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lunes, 28 de mayo de 2012

Espíritu de Comunión con Estilo Salesiano (I parte)

ESPIRITUALIDAD, VIDA SEGÚN EL ESPIRITU.

ESPIRITUALIDAD quiere decir vida conforme a la guía del Espíritu Santo que nos habita, que mueve nuestros corazones. La espiritualidad no es algo desencarnado, al contrario, es en la vida práctica de cada día en la que se trasluce el Espíritu que nos mueve por dentro. Por eso la espiritualidad es un estilo o forma de vivir las exigencias cristianas. No es una parte de la vida sino la vida entera guiada por el Espíritu Santo.

San Pablo lo recuerda bien a los cristianos de Galacia, indicándoles cuáles son los indicadores de una vida auténtica según el Espíritu, los frutos que se dan: “En cambio los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo... si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu” (Gál 5,22-25)

El Espíritu Santo nos hace crecer en el Amor. Donde hay un acto auténtico de amor, está actuando el Espíritu de Dios. Él es el amor derramado en nuestros corazones (Romanos 5, 5). El Espíritu de Dios es el que posibilita "la comunión de los santos", es el Señor y Dador de Vida. Toda la vida cristiana se desarrolla bajo la acción del Espíritu. Cada cristiano/a debe:

• pedir el don del Espíritu Santo. La plegaria de cada uno debe reforzarse con la oración de la comunidad. Todos debemos rogar al Señor que avive el fuego en la Iglesia.

"Nadie será lleno de ese fuego, si no reza y pide y llama, con pertinaz y urgente anhelo de esperanza". (san Buenaventura)

• cuidar el don que es una vida según el Espíritu con:
- la Palabra (Lc 4,4),
- la oración (Col 4,2)
- el cuidado de la salud integral (1Tim, 5,23)
- la vida de comunidad y la eucaristía (Hech 2,42)
- profundizando en la propia fe: “Creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2Pe 3,18) para dar razón de nuestra esperanza a quien nos lo pida (1 Pe 3,15)
- creciendo en el amor demostrado (1 Jn 3,18)
- Colaborando con Dios en la construcción de su Reino (1 Cor. 3, 9)

Hay falsas espiritualidades, las que se quedan a nivel de ideas, las que evaden de la realidad concreta, las que provocan ceguera ante las situaciones que claman una ayuda (Lc 10, 25-37), las que no luchan por la dignidad de la personas humanas más desfavorecidas. El apóstol Juan las denuncia en sus cartas y dice que es necesario discernir porque cualquier espíritu no es el de Jesús (1 Jn 4,1-2).

La acción del Espíritu produce en cada persona una criatura nueva: “revestida del hombre nuevo, el creado según Dios en justicia y santidad verdaderas” (Ef 4,24). Produce la identificación de la persona con Jesús.


Identificarse con Jesús

Dejarse guiar, interna y externamente, por el Espíritu Santo de Dios significa seguir los pasos de Jesús de Nazaret, actualizar en cada época y cultura su praxis de amor concreto, especialmente a aquellos más desfavorecidos por la sociedad humana, pero preciosos a los ojos de Dios porque el Padre quiere que en todos sus hijos e hijas brille la dignidad humana a que están llamados según su designio amoroso.

Los hombres y las mujeres fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Gén. 1, 27). Perdida la humanidad por otros derroteros que desfiguran la imagen de Dios en el ser humano, es el mismo Dios quien nos recupera para que brille en la humanidad la imagen de su Creador.

La meta de los cristianos es acoger al Señor y permitirle que more en nuestro corazón y nos transforme en Él, de modo que podamos exclamar: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gál. 2, 20). Realizar esa afirmación del Apóstol es una gracia para cualquier persona. Ese es el ideal, la meta y el programa de vida de quienes se dejan guiar por el Espíritu Santo.

Jesús quiere vivir en sus discípulos. Él habló de venir con el Padre y con el Espíritu Consolador, para hacer su morada en nosotros, y puede realizarlo si nuestra mente piensa en Él, si nuestro corazón lo ama, si nuestra memoria lo evoca, si nuestros deseos lo anhelan, si nuestros sentimientos son los suyos y si nuestros actos realizan su Palabra.

La persona que se compromete con ese ideal se va transformando en Jesucristo: piensa como pensó Jesús (1 Cor. 2, 16), ama como el Señor amó (Jn. 13, 34; 15, 12; 1 Jn. 2, 6; Ef. 5, 2), perdona, acoge y sirve como Él lo hizo (Col. 3, 13; Rom. 15, 7; Mt. 20, 27-28). Esa identificación con Jesús llega a ser tan grande que, según san Pablo, "somos conformes a la imagen de su Hijo" (Rom. 8, 29) y se puede afirmar que "la persona cristiana es otro Cristo". María, modelo de la transformación en Cristo. El ser humano en el que se ha realizado de modo perfecto la unión con Jesús y la transformación en Él, fue en María, su madre: ella lo llevó nueve meses en sus entrañas, lo acogió recién nacido, lo acompañó desde el pesebre hasta el Calvario, conservó en su corazón todo lo que a Él atañía y estuvo siempre llena de su amor. María es el proyecto de humanidad según el Espíritu ya realizado en una criatura humana.

Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él. Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la cólera de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais entre ellas. Mas ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos. Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre.” (Colosenses 3, 4-18) Nada más visible que la espiritualidad de una persona, de ahí el dicho: “a los santos lo que más se les ve es lo que llevan dentro”.


RASGOS DE LA ESPIRITUALIDAD DE COMUNIÓN

“Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo ... Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, poniéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes de pastoral, donde se construyen las familias y las comunidades” (Novo Milenio ineunte n. 43)

La espiritualidad de la comunión se caracteriza por tener los siguientes rasgos:

a) En primer lugar, debe estar enraizada en el misterio de la Trinidad, comunión de personas por excelencia, que nos permita percibir en el hermano la luz que emana desde su corazón.
b) Exige una buena dosis de compasión: nada de lo que le sucede a mis semejantes me es indiferente, ajeno o extraño.
c) Además, nos permite percibir al otro no sólo como don para sí mismo, sino como don para mí, como un regalo de Dios.
d) Por último, esta espiritualidad de la Comunión lleva a "dar un espacio al hermano", solidarizándonos con él pero también corrigiendo esas tendencias nuestras a sobresalir, a competir deslealmente, a afirmarnos egoístamente en desmedro del bienestar del otro.

Este camino señalado nos impulsa a inaugurar o profundizar un nuevo estilo de vida eclesial, de otra manera, "los instrumentos externos de la comunión se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento" (cf. n. 43).

La Santísima Trinidad es la fuente de toda vida y de todo amor y una llamada a vivir unas relaciones familiares de participación y de diálogo en la comunión.

San Agustín reconoce que «lo más grande en el culto es imitar lo que adoras». Por eso, celebrar a nuestro Dios Trinidad, constituye una interpelación para traducir en la vida nuestra adoración a la Santísima Trinidad. Esta adoración nos ha de llevar:

a) a defender la inviolabilidad de la persona humana, creada a imagen de Dios (Gn 1, 26); a defender y proteger la vida en todas sus manifestaciones, sobre todo, la vida divina de los hijos e hijas de Dios, que poseemos en Cristo y en el Espíritu Santo;

b) a construir la civilización del amor (Juan Pablo II). «Dios es Amor» (1Jn 1, 18). El cristiano, como imagen de Dios, es amor, en cuanto participa el mismo ser divino. Quiere decir que nuestra confesión de fe en el Dios-Amor, nos ha de llevar a traducir este amor en gestos de solidaridad, de amor y de servicio a los hermanos.

c) a vivir en comunión dentro de la diversidad personal, social, cultural y religiosa. ¡Siendo muchos y distintos, no constituimos más que una única familia! Necesitamos una nueva mentalidad, que nos abra al respeto y aceptación, a la participación y a la comunión en la diversidad.

d) La Santísima Trinidad nos muestra que nuestro Dios es «don» total al hombre: el Padre se nos regala por Cristo en el Espíritu Santo, urgiendo en el hombre, en cuanto imagen de Dios, una vida de «don» para el Padre, en Cristo, con Cristo y como Cristo, en docilidad al Espíritu Santo y una vida de «don» para sus hermanos los hombres, siendo la presencia visible y verificable de Dios Trinidad: «A la Iglesia -a cada cristiano- toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre, a su Hijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo» (GS 21,5).

e) La vida de todo bautizado ha de tener un «estilo trinitario». El cristiano ha de vivir como hijo/a de Dios, buscando en todo la voluntad del Padre y asumiendo los mismos sentimientos de Cristo, que hizo de su preciosa existencia un «don hasta la muerte y muerte de cruz». Siempre dócil, eso sí, a la acción del Espíritu Santo. O, en otras palabras, toda vida cristiana se ha de realizar en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, buscando siempre la mayor gloria de la Santísima Trinidad.

escrito por María Dolores Ruiz Pérez, FMA 
(fuente: www.donbosco.es)

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