En aquel tiempo, se acercaron a Jesús, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”. El les dijo:” ¿Qué es lo que desean?” Le respondieron: “Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Jesús les replicó: No saben lo que piden. ¿Podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré bautizado? Le respondieron: “sí podemos”. Jesús les dijo: “Ciertamente pasarán las pruebas que yo voy a pasar y recibirán el bautismo con que yo seré bautizado; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, eso es para quienes está reservado”.
Cuando los otros diez apóstoles oyeron esto, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús reunió entonces a los Doce y les dijo: “Ya sabe que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor, y el que quiera ser el primero , que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Gloria a ti Señor Jesús.
En este episodio, dos de los discípulos más cercanos de Jesús pugnan por convertirse en sus predilectos en detrminento de los demás. En efecto, Juan y Santiago, parecen estar más obsesionados por sus propios espacios de poder que en la obra redentora que Dios Padre realiza en Jesús, Dios Hijo.
Juan y Santiago se mostraron tan mundanos, tan materialistas como muchas veces nos pasa a cualquiera de nosotros. Esos discípulos estaban tan mentalizados en ser parte de la Gloria de Jesucristo pero eluden el sufrimiento por el que Nuestro Señor tenía que pasar por amor a todos y cada uno de los seres humanos: ellos no alcanzaban a dimensionar la misión de Jesús en este mundo... pero parecía no importarles demasiado.
No son pocas las ocasiones en que las cuestiones de este mundo nos hacen perder de vista las cosas de Dios. Es por eso que Jesús se muestra firme para no dejar de señalar el camino correcto y, con amor y dulzura pero con firmeza, amonestar a sus discípulos.
Seguir a Jesús no es una carrera en donde los seguidores compiten entre si para ver quien "corre" mejor, quien es el más aplicado, quien recibirá una mejor recompensa. Seguir a Jesús no es estar pendiente de las apariencias y de los aplausos de este mundo.
La humillación a la que Jesús hace referencia no es un desprecio de la propia persona, sino de un reconocimiento de la pequeñez de uno mismo y un abandono total a Dios.
Seguir a Cristo es ponerse totalmente en manos de Dios, estar dispuestos a ser cotidianamente moldeados a su imagen y semejanza, por más que eso nos implique algunos sufrimientos. Seguir a Dios es dejar en sus manos el premio de la Vida Eterna, tal como Él lo tiene pensado y no como uno mismo pretende. Al fin y al cabo, los planes de Dios serán siempre infinitamente mejores a los de cualquiera de nosotros.
Leí una vez en un libro sobre una carrera de 100 metros entre chicos con Síndrome de Down. En ese relato se cuenta que, a poco de llegar a la meta, el chico que iba segundo tropieza y cae... y, ante la sorpresa y emoción del público, el muchacho que estaba por ganar la carrera, al ver caer a otro competidor, se devolvió, lo ayudó a levantarse y juntos corrieron de la mano hasta la meta... ¡qué lección de vida! y pensar que muchos les dicen que son "discapacitados".
Seguir a Jesús es ayudar a otros a que también lleguen a la meta. Seguir a Jesús no se fundamenta en ambiciones personales ni en caprichos... sino en que se haga la Voluntad de Dios tanto en la tierra como en el Cielo.
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