1. Un tiempo particularmente apto para el culto a
la Madre del Señor
El Calendario Litúrgico Pastoral, citando la Marialis cultus,
explica brevemente el sentido de la Solemnidad de la Inmaculada, que se
conmemora el 8 de Diciembre: "Se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción
de María, la preparación esperanzada a la venida del Salvador y el feliz
comienzo de la Iglesia, hermosa, sin mancha ni arruga (Marialis cultus,
3)".
La Inmaculada Virgen aparece, de este modo, vinculada a la venida del Salvador y
al comienzo de la Iglesia. Al inicio del año litúrgico, en este tiempo de
Adviento, María, concebida sin pecado, se nos presenta como modelo de esperanza
y como tipo de la Iglesia.
Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater, destacaba el carácter
mariano del Adviento, al señalar que, en la liturgia de este tiempo, se refleja
cada año el "preceder" de Santa María a la venida de Cristo:
“[Ella] en la ’noche’ de la espera de adviento, comenzó a resplandecer como una
verdadera ’estrella de la mañana’ (Stella matutina). En efecto, igual que
esta estrella junto con la ’aurora’ precede la salida del sol, así María desde
su concepción inmaculada ha precedido la venida del salvador, la salida del ’sol
de justicia’ en la historia del género humano" (Redemptoris Mater, 3).
Ella ha precedido la salida del Sol de Justicia. De Ella debemos aprender, por
consiguiente, a prepararnos para la Navidad y para la segunda venida del Señor,
al fin de los tiempos.
Ya el Papa Pablo VI, en la citada encíclica Marialis cultus, enseñaba que
los fieles, al vivir con la liturgia el espíritu de Adviento, y al considerar el
"inefable amor" con que la Virgen esperó al Hijo (cf. Prefacio II de Adviento),
"se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, ’vigilantes en la
oración y... jubilosos en la alabanza’ (Prefacio II de Adviento) para salir al
encuentro del Salvador que viene" (MC, 4).
El Adviento - sigue diciendo Pablo VI - "uniendo la espera mesiánica y la espera
del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre" presenta un
feliz equilibrio, al no separar el culto a la Virgen de su necesario punto de
referencia, que es Cristo. De este modo, el Adviento "debe ser considerado como
un tiempo particularmente apto para el culto a la Madre del Señor..." (MC, 4).
2. La Inmaculada Concepción de María
El misterio de la Inmaculada está asociado a la "plenitud de los tiempos". En el
plan providencial de la Santísima Trinidad, María ocupa una posición de singular
relieve. Ella aparece en la aurora de la salvación, "mientras se acercaba
definitivamente la «plenitud de los tiempos»" (RM, 3), como una creación de
la Trinidad.
La Virgen María, "en su ser y en su función histórica, es toda ella un
producto de la iniciativa salvífica del Padre" . Para ofrecer a su Hijo "una
digna morada" , el Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1,3) y la ha elegido "antes de la
creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (Ef
1,4; cf CEC, 292).
El Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida, la plasmó como una criatura nueva
(cf LG 56), preparándola con su gracia para ser Madre de Aquel en quien
"reside corporalmente toda la Plenitud de la divinidad" (Col 2,9).
En atención a los méritos de Cristo, "fue preservada inmune de toda mancha de
pecado original en el primer instante de su concepción" (DS 2803), para que en
Ella, como verdadera madre del Hijo de Dios, se realizase la unión de la
divinidad con la humanidad en la única persona del Salvador y para que, asociada
a Jesucristo, cooperase "en forma enteramente impar" (LG 61) a su obra
salvadora (CEC, 964).
La Inmaculada es el vértice de la obra redentora y santificadora de las misiones
del Hijo y del Espíritu Santo: "María, la Santísima Madre de Dios, la siempre
Virgen, es la obra maestra [il capolavoro] de la misión del Hijo y del Espíritu
Santo en la plenitud de los tiempos" (CEC, 721).
Según esta relevante aserción del Catecismo, María es el icono más
perfecto y más acabado de la obra salvífica y santificadora de Cristo y del
Espíritu.
En la Inmaculada se realiza de la manera más perfecta el fin último de toda la
economía divina: la entrada de las criaturas en la unidad de la Bienaventurada
Trinidad (CEC, 260). Y, por consiguiente, en ella se cumple plenamente la
finalidad de la creación: la manifestación y la comunicación de la bondad de
Dios (cf CEC, 294) .
El resultado del "admirable intercambio" que celebra con gozo la Liturgia de
Navidad se anticipa, en la aurora de la plenitud de los tiempos, en la Virgen
Inmaculada. Ella, desde el primer instante de su concepción, "compartió la vida
divina de aquel que [hoy, en su Nacimiento] se dignó compartir con el hombre la
condición humana" (Colecta del día de Navidad).
Esta profunda verdad de fe se expresa plásticamente en el arte; por ejemplo, en
los frescos de la Capilla Sixtina. La Capilla está dedicada a la Virgen - a la
Asunción - aunque toda la temática de las pinturas de la Sixtina está
relacionada con la disputa teológica sostenida entre los franciscanos - Sixto IV,
que manda decorar la capilla, era franciscano - y los dominicos - los "Magistri
Sacri Palatii" - sobre la Inmaculada.
El concepto de "Inmaculada" viene del Cantar de los Cantares, que habla
de la Esposa Inmaculada: "Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti" (Ct
4, 7). Sólo una figura femenina puede ser imagen para una colectividad: la
comunidad es la Esposa y Yahvé el Esposo. María reasume como figura singular
todo el Pueblo de Dios: Ella es la Inmaculada Concepción. Es concebida en la
mente de Dios que prevé una Esposa pura. Desde el momento de la concepción,
María está limpia de pecado para poder ser Madre de Dios. Duns Escoto aplicó, en
este sentido, Proverbios 8, 22 a la Inmaculada: "Yahvé me creó, primicia
de su camino, antes que sus obras más antiguas".
Francesco della Rovere quiso introducir la fiesta de la Inmaculada Concepción,
pero no pudo hacerlo por la oposición de los dominicos. Introdujo, no obstante,
la fiesta de la Concepción el 8 de Diciembre. Francesco della Rovere – Papa
Sixto IV -, que escribió en 1458 un sermón sobre la Inmaculada, pensaba que
María debía ser inmaculada, porque si no Eva tendría una ventaja sobre ella,
pues fue creada sin pecado. Y, de hecho, la escena de la creación de Eva está en
el centro de la bóveda de la Sixtina.
La Inmaculada Concepción se refiere a la concepción de María en el seno de Ana.
Originariamente ha significado la concepción de María como modelo de la Iglesia,
la Esposa pura en la mente de Dios del Cantar de los Cantares.
La Inmaculada Concepción significa que lo que es la creatura no es cambiado por
la misma creatura; que no se opone a lo que es de Dios, a lo que viene de Dios
(esta oposición a lo que viene de Dios es el aspecto negativo de la
contracepción).
En la Inmaculada el proyecto de Dios no es obstaculizado. Esta concepción tiene
un nivel biológico y espiritual. Para los dominicos nadie estaba exento del
pecado original que, según una escuela, se transmitía por generación. Duns
Escoto piensa más en el individuo que en la esencia genérica. Hay un individuo
que es, desde la concepción, lo que Dios quiere, sin poner ningún obstáculo a su
proyecto: éste ser individual es la Inmaculada Concepción.
3. La preparación esperanzada a la venida del Salvador
En María, la Virgen Inmaculada, se realiza el Misterio de la Navidad, de la
Encarnación del Verbo. Por eso, mientras nos disponemos celebrar su venida,
debemos aprender de ella a prepararla con esperanza.
La liturgia del Adviento subraya una serie de rasgos de esta "preparación
esperanzada". Fijándonos en las oraciones propias de cada día, podríamos
destacar - entre otros - los siguientes: el deseo, la alerta o la vigilancia, el
ánimo, la alegría, la fe, la humildad de corazón y la actitud de súplica.
a) La primera actitud que caracteriza la preparación esperanzada para la venida
del Salvador es el deseo: "Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar
el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene", reza
la oración del primer domingo de Adviento.
El deseo es un "movimiento enérgico de la voluntad hacia el conocimiento,
posesión o disfrute de una cosa" (según el Diccionario de la Real Academia
Española). Avivar el deseo de salir al encuentro de Cristo supone anhelar
vivamente (viernes III) la venida del Señor; aspirar con vehemencia a
conocerlo, y a encontrarnos con Él: "colma en tus siervos los deseos de
llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo".
San Agustín, en un texto que recoge el Oficio de Lecturas del viernes de la III
semana de Adviento, relaciona el deseo y la oración. El deseo, nos dice, es una
oración interior y continua:
"Tu deseo es tu oración: si el deseo es continuo, continua es también tu
oración." Es una oración interior y continua... "Si no quieres dejar de orar, no
interrumpas el deseo". "La frialdad en el amor es el silencio del corazón; el
fervor del amor es el clamor del corazón".
b) Junto al deseo, la Liturgia de este tiempo nos exhorta a mantener una actitud
de alerta, de vela, de vigilante espera: concédenos, Señor, "permanecer
alerta a la venida de tu Hijo, para que cuando llegue y llame a la puerta nos
encuentre velando en oración y cantando su alabanza" (Lunes I). El Adviento es
tiempo de preparación para la venida del Señor "en la humildad de nuestra
carne", pero, igualmente, es tiempo de vigilancia para aguardar su segunda
venida "en la majestad de su gloria" (cf Prefacio I de Adviento).
c) El ánimo debe caracterizar la salida al encuentro de Cristo: "cuando salimos
animosos al encuentro de tu Hijo" (domingo II). El ánimo es el valor, el
esfuerzo y la energía, que se contrapone al acobardamiento. El que tiene ánimo
no desfallece en la espera: "no permitas que desfallezcamos en nuestra debilidad
los que esperamos..." (miércoles II).
d) La alegría es, igualmente, característica del Adviento. Hemos de
"esperar con alegría" (martes II), siguiendo el consejo-mandato de San Pablo a
los Filipenses: "Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que
vuestra comprensión sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca" (Flp,
4, 4-5).
El motivo de la alegría es la venida del Salvador ("Haznos encontrar la alegría
en la venida" - cf Jueves III - ). Así como nos alegramos con el nacimiento de
Jesús, pedimos a Dios que podamos alegrarnos con su segunda venida (21
Diciembre).
e) Esta alegría brota de la fe, porque se apoya en la fidelidad de Dios a
su palabra. El Pueblo de Dios "espera con fe" el Nacimiento del Mesías (domingo
III) y se prepara a "proclamar con fe íntegra" y a celebrar "con piedad sincera"
el misterio de la Navidad ("proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad
sincera", 19 Diciembre).
f) La actitud de fe exige como condición la humildad de corazón, a
ejemplo de María (20 dic).
g) La súplica. El tiempo de Adviento es tiempo de súplica, de petición.
Al sabernos pobres y necesitados, imploramos a Dios que "acoja favorablemente
nuestras súplicas..." (martes I). Suplicamos para que Dios Padre "prepare
nuestros corazones con la fuerza de su Espíritu" (miércoles I); para que los
despierte y los mueva "a preparar los caminos de su Hijo" (jueves II); para que
nos "socorra con su fuerza" (jueves I) de modo "que su brazo liberador nos salve
de los peligros" (viernes I).
Es preciso rogar a Dios que nos conceda la libertad verdadera (sábado I); la
renovación de nuestra alma, para que la venida de Cristo "ahuyente las tinieblas
del pecado y nos manifieste como hijos de la luz" (sábado II). Sólo Dios puede
"iluminar las tinieblas de nuestro espíritu" (lunes III) y "limpiarnos de las
huellas de nuestra antigua vida de pecado" (martes III), y así "reconfortarnos
en esta vida y obtenernos la recompensa eterna" (miércoles III).
Pedimos a Dios que el "admirable intercambio" de la Navidad sea una realidad en
nosotros: "que lleguemos a la gloria de la resurrección" (domingo IV); "que se
digne hacernos partícipe de su condición divina" (17 D); que nos conceda "ser
liberados" (18 D) y "participar de los bienes de la redención" (22 D); que "nos
haga partícipes de la abundancia de su misericordia"( 23 D); que "consuele y
fortalezca a los que esperan todo de su amor" (24 D).
4. El feliz comienzo de la Iglesia
La Virgen Inmaculada, modelo de la espera del Salvador, es el "feliz exordio de
la Iglesia". Ella es, verdaderamente, la Esposa Santa e Inmaculada, la imagen y
primicia de la Iglesia - Esposa del Cordero - que responde con el don del amor
al don del esposo (Mulieris Dignitatem, 27).
María es el comienzo de la Iglesia, porque en Ella se realiza el "misterio" de
la Iglesia: la unión de los hombres con Dios. La Virgen Inmaculada "nos precede
a todos en la santidad que es el Misterio de la Iglesia como la «Esposa sin
tacha ni arruga» (Ef 5, 27)".
Por eso, "la dimensión mariana de la Iglesia - afirma el Catecismo de la
Iglesia Católica en la estela Juan Pablo II y, últimamente, de von Balthasar
- precede a su dimensión petrina" (Cf CEC, 773). Es decir, el ministerio
apostólico - de Pedro y de los otros apóstoles - , la estructura de la Iglesia,
se orienta y se finaliza en la formación de la Iglesia "en aquel ideal de
santidad, que ya está presente y prefigurado en María" (cf MD, 27). En Ella, en
María, la Iglesia es ya la toda santa (cf CEC, 829).
La Iglesia mira a María para contemplar en Ella lo que la Iglesia es en su
Misterio, en su peregrinación de la fe, y lo que será en la patria definitiva al
término de su camino, donde la aguarda, en la gloria de la Santísima e
indivisible Trinidad, en la comunión de todos los santos, aquella a quien la
Iglesia venera como Madre de su Señor y como su propia Madre (cf CEC, 972).
escrito por Guillermo Juan Morado
(fuente: catholic.net)
1 comentario:
Hola! Felicitaciones por tu Blog. Muy lindo. Te invito a visitar mi Blog para jóvenes cristianos, a difundirlo y a participar en la seccion comentarios, si es de tu agrado. http://sentirsefeliz.wordpress.com
Somos instrumentos de paz del Señor. Ojalá llegue su Palabra a muchos más jovenes! Bendiciones! Marilyn
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