Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
(Lc 2, 16-21)
Gloria a ti, Señor.
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al Niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel Niño y cuantos los oían, quedaban maravillados. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado. Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el Niño fuera concebido.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
A una semana del Nacimiento del Niño-Dios, la
Iglesia nos presenta para comenzar el nuevo año, la Fiesta de María,
Madre de Dios.
Y esta frase “Madre de Dios” se dice muy
fácilmente, pero por lo acostumbrados que estamos a oírla y a repetirla
tal vez no nos detenemos a pensar en toda su dimensión el significado de
que un ser humano, como nosotros, María -una de nuestra raza- pueda ser
“Madre de Dios”.
Después de Jesucristo, aunque salvando la
distancia entre lo humano y lo divino, entre lo finito y lo infinito,
la Santísima Virgen María Madre de Dios hecho Hombre, es la creatura más
grande, más bella, más excelsa que haya existido.
Pero ... ¿qué significa, entonces, para
una creatura humana ser Madre de Dios? ¿Cómo puede una creatura humana
engendrar a Dios? ¿Hemos pensado en esto alguna vez?
Fijémonos en lo siguiente: todas las
madres son madre de la “persona” de su hijo. Y ese hijo es una
“persona”, compuesta de alma y cuerpo. ¿Qué aporta la madre al hijo?
Aporta, por supuesto, la parte material de esa persona, que es el
cuerpo. Ni la madre -ni tampoco el padre- aportan el alma. Dios es
Quien infunde el alma, y esto convierte a cada creatura en “persona
humana”. Así sucede en la concepción de cada uno de los seres humanos.
Pero ... ¿qué sucedió con Jesús? Dicen
los teólogos que Cristo no es persona humana, sino “divina”, aunque
tenga una naturaleza humana desprovista de personalidad humana, que fue
sustituida por la personalidad divina del Verbo en el mismo instante de
la concepción de la carne de Jesús. (cfr. A. Royo Marín o.p. “La Virgen
María”)
Se deduce de esto que la Santísima Virgen
María realmente concibió y dio a luz según la carne a la “persona
divina” de Jesús, pues es la única “persona” que hay en El. Por esto es
que María es llamada con toda propiedad “Madre de Dios”.
Podría argumentarse: María no concibió
la naturaleza divina de Jesús. Es cierto. Pero tampoco conciben las
demás madres el alma de sus hijos, pues ésta viene directamente de Dios.
La Santísima Virgen María concibió,
entonces, una persona. Como esa persona que es Jesús no era “persona
humana”, sino “divina”, sabemos que María es verdaderamente “Madre de
Dios”.
De todos los privilegios, títulos y
dogmas de María, éste es sin duda el mayor y de más trascendencia, pues
todos los demás (Inmaculada Concepción, llena de Gracia, Virginidad
perpetua, Asunción, etc.) fueron dados en atención a este hecho tan
inmenso y tan elevado: el de ser la Madre de Dios.
Sin embargo lo más importante para
nosotros y lo que más desea la Santísima Virgen María -Madre de Dios,
pero también Madre nuestra- es que la imitemos a Ella, pues imitándola a
Ella estamos imitando a su Hijo.
¿Qué imitar de la Madre de Dios? Su
espíritu de oración: María oraba y en oración la encontró el Ángel
cuando le anunció el misterio de su Maternidad Divina. Su humildad y su
entrega a la Voluntad de Dios: se reconoce “esclava del Señor” y se
entrega a que se realice en ella todo lo que Dios quiera. Su fe a toda
prueba: María creyó por encima de las apariencias y de las
posibilidades humanas; creyó que lo imposible se realizaría en Ella:
ser la Madre del mismo Dios.
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