Un hombre había perdido la “memoria del corazón”. Aquél hombre “había
perdido toda la cadena de sentimientos y pensamientos que había
atesorado en el encuentro con el dolor humano”. ¿Por qué sucedió esto y
qué consecuencias tuvo? “Tal desaparición de la memoria del amor le
había sido ofrecida como una liberación de la carga del pasado. Pero
pronto se hizo patente que, con ello, el hombre había cambiado: el
encuentro con el dolor ya no despertaba en él más recuerdos de bondad.
Con la pérdida de la memoria había desaparecido también la fuente de la
bondad en su interior. Se había vuelto frío y emanaba frialdad a su
alrededor”.
Es ésta una historia de Navidad de Charles Dickens, resumida por
Joseph Ratzinger en una de sus meditaciones de los años 80 (publicadas
en castellano con el título “El resplandor de Dios en nuestro tiempo”,
Herder 2008).
Resulta interesante que lo que aquí se llama “memoria del corazón” o
“memoria del amor” surja de los encuentros con el dolor. Esto ilumina
una profunda verdad: normalmente percibimos que cualquier persona es
digna de ser ayudada en su necesidad, porque pertenecemos todos a una
sola familia humana. Los cristianos sabemos que somos imagen de Dios y
estamos llamados a ser hijos de Dios. La conciencia de esa necesidad
suscita en nosotros el deseo de hacer el bien. Y todo eso queda en la
memoria como un tesoro, que nos permite seguir creyendo en el bien y la
capacidad de hacer el bien, y seguir haciéndolo, amando. Sabemos, por
experiencia, que necesitamos de los demás y que ayudándoles nos hacemos
nosotros mismos mejores y contribuimos al progreso del mundo. Por eso
quien no ha tenido la experiencia de la bondad, o ha perdido la memoria
de la bondad, es difícil que tenga esperanza.
Como cristianos, es el Espíritu Santo el que nos une y nos vivifica
en la familia de Dios. Nos hace progresar por medio de la fe, de la
esperanza y del amor. Uno de los modos principales en que lo hace es a
través de la liturgia de la Iglesia, como sucede en el Adviento.
“El Adviento –decía Joseph Ratzinger en su meditación– quiere
despertar en nosotros el recuerdo propio y el más hondo del corazón: el
recuerdo del Dios que se hizo niño. Ese recuerdo sana, ese recuerdo es
esperanza”. El Adviento, puerta del año litúrgico, nos introduce en esa
“historia de los recuerdos” más valiosos (la historia de nuestra
salvación). Nos ayuda a “despertar la memoria del corazón y, de ese
modo, aprender a ver la estrella de la esperanza”.
En el Adviento podemos hacer que esos grandes recuerdos de la
humanidad, que guarda la tradición cristiana, se vayan integrando en
nuestros recuerdos personales y los vayan alimentando. Y observaba el
cardenal Ratzinger: “Seguramente cada uno de nosotros puede contar en
ese sentido su propia historia de lo que significan para su vida los
recuerdos festivos de Navidad, de Pascua o de otras celebraciones”.
Hoy parece amenazada, en muchos cristianos, esta “memoria del
corazón” que es el año litúrgico, por falta de experiencia y de
conocimiento. Por eso es importante reestrenar el Adviento. De la mano
del Espíritu Santo y de María, especialmente en estas semanas previas a
la Navidad hay que desempolvar los recuerdos del bien y enriquecerlos
viviendo con intensidad la liturgia y sirviendo a los demás, para
mantener abierta la puerta de la esperanza.
escrito por Ramiro Pellitero,
Profesor de Teología Pastoral, Universidad de Navarra
(publicado en www.cope.es, 29-XI-2010)
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