“Apenas oí tu saludo, dijo Isabel a María, el niño saltó de alegría en mi seno”.
Lucas 1, 44
La humildad, dice Anselm Grün, es consecuencia de la manifestación de la grandeza de Dios. Que hace que el corazón se ubique en su verdadera dimensión de pequeñez, sin sentirse para nada minusvalorado. Al contrario, se siente profundamente ubicado y se sabe de todas sus posibilidades. Es andar en Verdad, dice santa Teresa de Jesús. Por eso no es la persona que se menosprecia, la humilde, ni tampoco que sería el otro extremo, andar en Verdad, es andar sacando pecho por la vida. Sino sencillamente decir las cosas como son. Llamarlas por su nombre.
La humildad es andar en Verdad. Una persona humilde es una persona ubicada. Y delante de Dios, la oblicuidad, por decirlo así, viene de la mano de la manifestación de la grandeza de Dios.
La humildad manifiesta genera como consecuencia la revelación de la pobreza de la persona. La grandeza de Su amor, nos muestra nuestra condición humilde. Pero Dios no nos violenta, cuando nos muestra la condición nuestra.
A ver, Dios no nos humilla, como lo entendemos nosotros. Aunque si nos regala la humildad, no nos humilla arrinconándonos, con la revelación que hace de Su grandeza y la consecuencia que trae esto de nuestra condición pobre. Al contrario, cuando es Dios el que nos muestra quiénes somos y cómo somos, nos alienta. Nos invita a crecer, a dar pasos para madurar.
Es muy importante esto, a la hora de querer buscar los caminos de humildad. Porque por ahí sentimos que, aún desde una espiritualidad deformada, que hay que humillarse. Sí, es verdad que hay que humillarse. Pero ¿delante de quién? Es delante de la presencia del Dios Vivo, donde se adquiere la verdadera humildad.
No es buscando la forma de violentarse a sí mismo, para generar la humillación. Esto último suele traer consecuencias bastantes graves. Y nos pone en riesgo de la verdadera humildad. Porque nos hace como perder la estima. Que es el lugar que fácilmente se cae, para confundir la humildad con esta baja percepción positiva de sí mismo. Que es la falta de autoestima.
La verdadera humildad, lejos de ponernos en condición de mismo valoración, nos hace estar en otro lugar, y nos hace querer bien. Nos hace amarnos bien. Porque es Dios quien regala esta condición. Y cuando Dios se manifiesta, lejos está Su presencia de generar desprecio por nosotros. Al contrario, mostrándonos lo peor que puede haber en nosotros, Su presencia es como una caricia que nos invita a ir hacia delante.
En el A. T. tenemos la persona más humilde que hay sobre la tierra, dice la Palabra, que es Moisés. Que era el hombre más humilde que había sobre la tierra, y al mismo tiempo, afirma que nadie trataba con Dios como él. Acá vemos esta compaginación de humildad y encuentro con Dios. Nadie trata con Dios, como Moisés, porque Dios habla con Moisés cara a cara, en la carpa del encuentro. Y al mismo tiempo la Palabra dice, era la persona más humilde que había sobre la tierra. Acá se ve bien claro que lo que genera la verdadera humildad es el encuentro con Dios.
Mientras más encuentro con el Señor tenemos, auténtico encuentro con el Señor, de diálogo de amistad, al estilo de Moisés, más humildad llega a nosotros. Más capacidad de reconocernos tal cual somos. Tal cual somos, ni más ni menos. Andar en Verdad, la expresión de santa Teresa.
El resultado de ese encuentro entre el Dios de Abrahám, de Isaac, y de Jacob, como le dice Dios en la revelación que tiene a Moisés en la zarza ardiendo con el hombre más humilde que hay sobre la tierra, el resultado es un Moisés al que le resplandece el rostro. A punto tal es el resplandor del rostro en Moisés, que los compatriotas suyos, los paisanos suyos se sienten como encandilados por la mirada de Moisés. Y Moisés tiene que ponerse un velo cada vez que sale del encuentro con Dios.
En la pesca milagrosa encontramos un acontecimiento similar a éste, que resulta del encuentro entre Dios y la condición humana. Simón está siendo invitado a asumir la condición de líder de la barca de Jesús. Sobre su propia barca recibe la visita del Señor y tiene un acontecimiento increíble. Él ha intentado pescar toda la noche junto a sus compañeros de pesca. No consiguen nada y por indicación de Jesús se mete mar adentro, obedeciendo en la fe, y pesca como nunca había pescado antes. Tantos peces habían sacado que tienen que llamar a los compañeros de la otra barca para que le ayuden a llevar la cantidad de peces que han sacado.
¿Cuál es la reacción de Pedro? “Apártate de mí Señor, porque soy un pecador.” Es decir, la manifestación de la grandeza de Dios, genera en Simón el reconocimiento de quien es: yo soy un pecador. Pero rápidamente Jesús supera lo que, podría haber sido el riesgo de apartarse de Simón, y lo abraza desde el lugar donde Simón tiene más posibilidades de descubrir lo que es su próxima misión, o su nueva misión: desde ahora te haré pescador de hombres.
La verdadera alegría surge, porque acá Simón no cabe en sí mismo después de semejante pesca. Tanto, que dijo “no me dedico más a esta pesca, me dedico a otra.” Es como uno, cuando hace una cosa llega al culmen de la vida, “qué mas puedo pedir”, “me dedico a otra cosa”. Y tanta fue la alegría que tenía que no cabía dentro de sí.
Entonces, la humildad es fruto del encuentro. El encuentro nos ubica. Y el resultado es el resplandor y la alegría. La verdadera alegría brota de la verdadera humildad.
El que vive en Dios comunica alegría:
“Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno”. La alegría que se despierta en el corazón de Isabel nace del saludo alegre de María, a quien hace unos pocos días el ángel Gabriel la saludaba contagiándole el gozo de Dios. ¿Te acordás cómo la saluda el ángel a María? Cuando se le presenta, lo primero que le dice es “Alégrate, María llena de Gracia”. ¿Por qué? “Porque el Señor está contigo”.
La alegría de María, la que ella canta en el Magníficat, la que le comunica Isabel en su saludo, tiene un origen, tiene una fuente: ES DIOS. María es llamada “feliz”. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes y grandes cosas hará en Ella.
La obra de Dios, las cosas de Dios no pasan, y por eso, la alegría que Dios comunica permanece. La alegría que Dios da, es una alegría distinta a las cosas que nosotros encontramos cuando algo nos pone contentos. La alegría que Dios da es profunda, es una alegría en Dios, es una alegría que no pasa.
Y es el estado permanente en el corazón de María. “Alégrate María, el Señor está contigo”. Y de ahora en adelante será como el rasgo distintivo del corazón mariano. Y por eso, todas las generaciones la van a llamar “feliz”, como canta Ella. Porque ha sido Dios, en quien Ella creyó, quien le ha regalado esta condición.
Cuando nos relacionamos familiarmente con María, reconociendo Su presencia en nuestra vida, recibimos como resultado la alegría. La alegría es como el signo característico de un corazón que está entregado al de la Madre, a María. La alegría y el gozo son como el fruto de la vida en Dios, por medio de María. María está embarazada de Alegría, porque está embarazada de Dios. Y quiere que también nosotros seamos portadores de este don, que el mundo espera y necesita.
Podríamos nosotros no decir nada. Podríamos permanecer en silencio, sin decir nada, si tuviéramos conciencia de esta Alegría que nos habita, y la dejáramos como expresarse, liberándonos de toda timidez y de todo miedo. Y sería de un poder de convocatoria, porque hay ausencia de este tipo de alegría en el mundo. Hay mucho para divertirse y pasarla bien, de momentos, con lo que supone eso, de efímero, y pasajero. Pero de este tipo de alegría hay poca en el mundo de hoy. Escasea y diría yo, está bastante bien cotizada.
Si sabemos guardarla en el corazón, y compartirla y darla a los demás, seguramente serían muchos los que se sentirían atraídos al modo como lo generaba el alegre loco Francisco de Asís, con su estilo tan particularmente atrayente de predicar. Hasta hacerlo sólo en silencio, caminando por las calles de Asís, con la certeza de que era Dios quien iba con él. Y eso era suficiente, para que muchos se pusieran detrás de él. En muy poquito tiempo, casi 5 ó 6 años eran 1200, los seguidores de Francisco de Asís. Era la alegría que contagiaba, desde la pobreza. Y desde la grandeza de la manifestación de Dios. En toda la miseria, Francisco reconoce había en su corazón.
Nosotros, los cristianos, los que llevamos a Jesús dentro de nosotros, somos llamados a comunicar la Verdad del Dios revelado en Cristo. Pero no sólo con la claridad de conceptos que, el anuncio exige para presentar el misterio, sino con el corazón afectivamente adhiriendo a ese gozo de Su presencia.
Por eso decía Kol Rahner, que además de generar esta categoría de herejía que es el yerro, en lo conceptual frente al misterio de Dios, habría que también incluir la herejía afectiva de los cristianos. Que es la que más padecemos. Que es como mentir con nuestro modo de ser, respecto de la presencia real del Dios Vivo. Porque lo que decimos con la boca no lo acompañamos con los gestos. Anunciamos a un Dios gozoso, pero no se nos nota en la cara, ni en la expresión, ni en el tono. Es como es que nos falta ese liberar desde adentro del corazón la certeza afectiva alegre y gozosa de la Presencia de Dios.
EL QUE VIVE EN DIOS COMUNICA ALEGRÍA.
Pasa que nos hemos acostumbrados a una racionalización de la fe, cuando no la conceptualización o adoctrinamiento de fe. Pero no hemos permitido el recorrido de la razón al corazón, y del corazón a la cabeza, con la fluidez que se necesita. Y entonces estamos como esquizofrénicamente viviendo la fe, como divididos por dentro. Necesitamos esa más auténtica integración de todo nuestro ser en nuestra adhesión creyente. Para que sea un corazón inteligente y una razón amante la que adhieran al misterio de Jesús.
Para no dejarnos ganar por la herejía afectiva debemos buscar maneras distintas, creativas y sencillas de celebrar la fe. La hemos cosificado, detrás de la sacramentalización. Y hemos hecho del templo y del lugar de encuentro nuestro celebrativo, casi una estación de servicio, donde cargamos un poquito la nafta para seguir adelante. Pero nos hemos olvidado de que la fe está para ser celebrada todo el tiempo.
Nuestro estado habitual es el gozo y la alegría.
Pum, para arriba! Decimos cuando nos hace falta un poquito más de esa energía positiva. En realidad, debería ser siempre para arriba. No cuando, estamos bajoneados. El estado habitual de un cristiano es el gozo. Si de verdad, el ser de Cristo supone el vivir en Cristo, alégrense siempre en el Señor, se lo dice Pablo a los filipenses. Se los vuelvo a repetir “alégrense”, y él está pasando por la cruz. Y desde el momento, de los más difíciles entre persecuciones, cárceles y naufragios, y demás, él invita a la alegría. Porque él vive la Alegría de la presencia del Señor que lo habita.
Un camino para recuperar la celebración, en un sentido de la fe, en un sentido genuino: es volver a los sacramentos. No haber recibido algún sacramento y haberme olvidado de que fui bautizado, que hice la comunión, que fui confirmado. Es volver y particularmente volver a los sacramentos de la sanidad, como es el de la Reconciliación. Y al alimento de un cristiano, que es el Cuerpo de Cristo, en la Eucaristía.
Es volver a la Palabra de Dios. Es hacerla nuestra. Bendecir la mesa con la Palabra de Dios. Acostarnos pidiéndole a Dios, que nos hable en Su Palabra. Es tener un momento de oración personal bien definido. Así como en nuestra agenda de todos los días de la semana incluimos nuestras maneras de tener buena salud en el gimnasio, en el encuentro con los amigos, en el trabajo intelectual, en la reflexión, ubicar en la agenda lo primero: abrirnos al encuentro con el Señor.
Solamente desde una fe celebrada con autenticidad vamos a encontrar la manera de vivir en Dios, y a partir de ahí, comunicar con alegría la presencia del Señor a los que lo buscan, y lo necesitan.
Causa de nuestra Alegría, ruega por nosotros:
En las letanías lauretanas, la reconocemos a María como la que es Causa de la Alegría, como la que nos trae la Alegría. Y oramos diciendo “Causa de nuestra Alegría, rogá por nosotros”. Esta letanía es como un eco que se prolonga en el tiempo, de aquella expresión de Isabel “apenas oí tu saludo el niño saltó de alegría en mi seno”.
Cuando estamos desolados, esto es cuando estamos bajoneados, decaídos, como tirados, sin ganas de nada, tristes, con Dios lejos de nosotros, así nos sentimos, como que nos traga la tierra. Es remedio saludable, para salir de estos lugares el volver a María, como la que nos contagia de gozo, paz y alegría. Con Ella podemos salir de esos momentos, purificando la memoria y trayendo al presente lindos recuerdos de momentos, en que fuimos muy felices.
También podemos hacerlo cantando, junto a María y su presencia llena de alegría, cerca de nosotros, un canto que nos llena el corazón. Ayer, mientras hacíamos la comida pusimos un canto muy sereno en nuestra casa, tan sereno que nos entró a deprimir. Jajaja, Entonces, alguien dijo pongamos otra cosa. Porque la música con su melodía tiene la posibilidad de aplacar a las fieras. Pero también las puede hundir a las fieras. Ciertamente, no? Pero cuando uno está en un estado de desolación, más bien poner un ritmo un poco más alegre, que levante el ánimo.
La música, el recuerdo de buenos momentos, nos purifica la memoria de lo que verdaderamente debe ser liberada de toda tristeza, de toda angustia, de toda depresión, de desolación interior.
Nos damos ahora un tiempo juntos, para revisar en el álbum de fotos de la vida los recuerdos más hermosos para que, con María podamos cantar llenos de alegría las grandezas de Dios en nuestra vida.
Entonces ésta va a ser la consigna. Vamos a armar un collage, a través de la comunicación. Y cada vez que lo recuerdo, es como que me contagio de la alegría que viví en aquel momento. ¿Sabés por qué? Porque sin dudas, ha sido un paso de Dios. Porque la alegría de Él permanece, permanece en lo hondo del corazón grabada. Y cuando registramos esos momentos vuelve como a aparecer. Tener memoria de los momentos buenos vividos, es una manera de salirle al paso a cualquier tristeza que quiera apagar ese gozo, con el que Dios quiere que vivamos en Él, y nos comuniquemos con los hermanos.
escrito por el Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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