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lunes, 16 de enero de 2012

Mejorar la autoestima: Una clave para alcanzar la felicidad

Elegir y descartar, eso es el vivir. Con acierto al escoger o al desechar se pone en juego una buena parte de ese futuro que a cada uno nos corresponde construir. Parafraseando una conocida canción podríamos decir que la vida es una barca con dos remos en la mar: uno lo llevan mis manos, otro lo lleva . el azar. O el destino, o la Providencia amorosa de Dios. ¡Qué diferencia en la calidad del vivir según las manos que llevan ese ... otro remo de nuestra barca!

La puerta de la felicidad se abre para fuera-, afirmaba Victor Frankl recordando a Kierkegaard. Por eso es propio de nuestro vivir el buscar la felicidad con la mirada puesta en el espíritu de servicio, en nuestra aportación a los demás. Pero, como nadie da lo que no tiene, es preciso poner empeño en el buen rendimiento de nuestros talentos, en lograr rendir las cuentas con la plusvalía que justamente les corresponde.

Hace ya bastantes años, celebraba un buen rato de tertulia en el Colegio Mayor Universitario Guadaira, de Sevilla, Rafael "el Gallo", maestro en el toreo, nos transmitía, sentenciando, pinceladas de sabiduría. La conversación desembocó en el ámbito de la felicidad y en un momento de intimidad el maestro afirmó: Se es feliz cuando se es aquello para lo que se ha nacido. He ahí una definición profunda y asequible de lo que es la vocacional personal. Ustedes posiblemente sepan que fue "el Gallo" quien, cuando le presentaron al joven Ortega y Gasset como filósofo, pronunció aquella frase famosa: Hay gente pa to. Es cierto, estamos gente pa to, pero no deja de ser curioso que "el Gallo" en su sabiduría, en su experiencia, en aquella tertulia con su frase, Se es feliz ..., enlazaba con la tradición clásica a la que tanto provecho sacó Ortega: el principio pindárico: Llega a ser el que eres, es decir, el que estás llamado a ser.

Cuánto importa saber de dónde venimos y adónde vamos. Es necesario para conocer nuestra posición actual y así, con destino y meta previstos, trazar nuestro itinerario, al menos en la parte que nos corresponde y que de nosotros depende. Punto de partida, meta e itinerario constituyen toda una necesidad vital.



¡Conócete a ti mismo!

Mi amigo Antonio es una persona muy ordenada y meticulosa. Siempre que adquiere un utensilio o aparato va en directo a las instrucciones. A veces ha de buscar entre mil idiomas o las encuentra con una infame traducción al castellano. Aún así las lee y relee con entusiasmo. Y es que valora sobremanera aquello que adquirió y su buen funcionamiento. También le he visto emplear horas y horas en torno a una agenda electrónica que le regalaron por Reyes. Su mujer es todo lo contrario, piensa que todo es fácil y asequible y se lanza con el coche nuevo, la cámara digital de fotos o lo que le echen. Y yo me digo que como no cambien habrá serios problemas de convivencia.

¡Pues más que cualquier electrodoméstico o aparatito valemos personalmente nosotros! Y con frecuencia no nos damos cuenta, no nos percatamos de esa imponente verdad.

¡Cuánta razón tenían los griegos al colocar en el dintel del templo de Delfos la leyenda Conócete a ti mismo! Quizás habría que colocarla en la mesa de despacho de cada uno o sobre la puerta del dormitorio. Eso sí, para aplicación personal y no para dar con el codo a quien nos acompañe y animarle a que se lo aplique él.

En la vida funcionamos con el capital que pensamos tener más que con el que realmente contamos. De ahí la necesidad básica de saber quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos y dónde nos encontramos.

Hay que entrar en la propia vida, poder madurar profundizando en nosotros mismos, hemos de buscar luces para que, llegando desde fuera, nos permitan conocer nuestra propia intimidad. Sólo así cabrá la coherencia y la unidad de vida capaz de propiciar felicidad. La madurez conlleva un mayor y mejor conocimiento, una más plena conciencia desde nuestro yo real de las circunstancias que nos integran, condicionan y enriquecen.



La forja de la Autoestima

A lo largo de la historia la consideración de la propia estima ha contado con periodos de más o menos valoración. El término autoestima es reciente, aún no aparece en los diccionarios. Pero la literatura en torno a la autoestima desborda revistas, conferencias, librerías y un gran espacio en Internet. Conceptualmente es un término subjetivo, a fin de cuentas. Es la apreciación que cada uno tiene de sí mismo y de sus capacidades.

La correcta autoestima es condición de felicidad porque es el filtro que media entre nosotros y la realidad. Una incorrecta y baja autoestima desvirtúa nuestra realidad, se ensaña en los puntos débiles e ignora los que nos enriquecen. Ya podemos triunfar limpiamente en cualquier lid que ese logro será minusvalorado con diversas y poco objetivas razones. En estas condiciones nada nos satisface, aunque todo el mundo nos aprecie, nos halague y estimule, todo nos parecerá una comedia. Y es que falla "la caja de resonancia" en nuestro yo, los estímulos que llegan a la inteligencia y a la afectividad pierden su sonoridad y su fuerza, carecen del necesario refuerzo positivo en nuestro cerebro.

Hay un rasgo muy extendido entre las personas con baja autoestima: el temor exagerado a equivocarse, el pensar que se derivan grandes perjuicios si yerran, el miedo a defraudar las expectativas de los padres -con más frecuencia del padre-, de los jefes, de las figuras que le son relevantes. Así surge una actitud envarada que reduce rendimientos, bloquea y anula buena parte de la propia calidad de vida.

Hemos de aprender a pedir perdón. Sin que se nos caigan los anillos. ¡Cómo engrandece -ante Dios y ante los hombres-, cómo abre las puertas de la confianza y la amistad, del entendimiento y de la escucha, el saber pedir perdón oportunamente! Hay que saber alimentarse de la fuerza sanadora del perdón en quien lo pide y en quien lo otorga.

Siempre es hora de rectificar. Basta tener la humildad de reconocer el descamino, la debilidad o la ignorancia y rectificar "cantando" aquello que aprendimos con aires mexicanos:

Una piedra en el camino
me enseñó que mi destino
era rodar y rodar.
Pero me dijo un arriero:
no hay que llegar el primero,
que lo que importa es llegar.



Quien a Dios tiene, nada le falta

Mientras disfrutábamos de la sevillana brisa primaveral hace unos meses, me resultó novedosa, siendo obvia, la afirmación de mi admirado amigo José Antonio, Psiquiatra psicoanalista en New York: -La base fundamental de la Autoestima está en el conocimiento y valoración de nuestro ser hijos de Dios. Con esta conciencia bien desplegada, -añadía- nada ni nadie puede hundir el infinito valor y la dignidad de mi vida y de mi ser.

Y más adelante, mientras disfrutábamos elucubrando en estos temas, venía a concluir: -A quien prescinde de Dios le falta la clave, la pieza maestra para entender correctamente la realidad que le circunda y que acaba volviéndosele al fin hostil, amenazante. Es algo similar a la visión del esquizofrénico que no engancha con la realidad y sufre. Y en muchos casos la salida defensiva es la evasión, la herida hacia paraísos sustitutivos, anestesiantes, como el alcohol, el sexo, el trabajo excesivo, las drogas.

Quien a Dios tiene nada le falta concluye el conocido estribillo de Santa Teresa. El texto, a modo de manuscrito está en mi consulta sobre una repisa. Me consta el bien que ha hecho en tantos corazones atribulados por el dolor que, sentados frente a mi mesa, y en un vagar expectante de su mirada, tropezaban con los versos de la Santa de Ávila.

Nada te turbe,
Nada te espante,
Dios no se muda,
La paciencia todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta

La honesta lectura que -con conciencia recta y bien formada- hagamos de las leyes propias de nuestra naturaleza, el "folleto explicativo" de nosotros mismos que la sabiduría divina ha insertado en nuestro ser, nos pone en condiciones de rendir más para tener más, poder dar más y, disfrutando del quehacer diario, continuar dando a los demás. Pero dar . ¿qué? Todo lo bueno de que somos capaces y que libremente ponemos al servicio de los demás. Ese es el modo de ser persona, de crecer y de vivir una biografía feliz y rica en las cosechas del vivir.

escrito por Dr. Manuel Alvarez Romero, médico. www.arvo.net 
(fuente: www.aciprensa.com)

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