En medio de mi noche, en medio de mi frío, puede surgir la tentación de la duda: “Esta vida no es lo que yo pensaba. No es lo que tenía previsto. Ni es, desde luego, lo que deseaba. De haberlo sabido, jamás lo habría elegido, jamás habría hecho esta promesa. Perdóname, Dios mío, pero no quiero cumplir mi palabra. No puedes obligarme a una promesa hecha en la ignorancia; no puedes esperar que mantenga un compromiso basado en la fe sin un conocimiento previo de la realidad de la vida. No es justo. Jamás pensé que esto sería así. Sencillamente, no puedo soportarlo y no seguiré adelante. No te serviré”[1].
A veces las tormenta arrasa con las seguridades y todo se tambalea. Así es el viernes santo. Así la soledad y la muerte hasta la noche del sábado. ¡Cómo no dudar! La muerte asusta. Y me cuesta creer en una vida imposible. Como le sucedía a los discípulos aquella noche de sombras y traición.
¡Cómo seguir siempre fiel con la muerte del maestro! ¡Qué fácil renegar de las promesas e iniciar un nuevo camino! Algunos volverían a sus aldeas de origen. Algunos caminaban hacia Emaús. Era lo más sencillo. Volver a hacer lo que sabían hacer. No esperaban la vida.
Por eso la resurrección irrumpe como un golpe de vida. Un golpe que nos rompe todos los esquemas. Ya el corazón se había hecho a la idea del fracaso y no puede comprender un nuevo comienzo. Duda y teme lo que no controla.
Me gusta esa fe de los discípulos al no ver y, pese a todo, creer: “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó”. Corren, entran, no ven y creen.
Es el encuentro con lo imposible. Con una vida nueva que desconocen. Creen. Se sorprenden. Se levantan. Y encuentran la vida verdadera. Creen en Jesús vivo aunque no está el cuerpo. Ese cuerpo desaparecido es señal de esperanza. O de traición. No se sabe.
Corren movidos por el amor. Se alegran llenos de amor al ver el sudario caído. El sepulcro vacío. La losa descorrida. El amor nos impulsa a creer en lo imposible. Todavía no lo han visto y ya creen.
Me emociona esa fe primera. Luego podrán tocarlo. Podrán escuchar de nuevo sus palabras. Podrán comer con Él. Su fe se hará más firme. Ahora sólo es el comienzo de un camino nuevo.
Han pasado de la muerte a la vida en pocas horas. De la cruz al santo sepulcro y de la losa caída a la vida nueva desconocida. Son pocos metros de distancia y es una vida entera.
Esta resurrección ya no es como la de Lázaro o esa niña de doce años. Es una resurrección nueva. Ahora ya no ven su cuerpo. Ya no está, pero está vivo. Esa certeza les llena de esperanza. No tocan y ya creen. No oyen y creen.
El otro día le hicieron un juego a unos niños. Tenían que decir el deseo que pedían. Uno pidió ser el mejor futbolista del mundo. Una niña la mejor bailarina. Un niño de cuatro años dijo: “Yo quiero ser el que más comparta del mundo”. Me conmovió.
Jesús fue el que más compartió del mundo. Lo compartió todo. Querer ser el que más ama es posible con una mirada pura, con un alma grande. Me gustaría tener un alma así capaz de ver los imposibles.
Jesús vive y hace que mi corazón viva. Me conforta con su vida en medio de mi vida. Miro a María este día en el que Jesús nos besa con su vida. María sabía que detrás de la noche vendría la vida.
Ella conocía muy bien la luz de un nuevo día. Ella, que había tocado la muerte, se abrazó a la vida de Jesús resucitado. Ella me enseña a creer y a confiar contra toda esperanza.
¡Cuánto me cuesta ver la vida en un sepulcro vacío! Pero está allí. La fuente del agua verdadera. El pozo que me llena de vida. No quiero temer más la muerte. Sé que un día mi sepulcro estará vacío. Y viviré para siempre.
Y yo a veces me agobio por pequeñeces. Pierdo la alegría por contratiempos insignificantes. Dejo de creer cuando sufro un dolor injusto. No comprendo nada cuando me siento solo y abandonado. La Pascua me hace darle valor a lo importante. Y dejar de sufrir por lo que no vale la pena. Por lo caduco. Por lo pasajero. Quiero mirar con esperanza en mi dolor, en mi cruz. Mi sepulcro está vacío para que lo llene Dios. Él lo hace posible. Es corta esta noche. De la oscuridad a la vida. Creo. Confío.
[1] Walter ciszek, Caminando por valles oscuros.
escrito por Carlos Padilla Esteban
(fuente: www.aleteia.org)
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