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jueves, 1 de diciembre de 2011

Actitudes durante el Adviento

No se trata de hacer como una ficción consistente en simular que Jesús todavía no ha venido a nuestro mundo, e imaginarnos que somos la gente del Antiguo Testamento que esperaban la llegada del Mesías. Jesús ya vino hace dos mil años, y con su venida ha transformado nuestra historia y nuestra vida. Somos sus seguidores y hemos recibido su Espíritu para ser continuadores de su obra.

¿Qué quiere decir entonces, esperar y preparar su venida? Quiere decir varias cosas: en primer lugar, significa revivir la venida histórica de Jesús, quiere decir mirar hacia atrás, hacia ese acontecimiento trascendental sucedido hace dos mil años y revivirlo con toda la intensidad. Por eso en el Adviento nos preparamos para celebrar, con toda intensidad ese hecho decisivo para nuestra salvación: Dios se ha hecho hombre, ha venido al mundo a vivir como uno de nosotros, ha entrado en nuestra historia para librarnos del pecado y del mal, ha asumido nuestra naturaleza humana, nuestra carne, y ha hecho de ella vida plena, vida divina.

Adviento significa en segundo lugar celebrar y abrirse a la venida constante de Dios, de Jesús, a nuestras vidas y a la vida de la humanidad, venida que se realiza ahora, en cada momento. El tiempo del Adviento nos ayuda a tener presente que Dios viene constantemente a nuestras vidas, a través de los acontecimientos y de las personas con que nos encontramos a diario. Todo hombre y toda mujer, todo acontecimiento que sucede es una llamada que nos hace Dios, una presencia de Dios que nos interpela. Finalmente, en el Adviento celebramos una tercera venida del Señor: es su última venida, la venida definitiva al final de los tiempos, cuando llegará a término nuestra historia humana y entraremos para siempre en la vida de Dios. Este es el horizonte final de nuestra existencia: compartir con toda la humanidad la vida plena de Dios. Jesús vendrá entonces y transformará definitivamente nuestro mundo y nuestras vidas para que sean para siempre vida de Dios, Reino de Dios.


Actitudes del Adviento

Las actitudes interiores que mejor nos preparan a esta venida se pueden expresar de la siguiente manera:

■ Mantenerse vigilantes en la fe, en la oración, en una apertura atenta y disponible a reconocer los “signos” de la venida del Señor en todas las circunstancias y momentos de la vida, y al final de los tiempos. Por la fe percibimos y reconocemos la presencia de Dios en los sacramentos, en su Palabra, en la asamblea litúrgica y en el testimonio de cada uno de los bautizados. La vigilancia nos pone en guardia ante el mal que nos acecha y nos invita a poner nuestra confianza en Dios que nos salva y nos libera de ese mal y que pasa por nuestras cosas.

■ Andar por el camino trazado por Dios, dejar de andar por caminos torcidos: “convertirse” para seguir a Jesús hacia el reino del Padre. Andar por el camino trazado por Dios, dejar de andar por caminos torcidos: “convertirse” para seguir a Jesús hacia el reino del Padre.

■ Dar testimonio de la alegría que nos trae Jesús salvador, junto con la caridad afable y paciente hacia los otros; estar abiertos a todas las iniciativas que busquen el bien común, a través de las cuales ya se construye el Reino de Dios.

■ Profundizar en el espíritu de oración: el Adviento invita a vivir más intensamente el espíritu de oración. Acercarse más al Señor que viene, desear su venida, poner ante él la debilidad de nuestra condición humana, reconocer que sin él no podemos hacer nada, compartir con él la vida que hemos vivido y descubrir en ella su presencia, compartir con él nuestras alegrías e ilusiones. Sin espíritu de oración, todo el camino de espera de la venida del Señor sería una cosa externa a nosotros, no llegaría a nuestro interior. Todo el Adviento tiene que ser vivido como un levantar el corazón a Dios, para que penetre muy adentro en nosotros su presencia salvadora.

■ Conservar un corazón pobre y vacío de sí mismo, imitando a San José, a la Virgen y a San Juan Bautista, los otros “pobres” del evangelio, quienes precisamente por ser así, supieron reconocer en Jesús al Hijo de Dios, venido a salvar a todos los hombres y mujeres. El Adviento también es tiempo de conversión, es reconocer que necesitamos de él. Implica una actitud de hambre y de pobreza espirituales, hambre de ser liberados de las opresiones y esclavitudes del pecado. Pobreza que nos lleva a sentirnos necesitados de Aquel que es más fuerte que nosotros. Disposición para acoger cada una de sus iniciativas.

■ Participar en la celebración eucarística durante el Adviento, significa acoger y reconocer al Señor que siempre viene a estar en medio de nosotros, seguirlo por el camino que conduce al Padre, para que con su venida gloriosa al final de los tiempos, él nos introduzca a todos juntos en el Reino, para ”hacernos tomar parte de la vida eterna”, con los bienaventurados y santos del cielo. El Adviento es tiempo propicio para escuchar la Palabra de Dios que nos invita a estar alerta: “Tengan cuidado: no se les eche encima de repente ese día y queden al margen.”

■ Despertar los sentimientos de alegría, esperanza y paz, aun en medio de las dificultades. Esta actitud va muy unida a la vigilancia. La segunda venida del Señor nos da alegría y paz y alimenta nuestra esperanza, mientras caminamos en este mundo. Porque sabemos que, pase lo que pase, siempre tenemos la confianza de que Dios nos ama y nos acoge a todos, pero especialmente a los pobres y a los que más han sufrido, y nos dará una vida nueva que nadie nos nos podrá arrebatar, no sólo individualmente sino a todos, porque todos los hombres y mujeres, la humanidad en colectivo, estamos llamados a la vida de Dios.

■ Actitud misionera: es hacer presencia de Cristo en el mundo. El hombre busca ansiosamente su razón de existir. A pesar del avance de la tecnología que ha facilitado mucho las comunicaciones, el hombre no ha llegado todavía al coloquio fraterno. Cada vez se siente más necesitado de la comunidad que se establece entre las personas. El cristiano debe ser signo de fraternidad y comunión, y testigo de Cristo en un mundo que, tentado por el progreso técnico y por el humanismo, a veces quiere emanciparse de Dios.

■ Cultivar la virtud de la paciencia: los primeros cristianos pensaban que la segunda venida del Señor se realizaría muy pronto y que ellos serían llevados, aún con vida, hacia la vida definitiva. Con el paso del tiempo al ver que esto no ocurría, los apóstoles y los responsables de las comunidades fueron descubriendo que había que tomar otra actitud: hay que pasar de la tensión del que espera el fin inmediato del mundo que dé seguidamente la salvación a la actitud de considerar la vida en este mundo como un camino hacia la plenitud que un día llegará. Es cierto que el Señor viene, que está cerca, pero no sabemos exactamente cuándo se manifestará definitivamente (cf. St 5,7-8; Mc 4,26-29; Mt 13,24-30).

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