grupo de los que tenían que ser ordenados se dirigiese a la catedral de la ciudad para recibir las órdenes sagradas por parte del obispo Alberto, se solía dirigir un sermón a los candidatos. En aquella ocasión nadie había recibido la orden antes y por lo tanto ninguno de los sacerdotes dominicos o menores presentes se había preparado. Cuando llegó el momento de hablar delante del público, todos rehusaron improvisar. Sólo el superior de Monte Paolo conocía bien las dotes de Antonio..
El interpelado intentó esquivarlo. Pero ante la insistencia de su superior aceptó y tomó serenamente la palabra. A medida que el discurso se envolvía en sonante latín, las expresiones se hacían más calurosas y persuasivas, originales y emocionantes.
Él revelaba, aunque fuera contra su voluntad, la profunda cultura bíblica y la comprometente espiritualidad.
Conmoción, regocijo, y sobre todo admiración de los que lo escuchaban. Después tuvieron lugar las sagradas ordenaciones y se desarrollaron según el programa los trabajos de la audiencia capitular. Pero a esas alturas todos prestaban atención al fraile portugués, olvidado ermitaño, que de forma impensable se había convertido en el centro de atención de su hermandad. Sólo subió a Monte Paolo para decir adiós a la gruta, para volver a abrazar a sus hermanos, encomendándose a su oración.
Antonio predicador
San Antonio inició de esta forma su misión de predicador en Romaña. Hablaba con la gente, compartía la existencia humilde y atormentada, alternando el trabajo de la catequesis con la obra pacificadora; enseñaba ciencia sagrada a sus hermanos franciscanos, hacía confesiones, se batía personalmente o en público con los que sostenían herejías.
Romaña, en la época del Santo y durante siglos después, era un paraje atormentado por una guerrilla civil endémica. Las facciones, mayores y menores, envenenaban las ciudades y los clanes familiares, disgregaban las estructuras comunales y sembraban por todas partes donde se sospechaba, conjuros, golpes de mano, venganzas. Como si no fuese suficiente esta maldición, también en el plano religioso se padecía la calamidad de las sectas, la primera de todas, en sus ramificaciones, la cátara.
La vieja Iglesia reaccionaba escasamente y tarde, a causa de su mediocridad espiritual. Tenían por lo tanto un buen juego los herejes que difundían teorías falsas y dudas peligrosas.
Precisamente en Rimini tuvo lugar en 1223 el episodio que nos ha hecho llegar la tradición, según el cual San Antonio ganó la terquedad de un hereje que no quería creer en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Teólogo en Boloña
Después de la revelación de Forlí, después de que por invitación de sus superiores fuese enviado a predicar por las ciudades y los pueblos de Romaña, hacia finales de 1223 a Antonio se le pidió también que enseñara teología en Boloña. Durante dos años, a la edad de 28-30 años, enseñó como teólogo las verdades de la fe al clero y a los laicos, a través de un método simple y eficaz. Partía de la lectura del texto sagrado para llegar a una interpretación que interpelara y hablara a la fe y a la verdad de los que lo escuchaban.
San Antonio es por lo tanto el primer enseñante de teología de la recién nacida orden franciscana, el primer anillo de una cadena de teólogos, predicadores y escritores, que a través de los siglos dieron y dan honor a la Iglesia.
"Antonio, mi obispo"
Francisco de Asís no quería que sus frailes se dedicaran al estudio de la Teología. Esta indicación fue referida también en la regla de vida. Pero para San Antonio, vistas su sólida fe y su integridad moral, hizo una excepción concediéndole enseñar a sus frailes.
Teólogo por encargo de sus compañeros
Fueron sus hermanos los que le pidieron a San Antonio que pusiese en marcha el estudio de la teología y que enseñara.
Estos hermanos, viviendo en contacto con las almas, estaban alarmados y disgustados por la situación de inferioridad de la joven Orden franciscana, llamada por un creciente grupo de fieles a cubrir, junto con los dominicos, los grandes vacíos dejados por el clero diocesano en la guía pastoral y en la catequesis.
La iniciativa imitaba a la misma institución, aprobada por la Orden gemela de los Predicadores, los cuales habían abierto en Boloña un estudio teológico desde 1219, cuando todavía vivía Santo Domingo.
Francia sedienta de paz
Una tierra que quema, un pueblo en la tormenta. Así se encontraba la zona meridional de Francia en los tiempos de San Antonio. La causa de tanta inquietud se debe atribuir a las luchas políticas y sociales entre católicos ortodoxos y a la secta de los albigenses arraigada en esta región desde hacía años. El Papado, aliado con el poder temporal en el que había visto la ventaja económica, combatió la herejía. Pero de nada valieron las persecuciones, la guerra duró 20 años.
Quien de verdad hizo que las personas abrazaran otra vez la vieja fe, fue el testimonio multiforme y la palabra persuasiva de los cistercienses, dominicos, franciscanos, que dieron lo mejor de sí en esta obra de reconciliación con la verdad en la caridad. Entre ellos, eminente, la figura de nuestro Santo.
Donde llevar a cabo la batalla
No se tienen ni muchas ni ciertas noticias del periodo francés de Antonio. Hay, sin embargo, un término fijo, el año 1226.
Antonio fundó el convento franciscano de Limoges. Los antonianos anticipan al final de 1224 su paso de Italia al sur de Francia.
Proveniente de Boloña, Antonio pasó por Provenza, por Languedoc, por Limoges, por Berry.
Antonio encontró una región atormentada por la herejía albigense, martirizada por la cruzada, que se convirtió pronto en un juego de poder.
Hasta enero de 1217, el papa Honorio III había exhortado a los profesores de teología de París a dirigirse en medio de los albigenses.
Antonio fue enviado, probablemente con un grupo de menores, como refuerzo cualificado, y esto por sugerencia de la dirección central de la Orden, sensibilizada por el problema de los frailes residentes ya en aquella zona, como por las presiones de la curia papal.
Encontramos a Antonio que enseña teología y predica en Montpellier, importante centro universitario y punto fuerte de la ortodoxia católica, donde dominicos y franciscanos recibían adecuada formación pastoral-intelectual con la finalidad de predicar contra los herejes esparcidos en los territorios cercanosi.
Arles: San Francisco aparece mientras Antonio predica
El hecho es cierto, pero la fecha no está clara. El historiador Tomás de Celano, recuerda a Juan de Florencia, elegido por Francisco ministro de los menores de Provenza, que celebró una asamblea capitular, o en la segunda mitad de 1224, o en la primera mitad del año siguiente, durante la cual Antonio hizo un intenso sermón sobre la Pasión de Cristo. Mientras él hablaba, fray Monaldo, vio en la puerta de la sala donde estaban todos reunidos "al beato Francisco suspendido en el aire con las manos abiertas en forma de cruz, en acción de bendecir a sus frailes". San Antonio hizo su sermón sobre el misterio de la Crucifixión de Cristo, especialmente sobre la inscripción Jesús de Nazaret Rey de los Judíos (Jn 19.19).
Es muy probable que el Santo, siempre atento al esquema litúrgico, se haya inspirado, para elegir el argumento de su sermón, en el momento litúrgico. Por lo tanto, es obvio hipotizar que el capítulo de Arles se haya reunido en un día señalado por el misterio de la cruz: el viernes santo, 28 de marzo de 1225, el descubrimiento de la cruz (Inventio crucis), el 2 de mayo del mismo año; pero también se puede pensar (y sería sugestivo y más que gratuito) a la Exaltación de la Cruz del 24 y por lo tanto cuando los estigmas ya habían sido grabados en las carnes de San Francisco.
Antonio en Toulouse y en Limoges
Toulouse, está en el actual departamento de la Haute-Garonne. Sus orígenes son muy antiguos. El Apostolado itinerante de Antonio no podía no hacerse eco de un mercado de ideologías como Toulouse. Es más que probable que en esta roca fuerte del neomaniqueismo, el Taumaturgo haya enseñado teología a los frailes. Antonio hacia 1226 se trasladó más al norte, cerca de Limoges.
G. Campagna, San Antonio resucita a un joven, 1577
En la iglesia de St. Pierre-du-Queyroix Antonio hizo un sermón, que se hizo importante por una bilocación que nos testimonió fray Juan Rigaldi. A la diócesis de Limoges pertenece la Abadía de Solignac, en Briance. En este monasterio también se alojó el Taumaturgo, haciendo un prodigio en favor del monje que le hizo de enfermero.
Limoges queda en la historia del Santo como uno de los centros más significativos. Le dio el encargo de guardián (=superior) de los franciscanos de la ciudad y de los alrededores. Estamos seguros de que el Santo fue guardián de la ciudad de Limoges y de su territorio, ya que el testimonio escrito dista sólo unos setenta años de los acontecimientos.
Una crónica del monasterio de San Marcial de Limoges nos dice que Antonio pronunció su primer discurso en el cementerio de San Pablo, iniciando por el salmo 29,6. Hizo un segundo sermón en el monasterio de San Martín, hablando del salmo 54,7: ¿Quién me dará alas como a las palomas, para volar y encontrar reposo?
Y siempre en Limoges es donde tuvo lugar otro hecho especial. En la iglesia de St. Pierre-du-Queyroix, hacia la medianoche del jueves santo, después de los oficios de la mañana, tuvo lugar el sermón durante el cual el Santo fue entre sus frailes para cantar la lectio litúrgica que le tocaba a él.
En Bourges, Le Puy y en otras partes
En el año 1226 Antonio se detuvo también en Brive, y en su tarea de guardián de los hermanos menores, fundó un convento. Aquí el Santo encontró la paz del ascetismo y la meditación, para confortarse de las duras predicaciones retirándose muy a gusto en algunas grutas en las afueras de la ciudad. Aquí se dedicó a la penitencia y a la contemplación.
Después de su muerte, su recuerdo quedó siempre vivo entre los habitantes de Brive. Las grutas en las que estuvo se convirtieron en lugares de peregrinación. Después de muchos sucesos, en 1874 el santuario fue recuperado por los franciscanos y en 1895 fue consagrado de nuevo. Brive es desde entonces el centro nacional de la devoción antoniana en el territorio francés. La magnífica catedral de Bourges, una verdadera joya del arte gótico, despidió al misionero Antonio. Pero fue también a Le Puy-en-Velay, en el actual departamento de la Haute-Loire, a los pies del monte Anisan. No se sabe con seguridad si en este lugar realizó el encargo de guardián de la hermandad.
No podemos determinar la fecha del regreso de San Antonio a Italia: por qué motivo hizo el viaje a la fuerza, quién lo llamó, dónde residió o, si no tenía residencia alguna, por qué siguió haciendo de misionero en peregrinación. Los hagiógrafos antonianos fijan su regreso durante el capítulo general que tuvo lugar en Asís en Pentecostés del año 1227, el 30 de mayo.
San Francisco había muerto la noche del 3 de octubre de 1226: la asamblea tenía por lo tanto que dar a la Orden un nuevo ministro general.
Como guardián de Limoges, Antonio tenía, por dictado explícito de la Regla, que tomar parte en el capítulo, en el que se tenía que elegir al sucesor de San Francisco. Pero no tenemos pruebas de que asumiera este encargo. No sabremos nunca si fue Fray Elías, el que quizá había promovido su misión en Francia, quien lo llamó a Italia para asignarle tareas todavía más complejas y difíciles. No sabremos tampoco si fue fray Juan Parenti. Sabemos sólo que, dirigiéndose hacia Italia, atravesó a pie Provenza (así lo dice la Rigaldina 6,34)
Ministro provincial
San Antonio era muy estimado por sus hermanos franciscanos: así a los ya numerosos deberes se le añadió el encargo de ministro provincial del norte de Italia, incluida Romaña. ¿Quién le dio dicho encargo? La historia en este caso nos da pocos testimonios. En cuanto a la duración, la mayor parte de los estudiosos antonianos sostienen la hipótesis de que duró unos tres años, de 1227 a 1230.
También en esta nueva tarea, Antonio destacó por su espíritu y su servicio de fraternidad, sosteniendo, estimulando y guiando a sus hermanos, con el ejemplo y con las admoniciones.
Una fuente cierta nos dice que fue superior provincial hasta mayo de 1230.
La amistad con Tomás de San Víctor
En su actividad de ministro provincial de Italia septentrional se supo mantener fiel al carisma de San Francisco poniéndolo en la compleja y cambiante realidad de los tiempos y lugares. Con las estructuras jerárquicas cultivó relaciones de verdadero católico, evitando conflictos y alimentando un clima de armonía. Es prueba de ello la participación personal del obispo de Padua en la cuaresma antoniana de 1231, como tampoco fue un hecho al azar que la canonización rápida del Santo no estuviera dificultada por propuestas o limitaciones.
Un segundo objetivo de la acción pastoral volvía a proponer armonizar la actividad de la recién nacida orden franciscana con la de las viejas órdenes religiosas. Siguiendo su estancia en Francia, lo habíamos dejado en Solignac, donde fue acogido como en su propia casa por los monjes.
Mantuvo también una buena relación con los antiguos hermanos agustinos. Haciéndose franciscano, Antonio no quería cortar con el pasado; al contrario, mantuvo todo lo válido que había recibido y amado en aquellos años en San Vicente y en Santa Cruz. No en vano su relación de amistad más intensa, durante sus años en Italia, fue con el parisino Tomás de San Víctor, abad de San Andrés en Vercelli.
Antonio, ya elegido superior, visitando las comunidades menores, tuvo la posibilidad de ir a Vercelli, donde se quedó algunas semanas para predicar y encontrarse con Tomás de San Víctor. Éste había llegado a Vercelli en 1220, había sido nombrado prior de San Andrés en 1224, y obtuvo el título de abad en 1226.
No se puede dudar de la fiel amistad que unió, en la vida y en la muerte, a Antonio y al abad Tomás. Las fuentes presentan a los dos santos en una recíproca relación de maestro-discípulo, de igual a igual, de maestro a maestro, a través de intercambios de experiencias intelectuales.
Apóstol de paz
En Padua, durante el corregimiento del veneciano Giovanni Dandolo (29 de junio de 1229 - 28 de junio de 1230) la calma y la paz tan deseadas florecieron en la región. Pero, oigamos que nos dice un contemporáneo, el notario paduano Rolandino:
"Durante un año más o menos las ciudades de la Marca Trevisana gozaron de tal paz, que casi todos estaban convencidos de que a partir de aquel momento no habría más estados funestos y guerras en la región. Unos religiosos animaban espiritualmente a casi toda la población, elevándola a las realidades celestes a través de la predicación. Y fue en aquel momento, entre otros religiosos y justos, que llegó el beato Antonio, y en diferentes localidades de la Marca anunció la palabra de Dios con voz cautivadora".
La redacción de los Sermones
La Assidua, la primera biografía de San Antonio, afirma que Antonio escribió sus Sermones para los domingos durante una estancia en Padua, donde también nació un profundo afecto entre sus habitantes y él, pero en vano buscaremos una expresión cronológica precisa, ya que el "cuando" no lo sabemos con precisión. En cuanto al lugar de residencia, es Santa María Mater Domini. Ninguna base documental apoya la candidatura de la Arcella, ubicación que defienden varios estudiosos de la vida de Antonio, pero que no aportan ninguna prueba. La Assidua (11,7), hablando del incansable celo por las almas que pedía Antonio para darse por completo al apostolado, añade que él seguía con el trabajo pastoral hasta que caía el sol, muy a menudo quedándose en ayunas. Predicaba, enseñaba, escuchaba las confesiones. En su apostolado, San Antonio estaba acompañado por algunos compañeros, y en el último periodo por el beato Lucas Belludi.
Predicador apostólico
Fue en ocasión del capítulo general de 1230, que tuvo lugar durante la traslación de los restos de San Francisco a la nueva Basílica levantada en su honor, que fray Antonio de Lisboa fue liberado de sus ocupaciones por el gobierno de la orden.
Por la grande estima de la que gozaba por parte de los responsables de la Orden menor, se le concedió la nueva tarea de "predicador general", con la facultad de dirigirse libremente a cualquier parte creyese oportuno, y fue elegido previamente, con otros seis hermanos franciscanos, para representar a la Orden delante de Gregorio IX.
Antonio franciscano
¿Qué relación había entre Antonio y los responsables de la Orden franciscana? Los hagiógrafos se preocuparon de presentar a Antonio interesado en sí mismo, como apartado del movimiento franciscano. Podemos pensar que, reinando entre los frailes, durante la fase inicial, una evidente no homogeneidad, el sentido de pertenencia era decididamente débil. En el fondo, el documento oficial, absoluto, de identidad, la Regla, era de finales de noviembre de 1223. Antonio y Elías, por índole, temperamento moral y madurez evangélica, se nos presentan como muy distantes.
Vivieron en órbitas muy lejanas la una de la otra. No sabemos qué lugar ocupaba en la piedad y en las muchas actividades de Antonio el Pobrecillo de Asís. En sus Sermones no usa nunca su nombre, lo que nos hace ver un poco de misterio, especialmente cuando se trata de una obra tan extendida y publicada después de la canonización del Seráfico. Antonio fue un moderado, que se esforzaba en conjugar la fidelidad al carisma franciscano con las solicitudes de los distintos ambientes donde llevaba su tarea pastoral.
El gran momento paduano
En Padua, Antonio estuvo durante dos periodos cercanos: el primero, entre 1229 y 1230; el segundo, entre 1230 y 1231, durante la cual murió prematuramente. Sumando los dos periodos, se llega a unos 12 meses o un poco más. Esto significa que el misionero no transcurrió en su patria de elección más de un año, en dos etapas.
¿Qué Padua lo atraía, lo esperaba y lo acogió? Toda entera. La encontramos unánime, algunos meses después, a los pies de su púlpito y de su confesionario; y después comprometida de forma apasionada en su glorificación cultural. Padua le sirvió de nuevo como scriptorium de sus comentarios bíblico-litúrgicos.
Podemos hipotizar que encontró además una gran ayuda en las bibliotecas, con los colaboradores a nivel de escribanos y quizás de ayudantes.
Los Sermones antonianos se consideran la obra literaria de carácter religioso más importante escrita en Padua durante la época medieval. Y más todavía, la ciudad eugánea interesaba a Antonio por su universidad. Antonio tenía una debilidad por los grandes centros de estudio (Bolonia, Montpellier, Toulouse, Vercelli...). Él mismo era, aunque fuera de las estructuras burocráticas, un emérito catedrático. Pero decir universidad era sobretodo sinónimo de concentración de gente joven. Antonio era un experto "pescador de jóvenes".
Presintiendo o no que su peregrinación en la tierra estaba llegando a su fin, aspiraba a reclutar nuevas quintas para la difícil y apasionada tarea de ser transmisores del Evangelio. Además, la tierra véneta vivía una paz inestable. Antonio sentía muy fuerte la invitación de intervenir para solucionar los conflictos. También en aquellos momentos había en Padua adeptos a la herejía.
Los días de la salvación
El 5 de febrero, el Santo interrumpió el esfuerzo de papel, pluma y tintero. La ciudad vivía una mágica tregua de paz tanto dentro como fuera de sus fronteras. Se difundió la voz de que San Antonio tenía la intención de predicar cada día, aprovechando la ocasión de los textos ofrecidos por la liturgia. Muy pronto, no sólo la pequeña iglesia de Santa María, sino las más grandes iglesias de la ciudad resultaron incapaces de contener a esa multitud que crecía continuamente. La gente llegaba en grandes multitudes, ¿dónde se podía acoger? La voz no era un problema, ya que Antonio estaba dotado de un volumen vocal excepcional. Se reunían en las plazas. Pero éstas pronto se quedaron pequeñas. También en Padua, como había ocurrido en Francia, el apóstol se vio obligado a hablar fuera de la ciudad, en medio de los campos. Nobles y gente de pueblo, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, fervorosos practicantes y personas indiferentes o "lejanas", caballeros y rateros, eclesiásticos y laicos, esperaban con paciencia la llegada del hombre de Dios. El obispo Jacobo junto con un grupo del clero tomaba parte personalmente del camino cuaresmal, por él mismo autorizado y seguido con la joya del pastor que ve reunido a su rebaño en pastos fértiles.
De sermón en sermón se hacía cada vez más grande la fama de lo que estaba ocurriendo en Padua, lo que provocaba un continuo crecimiento de los que lo oían. Una multitud incesante se reunía alrededor de su confesionario. Era imposible ocuparse de todos a pesar de que algunos hermanos sacerdotes y un grupo de presbíteros de la ciudad intentaban reducirle el esfuerzo. No le quedaba otra cosa que esperar el flujo de penitentes y la llegada de la noche. La Assidua informa que estaba en ayunas hasta el crepúsculo. Algunos se precipitaban al sacramento de la penitencia declarando que una aparición los había empujado a la confesión y a cambiar de vida.
La Assidua, 13,11-13, testimonia: "Llevaba a la concordia fraterna a los enemistados; devolvía la libertad a los encarcelados; hacía devolver lo robado con usura o violencia".
Y esto de tal modo, que, a las casas y fincas hipotecadas se imponía precio ante él, y, por su consejo, se devolvía a los expoliados lo que se les había sacado por las buenas o por las malas. Rescataba a las meretrices de su infamante trato; y mantenía alejados de poner la mano sobre lo ajeno a ladrones famosos por sus delitos. Y así, transcurridos felizmente los cuarenta días, fue grande la cosecha de mies, agradable a los ojos de Dios, que con su celo recolectó.
Creo que no se puede pasar por alto cómo inducía a confesar los pecados a una multitud tan grande de hombres y mujeres, que no daban abasto a confesarlos ni los frailes ni los otros sacerdotes que lo acompañaban".
Antonio intervino también para modificar la legislación comunal de Padua. Se trata de un estatuto relativo a los deudores insolventes, fechado el 17 de marzo de 1231, el lunes santo.
He aquí traducido del original en latín: "Por petición del venerable hermano Antonio, de la Orden de los hermanos Menores, fue establecido y ordenado que nadie fuera detenido en la cárcel, por tener simplemente algunas deudas de dinero, del pasado, del presente o del futuro, si quiere ceder sus bienes. Y esto vale tanto para los deudores como para los que avalan. Pero si una renuncia o cesión o un alienación está hecha con engaño, tanto por parte de los deudores como por parte de los avaladores, ésta no tiene ningún valor y no proporciona daño a los creditores. Cuando el fraude no pueda ser demostrado claramente, del asunto que sea juez el corregidor. A este estatuto no se le pueden hacer modificaciones de forma, que quede así para siempre".
En el eremitorio de Camposampiero
Podemos hablar de varios motivos por los que Antonio se retiró al eremitorio de Camposampiero.
El primero ha sido siempre callado, pero se sabe. Después del intenso trabajo de la cuaresma y de la Pascua, las fuerzas del Santo estaban exhaustas.
La segunda motivación, que expresa la Assidua (15,2) y es repetida por los hagiógrafos sucesivos, dice que había que suspender la predicación y la disponibilidad para quien venía a confesarse, con la finalidad de dejar libre a la gente para que se ocupara de sus obligaciones rurales, ya que era inminente el tiempo de la cosecha.
El tercer motivo: aislarse en una localidad tranquila y de difícil acceso, para seguir, y quizás, ultimar la redacción de los Sermones festivos.
El cuarto motivo: alejarse de los ojos afectuosamente observadores de sus hermanos paduanos, que podían alarmarse notando sus condiciones de salud que empeoraban y podían sufrir por ello.
La quinta finalidad, la más alta y deseada: alejarse de la vida activa, que lo trastornaba cuando iba por encima de ciertos niveles, para concentrarse en la oración, en el recogimiento del espíritu, esperando la gran cita.
Podemos hipotizar que el Santo dejó Padua el lunes 19 de mayo, y por lo tanto su estancia en Camposampiero duró, con el hipotético paréntesis de la ida-estancia-vuelta de Verona, unos 25 días.
La muerte
Al final de la primavera de 1231, Antonio tuvo un ataque repentino. Fue puesto en un carro tirado por bueyes y llevado a Padua, donde quería ser llevado para morir. Pero cuando llegó a la Arcella, un barrio en las afueras de la ciudad, murió. Expiró diciendo: "veo a mi Señor". Era el 13 de junio. Tenía 36 años.
El Santo fue enterrado en Padua, en la pequeña iglesia de Santa María Mater Domini, su refugio espiritual en los periodos de intensa actividad apostólica. Cuando finalizaron los funerales, el cuerpo del Santo fue enterrado en la pequeña iglesia del convento franciscano de la ciudad. Seguramente no fue enterrado, sino, al contrario, un poco elevado, de manera que los devotos, cada vez más frecuentes y numerosos, pudieran ver y tocar el arca-tumba.
Un año después de su muerte la fama de tantos milagros cumplidos convenció a Gregorio IX a quemar las etapas del proceso canónico y a proclamarlo Santo el 30 de mayo de 1232, a tan sólo 11 meses de su muerte.
La Iglesia hizo justicia a su doctrina, proclamándolo en 1946 "doctor de la Iglesia universal", con el título de Doctor evangelicus.
(fuente: www.sanantoniodepadua.org)
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