Leemos en la Carta que San Pablo le escribe a los Romanos:
"Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy hombre de carne y hueso y vendido al pecado. No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto. Ahora bien, si hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena. No soy yo quien obra el mal, sino el pecado que habita en mí. Bien sé que el bien no habita en mí, quiero decir, en mi carne. Puedo querer hacer el bien, pero hacerlo no. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Por lo tanto, si hago lo que no quiero, eso ya no es obra mía sino del pecado que habita en mí.
ahí me encuentro con una ley: cuando quiero hacer el bien, el mal se me adelanta. En mí el hombre interior se siente muy de acuerdo con la Ley de Dios, pero advierto en mis miembros otra ley que lucha contra la Ley de mi espíritu, y paso a ser esclavo de esa ley del pecado que está en mis miembros.
¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, o de esta muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo, Nuestro Señor!.
En resumen: por mi conciencia, me someto a la Ley de Dios, mientras que por la carne sirvo a la ley del pecado."
(Rom 7,14-25)
♠ Discernir es “distinguir los espíritus”
♠ Dentro mío se juegan dos espíritus: el mal espíritu y el buen espíritu
♠ Por tanto: no se puede vivir sin discernimiento
Algunas pautas para el discernimiento espiritual
1. ¿Qué pasa con los que suelen estar en pecado?
El enemigo anima, felicita, hace sentir placer, produce bienestar en este estado de vida. El Espíritu Santo punza y remuerde la conciencia (nunca entristece).
2. ¿Qué pasa con los que van haciendo un camino de crecimiento espiritual?
Pasa todo lo contrario a lo anterior; el enemigo entristece, pone trabas e impedimentos, provoca malos pensamientos, haciendo creer que no se podrá superar o crecer. El Espíritu Santo anima, da fuerza, consuela, llena de paz y serenidad y estimula al crecimiento.
3. Dos estados interiores: la consolación y la desolación.
La consolación tendría que ser el estado habitual del que sigue a Jesucristo. Dios no quiere que el hombre sufra, sino que quiere su felicidad. Incluso en el dolor y el sufrimiento se puede experimentar la consolación, porque ésta no es fruto o mérito del esfuerzo humano, sino don de Dios. La consolación es el movimiento interno que nos enciende en el amor, que nos ordena y ubica en relación a las demás cosas, que provoca el dolor de haber ofendido a Dios y que nos hace crecer en fe, esperanza y caridad.
La desolación es todo lo contrario: oscuridad, turbación, inclinación por cosas bajas y terrenas, inquietud por varias preocupaciones o agitaciones; la desolación mueve a la desesperanza, hace a la persona tibia, perezosa, triste, como si separada del Señor se encontrase.
4. ¿Qué hacer cuando estamos en desolación?
• “No cambiar”: no tomar ninguna decisión, seguir con los propósitos y objetivos planteados hasta ese momento; no decidir nada cuando las aguas están revueltas.
• Crecer en aquellas cosas que son buenas y que van desapareciendo en la desolación (“Muchas veces hay que comer sin ganas para tener ganas de comer”); más esfuerzo por hacer crecer las virtudes contrarias a los vicios a que estamos inclinados por la desolación.
• Procurar crecer en paciencia, sabiendo que pronto llegará la consolación.
5. ¿Qué hacer cuando estamos en consolación?
• Aprovechar ese momento para crecer en virtud y juntar fuerzas para la posible desolación.
• No creer que la consolación es fruto del esfuerzo propio; por tanto, no confiarse, no compararse con los demás; no cruzarse de brazos.
El enemigo anima, felicita, hace sentir placer, produce bienestar en este estado de vida. El Espíritu Santo punza y remuerde la conciencia (nunca entristece).
2. ¿Qué pasa con los que van haciendo un camino de crecimiento espiritual?
Pasa todo lo contrario a lo anterior; el enemigo entristece, pone trabas e impedimentos, provoca malos pensamientos, haciendo creer que no se podrá superar o crecer. El Espíritu Santo anima, da fuerza, consuela, llena de paz y serenidad y estimula al crecimiento.
3. Dos estados interiores: la consolación y la desolación.
La consolación tendría que ser el estado habitual del que sigue a Jesucristo. Dios no quiere que el hombre sufra, sino que quiere su felicidad. Incluso en el dolor y el sufrimiento se puede experimentar la consolación, porque ésta no es fruto o mérito del esfuerzo humano, sino don de Dios. La consolación es el movimiento interno que nos enciende en el amor, que nos ordena y ubica en relación a las demás cosas, que provoca el dolor de haber ofendido a Dios y que nos hace crecer en fe, esperanza y caridad.
La desolación es todo lo contrario: oscuridad, turbación, inclinación por cosas bajas y terrenas, inquietud por varias preocupaciones o agitaciones; la desolación mueve a la desesperanza, hace a la persona tibia, perezosa, triste, como si separada del Señor se encontrase.
4. ¿Qué hacer cuando estamos en desolación?
• “No cambiar”: no tomar ninguna decisión, seguir con los propósitos y objetivos planteados hasta ese momento; no decidir nada cuando las aguas están revueltas.
• Crecer en aquellas cosas que son buenas y que van desapareciendo en la desolación (“Muchas veces hay que comer sin ganas para tener ganas de comer”); más esfuerzo por hacer crecer las virtudes contrarias a los vicios a que estamos inclinados por la desolación.
• Procurar crecer en paciencia, sabiendo que pronto llegará la consolación.
5. ¿Qué hacer cuando estamos en consolación?
• Aprovechar ese momento para crecer en virtud y juntar fuerzas para la posible desolación.
• No creer que la consolación es fruto del esfuerzo propio; por tanto, no confiarse, no compararse con los demás; no cruzarse de brazos.
Para adelantar en el proceso de discernimiento se pueden seguir tres pasos
1. La Palabra de Dios (contemplar los Misterios de la vida de Jesucristo):
Si Dios tiene la iniciativa en todo, es bueno partir de su Palabra, dejarnos iluminar, cuestionar, animar. No es la actitud del que busca “recetas” para cada uno de sus problemas, sino la actitud del mendigo que estira la mano, que sabe que puede recibir alimento y que no cuestiona, abierto a recibir lo que quizá no esperaba recibir.
2. Lo que la Palabra de Dios produce en mí (¿cómo pasó Dios en mí?): Dios habla al corazón de cada uno; la misma Palabra tiene distintos mensajes para cada uno. Es descubrir lo que Dios provoca en mi (lo que “mueve” y hacia donde me mueve), qué de consolación encuentro en esa Palabra.
3. La confrontación (acompañamiento espiritual): siempre es necesario “autenticar” lo que se produjo en mi corazón; confrontar con alguna persona que me pueda ayudar a darme cuenta si lo que sentí y descubrí a través de la Palabra no es un invento propio, sino realmente algo producido por el mismo Dios. Después de dar los dos primeros pasos comúnmente tomamos decisiones (= acciones concretas); pero corremos el riesgo de equivocarnos si no nos dejamos confrontar con una persona de Dios (el discernimiento espiritual en la vida de Don Bosco).
Si Dios tiene la iniciativa en todo, es bueno partir de su Palabra, dejarnos iluminar, cuestionar, animar. No es la actitud del que busca “recetas” para cada uno de sus problemas, sino la actitud del mendigo que estira la mano, que sabe que puede recibir alimento y que no cuestiona, abierto a recibir lo que quizá no esperaba recibir.
2. Lo que la Palabra de Dios produce en mí (¿cómo pasó Dios en mí?): Dios habla al corazón de cada uno; la misma Palabra tiene distintos mensajes para cada uno. Es descubrir lo que Dios provoca en mi (lo que “mueve” y hacia donde me mueve), qué de consolación encuentro en esa Palabra.
3. La confrontación (acompañamiento espiritual): siempre es necesario “autenticar” lo que se produjo en mi corazón; confrontar con alguna persona que me pueda ayudar a darme cuenta si lo que sentí y descubrí a través de la Palabra no es un invento propio, sino realmente algo producido por el mismo Dios. Después de dar los dos primeros pasos comúnmente tomamos decisiones (= acciones concretas); pero corremos el riesgo de equivocarnos si no nos dejamos confrontar con una persona de Dios (el discernimiento espiritual en la vida de Don Bosco).
Autor de este artículo: Padre Juan Esteban Gaud sdb
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