Videojuegos, chat, internet, teléfono móvil, televisión...El desarrollo de las tecnologías modernas es imparable. Nadie pone en duda su inestimable aportación como valiosas autopistas de conocimiento y de acceso a la información. Sin embargo, cada vez son más las voces que alertan sobre el uso desmesurado que los adolescentes hacen de estas herramientas en detrimento de otras actividades, como las escolares.
«El uso compulsivo de estas tecnologías puede convertirles en adictos», predijo Proyecto Hombre durante unas Jornadas sobre Adolescentes y dependencias celebradas hace unos meses. Entonces ya se dio a conocer el caso de dos jóvenes menores de 18 años que han demandado una solución por su «adicción» al teléfono móvil.
Desde luego que se trata de casos residuales pero, según Enrique Echeburua, catedrático de Psicología Clínica de la UPV, «estamos en puertas de un fenómeno que se va a dar en los próximos años». Este especialista, experto en el estudio del juego patológico y que ahora dirige también su línea de investigación hacia el uso compulsivo de internet, cree que «nadie cuestiona las ventajas de la red. Lo que ocurre es que hay gente que hace muy mal uso de ella, sobre todo los adolescentes que se sienten enganchados por no tener los criterios claros y dedican un número excesivo de horas o se meten en páginas de tipo pornográfico y violento».
En Estados Unidos ya se habla de hasta un 8% de la población usuaria de internet con problemas psicológicos y alteraciones en el comportamiento debido al mal uso que hacen de la red.
Según un estudio encargado por el Defensor del Menor de Madrid y dado a conocer esta semana, un 28% de los menores reconocen que son usuarios frecuentes de las páginas pornográficas y un 38% de direcciones en las que predominan los contenidos violentos.
Grupo de riesgo
Personas introvertidas, muy impulsivas, con baja autoestima y poco equilibradas emocionalmente. Los especialistas advierten de que quienes responden a este perfil entrañan un evidente grupo de riesgo que puede llegar a crear un mundo virtual sustitutivo de las insatisfacciones que experimentan en la vida cotidiana.
Echan mano de la red «como una especie de prótesis tecnológica. Son personas que aparentemente tienen una serie de contactos sociales y fantasías sexuales maravillosas cuando resulta que su vida real es extremadamente pobre», indica Echeburua.
Nadie propone poner el grito en el cielo, pero para evitar esta nociva tendencia los especialistas reclaman cada vez con más énfasis un control razonable por parte de los padres. No se trata de fiscalizar, ni de poner una cerradura virtual, pero «no se puede permitir que un menor se encierre con llave en su cuarto y haga lo que le plazca», dice Echeburua.
Javier Urra es psicólogo de la Fiscalía de Menores de Madrid. Conoce de primera mano el mundo de los más pequeños, no en vano ha sido el primer Defensor del Menor que ha habido en España -1996-2001- y ha dirigido asimismo varias líneas de investigación sobre el uso que éstos hacen de las nuevas tecnologías.
La experiencia que le aporta su dilatado currículo le lleva a establecer una clara línea divisoria: «El uso no puede convertirse en abuso». En un ejercicio retrospectivo recuerda cómo se comenzó exorcizando hace años a la televisión. Se calcula que los menores la ven una media de tres horas diarias, «lo cual es razonablemente criticable. Pero es que hay que tener en cuenta que en una de cada tres viviendas hay un televisor en el cuarto del niño. Así es realmente difícil saber si el menor la ve en horarios infantiles o no».
Una situación análoga pudiera estar sucediendo ahora en muchos hogares conectados a internet. Bajo el absoluto desconocimiento de los padres, hay menores que pasan horas muertas delante de la pantalla del ordenador. Esa práctica puede conllevar riesgos. «Eso es lo que no pude ser porque se van a convertir en encerrados en sí mismos. Hay quien puede acabar confundiendo lo real con lo virtual, y muchos de esos niños además en el futuro van a ser incapaces de aceptar la frustración», dice Urra.
Los psicólogos sostienen que existe una vacuna para sanar esa conducta: el diálogo.
«En realidad internet y los chats están muy bien pero no se pueden convertir en lo central, en lo único, en una fórmula de escape mientras los padres no tienen ni idea de lo que está pasando. El verdadero síntoma es cuando les preguntas cómo es su hijo y responden que no lo saben. Hay que convivir, dialogar y discutir. Saber cuáles son sus juegos, estar un rato con ellos», sostienen desde la Fiscalía de Menores.
La preocupación principal de los especialistas es la falta de seguridad con la que algunos menores utilizan la red para chatear o relacionarse. Según el estudio aludido, un 14,5% de ellos reconocían haber concertado una cita con un desconocido a través de internet, un 8% lo había hecho en más de una ocasión, mientras que un 10% acudió solo y otro 7% no se lo comunicó a nadie.
Una persona de 18 años que decide concertar una cita a ciegas adopta una decisión personal que «tiene riesgo, lo que me parece terrible es esa misma posibilidad en el caso de un menor», dice.
Y es que según la legislación vigente, hoy en día un menor en España puede dar su consentimiento para mantener relaciones sexuales con un adulto a partir de los 13 años. En el Código Penal de 1995 la edad mínima estaba en los 12 años, y fue precisamente Urra una de las personas que con más vehemencia insistió en el Congreso del los Diputados para que se subiera a 13. «Me sigue pareciendo muy corto. Un niño a esa edad puede decir sí, pero no es muy consciente de lo que eso puede suponerle. Por lo menos debería de subirse hasta los 14 para que tenga elementos de juicio».
(fuente: www.salesianosbilbao.com)
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