Santa Gianna Beretta Molla (1922-1962): Una mujer en apariencia común y corriente, que defendió de manera heróica la vida de su hijo.
Hay decenas de santas y santos del calendario a quienes se invoca como patronos de ciudades, pueblos, profesiones, artes u oficios. Es la piadosa fe de los cristianos que naturalmente reza a sus amigos los santos para las necesidades más diversas. Invocan a Santa Cecilia los músicos, a San Antonio imploran las casaderas —y sus mamás— para conseguir pronto un novio. Y además un santo patrón de cada país, ciudad o pueblo...
Esta mujer, que vivió sólo cuarenta años, podría ser patrona universal de las amas de casa. La Iglesia ya ha confirmado su santidad, porque practicó todas las virtudes cristianas. Pienso que una de sus mejores cualidades —si se puede hablar así— es que no tiene cara de santa. Basta ver su fotografía. Es un rostro que podemos encontrar en una credencial para votar o una licencia de manejar. Su cara se podría ver hoy lo mismo en un vagón del metro, que haciendo cola para entrar al cine, o en un parque público. No parece santa y lo es. No pensó que llegaría a ser modelo de nada, pero el 16 de mayo de 2004, Juan Pablo II la ha añadido al catálogo de los santos.
Papá, mamá y cuatro hijos
Aquél día fue uno de esos domingos soleados de la primavera romana. En la Plaza de San Pedro, el Papa ha pronunciado estas solemnes palabras ante la inmensa multitud presente y el mundo entero: Nos, después de haber escuchado el parecer de la Congregación de las Causas de los Santos, con nuestra autoridad apostólica concedemos que la Beata Sierva de Dios Gianna Beretta Molla, de ahora en adelante pueda ser llamada Santa y se pueda celebrar su fiesta todos los años en los lugares y del modo establecido por el Derecho.... En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El coro de la capilla Sixtina y toda la asamblea subrayan estas palabras con un triple Amén cantado con gran solemnidad y comienza un larguísimo aplauso. Los ojos de todos miran el enorme tapiz, colgado en la fachada de la Basílica, con la figura de Gianna Beretta. Entre esos innumerables peregrinos y en un lugar privilegiado están Pietro Molla, su marido —director de una empresa industrial en Milán— y sus hijos, que aplauden con todas sus fuerzas: Pierluigi, Maria Zita, Laura Enrica y la más pequeña, Giannina, que tiene mucho que ver en esta historia.
Es la primera vez que un Papa eleva a los altares a una madre de familia que ha ido semanalmente al mercado, conducido su propio automóvil para llevar a los niños al colegio o al dentista; que ha firmado cheques para gastos familiares y que ha visto televisión, además de trabajar fuera de casa, con los apuros normales de una familia de clase media. Gianna está metida de lleno en los mil avatares e incidencias de cualquier hogar: estar pendiente de treinta y seis cosas por la mañana y veintinueve por la tarde, incluido que los niños hagan la tarea, se bañen, cenen y se acuesten. Aunque adora a sus hijos, de vez en cuando les pega un grito..., porque, a veces, son inaguantables y le colman la paciencia. Más tarde, ha de esperar a su esposo y comentar, en la sobremesa de la cena, los sucesos del día y otras preocupaciones. A veces está agotada, le duele la cabeza, pero es feliz. Años más tarde, Gianna logrará la conversión de Pietro. Está más enamorada de él que cuando eran novios. En aquella casa cada día pasa más o menos lo mismo, pero con amor distinto. Sin saberlo siquiera, esta esposa va que vuela a la santidad, a esa meta que está mucho más al alcance de lo que solemos imaginar, y a la que estamos llamados todos.
A quienes preparaba para contraer matrimonio, Gianna les daba este sencillo y sabio consejo «No puedes adentrarte en este camino si no sabes amar» . Ella misma entendió que estaba llamada por Dios a la vocación de madre de familia, que es vocación de entrega sin condiciones. Una vocación a la medida, no de sus fuerzas, sino de su amor. Su esposo recuerda que al poco tiempo de hacerse novios, ella le escribía en una carta: querría hacerte feliz y ser la que tú deseas: buena, comprensiva y preparada para los sacrificios que la vida nos pida. Quiero formar una familia verdaderamente cristiana. Pasados los años, Pietro declarará: Durante los seis años y medio de matrimonio, lo que más me impresionó fue que era muy trabajadora, y el sagrado respeto que tenía por la vida, don maravilloso de Dios, su confianza plena en Dios. Me impresionaba su gran alegría cuando nacían los hijos. (...) Yo no sabía que vivía con una santa. Gianna era, en realidad, una mujer normal, con la pasión por la vida, por la música, los paseos, la montaña. Fue poco después, cuando ella murió, que su amor y su sacrificio me conquistaron como una revelación, y me acompañaron todos estos años".
Pero no todo fue rutina o estar encerrada en casa. Esta madre de familia también vive en las entrañas del mundo que le rodea. Antes de casarse en 1955, hace estudios de Medicina en Milán y Pavía, y se especializa en Pediatría. Es fuerte y equilibrada. Por si fuera poco, saca tiempo para otras ocupaciones y aficiones: le gusta la montaña y es esquiadora experimentada. Tiene muchos intereses culturales, ama sobre todo la música, toca el piano, de vez en cuando pinta algunos cuadros y asiste al teatro. Y como es muy organizada, otros ratos de la semana se le van en conferencias para jóvenes y obras sociales en favor de ancianos. Tiene vida espiritual intensa, pero sin rarezas, donde hay trato con Dios, normas diarias de piedad, sencillas y discretas, que se entrelazan en el propio quehacer. Quiero temer al pecado mortal —dirá alguna vez— como si fuese una serpiente; mil veces morir antes que ofender al Señor. Algo hay en ella que se nota a leguas: una personalidad sencilla y atractiva, un rostro siempre sonriente y una extraordinaria naturalidad.
Un cementerio para millones de niños
Al tercer mes del cuarto embarazo, un fibroma en el útero amenaza la vida de su hijo. Como médico, Gianna sabe muy bien de qué se trata: deberá internarse en el hospital y someterse a una seria operación quirúrgica para extraerle el tumor. Como solución rápida y segura del problema los médicos aconsejan el aborto, pero Gianna insiste:
— No lo permitiré jamás. No se preocupe por mí, basta que vaya bien el niño...
Ella nos enseña que, a veces, no hay más remedio que ir contra corriente y ser heroicos, cuando la mentalidad deshumanizada y materialista de la sociedad en que vivimos, se vuelve “experta” en soluciones fáciles (o egoístas) para resolver los complejos problemas de la vida matrimonial. Sin dudarlo, quizá hoy en día, muchas voces (marido, hermanos, parientes, amigas) hubieran persuadido a Gianna con amenazas o ironías:
—No te hagas la mártir....
—No está el tiempo para heroísmos cuando ya la vida tiene sus propias penas...
—Mira: te lo digo como amiga y con la experiencia y el cariño que te tengo desde hace tantos años...
—Mire señora... en estos casos “lo mejor y más práctico” es abortar o esterilizarse cuando vengan las primeras complicaciones de la maternidad...
Pero Gianna sabe bien que, si peligra la vida de la madre, no es lícito moralmente practicar el aborto, como si se tratara de elegir la vida de ella o la del niño. En esos casos no hay que intentar directamente la muerte de nadie sino poner todos los medios para salvar a los dos, aunque luego por circunstancias ajenas a la voluntad muera uno o ambos. ¿Por qué? Porque cada vida humana, individual, cada ser humano desde el seno de su madre tiene el derecho inalienable de existir: nadie puede decidir por otro, que está por nacer, si ha de vivir o no.... Por lo menos habría que preguntarle antes al niño... si esto fuera posible, si está de acuerdo en no venir a este mundo....
Quien negare la defensa de la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida cometería una gravísima violación al orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad. ¿Qué sentido tendría hablar de la dignidad del hombre, de sus derechos fundamentales, si no se protege a un inocente, o se llega incluso a facilitar los medios o servicios, privados o públicos, para destruir vidas humanas indefensas .
No es exagerada esta denuncia si se miran los números escalofriantes de abortos que se realizan cada año: se calcula que, al menos, suman un total de 50 millones en el mundo entero. Por ejemplo, cada 30 segundos se lleva a cabo un aborto en algún país de la Unión Europea . Alguien ha dicho con toda razón que el pasado siglo XX estuvo marcado más que ningún otro por el signo de la muerte de vidas humanas: nunca hubo tantos millones de muertos: los caídos en las guerras, víctimas del terrorismo y de la violencia en todas sus formas. Sin embargo, me pregunto por qué se ha silenciado tanto ese otro, enorme, exterminio de los que no nacieron porque fueron eliminados mientras estaban en el seno de sus madres. Es triste, pero es verdad que seguimos viviendo en una “civilización de la muerte”.
A este cementerio de víctimas de la crueldad humana de nuestro siglo —son palabras de Juan Pablo II—, se agrega otro gran cementerio: el de los no nacidos. Cementerio de los indefensos, cuyos rostros ni siquiera sus propias madres conocieron, aceptando o cediendo a presiones para que se les quitara la vida antes de nacer. Pese a ello, ya tenían la vida, ya estaban concebidos y se desarrollaban bajo el corazón de sus madres, sin presentir el peligro mortal. Y, cuando esta amenaza fue un hecho, estos seres humanos indefensos intentaron defenderse. La cámara de cine ha filmado esta defensa desesperada de un niño no nacido que siente la agresión en el seno de la madre. (Una vez vi un documental de este tipo; hasta el día de hoy no puedo liberarme de su recuerdo; no puedo liberarme). Es difícil imaginar ese drama horrendo en su elocuencia moral y humana.
¿Qué hacer con los hijos “no deseados”?
Gianna Beretta se sometió el 6 de septiembre de 1961 a la operación para extraerle el tumor. Llena de confianza en Dios prosiguió su embarazo. Los siete meses siguientes estuvieron llenos de molestias y riesgos. El Sábado Santo, 21 de abril de 1962 dio a luz a su hija Giannina. Una semana después, el 28 de abril, edad murió a consecuencia de las complicaciones. Se convirtió, por llamarle de algún modo, en mártir del amor materno.
No era insensible ni fanática. Pedía a Dios por la salvación suya y de su hijo. Sufrió mucho ante este grave dilema. Amaba profundamente la vida de ambos, pero se hacía este razonamiento que sólo entiende una madre embarazada con varios hijos: el hijo que tengo en el vientre tiene los mismos derechos a vivir que mis demás hijos, o incluso más porque este sí que tiene una absoluta necesidad de su madre. Si yo me muero por continuar con mi embarazo no soy injusta con ellos ni con mi esposo. Es tan grave la obligación de dar a luz a este hijo como la de cuidar de mi familia. Pero en el caso de morir por salvarlo, podré confiar por completo su educación a mis parientes o a otras personas. Lo pensó bien, pidió consejo y concluyó con lógica. Pero no con lógica matemática o comodona, sino “materna”. Dios no me pide nunca imposibles, pero eso no significa que yo no deba afrontar mis propios deberes, también cuando cuestan o en circunstancias difíciles o límites. Dios no puede contradecirse: El mismo que ha dicho "No matarás" es el que me manda respetar la vida que me ha confiado y está por nacer.
Esta misma lógica de madre hace ver que todo niño que es concebido ya es un don. Con frecuencia puede ser muy difícil de aceptar (dificultades de salud, económicas, etc.), pero siempre es un regalo inestimable. Un nuevo hijo no ha de verse como un intruso, un agresor, sino un ser indefenso que espera ser acogido y ayudado. Ya es una persona humana (aunque sea pequeñita de tamaño) y, por tanto, tiene derecho a que sus padres no le priven del don de la vida —el primero y más fundamental de todos los derechos, y sin el cual no tiene sentido defender los demás—, aunque eso exija un sacrificio, y a veces grande o heroico.
Pero, —se oyen reclamos de este tipo—: ¿Por qué la Iglesia Católica es tan exigente y no nos comprende? ¿Qué no advierte que miles o millones de mujeres llevan en su seno nuevas vidas sin su consentimiento? Como si las mujeres que abortan lo hicieran por sanguinarias o malvadas. Entonces, ¿qué hacer con tantas mujeres que viven sumidas en la pobreza más absoluta, o que han sufrido una infame agresión o son víctimas del egoísmo de los varones, y por eso van a ser madres? ¿Tampoco en esos casos es lícito privar de la vida a esas criaturas?
Es éste un problema muy doloroso y complejo, de gran repercusión social, pero al que no se le puede dar una y única solución: o el aborto o nada. Lo que hay que hacer es ser de verdad solidarios con las mujeres (muestra de un auténtico feminismo, que será doblemente mayor si la que está por nacer.... es niña). Si la futura madre sufre ya tremendamente por todo lo que le está ocurriendo, y no podrá cuidar de la criatura, no por eso merece que se le dé muerte al niño. Lo que hay que hacer es salir en ayuda de esas pobres madres embarazadas y liberarlas de sus miedos, y de las amenazas de esa sociedad de verdugos. Ayudarle a que dé a luz a su hijo y, si ella lo desea libremente, que lo entregue, por ejemplo en adopción o cuiden de él otras personas cercanas a su familia o promover más instituciones —las hay— que presten estas urgentes ayudas. ¡Cuántos matrimonios hay, que no han tenido descendencia, que se mueren de ganas por adoptar un hijo! Decía una vez, a gritos, la célebre Madre Teresa de Calcuta, en un discurso a miles de mujeres:—¡Si no quieren a sus hijos, no los maten. Dénmelos y yo los cuido!
Pasaron dieciséis años desde la muerte de Gianna, cuando el entonces Arzobispo de Milán y los 16 obispos de la conferencia de Obispos de Lombardía, pidieron la introducción del proceso de beatificación de esta mujer que fue declarada "ejemplo de gran actualidad en este mundo nuestro, donde el derecho a la vida se desconoce y se niega".
Muy elocuente es el testimonio de su hija Laura, que escribió: "Estoy segura de que el ejemplo de mamá, que ahora muchos conocen, servirá para confortar a todas las madres que se encuentren en las mismas condiciones. Puedo asegurar que estoy verdaderamente orgullosa de haber tenido una madre con tanto coraje: supo vivir como Dios quería, y ha servido a la Humanidad con su ejemplo y con sus obras".
Gianna Beretta Molla es una señal del tiempo presente, una invitación a defender la vida, a respetarla con todas sus consecuencias. Juan Pablo II el día de su canonización la llamó mensajera sencilla, pero muy significativa, del amor divino. Pocos días antes de su matrimonio, en una carta a su futuro esposo, escribió: "El amor es el sentimiento más hermoso que el Señor ha puesto en el alma de los hombres". A ejemplo de Cristo, que "habiendo amado a los suyos (...), los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1), esta santa madre de familia se mantuvo heroicamente fiel al compromiso asumido el día de su matrimonio. El sacrificio extremo que coronó su vida testimonia que sólo se realiza a sí mismo quien tiene la valentía de entregarse totalmente a Dios y a los hermanos. Ojalá que nuestra época redescubra, a través del ejemplo de Gianna Beretta Molla, la belleza pura, casta y fecunda del amor conyugal, vivido como respuesta a la llamada divina.
Su fiesta se celebra el 28 de abril. Me gusta mucho uno de los textos litúrgicos que se han elegido para la fiesta votiva de ese día en honor de esta madre de familia: Fue una mujer serena y llena de alegría; amó “todo lo que es honorable, íntegro, amable; todo lo que es virtuoso y digno de alabanza” (Filipenses, 4, 8).
(fuente: www.encuentra.com)
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