Devoción a María Santísima
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX proclamaba ante todo el mundo, el dogma de la Inmaculada Concepción. Fue un despertar de fervor mariano por todas partes.
Don Bosco, devoto como ninguno de la Santísima Virgen, no podía quedarse atrás, en esa participación universal de homenaje mariano.
Tratándose de la Santísima Virgen, él tenía que ser el primero. Hacía falta preparar el ambiente y Don Bosco reunía todos los días a salesianos y alumnos, y con una catequesis sencilla y efectiva, los preparaba para este magno acontecimiento. Había la costumbre de ofrecer florecillas espirituales a la Virgen. Eran pensamientos escritos, donde se indicaba el acto particular de virtud que debía hacerse cada día en honor de la Virgen. Aparecían durante toda la novena y cada uno ponía toda su buena voluntad en cumplirlo. Domingo era el primero en todo
Mayo, el mes de las flores, era sobre todo el mes de fervor mariano, y se honraba a la Virgen con todo tipo de iniciativas, como la del joven José Bongiovanni: consistió en preparar un altarcito a la Virgen en el dormitorio para ofrecerle diariamente un homenaje especial. Don Bosco dio su aprobación. Todos debían contribuir con algo. Bello el gesto de Domingo, quien no teniendo dinero, entrega como colaboración un hermoso libro que le acababan de regalar por su conducta y aplicación. Además está siempre dispuesto para cuando lo necesiten.
Sin embargo, esto le parece poco y no se contenta. Antes de comenzar el mes de mayo, se presenta a Don Bosco y le pide que le ayude y le indique la mejor manera de celebrar dicho mes.
Don Bosco, siempre práctico y exigente, que conoce a sus jóvenes y sabe que la juventud es generosa, le recomienda tres cosas: Cumplir fielmente los propios deberes, narrar diariamente un ejemplo edificante en honor de María y hacer la comunión diaria.
- ¿Y qué gracia debo pedirle?, -pregunta Domingo a Don Bosco-.
- Pídele que te obtenga la salud y la gracia necesaria para hacerte santo.
- Sí, le pediré que me ayude a ser santo, que Ella esté a mi lado en el último momento de mi vida, que me asista y me conduzca al cielo.
Un compañero que ve todo el esfuerzo de Domingo y la serie de actos que está haciendo en honor de la Virgen, le pregunta un poco irónicamente:
- Bueno, Domingo y si haces todo este año, ¿qué dejarás para el año entrante?
- Ya sabré yo -le responde Domingo-. Este año hago todo lo que puedo. El año entrante, si Dios me da vida, te diré qué pienso hacer.
Pero Domingo no se contentó con eso. Su celo apostólico y espíritu de iniciativa le llevan ahora a fundar una asociación, un grupo apostólico.
Consulta con sus amigos y todos están dispuestos a hacerse socios activos y a prestarle toda la colaboración. Sobre todo Rúa y Bongiovanni, toman con todo interés el asunto. Elaboran los estatutos.
Don Bosco ve con gusto la formación de este grupo espontáneo debido a la iniciativa de los mismos muchachos.
La Compañía o Asociación fue fundada el 8 de junio de 1856 y quedó definitivamente constituida y aprobada por Don Bosco. Nació así la Compañía de la Inmaculada.
Permanece en éxtasis durante varias horas
Don Bosco no era amigo de muchas devociones. Nada de bolsillos llenos de santos. Pocas devociones, pero eso sí, muy sólidas. Fomentaba por todos los medios la devoción a José y a María Santísima.
Toda persona que tuviera la suerte de ver comulgar a Domingo, recibía una impresión gratísima. Parecía un Angel. Su preparación y acción de gracias a la Eucaristía, era realmente edificante; poco común en un joven de esa edad. Después, durante el día, iba también a la Capilla, para pasar unos momentos de recogimiento y oración.
Consideraba un honor y un premio el poder participar en una procesión eucarística. En algunas ocasiones Don Bosco lo envió vestido de monaguillo a participar en la procesión del "Corpus", en la Iglesia de la Consolata, y era el mejor regalo que le podían hacer.
Comulgaba todos los días, y a cada comunión le ponía una intención particular.
"Lo vi varias veces afirma el Sacristán- solo y recogido, arrodillado en un ángulo cerca del altar, en diálogo largo y fervoroso con el Señor".
Una vez sucedió algo extraordinario.
Un joven corre a la pieza de Don Bosco para decirle que Domingo ha desaparecido del oratorio. Lo han buscado por todas partes... y nada.
¿Posible? -exclama Don Bosco preocupado, mientras una idea cruza por su mente-.
Don Bosco, solo, sin que nadie se de cuenta, va a la Iglesia, y allá, detrás del altar, medio escondido, está Domingo. Don Bosco se le acerca, lo sacude suavemente. Domingo sorprendido pregunta:
- ¿Ya terminó la misa? Don Bosco le dice la hora:
- Son las tres de la tarde.
Domingo se asusta y pide perdón. Entonces, Don Bosco lo lleva consigo al comedor para que coma algo y enseguida lo envía a las clases, recomendándole que a quien le pregunte dónde estaba, responda que había salido por orden suya. Este episodio, que no es el único, demuestra la grandeza y sublimidad de ese joven, que había llegado ya a las cumbres místicas del éxtasis.
Domingo había permanecido en éxtasis más de cinco horas. Por la noche madre Margarita comentaba el hecho con Don Bosco y le decía:
- Cada día estoy más convencida de que este jovencito es un santo de verdad. El día menos pensado empieza a hacer milagros.
Quebrantos de salud
La salud de Domingo comienza a resentirse. Don Bosco lo nota y se preocupa. A veces llega a pensar que no podrá resistir hasta final de año.
Con los enfermos Don Bosco era espléndido.
-Mira Domingo- le dijo un día Don Bosco-, voy a hacerte ver por el médico; mejor es prevenir que curar.
Y no contento con que lo viera el médico ordinario del oratorio, llamó al Dr. Francisco Vallauri. Pero el médico no encontró ninguna enfermedad específica. Se trataba sencillamente de un caso de extrema debilidad y el mejor remedio para él sería pasar unos días de reposo en el pueblo con los suyos.
Domingo, con mucho dolor, tuvo que interrumpir el año escolar y tomar el camino de Mondonio para pasar unos días de descanso con la familia.
A sus amigos más íntimos les dijo en privado: -Esta separación del oratorio, de Don Bosco, de mamá Margarita, de todos mis compañeros, me es más dolorosa que todas las enfermedades juntas.
-Me voy porque Don Bosco así me lo ha ordenado. No os digo adiós, sino hasta luego. Pedid por mí.
Para el mes de agosto ya estaba de nuevo en el oratorio. Quería estar presente para la clausura del año escolar y para los exámenes.
Don Bosco acababa de escribir la "Historia de Italia", de gran impacto en aquellos momentos. Domingo participa de la alegría común.
Milagrosa curación de su madre
Al mes siguiente, ante la sorpresa de todos, Domingo pide permiso a Don Bosco para ir a ver a su madre, que se encontraba muy enferma. En efecto, no se sabe cómo lo supo, pero era cierto: la madre estaba próxima a dar a luz y el parto se presentaba sumamente peligroso.
Domingo, guiado como por una fuerza invencible, corre al lado de la enferma. La madre sorprendida exclama:
- ¡Domingo, mi Domingo!
Domingo la estrecha, la abraza.
- Ahora sal afuera, hijo mío. Apenas esté bien, te llamo.
- Sí, mamá.
La madre baja los ojos y toca con la mano algo así como un escapulario que Domingo le ha dejado sobre el pecho. Levanta los ojos hacia el cuadro de María que cuelga en la pared y un suspiro profundo brota de su pecho.
- Me siento mejor, -exclama entre lágrimas-.
El médico llega y cuando agarra la mano de la enferma se vuelve hacia Carlos, el marido y le dice:
-Todo ha pasado. Está fuera de peligro. Aquí ha sucedido algo maravilloso.
-Sí, doctor, algo maravilloso... ¡Esto!, y agarra el escapulario que le había dejado Domingo.
Domingo regresó después al oratorio y se presentó a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que su madre estaba perfectamente bien. Fueron muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.
A mediados de octubre de ese año 1856, Domingo, algo restablecido de salud, regresa al oratorio, después de haber pasado unos días en su casa por disposición de Don Bosco.
A fines del mes de enero en la fiesta de San Francisco de Sales había costumbre en el oratorio de entregar un premio a los cuatro alumnos mejores, entre estudiantes y artesanos. Don Bosco hacía seleccionar estos alumnos por los mismos compañeros para evitar así toda influencia por parte de los superiores y maestros.
En enero de 1857 se celebró la fiesta de San Francisco de Sales, con la solemnidad acostumbrada.
En el oratorio reinaba un ambiente de alegría y entusiasmo. Llega la hora del acto académico y Don Bosco personalmente entrega los premios. Domingo Savio recibe el premio como el mejor alumno en conducta y aplicación.
Otra intervención heroica
Estudiaba en el oratorio el joven Urbano Ratazzi, sobrino del Ministro del mismo nombre. Así lo habían querido sus padres y Don Bosco no tuvo inconveniente en aceptarlo. El Ministro era amigo personal de Don Bosco y éste le hizo el favor.
Pero resulta que a Urbano se le subieron los humos a la cabeza, tal vez, por ser familia del Ministro y quiso hacer en el oratorio lo que le daba la gana. Un día él y un grupo de compinches llenan de nieve la estufa del salón donde están jugando los demás compañeros, y estropean la calefacción.
Urbano se ríe y disfruta de la gracia, mientras los otros se mueren de frío y de rabia.
Se oye una voz en la sala. Es la voz de Domingo que recrimina a Ratazzi:
-Eso está mal hecho. Don Bosco lo ha prohibido terminantemente. Haces el ridículo. Ayer mismo Don Bosco lo repitió varias veces y tú, con la mayor frescura, te burlas de sus órdenes.
Cerca de Domingo está Francisco Cerruti, alumno que hace poco ha entrado en el oratorio y que es testigo del hecho. Urbano se enciende, la ira se le sale por los ojos y la boca y descarga una gruesa letanía de insolencias contra Domingo.
Al ver la serenidad de Domingo, Ratazzi se enfurece más y le descarga dos fuertes puñetazos. Domingo baja la cabeza en silencio. Ha ofrecido sus dos mejillas y su pensamiento vuela al altar del sacrificio, donde a diario pasaba él sus ratos contemplando el rostro ensangrentado de Cristo.
Enseguida viene uno de los asistentes a poner orden. Domingo, como si nada hubiera pasado, ayuda a ordenar el local. A quien le pregunta por qué ha permanecido en silencio, responde con sencillez, que ha trabajado tanto en dominar el carácter, en no perder el control, en imitar a Cristo, que en aquel momento ha sabido poner freno sus pasiones, con la ayuda de Dios.
Urbano Ratazzi abandonó pronto el oratorio. No podía dar rienda suelta a sus caprichos y él mismo tomó la decisión. Siguió como su tío la carrera de la política y más tarde llegó a ocupar el cargo de Ministro de la Casa Real.
Conservó, sin embargo, buen recuerdo de Don Bosco, y hablaba siempre de aquel episodio:
-Aquella paciencia heroica de Domingo Savio me hizo más bien que todos los sermones de mis maestros y superiores. Ese gesto valiente no se me borrará de la memoria, si algo de bueno hay en mí todavía, se lo debo a ese joven.
Revelaciones especiales de Dios
Ciertamente, Domingo fue un regalo del cielo para el oratorio. Cuando Don Bosco necesitaba conseguir alguna gracia particular, o se encontraba en una situación difícil, lo mandaba a la Capilla a rezar. Estaba seguro que conseguía la gracia. Nada de extraño, pues, que este joven recibiera revelaciones especiales de Dios y que su alma se paseara en éxtasis por los campos privilegiados de lo sobrenatural.
Turín vivía momentos de angustia y desolación. Hora tras hora iban cayendo jóvenes y ancianos heridos por la peste más terrible que haya recordado la ciudad. Don Bosco, comprometido siempre con su gente, puso a sus salesianos y a sus jóvenes mayores en permanente estado de servicio.
-Un día, Domingo entra apurado al cuarto de Don Bosco.
-¡Don Bosco -le dice- venga conmigo! Hay una obra buena que hacer.
-¿Dónde quieres llevarme, Domingo?
-Venga pronto, Don Bosco, -insiste Domingo-.
Y Don Bosco, que ya lo conocía, lo sigue sin dilación. Atraviesan varias calles en medio de la oscuridad de la noche y suben por una escalera hasta el tercer piso. Domingo llama a una puerta.
-Aquí es, Don Bosco.
Se abre la puerta y la señora que atiende exclama:
-¡Padre, pase, llega a tiempo! Unos minutos más y hubiera sido tarde!
Desde hace un buen rato un hombre moribundo está llamando a un sacerdote.
Don Bosco entra, lo confiesa, y le devuelve la paz espiritual que sólo Cristo pueda dar. Aquel hombre llora de emoción. Se había alejado de las prácticas religiosas y quería morir como buen católico.
Don Bosco, más tarde, le pregunta a Domingo cómo lo ha sabido. Pero no obtuvo respuesta. Domingo se le quedó mirando fijamente hasta que se le humedecieron los ojos. Y Don Bosco prefirió no insistir al palpar la acción de Dios en aquella alma.
Otro día llama a la puerta de una casa en la calle Cottolengo de Turín. Domingo pregunta sin más a la persona que sale a atenderlo:
-¿Dígame, señor, no hay aquí ninguna persona enferma de cólera?
-No, jovencito. usted está equivocado. Tal vez le informaron mal. Aquí estamos todos sanos, gracias a Dios.
Domingo se marcha ante una respuesta tan categórica. Sale a la calle y mira uno y otro lado, como buscando una orientación, pero regresa de nuevo a la misma casa y llama:
- Perdone, que insista. Le ruego que revise bien toda la casa, pues estoy seguro de que aquí hay una enferma grave.
El hombre ha quedado impresionado ante la insistencia del joven. Lo acompaña de cuarto en cuarto, registrándolo todo. Nada.
-¿Has visto? No hay nadie. ¿Y entonces?
Domingo insiste:
- Pero, dígame, ¿ me ha mostrado usted todas las habitaciones?
- Bueno, en realidad,... quedaría por ver el desván, -le responde el señor-, ahí conservamos los útiles de limpieza y de trabajo.
- Vamos allá -añade Domingo-.
La sorpresa fue grande cuando encontraron a una mujer casi moribunda. Vino el sacerdote y le ayudó a bien morir, ungiéndola con el óleo santo. A los pocos minutos expiró. Sólo estaba esperando al sacerdote.
Todo quedó claro más tarde. Era una mujer que siempre venía a trabajar algunas horas para esa familia y por la noche regresaba a dormir a su pobre casa. Pero ese día se sintió mal. Ya el cólera la había herido de muerte. Y, viéndose sin fuerzas, se echó en aquel cuartucho sin poder avisar a los señores de la casa. Estos, por su parte, creyeron que la mujer no había ido a trabajar por ser aquel un día de fiesta.
- Don Bosco- le decía Domingo en otra ocasión- Don Bosco, si yo pudiera ir a Roma y hablar al Papa, le diría que en medio de las grandes tribulaciones que le esperan no deje de preocuparse por Inglaterra. El Catolicismo obtendrá preciosos frutos en ese país.
Don Bosco fue a Roma en 1858 y el Sumo Pontífice Pío IX lo recibió en audiencia privada. Don Bosco le expuso el mensaje de Domingo Savio. El Papa lo oyó atentamente y al final añadió:
- Eso me llena de satisfacción y me anima a seguir en mi propósito de trabajar por Inglaterra con especial interés y afecto.
El Cardenal Salotti, al narrar este episodio, afirma que hubo en él dos profecías: anuncio de las grandes tribulaciones que sufrirá el Papa (y que posteriormente fueron una realidad) hy un triunfo del catolicismo en Inglaterra. En este sentido bastaría recordar la conversación del célebre Juan Newman, más tarde Cardenal de la Iglesia Católica.
¿Cómo no recordar aquí el Congreso Eucarístico Internacional de Londres, con la impresionante procesión de veinte mil niños, a lo largo de las riberas del río Támesis, en dirección a la Catedral?
(fuente: http://www.santodomingosavio.com.ar/)
1 comentario:
Oración a Santo Domingo Savio pidiendo por un joven en particular
Dijo Juan Pablo II:
El hombre, cuando ama, es presencia de Dios para su prójimo.
El hierro se afila con el hierro,
y el hombre en el trato con el hombre
Prov 27:17
Autor: Angie Ware
Manantial Divino
http://www.manantialdivino.com/
Santo Domingo Savio, de todo corazón vengo a pedirte un gran favor.
El futuro espiritual de (Decir el Nombre de la persona por la que se esta orando ) me preocupa. Se que para Dios no hay nada imposible, por eso te solicito le presentes a este joven de mi parte y le encomiendes mi intención particular (pedir la gracia que se necesita).
Santo Domingo Savio, Dios te permitió en este mundo ser orientado y educado por Don Bosco tu maestro y Padre Espiritual. Oh ! ...Cuanta sabiduría había en Don Bosco que entendió que un joven sin un buen tutor es como un barco a la deriva.
Se tu pues Santo Domingo Savio, el faro que ilumine el camino de (Decir el Nombre ) hacia el puerto seguro, destinado a los que viven conforme a las verdades del evangelio.
Por el honor de tu Santo Mentor Don Bosco te solicito seas la antorcha en la vida de (Decir el Nombre)
Que la lámpara de su vida se llene con el aceite Santo .
Que Dios le permita a este joven que hoy te presento al igual que tu encontrar en su camino verdaderos maestros , guías y un padre espiritual que le ayude a vivir en santidad.
Intercede para que Dios se apiade de este joven y pronto con tu poderosa ayuda experimente una verdadera conversión de corazón para que enderece su vida.
Que este joven sea iluminado y guiado con el poder del Espíritu Santo.
Que desde hoy en adelante y para siempre sea liberado de las garras del enemigo.
Que se rompa toda cadena y quede libre del cautiverio del pecado, que nunca mas sea seducido por sus mentiras y engaños, que la mascara del pecado se caiga para que lo vea realmente como es y evite a toda costa cualquier contacto con ese camino de perdición.
Te doy gracias Santo Domingo Savio, desde ahora porque se que me escuchas, ya que Dios por medio de su Santa Iglesia te ha nombrado patrón de los jóvenes y son tan incontables los testimonios favorables de los que te solicitan tu asistencia. Entonces pues santo querido no desatiendas mis ruegos y prestame tu ayuda, para que este joven alcance la salud espiritual , emocional y física.
Por piedad míralo como a uno de tus amigos y socórrelo pronto, te lo pido por Cristo Nuestro Señor Amén .
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